La incansable búsqueda de la paz de unos veteranos de la II Guerra Mundial
Una excavación de un bombardero de la II Guerra Mundial en Inglaterra da luz a una historia de valor, pérdida y sanación.
Despegando desde las bases en Inglaterra durante la II Guerra Mundial, los bombarderos B-24 Liberator fueron un arma clave para liberar a Europa del dominio Nazi.
Es un día de verano brumoso en el sur de Inglaterra, no muy lejos de la ciudad medieval de Arundel, y el campo de Sussex está adormecido por el calor. En el prado de una granja familiar, a poco más de kilómetro y medio al oeste del histórico castillo de la ciudad, un equipo internacional de veteranos de guerra y arqueólogos de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos) se mueven metódicamente entre montículos de tierra que han sacado de una larga y profunda trinchera.
El yacimiento que están escavando es sorprendentemente reciente, si tenemos en cuenta la vetusta historia de Arundel. Data de la II Guerra Mundial, concretamente de la tarde del 22 de junio de 1944, cuando un bombardero pesado estadounidense B-24 Liberator se estrelló contra este campo tras sufrir daños graves en una razia diurna sobre Francia. La excavación está aclarando una historia olvidada -y sin acabar- de valor, heroísmo, camaradería y, por último, pérdida.
De la tripulación de 10 hombres que iban a bordo del bombardero, siete pudieron saltar cuando el malogrado avión se acercaba a la costa británica: el artificiero, los artilleros, el responsable de la radio y el navegante fueron recogidos a salvo bien en las aguas del Canal de la Mancha bien al llegar a las playas inglesas. La tripulación de cabina, sin embargo, se quedó en el avión, luchando para mantener la nave estable y en el aire para que sus compañeros pudieran salir. El piloto, el copiloto y el ingeniero de vuelo fallecieron cuando el avión se estrelló contra el suelo en una bola de fuego poco después de que los otros se salvaran.
Uno de los muchos B-24 perdidos en combate, este estaba volviendo de una incursión de bombardeo sobre Austria cuando fue atacado por cazas alemanes. El bombardero se incendió y la explotó. Murieron sus 10 tripulantes. "Ocurrió tan rápido que no tuvieron muchas posibilidades", dijo el fotógrafo.
El cuerpo del copiloto, el primer oficial John Crowther, salió despedido de los restos. En su momento lo encontraron y lo identificaron para más tarde ser repatriado a EE. UU, donde recibió sepultura en Nueva York, su ciudad natal, en 1946. Los restos del piloto, el teniente segundo William Montgomery, y del ingeniero de vuelo, el sargento técnico John Holoka Jr., nunca se recuperaron. Estos nombres siguen inscritos en la lista de desaparecidos en combate.
"Eso es algo que queremos cambiar", dice el arqueólogo jefe Stephen Humphreys, fundador del programa Recuperación Arqueológica de los Veteranos Estadounidenses (AVAR, en sus siglas en inglés). Trabajando conjuntamente con el departamento de arqueología de la Universidad de Nueva York y con el apoyo de la Agencia de Estados Unidos para la Búsqueda de Prisioneros de Guerra y Desaparecidos en Combate (DPAA, en sus siglas en inglés), Humphreys y su equipo están buscando los restos de los dos soldados perdidos. Todo lo que se encuentra se envía al laboratorio forense de la DPAA en Hawaii para que hagan análisis de ADN y, con suerte, poder indentificarlos. "Son muchos años de espera. Queremos devolver a estos hombres a casa y dar cierto sentido de cierre a sus familias", dice Humphreys.
La tripulación de tierra del ejército de Estados Unidos usa mangueras para intentar apagar un B-24 en llamas que se estrelló en un aeródromo en el sur de Italia 1944.
La búsqueda de los soldados perdidos está dando cierre y ayudado a sanar también a otros. La mayoría de los voluntarios que trabajan en la excavación son veteranos de guerra, hombres y mujeres que han estado destacados en Irak y Afganistán. Muchos de ellos han sufrido heridas físicas o desórdenes de estrés postraumático como resultado de su participación en estas guerras.
"La idea tras AVAR es usar la arqueología como una forma de terapia", dice Humphreys, un antiguo capitán de la Fuerza Aérea de EE. UU. que ahora trabaja como investigador del departamento de arqueología de la Universidad de Nueva York. En los cinco años que han pasado desde que Humphreys fundó AVAR, en 2016, el galardonado programa ha hecho 15 excavaciones que iban desde los campos de batalla de la Guerra de Independencia de Estados Unidos en el estado de Nueva York hasta templos helenísticos de Israel o aviones de la II GM hundidos en Sicilia (Italia) y Reino Unido. El programa ha sido un salvavidas para veteranos que luchan por encontrar un propósito y sentido a su vida.
Un equipo internacional de veteranos de guerra y arqueólogos excavan los restos de un B-24 apodado Johnny Reb que se estrelló cerca de Arundel, Inglaterra, en junio de 1944. Siete de los 10 miembros de la tripulación consiguieron saltar y salvarse; tres de ellos murieron en la colisión.
El arqueólogo de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos) Steve Roskams busca restos durante la reciente excavación cerca de Arundel, Inglaterra.
"Ha sido importantísimo para mí", dice Karen Reed, una antigua científica de cohetes de la NASA que se enroló en la Fuerza Aérea para ayudar a su país tras el 11S. Tras tres periodos de servicio en Irak y Afganistán, donde usaba sus habilidades para recopilar inteligencia por satélite y asistía a las fuerza especiales en la planificación de operaciones y, en ocasiones, acompañaba a las tropas sobre el terreno, se encontró deprimida y sin rumbo.
"Estuve muy cerca de convertirme en una de Los Veintidós", dice en referencia a la estadística que dice que cada día 22 veteranos de guerra se quitan la vida. Ahora en la soleada campiña inglesa moviendo tierra y buscando restos que podrán punto y final a una historia de 77 años de antigüedad, "siento una tremenda satisfacción al hacer esto, ayudar a llevar a esta gente a casa de nuevo", dice.
Gregg Ashcroft, un antiguo paracaidista de la Fuerza Aérea de EE. UU. que estuvo en Afganistán, está de acuerdo: "Nunca conocí a los hombres que murieron en este avión, pero hay una conexión. Estos hombres fueron mis ancestros en la Fuerza Aérea. Al ayudar a llevarlos a casa, sus historias pasan a formar parte de la mía".
Es una excavación tremendamente personal. En los montículos de tierra desenterrados del choque, por ahora, se ha encontrado: el reloj de pulsera del piloto; un brazalete del la Fuerza Aérea de Estados Unidos (USAF); un par de placas de identificación en sorprendente buen estado de conservación; y los restos de una bota con el lateral del tacón desgastado.
La misión que terminó abruptamente en los pastos de Sussex empezó en RAF Halesworth, una base de bombarderos en Suffolk, a unos 240 kilómetros al norte, cuartel general del Grupo de Bombardeo 489 de la USAF. El objetivo de ese día era un aeródromo nazi en Saint-Cyr, al oeste de París. No había nada en los informes del piloto que indicara que la misión fuera más peligrosa de lo normal, según recordaba el responsable de la misión, el capitán Francis Bodine, en Historia de la 489, un recopilatorio postbélico escrito por del exbombardero del grupo Charles Freudenthal. "Había pocas probabilidades de actividad de cazas y el día era claro. La única señal de peligro que se apuntaba era que el aeródromo estaba protegido por un cañón por radar que solía ser bastante preciso".
Mientras que los bombarderos británicos solían volar de noche, los bombarderos estadounidenses hacían incursiones diurnas de alto riesgo. En 1943, un aviador estadounidense solo tenia una oportunidad entre cinco de sobrevivir sus 25 misiones de su periodo de servicio.
Tenían que volar a 6700 metros y soltar 12.700 kilos de bombas. El tiempo de vuelo sería de unas cinco horas, ida y vuelta. En la misión participaron 43 B-24 Liberator. Entre ellos estaba el bombardero número 42-94826, también conocido como Johnny Reb, pilotado por el teniente William Montgomery, de 24 años.
Montgomery y su tripulación llegaron a Inglaterra solo unas semanas antes, tras completar su formación en la Base Aérea de Wendover, en Utah (EE. UU.). En las pocas semanas en las que habían estado operando desde Haleswoth, había visto bastante acción, misiones de vuelo previas al Día-D y durante el propio Día-D. El vuelo hasta Saint-Cyr fue suave y sin complicaciones. El grupo de bombardeo llegó al objetivo sobre las siete de una luminosa tarde de verano, se podía ver la Torre Eiffel en la distancia. Los problemas llegaron casi de inmediato. Los cañones antiaéreos dirigidos por radar que protegían el aeródromo demostraron ser mortalmente precisos.
"Solo unos segundos después de soltar las bombas, nos dio de lleno un cañón", recordaba el teniente segundo Henderson, el bombardero del Johnny Reb, en su declaración oficial que después formaría parte del Informe de Tripulación Desaparecida. El avión perdió 600 metros antes de que Montgomery y su copiloto, el primer oficial John Crowther, de 21 años, pudieran recuperar algo de control. Pero la nave había sufrido daños fatídicos. No tenían control de los alerones, solo funcionaban un timón y un elevador y habían perdido la cubierta del motor uno. "Debía haber cien agujeros en el avión", calculó Henderson.
Al final de la II Guerra Mundial, se habían fabricado más de 18.000 B-24, convirtiéndolo en el avión de las historia que más se ha fabricado en masa.
Con tan poco con lo que trabajar, Montgomery le pidió a Henderson que, junto con los artilleros y el operador de radio, se pusieran en la parte trasera del avión con la esperanza de que su peso actuara como contrapeso y ayudara a mantener levantada la punta de la nave. El navegador le dio una ruta del pasillo habilitado para volver a Inglaterra. Usando el timón y el elevador que les quedaba, él y su copiloto Crowther pusieron rumbo a casa y pudieron mantenerlo durante casi dos horas. "Conseguimos quedarnos cerca de la formación, pero mucho más abajo, hasta que llegamos a la costa francesa", recordó Henderson. Fue una destacable actuación de pilotaje.
Pero, sobre las aguas del Canal de la Mancha las cosas empezaron a torcerse. A medida que la costa blanca de Sussex se acercaba, Crowther habló por el intercomunicador y le dijo a los hombres de la cola que se prepararan para saltar. Fue el primer indició, dijo Henderson, de que al final lo mismo no lo conseguían. Para entonces, lo que estuviera ocurriendo en la cabina ocurrió muy rápido. Solo un instante después de decirles que se prepararan, Crowther dio la orden de saltar. Solo se quedaron a bordo el piloto, el copiloto y el ingeniero de vuelo, el sargento John Holoka, de 19 años.
"Día duro"
“Vino desde esa dirección, sobre esos árboles", dice James Sellers, de 57 años, dueño de tercera generación de la granja en la que se estrelló el bombardero estadounidense hace tantos años; "eran más o menos la nueve de la noche. Mi padre era un niño entonces. Se estaba preparando para ir a la cama cuando de repente oyó el estrépito de los motores de un avión que se precipitaba seguido de una explosión que hizo temblar el suelo".
El avión se estampó contra el suelo cerca del gallinero de los Seller, a apenas 100 metros de la casa. "Cayó casi a plomo", cuenta Sellers; "apenas quedó algo de él, solo cinco cráteres humeantes alineados, cuatro motores y el fuselaje, una sección cruzada del avión casi perfecta".
La policía localizó e identificó el cuerpo del copiloto, y el abuelo de Seller encontró y enterró restos de los cuerpos de los otros hombres. Los cráteres siguieron ardiendo bajo tierra durante casi 10 días, las 5000 balas del calibre 50 que llevaba el bombardero estallaban constantemente. Los siete hombres que sobrevivieron volvieron al servicio rápidamente, haciendo más misiones de vuelo sobre Francia. Eran tiempos duros y eran tipos duros. Henderson, el bombardero cuyo testimonio se incorporó al informe oficial de la desaparición de la tripulación, concluyó su declaración con dos palabras: "Rough day" ("Día duro")
La vida y la guerra siguieron su curso. Más tarde el cuerpo del copiloto, Crowther, fue repatriado a Estados Unidos, los nombres del teniente segundo William Montgomery y el sargento técnico John Holoka Jr. se añadieron al Muro de los Desaparecidos, un monumento en el Cementerio Militar Americano de Cambridge, Inglaterra, que conmemora a aquellos cuyos restos nunca se han encontrado.
Tripulación de tierra saludan a un B-24 que sale de un aeródromo de Inglaterra para bombardear objetivos en la Europa continental durante la preparación de la invasión del Día-D.
“Hay mucha gente, incluso aquí en Arundel, que nunca han sabido de este avión en particular", dice Sellers; "durante la guerra nadie hablaba. Si veías algo, te lo callabas. Después de la guerra, nadie quería hablar. Yo mismo no supe del avión hasta que no vinieron unos miembros de la sociedad de aviación local cuando yo era un crío, en 1974, para intentar desenterrar los motores. Me quedé impresionado".
Sin embargo, el padre de Seller nunca se olvidó del estruendo que vivió de pequeño, o de los soldados estadounidenses que murieron en sus tierras. En 2017, cuando ya era un anciano de más de 80 años, el mayor de los Sellers contactó con la DPAA para ver si se podía hacer algo para encontrar e identificar los restos humanos. Murió dos años más tarde, habiendo vivido lo suficiente para ver como se erigía un monumento al borde de su campo para conmemorar a los hombres caídos. "Fue por él", dice Humphreys; "y su voluntad de preservar el lugar por lo que hoy tenemos la oportunidad de llevar a estos hombres de nuevo a casa".
Por ahora, las respuestas siguen en el laboratorio de la DPAA en Hawaii, a donde se han llevado los fragmentos de hueso que se han encontrado en la excavación para que se les hagan pruebas de ADN. Si hubiera una coincidencia con el el teniente segundo William Montgomery o con el sargento técnico John Holoka, sus familias recibirán, pese al paso de los años, la notificación formal de su muerte, mientras que en el Muro de los Desaparecidos de Cambridge, se pintarán rosetas doradas junto a sus nombres para indicar que estos hombres ya no están desaparecidos.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.