La dura e idealista Catalina la Grande intentó modernizar Rusia

La emperatriz nacida en Alemania fue una política astuta que expandió las fronteras de Rusia mientras intentaba reestructurar el gobierno y ayudar a sus siervos.

Por Erin Blakemore
Publicado 4 nov 2019, 13:48 CET
Catalina la Grande
Un retrato de Catalina la Grande con su traje de coronación tras arrebatarle el trono a su marido, Pedro III, en 1762.
Fotografía de Leemage, Corbis, Getty

¿Fue Catalina la Grande déspota o filósofa? ¿Una reina reflexiva que actuaba por su preocupación por el pueblo o una tirana despiadada impulsada por el sexo y el poder? Esas preguntas han existido desde el reinado de la emperatriz rusa en el siglo XVIII. Esto es lo que sabemos de esta formidable monarca:

Nacida Sofía Federica Augusta von Anhalt-Zerbst en 1729, fue la hija de un príncipe prusiano empobrecido. Aunque su familia carecía de dinero propio, tenían vínculos con dos de las familias más influyentes de Alemania: los Anhalt y los Holstein. La joven Sofía recibió educación en casa y recordaba su estricta infancia como aburrida.

Catalina la Grande, Pedro III y Pablo I
Catalina la Grande posa con su marido Pedro III y su hijo Pablo I, que posteriormente gobernaría Rusia de1796 a 1801.
Fotografía de Fine Art Images, Heritage Images, Getty

Comparada con el resto de su vida, lo fue. A los diez años, la futura emperatriz fue presentada al marido escogido por su familia, su primo segundo Carlos Pedro Ulrico de Schleswig-Holstein-Gottorp. Su tía Isabel, la emperatriz de Rusia, lo había nombrado futuro zar de Rusia, por lo que más adelante se le conocería como Pedro III. Isabel no se había casado ni tenía hijos, pero necesitaba un heredero, así que eligió a Pedro para el trono y a Sofía como esposa de este. El presunto matrimonio de un zar ruso con una princesa prusiana tenía la finalidad de fortalecer la amistad de la monarquía rusa con Prusia y anular la influencia austriaca sobre la corona rusa.

A Sofía no le gustaba su futuro marido, pero sabía lo que se esperaba de ella. Se esforzó para ganarse la simpatía de la emperatriz rusa Isabel y estudió para su futuro puesto, aprendió el idioma, se convirtió a la Iglesia ortodoxa y adoptó el nombre de Ykaterina cuando fue prometida en matrimonio. Se casó en 1745, con 16 años. Diecisiete años después, Pedro III se convirtió en zar de Rusia.

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    Catalina la Grande
    Montar a caballo era uno de los pasatiempos favoritos de Catalina la Grande.
    Fotografía de Sovfoto, Universal Images, Getty

    Pero Pedro tenía pocos aliados en Rusia y su mujer no figuraba entre ellos. Solo seis meses después de asumir el poder, hizo un viaje a Alemania. Catalina aprovechó su ausencia para autodeclararse gobernante única de Rusia en 1762. Pedro falleció poco después y los historiadores aún debaten si fue obra de su mujer o de sus muchos enemigos políticos.

    La nueva emperatriz se dispuso a trabajar para consolidar su gobierno y su legado. Expandió considerablemente las fronteras de Rusia, anexionando Crimea, Ucrania, Lituania, Polonia y otros territorios; la población rusa casi se duplicó durante su gobierno. También intentó modernizar el gobierno y la legislación rusa, pero la nobleza rusa —que se opuso a la relativa indulgencia con los siervos de las leyes propuestas—no compartía sus ideales influidos por la Ilustración. Las leyes nunca llegaron a aprobarse y, durante su reinado, aumentó el poder que ejercía la nobleza sobre la servidumbre. Falleció en 1796 tras 34 años de reinado.

    El largo reinado de Catalina y su uso astuto del poder político le granjearon el título de «la Grande» y es famosa por el apoyo que prestó a las artes y la cultura.

    También tuvo aventuras extramatrimoniales y ascendió a algunos de sus amantes a su gabinete. Aunque esto no era insólito en la nobleza de su tiempo y se esperaba que volviera a casarse, sus enemigos utilizaron esas aventuras para tacharla de ninfómana depravada. Lo más probable es que temieran su poder político. «Parece combinar todos los tipos de ambiciones en su persona», escribió el barón de Breteuil, uno de sus enemigos políticos. De hecho, Catalina fue una política astuta que, aunque personalmente tenía ideales ilustrados, actuó dentro de un mundo de autoridad tradicional. Los rumores sobre su desviación sexual y sus ambiciones desproporcionadas, impulsados por la misoginia, han persistido hasta la actualidad.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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