Tras conseguir el voto, ¿por qué tomó caminos diferentes el movimiento sufragista?

El movimiento sufragista estadounidense unió a un grupo diverso de mujeres, pero los frentes de la batalla cambiaron después de conseguir el derecho a voto.

Por Erin Blakemore
Publicado 31 mar 2021, 11:28 CEST, Actualizado 31 mar 2021, 13:17 CEST
Manifestación sufragista en Nueva York en 1910

Las mujeres marchan con togas en una manifestación sufragista en Nueva York en 1910, diez años antes de la ratificación de la Decimonovena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos.

Fotografía de Schlesinger Library, Bridgeman Images

En septiembre de 1920, una multitud llenó Liberty Square, en Filadelfia, para celebrar la aprobación de la Decimonovena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos el mes anterior. Tras más de siete décadas de lucha, el derecho al voto de la mujer estadounidense estaba contemplado en la Constitución y Katharine Ruschenberger sabía exactamente cómo celebrar la ocasión.

Unos años antes, las sufragistas habían recaudado fondos para la Campana de la Justicia, una réplica exacta de la Campana de la Libertad que recorrió el país para promover el sufragio femenino. Era hora de que la campana, que nunca había sonado, tañera a modo de celebración. Cuando llegó el momento, Ruschenberger no dio el tirón ceremonial a la campana. En su lugar, pasó la cuerda a su sobrina y la campaña emitió su grito de alegría.

El gesto supuso un fin simbólico para las mujeres que habían luchado tanto por el voto. Pero la ceremonia no significó que las sufragistas fueran a dejar de luchar. De la paz mundial a los anticonceptivos, de los derechos civiles a una enmienda por la igualdad de derechos, volcaron su energía en muchas más causas después de 1920. Y para algunas a las que la enmienda había dejado atrás, la lucha por el acceso de las mujeres a las urnas no terminó aquel día.

Una mujer junto a la Campana de la Justicia, una réplica de la Campana de la Libertad, en la plaza de la Independencia de Filadelfia, Pensilvania, el 20 de noviembre de 1920. La campana recorrió el país para promover el sufragio femenino y sonó por primera vez en septiembre de aquel año, tras la aprobación de la Decimonovena Enmienda.

Fotografía de Gado Images, Alamy Stock Photo

El movimiento había unido a un grupo diverso de mujeres. Pero a medida que se acercaba la ratificación, las lideresas sufragistas estaban divididas sobre cómo emplear su poder de organización una vez se aprobara la enmienda. El movimiento sufragista proporcionó a activistas de todo tipo la pericia organizativa necesaria para dar impulso a otras causas. Con todo, después de 1920, «esa unificación dejó de existir», afirma Heather Munro Prescott, profesora de historia en la Universidad Central del Estado de Connecticut e historiadora del movimiento por los anticonceptivos.

Dos de las lideresas más poderosas del movimiento, Alice Paul y Carrie Chapman Catt, tenían diferentes enfoques respecto al sufragio. Después de 1920, fueron por caminos diferentes. Catt, que había encabezado la Asociación Nacional Estadounidense por el Sufragio de la Mujer, pensó que su siguiente medida sería una organización que proveyera a las mujeres de la información necesaria para convertirse en votantes expertas.

El mejor homenaje para las generaciones de mujeres que habían peleado por el voto, dijo Catt, era «una Liga de Mujeres Votantes para “terminar la lucha” y contribuir a la reconstrucción del país». La organización, que fundó en 1920, se centraba en la educación de los votantes, la legislación promujeres y el fortalecimiento de la democracia.

Paul, que había capitaneado el Partido Nacional de la Mujer (NWP, por sus siglas en inglés), fue en otra dirección. Decidió que el esfuerzo por el sufragio no terminaría hasta que otra enmienda constitucional garantizara a las mujeres la igualdad plena por ley. Dedicó el resto de su vida a la que pasaría a conocerse como Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA, por sus siglas en inglés).

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    Aunque ambas cámaras del Congreso aprobaron la ERA en 1972, los 50 estados debían ratificarla. Quince estados —Alabama, Arizona, Arkansas, Florida, Georgia, Illinois, Luisiana, Misisipi, Misuri, Nevada, Carolina del Norte, Oklahoma, Carolina del Sur, Utah y Virginia— no ratificaron la enmienda antes de que finalizara el plazo, en 1982.

    La paz fue otra causa popular tras la Decimonovena Enmienda, que se aprobó justo después de la Primera Guerra Mundial. La devastación de la guerra impulsó a sufragistas como Jane Addams, que pasó del sufragio y el trabajo social al movimiento pacifista internacional. «Sin duda, ahora que empezamos a comprender las consecuencias morales, sociales y económicas de la pasada guerra, debemos examinar abiertamente la cuestión de cómo evitar otra», escribió en 1932.

    Addams y otras mujeres ejercieron presión para que Estados Unidos participara en la Liga de las Naciones y por la cooperación internacional y el desarme. En 1931, Addams se convirtió en la primera mujer que ganó el Nobel de la Paz.

    Otras sufragistas encontraron un propósito en causas como los anticonceptivos. Aunque cuesta decir cuántas sufragistas se dedicaron a defender la legalización de los anticonceptivos y los programas de salud de la mujer, Prescott dice que la lucha atrajo a sufragistas «que estaban dispuestas a poner en juego sus reputaciones».

    Miembros de la Asociación Nacional Estadounidense por el Sufragio de la Mujer se reúnen para una convención.

    Fotografía de Universal History Archive, Universal Images Group/ Getty Images

    Una de ellas, Mary Ware Dennett, presionó al Partido Nacional de la Mujer para que incluyera los anticonceptivos en su programa. Cuando dejaron de lado esta cuestión, empezó a utilizar las tácticas sufragistas definiendo los anticonceptivos como un derecho civil, al igual que el derecho al voto.

    Dennett no fue la única mujer a quien dejaron de lado durante la época postsufragio. Aunque las mujeres negras intentaron convencer a las sufragistas dominantes que necesitaban apoyo para acceder al voto, estas últimas las ignoraron.

    «Las sufragistas blancas siguieron organizándose, pero dieron la lucha por terminada», dice Cathleen Cahill, profesora adjunta de historia en la Universidad del Estado de Pensilvania y autora de Recasting the Vote How Women of Color Transformed the Suffrage Movement. Pero mientras las mujeres blancas participaban en las elecciones presidenciales de 1920, las mujeres negras del sur se enfrentaron a los mismos bloqueos de la era de Jim Crow que los hombres negros habían sufrido durante años. Los impuestos de capitación, laes pruebas de alfabetización y la intimidación significaban que era prácticamente imposible registrarse para votar.

    Sin embargo, cuando las mujeres negras que habían luchado junto a sufragistas blancas exigieron a Paul y el NWP que adoptara la causa del derecho al voto de las personas negras, fueron rechazadas. En la convención de 1921, las representantes negras fueron despreciadas por algunas asistentes blancas, como la delegación de Carolina del Norte, que inicialmente se negó a registrarse debido a la presencia de mujeres negras. Allí, las asistentes de mayoría blanca acordaron centrarse en conseguir una enmienda nacional de igualdad de derechos en lugar de la igualdad racial en las urnas.

    Otras mujeres racializadas también tuvieron dificultades para acceder al voto. De acuerdo con la Ley Page de 1875, se impedía la entrada de mujeres chinas o procedentes de otros lugares de Asia Oriental en las fronteras de Estados Unidos si las autoridades sospechaban que venían con «fines inmorales»; en efecto, la ley impidió que las mujeres asiáticas emigraran o consiguieran la ciudadanía. La ley no se derogaría hasta 1943. Aunque las mujeres nativas americanas obtuvieron la ciudadanía en 1924, no se garantizó su derecho a voto. Y las mujeres latinas eran el blanco de leyes estatales que a menudo las excluían de las urnas.

    Llevaría décadas corregir esos males y solo con la aprobación de la Ley de Derecho al Voto de 1965 quedarían protegidos por ley los votos de las mujeres negras. Pero en la actualidad, las leyes sobre los carnés de identidad, las restricciones de voto a los delincuentes y el denominado gerrymandering (que consiste en manipular la delimitación de los distritos electorales) impide que algunas mujeres ejerzan el derecho al voto. «Las mujeres negras siguen hablando de estos temas», afirma Cahill. Aunque las sufragistas blancas tuvieron el lujo de pasar a otra cosa, no fue así para las mujeres marginadas, dice. Más de un siglo después de que la Decimonovena Enmienda se convirtiera en ley, su lucha por la igualdad en el acceso a las urnas continúa.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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