De España a Ucrania: un viaje en una caravana solidaria que cruza Europa hasta la frontera
Los más de 2500 kilómetros que nos separan de la frontera ucraniana no han frenado el inmenso arranque de solidaridad de la sociedad española. Acompañamos a una de estas expediciones en un viaje de ayuda de ida y vuelta.
Las carreteras de Polonia nos dirigen hacia las afueras para poder alojar a todo el grupo.
Los walkies chapurrean dando avisos entre kilómetro y kilómetro mientras tecleo sobre mi portátil en una furgoneta donde apenas hay un centímetro libre. Las cajas de donaciones recogidas en las últimas 48 horas suman en total más de una tonelada sobre ruedas: por delante otros siete vehículos y, por detrás, un autobús de 50 plazas que también pone rumbo a la frontera de Ucrania.
Desde la ciudad de Przemysl, en Polonia, nos llegan mensajes de forma intermitente pero atropellada. Otro compañero periodista está allí, en el centro de refugiados de la frontera, abriéndose camino ante el caos tras cruzar Europa en otra caravana solidaria. "Sobre todo hacen falta cosas de niño, abrigos, pañales, potitos, y también vendas, tranquilizantes, latas de comida, sacos de dormir o colchones hinchables", nos dice desde la ciudad polaca de Medyka, que se encuentra justo a este lado de la frontera con Ucrania.
Íbamos cargados de todo ello. Mientras organizábamos las donaciones, yo investigaba las miles de formas que había tomado la solidaridad española en las últimas semanas. Me llovían los mensajes sobre más y más caravanas, incluyendo esta de la que entré a formar parte de la mano de la ONG Juntos por la Vida, una veintena de voluntarios y la empresa de eventos Lastlap. Todas las iniciativas comenzaron igual: "Tenemos que hacer algo". Las redes sociales, la colaboración y el espíritu solidario español hacen el resto.
La otra cara de la guerra: España, volcada en ayudar
Juntos por la Vida, organización que lleva más de 25 años trabajando con Ucrania, surgió a raíz del desastre nuclear ocurrido en Chernóbil, desde donde montaron un programa de acogida familiar para niños que van a casas en Valencia. Sin embargo, esta es una de las únicas ONG trabajando activamente sobre el terreno en este campo. "Aquí quien se ha volcado es la sociedad", afirma Franzesca, voluntaria del centro.
La República Checa llena sus horizontes de puentes y pasos de ganado a lo largo de todo el trayecto.
Camino del este, las caravanas que salen de España tienen que recorrer más de 3000 kilómetros. Aquí, una de las caravana solidaria avanza por la carretera junto a Praga, en la República Checa.
Cadenas de supermercados, grupos de taxis, organizaciones juveniles, empresas privadas de transportes, grupos de amigos e incluso personas que se reúnen por redes sociales, se suben al coche y ponen rumbo a ayudar. Una solidaridad desenfrenada y, en un principio, desorganizada, sobre la que algunas ONG ponen parte de la responsabilidad del aumento de la trata de personas y las mafias. Pero todos coinciden en algo: "La sociedad se ha volcado, no nos cabían las donaciones ni en tres caravanas más", cuenta Andrea, la organizadora de un convoy de amigos que salió el jueves pasado hacia Varsovia.
(Relacionado: Las historias personales de los refugiados ucranianos)
"El riesgo de trata de personas aumenta en los contextos de guerra", afirma Cáritas España. "El flujo continuo de mujeres, niñas, niños y adolescentes refugiados de guerra que escapan de Ucrania es caldo de cultivo para redes de trata de personas".
Como las caravanas salidas de España, muchas personas están ofreciendo asistencia en la frontera de Ucrania con transporte y alojamiento. Estos factores, "unidos a que muchas de las personas refugiadas llegan en muchas ocasiones sin documentos, y sin que nadie pueda denunciar su desaparición, son elementos clave a tener en cuenta para el riesgo de ser captados por las mafias".
"El problema de los drivers es real", alerta Claudia, voluntaria de Juntos por la Vida. "Nosotros solo funcionamos con autobuses, ha habido demasiados casos de gente desaparecida y violaciones. Ahora, si no vienes con una asociación, difícilmente te van a aceptar. A nosotros nos ha contactado gente diciendo que creía que no les estaban llevando a España".
Cruzando Europa
Mientras las líneas blancas intermitentes de la carretera comienzan a volverse monótonas, aún apuramos las gestiones con la ONG para poder traer de vuelta a las familias de refugiados que ya tienen acogida en España. Tras más un mes de invasión de Rusia a Ucrania, ACNUR, la agencia de Naciones Unidos para los Refugiados, ya suma más de 3,5 millones de refugiados internacionales.
La solidaridad con los desplazados está alcanzando niveles nunca vistos en toda Europa. Las casas de acogida también han surgido en numerosas ciudades de nuestro país. El Plan de Acogida de Refugiados de España pretende aplicar de manera rápida los mecanismos para ofrecer una protección inmediata a las familias y recursos para poder ofrecerles un futuro.
Tras varios cientos de kilómetros, esa noche la ciudad francesa de Dijon nos acoge después de una intensa hilera de tráfico nos echara encima el reloj, pero el tiempo es oro y, a las seis horas, la caravana pone rumbo a la frontera de Alemania. Todavía nos quedan casi 1700 kilómetros de viaje de ida.
Contacto sobre la marcha con un antiguo amigo alemán que me confirma que allí también están organizando miles de donaciones y convoys solidarios que llegan continuamente a la frontera. Las matrículas que nos cruzamos más adelante, en Polonia, lo demuestran.
Antes, la República Checa nos da la bienvenida de noche, con una enorme luna roja asomando tras las copas de los árboles que serpentean a las orillas de la carretera. "No os perdáis ahora", dice entre interferencias la avanzadilla de la caravana al pasar por un nudo de carreteras cercano a Praga. Poco después estamos haciendo la última parada antes de entrar en Polonia.
Al cruzar la frontera se respira una calma inquieta en la carretera rumbo a Medyka. El sol brilla como ajeno a lo que ocurre unos kilómetros más allá, donde Leópolis, a menos de 90 kilómetros de distancia, acaba de ser bombardeada. El ajetreado tráfico que ha llenado las carreteras a lo largo de toda Europa ha cesado.
Przemysl, un campo en la frontera de Ucrania
"Ya está aquí la guerra", se escucha desde el walkie. En dirección contraria circula un gran convoy de tanques y vehículos militares. En nuestra dirección solo circulan algunos coches, convoys de ayuda humanitaria y ambulancias.
Al llegar a Przemysl, la ciudad nos recibe con una extraña cotidianeidad. Allí, un gran supermercado ha sido reconvertido en un improvisado campo de refugiados y punto de recogida de todas las donaciones. Los peluches tiñen el lugar, colgados de las manos de los niños y sus madres, tratando de devolver la alegría robada por la guerra.
Los voluntarios recogen el material traído desde España.
Restos de hogueras y palés rodean, junto a mantas y abrigos, el centro de refugiados de Przemysl, Polonia.
"Desde aquí, tan solo personas voluntarias se adentran en Ucrania para llevar todo el material, de ellos depende que llegue a su destino", explica Fernando Darder, presidente de la ONG valenciana Esperanza Sin Fronteras, que recibió en 2009 la insignia de la UNESCO por méritos y distinción de Protector de la Paz Mundial y Cooperación Internacional.
A las puertas del centro, una pareja de músicos trata de amenizar la dureza de la realidad. En el interior, una larga cola de refugiados - en su mayoría madres muy jóvenes, bebés y niños - espera para ser registrados.
"Hoy es un día tranquilo, mañana abrirán la frontera y llegarán 40 000 personas más desde Leópolis", cuenta un voluntario ucraniano del centro. En su interior, la enorme nave está llena de camas improvisadas y mantas en el suelo. Frente a nosotros cruza una adolescente con un bebé de apenas un mes llorando en sus brazos. Su rostro, lleno de suciedad, es el retrato de la tristeza.
"La mayoría de ellos lleva tres o cuatro días entre trenes y caminatas para poder salir de Ucrania", relata Mirón, el traductor de nuestro grupo. "Muchos se habrán topado con los bombardeos estando en Leópolis, otros vienen de Mariúpol [a más de 1300 kilómetros de la frontera con Polonia] y lo han perdido absolutamente todo".
Por la parte de detrás del Tesco, dos militares abren las puertas para entregar todas las donaciones. El grupo va sacando una por una cientos de cajas de todos los vehículos. "Baby food", "Baby clothes", "Medical care", van informando el grupo de jóvenes que nos pide identificarlas. "Solo estamos aquí hoy, somos voluntarios militares y estamos aquí para ayudar a Ucrania", cuenta Sergei, el que parece el más jóven del grupo. "Desde aquí, algunos voluntarios lo llevan a Ucrania". Entre sonrisas se despiden del grupo dando las gracias por el material mientras se funden en un aplauso mutuo.
Coordinando el caos
Además de la ONG Esperanza Sin Fronteras, encontramos la presencia de Cáritas, Juntos por la vida y la ONG Cadena, entre otras. Sin embargo, lo que más abunda son vehículos particulares: "Convoy solidario Rugby Eibar", "España por Ucrania", "#SpainforUkrain" y demás lemas.
Un aparcamiento en Varsovia es el lugar de encuentro entre los últimos refugiados que quedan por recoger.
Perros, gatos, conejos e incluso ardillas. El centro de refugiados de Przemysl está lleno de familias que salen del país junto a sus animales.
"Nuestra iniciativa surgió de varias autocaravanas que querían subir medicamentos y comida, y bajar refugiados que tuviesen familia en España, así se optimizaría mucho el viaje. En cuatro días sumábamos 25 autocaravanas y dos furgonetas de toda España", cuenta Cristina Díaz al volante de su autocaravana y acompañada de su perra Sira. "Ella hace de perra terapia con los niños".
Testimonios como el de Cristina se encuentran detrás de todas las banderas españolas que tiñen el aparcamiento del centro de refugiados. Las ONG recalcan la importancia de trabajar de la mano de organizaciones para no fomentar el caos, las mafias y la trata de personas en este tipo de situaciones.
Para atajar estos problemas, el centro de refugiados ha puesto en marcha esta semana un sistema de identificación a través de pulseras sin las que no se puede acceder al centro, pero no permiten pasar a la prensa al interior, según dicen, para respetar la intimidad.
"Aquí en el campo, cada día las cosas cambian, lo que ayer funcionaba de una manera, hoy ya no, va cambiando según las necesidades", afirma Claudia, voluntaria de Juntos por la vida. "La gente aquí es muy fuerte y muy agradecida", afirma Claudia. "No es solo el transporte lo que les ofrecemos, es también muy importante el apoyo psicológico".
Entre los problemas que enfrentan sobre la marcha también está la coordinación de la ayuda. "El otro día llegó una chica que había salido del país escondida en un maletero con su perro, y al llegar aquí el conductor de un autobús le dijo que con el perro no viajaba. Si vienes aquí a ayudar, tienes que tener claro que la gente aquí sale de una guerra y hay que arrimar el hombro".
Según esta voluntaria, la situación está constantemente cambiando y el trabajo se extiende a lo largo de 12 horas al día, siempre al pie del cañón y tratando de colaborar para que no se pierdan los esfuerzos de ayuda.
Rumbo a Varsovia
Tras entregar las donaciones en la frontera, llega el encuentro con los primeros refugiados. La preocupación de sus rostros comienza a mostrar algo de calma y, a la par, desconfianza. Un traductor les agrupa y les tranquiliza mientras se suben al autobús que nos acompaña.
La caravana pone entonces rumbo al campo de refugiados de Varsovia, donde hay más personas buscando cómo ir a España. Para evitar el caos, una pareja de voluntarios ucranianos, residentes en Polonia, coordina a las personas para ahorrar tiempo a la llegada. "Ayer eran 35 en el listado, hoy son 25", explica Jaro Pro, "las familias se apuntan a todos los listados y terminan saliendo con el primer autobús que les ofrece una salida, por lo que coordinarlo con una gran efectividad es complicado".
Al llegar al punto de encuentro, una bolsa de peluches rompe el hielo. Los más pequeños se acercan a elegir el suyo y las familias, con sus animales incluídos, comienzan a confiar. Allí conocimos a Alla y Katja, madre e hija que salieron hace días de Mariúpol. No hablan inglés, pero no les hace falta. Van uno por uno recorriendo el grupo y haciendo un gesto de agradecimiento con una mirada mucho más profunda que las palabras.
Con la emoción a flor de piel, la caravana emprende el camino de vuelta hacia España, buscando lugares de acogida para hacer noche a lo largo del camino. Las horas de kilómetros que quedan por delante y el traductor del móvil nos permiten abrir una ventana a lo que dejan atrás cada uno de ellos.
El camino se vuelve un paréntesis en el tiempo en el que los rostros de los más pequeños dejan atrás el miedo y comienzan a reír y jugar. La mayoría tienen familia, conocidos o casas de acogida ya asignadas en España y están deseando comenzar su nueva vida. Otros, confían en que todo acabe pronto y puedan volver en unos meses a su tierra natal. Sea cual sea su camino desde este punto, ellos dejan atrás por fin el terror de la guerra para poder dibujar de nuevo un futuro para sus hijos.
Al llegar a nuestros destinos en Madrid y Valencia, los lugares que han gestionado las casas de acogida y los centros de refugiados, la caravana se funde en un abrazo eterno con las personas con las que ha compartido mucho más que 3000 kilómetros de carretera. "Gracias", dice Max en español en un vídeo desde su casa de acogida. Fue el primer niño al que recogió la caravana, cansado y asustado. Su rostro, hoy, es otro.