La historia de Togo, el perro que salvó a un pueblo de Alaska de una epidemia de difteria
La película «Togo» relata un acto de heroísmo durante el brote de una enfermedad mortal. El actor Willem Dafoe describe cómo fue interpretar al hombre que la protagonizó y por qué «Togo» rinde un merecido homenaje a un héroe canino casi un siglo después.
Leonhard Seppala con sus perros de trineo, ca. 1925. Togo (extremo izq.) y Seppala son los protagonistas de una nueva película que narra la «carrera del suero» de 1925.
Parece una historia propia de las novelas de Jack London. En pleno invierno, una enfermedad mortal aflige a los niños de un pueblo de la fiebre del oro en Alaska, aislado entre un mar helado y un terreno salvaje sepultado bajo la nieve. La única esperanza de los residentes es un plan impreciso para traer viales de tratamiento desde una cabeza de línea a cientos de kilómetros al otro lado de las montañas, cruzando ensenadas congeladas y atravesando una tormenta. En trineo de perros.
Pero este relato no es ficción. La carrera del suero de 1925 (así la llaman quienes la conocen) fue un evento de tal importancia que le dedicaron una estatua en el neoyorquino Central Park, un espacio que comparte con otras 29 conmemoraciones artísticas, como representaciones de Cristóbal Colón, los personajes de Shakespeare y Alicia en el país de las maravillas y el mosaico conmemorativo de John Lennon.
Es una estatua de un perro de complexión fornida y pose heroica a la que los niños adoran subirse. Para los que la ven como más que un objetivo, es un testimonio de la lealtad, la tenacidad y el deber de trabajar por un bien mayor. El nombre del perro, tallado en la base de la estatua, es Balto. Probablemente debiera decir otra cosa.
La historia de un heroísmo usurpado en cierto modo (una que es la mismísima definición del triunfo teniéndolo todo en contra) es la base de Togo, una nueva película original de Disney+ que narra un relato conocido, pero con algunos nombres desconocidos. Uno es el del sabueso epónimo que quizá mereciera ser el que está tallado en bronce y al que se suben los niños; el otro es el de su dueño, un inmigrante noruego y buscador de oro fracasado convertido en criador de perros llamado Leonhard Seppala.
(La Walt Disney Company es accionista mayoritario de National Geographic Partners.)
La estatua de Balto en Central Park, Nueva York. Aunque la placa dedica el monumento a la «resistencia, fidelidad e inteligencia» de los perros de trineo de la carrera del suero, la inspiración canina es inequívoca. El artista fue Frederick Roth y el propio Balto acudió a su inauguración en 1925.
Ninguno de los nombres se conoce tanto como debiera, mucho menos para Willem Dafoe, el actor que acabaría interpretando a Seppala en el que supondría un primer paso en el mundo de un hombre que aún no conocía. «Sabía la historia básica sobre la carrera del suero», contó a National Geographic UK. «La historia de Leonhard Seppala y Togo, no tanto. Normalmente, cuando la gente sabe la historia, conoce a Balto». ¿Por qué?
Aislados y aterrorizados
Nome, en lo alto de la costa oeste de Alaska, en el mar de Bering, es una localidad fronteriza construida sobre el comercio de oro y pieles. Se fundó en 1901 y está más cerca de Siberia que de la ciudad más grande del estado, Anchorage. Su ubicación remota presentaría una situación de pesadilla cuando, en 1925, una enfermedad empezó a afectar a los niños del pueblo. Para cuando las autoridades descubrieron que no se trataba de un brote grave de amigdalitis, era demasiado tarde: era difteria.
La difteria, una infección bacteriana contagiosa que ataca el tracto respiratorio superior y provoca inflamación de los tejidos en la garganta, puede ser letal. Así fue en Nome: a finales de diciembre, dos niños iñupiaq habían sucumbido a la enfermedad cuando se descubrió que los únicos suministros de antitoxina del pequeño hospital local habían caducado. Para el 24 de enero habían muerto cuatro niños y se presumía que habían fallecido más en las comunidades alaskeñas nativas de los alrededores. En un telegrama a Anchorage, el médico de Nome Curtis Welch contó que había instaurado una cuarentena y solicitó que les enviaran un millón de unidades, asegurando que la «epidemia de difteria es casi inevitable».
Nome en 1916. La población de Nome se multiplicó en 1899, cuando se descubrió oro, y se convirtió en ciudad en 1901, con unos 12 500 residentes.
Front Street, Nome, en tiempos modernos. La ciudad es la meta de la famosa Carrera de Iditarod, que en parte se inspiró en la carrera del suero de 1925. Cuando la fiebre del oro remitió, la población decreció y en el momento de la epidemia de difteria tenía unos 1000 habitantes, aunque se estima que unos 9000 nativos alaskeños vivían en asentamientos en riesgo fuera de la ciudad.
El hecho de que este brote tuviera precedentes fue aún más terrorífico. «En la historia de Alaska, el brote de difteria de 1925 en Nome fue uno de una serie de epidemias en la zona y en el resto de Alaska», afirma David Reamer, historiador y escritor de The Anchorage Daily News que ha escrito mucho sobre las enfermedades de la historia del estado. «Nome y las aldeas nativas circundantes fueron con diferencia las comunidades de Alaska más afectadas por la pandemia de gripe de 1918 a 1919, la gripe española. En la región fallecieron cientos de personas. Hubo bebés que murieron congelados en brazos de sus madres, que habían sucumbido a la gripe», cuenta. «Este horror, solo siete años antes, era un recuerdo muy vivo y no cabe duda de que estaba en las mentes de los residentes cuando vieron cómo se propagaba la difteria entre sus hijos».
Con unas de las peores condiciones invernales en décadas y las temperaturas más bajas en 20 años, las autoridades de Nome enseguida entendieron que el transporte de un pequeño suministro de antitoxina en Alaska por medios convencionales sería demasiado lento o imposible antes de que la enfermedad arrasara la localidad. El puerto estaba congelado y volar era inseguro por el frío, y ya no digamos aterrizar. Sin ninguna otra forma de salvar la enorme brecha de 1085 kilómetros entre la cabeza de línea en Nenana y Nome (una ruta que los mensajeros solían tardar un mes en recorrer), recurrieron a un criador de perros y musher campeón llamado Leonhard Seppala (un musher es el conductor del trineo de perros).
La propia historia de Seppala abarcaba muchos kilómetros. «Sepp», inmigrante noruego, había viajado a Alaska en busca de oro y trabajado para una mina. Desilusionado por su trabajo, se convirtió en superintendente. Su labor consistía en cuidar de las acequias y transportar cargamento y pasajeros entre campamentos en trineo de perro y en un pupmobile (perromóvil) diseñado para circular sobre las vías férreas.
«Es un personaje de una época determinada de la historia», dice Dafoe, cuya aparición en Togo como un Seppala de aspecto misterioso ha recibido el reconocimiento del público y la crítica. «Me recuerda a hombres que he conocido a lo largo de mi vida, como mi padre. La gente decía que era un tipo muy pragmático. No taciturno, solo pragmático. Es ese espíritu aventurero de salir adelante por tus propios medios, de ser independiente, de aprender cosas. De cuidarte y no aceptar caridad de nadie».
Estimulado por su trabajo y encargado por defecto del adiestramiento y el mantenimiento de los perros de la mina, Seppala encontró su vocación. Como tenía conexiones con el propietario emprendedor de la mina, el explorador noruego Roald Amundsen encargó a Seppala adiestrar y acondicionar un equipo de cachorros como perros de trineo para intentar llegar al Polo Norte desde Alaska. Ante la perspectiva de la Primera Guerra Mundial, cancelaron la expedición y regalaron los perros que iban a participar a Seppala.
Leonhard Seppala con sus «corredores siberianos» en 1916.
Leonhard Seppala con el explorador noruego Roald Amundsen en 1932. Amundsen fue el hombre que ganó a Robert Falcon Scott en la Antártida en 1911 y para quien Seppala adiestró un equipo de perros en vistas a una expedición al Polo Norte en 1914. La expedición se canceló y regalaron los perros a Seppala.
Las carreras de trineos eran una actividad natural y colateral para cualquiera que trabajara con perros, ya fueran el malamute de Alaska, el husky (que deriva de esky, abreviatura de «esquimal») y los perros siberianos traídos a Alaska por los chukchis en 1908. El paso propulsivo de estos perros, su resistencia e inteligencia los convertían en el motor perfecto para atravesar un terreno difícil. Los perros adiestrados para Amundsen eran huskies siberianos, así que Sepp (que ahora tenía su propio equipo) empezó a competir en las carreras de Alaska. A partir de 1915, Seppala obtuvo tres victorias consecutivas en los All Alaska Sweepstakes, una carrera sin obstáculos de 656 kilómetros desde Nome a Candle que seguía la ruta de la línea de telégrafo. Las victorias de Seppala se acreditaron a sus perros de complexión liviana, a las que otros mushers llamaban «ratas siberianas». Eso y los instintos del perro que iba en cabeza, un puesto que Seppala pronto asignaría a un can en particular.
La historia de Togo
Togo, al que pondrían el nombre del heroico almirante japonés Heihachiro Togo, nació en 1913. En un principio, su futuro en las carreras de perros no parecía muy prometedor. Tenía un color moteado que daba a su pelo un aspecto mugriento y lo crió la mujer de Seppala, Constance, cuando era un cachorro debido a una aflicción de garganta, una circunstancia que podría explicar su constitución más pequeña, su temperamento dispuesto y la arraigada lealtad a su dueño. Togo se escapaba muy a menudo para correr tras Seppala cuando adiestraba o hacía recados. Como él lo consideraba una molestia, a los siete meses se lo dio a una amiga como animal de compañía, pero Togo huyó y volvió a casa. Llegado a este punto, Seppala advirtió una virtud indirecta del perro: su determinación y su destreza para encontrar la distancia más corta entre dos puntos.
El noruego Leonhard Seppala dejó la búsqueda de oro para dedicarse al adiestramiento y la cría de perros de trineo. En Togo lo interpreta Willem Dafoe, actor estadounidense nominado al Óscar.
Dafoe, cuya interpretación del misterioso Seppala en Togo ha recibido un amplio reconocimiento, cree que el noruego vio algo de sí mismo en el perro. «Seppala era bastante decidido. Era de constitución pequeña, era inmigrante y había tenido algunas decepciones en su vida», afirma. «Así que, en cierto modo, eso era análogo a sus proyecciones en Togo, que era una especie de abocado al fracaso. Era demasiado pequeño, era modesto, era indisciplinado y básicamente lo tachaban de fracaso. Quizá se identificaba con eso».
Aunque quizá fuera un mal buscador de oro, Seppala acabó encontrando su propio nicho. «Creo que siempre es de gran ayuda interpretar a un personaje que tiene una acción muy central, o experiencia, o pasión, o profesión», afirma Dafoe. «Siempre siento que la forma de entrar en los personajes es saber cómo hacen lo que hacen o adaptarme a su forma de pensar de la manera más práctica posible».
Para Togo, eso significó tomar las riendas y aprender físicamente la profesión escogida por Seppala. «Uno piensa que parece fácil... es un tipo sentado en la parte de atrás y los perros son los únicos que tiran», bromea. «Pero no es tan sencillo. Hay que conocer a los perros, afinar la tensión de la cuerda, afrontar la incomodidad, el frío, mantener el equilibrio, leer el terreno; son muchas cosas. Hace falta un carácter muy duro».
El Togo real (izq.) perdura en el linaje de los Seppala siberianos, cuyos dueños acostumbran a rastrearlos hasta su heroico ancestro. Uno de ellos es el perro que aparece en la película, Diesel (dcha.), un husky siberiano que es descendiente directo de Togo.
Harto de las constantes huidas de Togo, Seppala le permitió correr con el equipo, primero detrás, después más adelante y finalmente en cabeza, donde el perro brilló de verdad. En The Cruelest Miles de Gay y Laney Salisbury, se cita a Seppala diciendo que en Togo «encontró un líder nato... algo que había intentado criar durante años». Ambos se volverían inseparables y, en los próximos años, en sus muchas expediciones, salvarían la vida el otro.
La «gran carrera de la misericordia»
Cuando llegó el brote de difteria, Seppala ya era un musher famoso por toda Alaska (lo llamaban «rey del sendero») y su astuto y diminuto Togo era igualmente venerado como perro guía. La noche del 14 de enero de 1925, las autoridades de Nome llamaron a Seppala para que encabezara la que pasaría a conocerse, en la hipérbole de los muchos titulares subsiguientes, la «gran carrera de la misericordia». Como el viaje de ida y vuelta por los casi 2100 kilómetros que separaban Nome de Nenana era irrealizable para un solo equipo, los viales de antitoxina diftérica (las únicas 300 000 unidades de Alaska) serían transportadas por equipos de perros de trineo de Nenana a Nome a través de una escala media en Nulato. De este modo, cada trayecto sería de poco más de 1000 kilómetros.
Los peligros eran considerables. Seppala se encargaría de las secciones más traicioneras de la etapa de intercepción desde Nome y se vería obligado a sortear el litoral de Norton Sound, un estrecho que llevaba el escalofriante sobrenombre de «la fábrica de hielo». La parte más peligrosa del viaje sería atajar por el estrecho congelado, un atajo que le ahorraría un día, pero que estaba plagado de vientos intensos y témpanos de hielo inestables y afilados. Era una etapa que muchos (Seppala incluido) sabían que solo él podría gestionar con los instintos de Togo para leer el peligro y el terreno. Pero incluso esta sería una tarea difícil: en aquel momento, Togo ya tenía 12 años.
Seppala partió el 27 de enero. Mientras el brote y las condiciones meteorológicas empeoraban, Seppala avanzaría sin saber que los planes ya improbables se se habían cambiado en camino. Así, corrían un riesgo considerable de saltarse un encuentro en las cabañas rústicas o «paradores», el único respiro a lo largo de la ruta. Cuando el brote de Nome empeoró, se añadieron más mushers y equipos para aliviar la presión y acelerar el tránsito de la medicación, unas ampollas envueltas en pelo y selladas en un recipiente de metal.
El relevo desde Nenana avanzó más rápido de lo esperado. Por pura suerte, Seppala interceptó el suero de un musher llamado Henry Ivanoff a las afueras de Shahtoolik y regresó hacia Nome con peores condiciones.
«Hace falta un carácter muy duro». Willem Dafoe como Leonhard Seppala en Togo.
En la región, las temperaturas eran de -35 grados con sensaciones térmicas de -65. Seppala dependía de los instintos de Togo cuando no podía ver el camino debido a la espuma, el viento de cara y la nieve profunda. Debido a su agotamiento y el de sus perros, Seppala se vio obligado a parar en Golovin cuando faltaban 125 kilómetros para llegar a Nome. Desde la salida, el equipo había recorrido un total de 420 kilómetros y atravesado Norton Sound en dos ocasiones sobre un hielo traicionero. Después, un musher llamado Charlie Olsen transportó la antitoxina a unos 50 kilómetros de Nome, donde Gunner Kaasen esperaba con un equipo de 13 perros liderados por Balto.
La fama resultante de Balto, junto a la del musher Kaasen, fue una consecuencia desafortunada pero involuntaria.
El trayecto de 1085 kilómetros de la antitoxina llevó cinco días y medio, un récord mundial presenciado por un público en ascuas. Se vio acentuado por la reciente adopción de la radio por parte de la clase media estadounidense, que convirtió la historia de la carrera del suero en un fenómeno retransmitido a distancia. En Nome fallecieron entre cinco y siete personas, aunque las cifras de muertos entre los alaskeños nativos de las afueras del pueblo no se registraron y es probable que fueran muy superiores. Con todo, quedó claro que se había evitado de milagro una mayor pérdida de vidas. La historia se convirtió en toda una sensación, y también sus héroes.
Balto fue el perro que lideró la etapa final a Nome y permitió a Kaasen entregar al antitoxina el 2 de febrero. Una simple mirada al kilometraje habría contextualizado ese crédito erróneo: Balto y Fox, con Kaasen, cubrieron 80, 85 o 88 kilómetros (las fuentes varían), mientras que Seppala, con Togo, transportó el suero a lo largo de 146 kilómetros por un terreno mucho más técnico y peligroso. En total, Togo recorrió 420 kilómetros de puerta a puerta; Balto, poco más de 160.
Gunnar Kaasen con Balto, el perro guía de la última etapa de 80 kilómetros para llevar la antitoxina diftérica a Nome en 1925. Como fueron los mensajeros finales que transportaron el suero, ambos se hicieron famosos.
Balto inspiraría una estatua, varios libros, un documental dramatizado y una película de dibujos animados.
Pero el público quería un héroe y eligieron a Kaasen y Balto, las caras de la salvación de Nome. Sus fotos aparecieron en las portadas de los periódicos y sus nombres pasarían a la historia, eclipsando no solo a Togo y Seppala, sino a las otras 18 personas y a unos 150 perros que participaron en el relevo. «En términos generales, la fama de Balto oculta a los otros mushers, entre ellos muchos nativos alaskeños cuyas aportaciones se olvidaron mucho más».
Un reconocimiento merecido
La etapa de Kaasen y Balto también fue heroica: aunque no hicieron tantos kilómetros, las condiciones eran tan malas que Kaasen, que circulaba de noche, apenas veía a los perros. Durante el trayecto, el trineo volcó y tuvo que buscar el paquete de antitoxina entre la nieve con las manos desnudas, por lo que sufrió lesiones por congelación.
Con todo, el competitivo Seppala no estaba muy contento con la adulación que recibió Balto. Aunque era el dueño, criador y adiestrador del perro que Kaasen había usado en su equipo, Seppala mantuvo que Balto era un «perro de segunda» comparado con su querido Togo y que Balto había sido colíder junto a un perro llamado Fox durante esos últimos kilómetros. El New York Times aumentó la confusión en 1927, cuando informó de que Balto no era el verdadero héroe de la carrera del suero, sino Fox. El resto de la breve noticia, que no mencionaba a Togo, se dedicaba al supuesto paradero de Balto.
Este último había sufrido un cruel giro del destino. Tras la carrera del suero, además de la estatua de Central Park, a Balto se le concedió la llave (en forma de hueso) de la ciudad de Los Ángeles, actuó en una película y recorrió los Estados Unidos contiguos ante un público de admiradores. Pero cuando Kaasen se hartó y quiso regresar a Alaska, Balto y sus compañeros perrunos fueron vendidos (no se sabe por quién) a un espectáculo secundario de vodevil. Allí sufrió maltrato hasta que una recaudación de fondos consiguió que lo admitieran en el Zoo de Cleveland, donde vivió hasta el fin de sus días.
Aunque es pequeña, la estatua de Togo de 2001 en Seward Park, Nueva York, aporta al perro una presencia en la misma ciudad donde es´ta la estatua mucho más grande de Balto.
Verdad vs. leyenda
Como el nombre de Balto ya ha disfrutado de la fama, los libros, las estatuas y hasta una película de dibujos animados (doblado en versión original por Kevin Bacon y en castellano por Juan Antonio Bernal), al historiador alaskeño David Reamer le complace ver que la nueva película aclarará el asunto. «La película logra corregir una injusticia histórica sin empantanarse en minucias», afirma. «La historia no necesita más drama, eso seguro».
La carrera del suero también inspiró la carrera de perros de trineo más famosa del mundo: Iditarod, que recorre una ruta similar entre Nome y Nenana antes de seguir al sur hasta Anchorage. El linaje de Togo continúa en los Seppala siberianos y el can de 107 años «vive» en la sede de Iditarod en Wasilla, expuesto en una vitrina (Seppala montó su pelo tras su muerte). El perro y la carrera se remontan a una época de la historia de Alaska en la que el perro de trineo era vital para la supervivencia de los humanos en un terreno salvaje.
«La literatura alaskeña está llena de historias sobre perros que son líderes natos como Togo... con una capacidad casi asombrosa para evaluar los obstáculos», escribieron Gay y Laney Salisbury en The Cruellest Miles. «Sin esos perros, muchos alaskeños creen que Alaska no podría haberse desarrollado».
Asimismo, la propia carrera tuvo otro legado: salvó miles o incluso cientos de miles de vidas de la generación posterior. «En una época en la que suministrar la muy necesaria antitoxina no era factible por aire o por mar (junto a la determinación y la tenacidad de salvar a los niños de Nome), la historia del relevo de trineos de perro impulsó la necesidad y la importancia de la vacunación», afirma el Dr. Basil Aboul Enein de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. «Es un relato que aún hace eco en los anales de la historia de la salud pública».
«Es un relato que aún reverbera en los anales de la historia de la salud pública». Una escena de Togo.
El problema de la estatua de Balto en Central Park también sigue haciendo eco. A finales de 2019, se creó una petición en Change.org para remplazar la estatua de Balto por la de Togo. En el Seward Park de Nueva York hay una pequeña estatua de Togo inaugurada en 2001 y que hace poco se trasladó a un lugar más prominente durante la renovación del parque (Seward es el apellido del Secretario de Estado que compró Alaska a Rusia en 1868).
Respecto a la película, Willem Dafoe está seguro de que el relato de Seppala y Togo va más allá de corregir la usurpación de la fama de un perro. «Va a tener significados diferentes para personas diferentes, como todo. Supongo que lo principal es abrirse al lugar en el que encajas en el mundo», afirma. «La interdependencia entre nosotros y la naturaleza, nosotros y los animales... para que lleve a una forma de vida mejor y a entender mejor por qué estamos aquí».
«Todo el mundo quiere ser útil. Creo que este fue su momento, sintió que era algo que tenía que intentar. No creo que tuviera más remedio».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.co.uk.
Togo ya está disponible en Disney+.