El bloqueo del canal de Suez ha desviado los barcos por una zona conocida por los naufragios
El cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica, se ha cobrado miles de barcos y en la actualidad sigue siendo un lugar traicionero.
Un barco se sacude en el cabo de Buena Esperanza en la costa de Sudáfrica, que alberga uno de los cementerios de barcos más traicioneros del mundo.
Para cuando desbloquearon el canal de Suez el lunes, varios buques que estaban en espera habían optado por el plan B. En lugar de arriesgarse a más retrasos —además de la semana entera, con un coste estimado de 400 millones de dólares por hora en total—, algunos portacontenedores pusieron rumbo hacia larga ruta alrededor de Sudáfrica.
El viaje suma 10 días más y miles de kilómetros, dependiendo del destino. La ruta meridional también se considera más peligrosa: los fuertes vientos, las rocas y el intenso tráfico marítimo a lo largo de la historia han convertido el cabo de Buena Esperanza en uno de los cementerios de barcos más traicioneros del mundo.
«A lo largo de cientos de años, el cabo ha sido un foco de accidentes de barcos», afirma Bruno Werz, arqueólogo marítimo y director del Instituto Africano de Investigación Marina y Submarina, con sede en Ciudad del Cabo. «Es más peligroso ir por ahí, sin duda, así que es un riesgo calculado».
Werz y otros investigadores han publicado varios estudios sobre los accidentes marítimos en las aguas costeras del sur de África y estiman que hay al menos 2000 pecios en aguas sudafricanas, una media de uno por kilómetro de costa. Muchos son reliquias de las épocas de exploración europea y de travesías desafortunadas para llegar a la India y Asia.
Uno de los primeros que se documentaron, conocido como naufragio de Soares, fue el primero de cientos de barcos portugueses del siglo XVI que zozobraron en las rocas sudafricanas mientras subían y bajaban por el Atlántico hacia las colonias del este. Otro que aún se estudia en la actualidad, el Haarlem, se hundió en la bahía de la Mesa de Sudáfrica en 1647; un puesto establecido por sus supervivientes fue el precursor de la actual Ciudad del Cabo.
El cabo de las Tormentas
Se cree que el nombre de la región deriva de su historial de condiciones duras. En 1488, el explorador portugués Bartolomé Díaz intentó llegar a la India en una travesía que lo llevó alrededor del extremo meridional de África. Según una historia en la que mitos y hechos se han vuelto inseparables, cuando Días regresó a Portugal para informar al rey Juan II, dijo que las condiciones en el cabo eran tan intensas que lo llamó cabo de las Tormentas.
Se decía que el Holandés Errante, un barco fantasma legendario, se hundió en el cabo de Buena Esperanza. Revistas como Harper’s Monthly publicaron obras de arte sobre el mito.
Collier’s Weekly publicó un cuadro del capitán del Holandés Errante, que según se dice fue condenado a navegar por los mares hasta el día del Juicio Final.
Un mapa italiano del cabo de Buena Esperanza creado durante la Era de los Descubrimientos.
El rey Juan de Portugal, que no había estado con Díaz a bordo del barco azotado por el viento, se quedó tan entusiasmado por el hallazgo que ordenó que lo llamaran cabo de Buena Esperanza, porque ofrecía la posibilidad esperanzadora de llegar a los mercados de la India.
Miles de capitanes de barco se pondrían del lado de Díaz. En la actualidad, las estadísticas demuestran que hay mayores índices de barcos que zozobran en el cabo que en muchos tramos de mar abierto. En 1911, un año antes del hundimiento del Titanic en el Atlántico, el transatlántico de pasajeros SS Lusitania (diferente del RMS Lusitania que se hundió cerca de Irlanda) confundió el faro de Ciudad del Cabo con el punto más meridional del continente, giró muy abruptamente y chocó contra tierra. En los años anteriores, decenas de barcos malinterpretaron la costa, un fenómeno que hizo que trasladaran el faro más al sur.
En 1942, el buque de tropas estadounidense SS Thomas Tucker encalló en Punta del Cabo durante su viaje inaugural y acabó varado en una zona conocida como Shipwreck Trail. En 1965, cuando naufragó un barco holandés que transportaba whiskey, su capitán condujo el barco a tierra para salvar su cargamento. Más recientemente, en 1994, se rompió el remolcador de una gran gabarra francesa que transportaba una grúa y acabó encallando en las rocas. Era demasiado grande como para salvarla, así que la abandonaron.
Los Rugientes Cuarenta
El tiempo feroz alrededor de la península del Cabo se debe a una ráfaga de aire meridional que circula alrededor de la circunferencia de la Tierra, empezando a una latitud de 40 grados sur. Sin trabas debido a la práctica ausencia de masas continentales tan al sur, el viento da a la región su apodo secular, los «Rugientes Cuarenta». Y empeora cuanto más al sur van los barcos, llegando a los «Furiosos Cincuenta» y los «Bramadores Sesenta».
Desde la orilla del cabo de Buena Esperanza, la gente observa cómo arde un barco naufragado en la década de 1950.
A lo largo de la historia, el viento ha sido una bendición o una maldición para los marineros dependiendo de la dirección en que iban. El viento intenso puede empujar a los barcos hacia el este por el Pacífico, por ejemplo, a una velocidad de vértigo. Pero ir en dirección contraria puede llevar semanas, a veces hasta meses. Y tras un largo viaje por mar abierto, una masa continental repentina como el cabo de Buena Esperanza —o el cabo de Hornos en Sudamérica— puede hacer que el viento se comporte de forma errática y desviar la trayectoria de los barcos.
Los portacontenedores modernos
Hoy en día se hunden muchos menos barcos en el cabo de Buena Esperanza que en los siglos anteriores. Cuando se terminó en 1869, el canal de Suez ofrecía una ruta más segura, corta y barata para los buques más grandes del mundo o aquellos que transportaban las cargas más valiosas.
En general, es mucho menos arriesgado circular por aguas peligrosas gracias a varios factores: la navegación GPS, los pronósticos meteorológicos, el anclaje automático y —en algunos navíos— un sistema conocido como posicionamiento dinámico que utiliza motores sincronizados para impedir que un barco navegue a la deriva.
Pero aún se dan naufragios, algunos en casos por errores humanos o por el tiempo inesperado. En 2003, un buque de carga llamado Sealand Express transportaba 33 contenedores, una fracción diminuta de los grandes barcos actuales, que pueden transportar más de 10 000. El buque de carga encalló en un banco de arena cerca de Ciudad del Cabo tras arrastrar su ancla entre vientos huracanados, un incidente achacado a la reacción lenta de la tripulación. Ese accidente se produjo en agosto, hacia el final del invierno en el hemisferio sur, que trae consigo vientos muy intensos. La temporada ventosa empieza en marzo.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.