Smoky, una presencia sanadora para los soldados heridos de la Segunda Guerra Mundial
Durante siglos, los perros militares han desempeñado un papel importante en el campo de batalla, durante la Segunda Guerra Mundial, también ayudaron en la retaguardia.
Una trabajadora de la Cruz Roja lleva a Smoky a las rondas de pacientes en un hospital del Ejército de EE. UU. La 'yorkie' de dos kilos se convirtió en una diversión popular y efectiva para los hombres heridos en Filipinas, así como en casa después de la guerra.
Cada día, oleadas de aviones japoneses atacaban el aeródromo aliado en el Golfo de Lingayen, en Luzón, la mayor de las Islas Filipinas.
Los ataques estaban afectando a las comunicaciones y los comandantes estadounidenses necesitaban urgentemente pasar líneas telefónicas a través de una tubería que se extendía aproximadamente a 21 metros bajo tierra, desde la base hasta tres escuadrones separados, pero carecían del equipo adecuado.
La tubería tenía solo 20 centímetros de diámetro y la única forma instalar las líneas era realizar el trabajo a mano, haciendo que docenas de hombres cavaran una zanja para enterrar los cables, un trabajo peligroso que habría llevado días y habría expuesto a los hombres a los constantes ataques enemigos.
Entonces, en lugar de eso, depositaron sus esperanzas en una solución poco convencional: enviar a una pequeña Yorkshire terrier a través de la tubería con una cuerda de cometa atada a su cuello. La cuerda podría usarse para enhebrar los cables a través de la tubería. Llamándola, alentándola para que avanzara estaba su dueño, el cabo Bill Wynne, originario de Ohio, de 22 años, que la había adoptado mientras estaba en Nueva Guinea.
La perrita llegó al otro lado, se estableció la red de comunicación y se le atribuyó haber salvado la vida de unos 250 hombres y 40 aviones ese día. Pero en los años venideros, la pequeña yorkie lograría una aclamación mucho mayor por su efecto curativo en los soldados heridos.
Bill Wynne (izquierda) y el operador de línea Bob Gapp envían a Smoky por una tubería para ayudar a tender un cable de teléfono debajo de una pista de aterrizaje muy atacada por los japoneses. Se le atribuye haber salvado a 250 hombres y 40 aviones estadounidenses de una posible destrucción en un período de tres días.
Encuentro con Smoky
Cuando Wynne vio por primera vez a esta perra en marzo de 1944, mientras estaba estacionado con la Fuerza Aérea de EE. UU. en Nadzab, Nueva Guinea, parecía casi demasiado pequeña para ser tomada en serio, pesaba solo dos kilos, medía solo 18 centímetros de alto, con una cabeza del tamaño de una pelota de béisbol.
Uno de sus compañeros de tienda la había encontrado en una trinchera abandonada a un lado de la carretera y estaba dispuesto a venderla. Estaba desnutrida y escuálida. Y como otro soldado había pensado que la pequeña perra tendría demasiado calor debajo de todo su pelaje, la había esquilado toscamente, dejando su cabello sedoso y largo sobresaliendo en mechones desiguales.
Pero Wynne, que había estado rodeado de perros toda su vida, decidió rápidamente quedarse con este pequeño animal desaliñado, por lo que pagó el precio que pedía el soldado, dos libras australianas (6,44 dólares) —una buena parte de su salario en el extranjero— y la llamó Smoky. Y durante el próximo año y medio, Wynne y la perrita sobrevivirían juntos a ataques aéreos, tifones y 12 misiones de combate.
No mucho después de que Wynne adoptara a Smoky, contrajo el dengue y fue enviado al Hospital de la Estación 233ª. Después de un par de días, los amigos de Wynne llevaron a Smoky a verlo, y las enfermeras, encantadas con la pequeña perra y su historia, le preguntaron si podían llevarla a visitar a otros pacientes que habían sido heridos en la invasión de la isla de Biak. Durante los cinco días que pasó en el hospital, Smoky dormía con Wynne en su cama por la noche, y las enfermeras la recogían por la mañana para llevarla en las rondas de pacientes, devolviéndola al final del día.
Wynne había observado el poderoso efecto que el perro tenía en los soldados que lo rodeaban, cómo Smoky mejoraba el estado de ánimo, no solo con su presencia sino también con su personalidad. Se rieron mientras perseguía a las coloridas mariposa alas de pájaro de la reina Alexandra que, con una envergadura de 35 centímetros, eran mucho más grandes que ella. Y, por supuesto, les encantaron los trucos que Wynne le había enseñado principalmente para aliviar el tedio.
El repertorio del dúo comenzó modestamente con instrucciones básicas, y Wynne pronto asumió su pequeño cometido con el juego de simular la muerte. Cuando Wynne la señalaba con un dedo y gritaba «¡bang!», Smoky no solo caía al suelo a la orden, sino que también se quedaba allí inmóvil, mientras Wynne se acercaba para empujarla e incluso mientras la levantaba del suelo.
Con el tiempo, la entrenó para caminar por una cuerda floja, montar un scooter hecho a mano e incluso «deletrear» su propio nombre: Smoky recogía en su boca las grandes letras recortadas mientras él le daba indicaciones.
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Bill Wynne sostiene a Smoky, el Yorkshire terrier que adoptó en Nueva Guinea mientras servía en la Fuerza Aérea del Ejército de EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial.
Pionero de los perros de terapia
Se corrió la voz de sus acciones, y mientras Wynne y Smoky estaban de permiso de convalecencia en Australia, fueron invitados a actuar en algunos hospitales. Mientras observaba a los hombres en sillas de ruedas que sostenían a Smoky en sus brazos, podía ver cómo la pequeña perra estaba marcando la diferencia. «Había un cambio completo cuando entramos en la habitación», decía. «Todos sonreían; todos la querían».
Smoky no fue eñ único perro que ayudó en la recuperación de los veteranos heridos después de la Segunda Guerra Mundial. En un hogar de convalecencia de la Fuerza Aérea en Pawling, Estado Unidos, el personal médico fue testigo del notable efecto que un perro tuvo en un paciente reacio, cambiando por completo su estado mental. Después de eso, trajeron más perros al hospital y finalmente construyeron una perrera en los terrenos para albergarlos a todos.
La tendencia se puso de moda, y de la misma manera que los propietarios patrióticos ofrecían a sus perros como voluntarios para servir con las fuerzas estadounidenses que luchaban en el extranjero, trajeron a sus mascotas para que sirvieran como perros de hospital y así ayudar a los soldados heridos a medida que se recuperaban de sus heridas. En 1947, los civiles habían donado alrededor de 700 perros. En muchos sentidos, estos perros fueron los primeros perros de terapia, cuyas habilidades curativas no solo fueron reconocidas sino también aprovechadas con gran efecto.
Después de que acabara la guerra, Wynne y Smoky continuaron recorriendo los hospitales, aportando su granito de arena a la recuperación de los soldados en casa. Smoky se retiró en 1955 y murió mientras dormía dos años más tarde, en 1957, a la edad de 14 años.
Como Bill Wynne lo recuerda, para los soldados heridos, Smoky era una distracción completa, algo que los alejaba de sus dolencias, algo que podían esperar con feliz anticipación. En su mente, su capacidad para marcar la diferencia era bastante sencilla: «Ella era solo un instrumento de amor».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.