Errores y aciertos del primer debate presidencial televisado de la historia
Kennedy estaba bronceado y descansado. Nixon llevaba un traje del color equivocado. El abc del qué hacer y qué no hacer en los debates ante las cámaras se escribió durante este enfrentamiento político en 1960.
El periodista de la NBC Frank McGee moderó el segundo debate presidencial Kennedy-Nixon desde un estudio de televisión en Washington, D.C. Las preguntas fueron formuladas por un panel de periodistas, de espaldas a las cámaras.
Era la primera vez que dos candidatos a presidente de Estados Unidos se enfrentaban en directo por televisión, y para el joven reportero que acababa de entrar en el mundo de la información televisiva, los dos hombres que debatían en la pantalla parpadeante eran un ejemplo de lo que se debe y no se debe hacer en la pequeña pantalla.
"Yo trabajaba en KHOU, en Houston, y acababa de empezar mi carrera", cuenta Dan Rather; "siempre me habían dicho: 'Lleva un traje oscuro en televisión'. Y allí estaba John F. Kennedy, con un traje oscuro. Richard Nixon, en cambio, llevaba un traje gris claro".
Los dos hombres contrastaban, literalmente: en las pantallas en blanco y negro, Kennedy dominaba sobre un fondo claro, mientras que Nixon parecía fundirse con su entorno.
En las elecciones presidenciales de 2020 se celebraba el 60 aniversario de los históricos debates televisados Kennedy-Nixon, una serie de acontecimientos que han marcado la política estadounidense desde entonces. Incluso antes de la televisión, el carisma de los candidatos siempre había desempeñado un papel en las elecciones, pero fue el cara a cara de 1960, visto por casi 70 millones de personas, el que elevó para siempre el estilo al nivel de la sustancia, y a veces más allá. A partir de ese año, la costumbre tardó más o menos en llegar a distintos países como Alemania (1969, aunque el debate se hace después de las elecciones), Francia (1974), España (1993), Reino Unido (2010).
En 1960, en televisión, el estilo importaba de verdad. Como corresponsal, Rather había sido entrenado "para mirar siempre a la cámara, al salón del espectador", recuerda. Del mismo modo, "Kennedy mantenía la mirada al frente, atrayendo a su audiencia televisiva. Pero Nixon miraba de lado a lado, dirigiéndose a los periodistas en el estudio. El efecto era que Kennedy parecía confiado; Nixon parecía que no quería estar allí".
Rather recuerda haber compartido su impresión inmediata con las otras dos personas que estaban en la emisora esa noche, un ingeniero y un director. "Me volví hacia ellos y les dije: 'No sólo creo que Kennedy podría ganar esto... creo que va a hacerlo'".
Los dos habían estado codo con codo en las encuestas, y Nixon había estado subiendo en los días previos al debate. Pero tras los debates, Kennedy abrió una ventaja de 48 a 43 por ciento, según el encuestador interno de JFK, Lou Harris, "la primera vez que cualquiera de los candidatos había sido capaz de dejar un poco atrás al otro".
La ventaja no duró, pero la lección fue innegable: los debates televisivos tenían un impacto visceral en los votantes. Y eso sigue siendo cierto 64 años después como demuestra la retirada de la carrera presidencial de Joe Biden solo semanas después de un desastroso debate televisivo contra su rival republicano, el expresidente Donald Trump.
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Rivales amistosos
El primer debate entre candidatos presidenciales de 1960 (hay quien habla de un primer debate presidencial en 1956 en el que no participaron los candidatos), televisado el lunes 26 de septiembre desde los estudios de WBBM en Chicago, no fue el primer cara a cara entre Kennedy y Nixon. Ese cara a cara se había producido 13 años antes, en circunstancias muy diferentes y con un resultado muy distinto.
Como estrellas en ascenso de sus respectivos partidos políticos, los congresistas Kennedy y Nixon habían viajado en tren desde Washington, D.C., a Pittsburgh, donde debatieron temas del día en Junto, un club cívico de la ciudad siderúrgica de McKeesport. Los dos discutieron la legislación laboral, algo que que le era más familiar a Nixon, de origen más proletario, que a Kennedy, educado en las universidades más elitistas del país.
"Ese lo ganó", admitió Kennedy ante una multitud cuando volvió a McKeesport ya como presidente; "y pasamos a otras cosas".
El discurso "Checkers" de Nixon en 1952 (bautizado con el nombre de un perro regalado a su hija por un simpatizante político) atrajo a un número récord de telespectadores.
En un acto de civismo tal vez inimaginable hoy en día, "Kennedy y Nixon compartieron un coche cama en el Capital Limited de regreso a D.C.", dice el veterano presentador de MSNBC Chris Matthews, que escribió sobre la pareja en su libro Kennedy & Nixon: The Rivalry That Shaped Postwar America (Kennedy y Nixon: La rivalidad que dio forma a la América de posguerra). "Incluso echaron a suertes quién se quedaría con la litera inferior. Ganó Nixon".
Los dos nunca fueron amigos íntimos, pero sin duda eran amigos, intercambiaban notas y mensajes de felicitación. Kennedy incluso invitó a Nixon a su boda en 1953, una oferta que Nixon, entonces vicepresidente, tuvo que rechazar porque el presidente Eisenhower le había invitado a jugar al golf en California.
Muchas cosas habían cambiado cuando llegó 1960. 13 años antes, en aquel pueblo atrasado de Pensilvania, los dos hombres habían estado en pie de igualdad como congresistas novatos. Ahora Nixon era una figura nacional. Había sustituido al Presidente Eisenhower cuando Ike fue hospitalizado por un ataque al corazón. Se había impuesto en un enfrentamiento verbal con el primer ministro soviético Nikita Jruschov en una exposición en Moscú.
Incluso demostró ser un maestro del nuevo medio televisivo. En 1952, Nixon consiguió una de las mayores audiencias televisivas de todos los tiempos cuando se defendió de las acusaciones de financiación indebida de su campaña en su exitoso discurso "Checkers", llamado así por el cachorro que un simpatizante había regalado a su hija Tricia. "No importa lo que digan de él", había declarado un Nixon casi lloroso; "nos lo vamos a quedar". El discurso causó sensación. El apoyo a Nixon llegó a raudales de todo el país, y las acusaciones se evaporaron.
Kennedy, a pesar de todo su carisma, seguía siendo en 1960 un político regional. Es cierto que el senador de Massachusetts era un héroe de guerra y un mimado de los medios de comunicación que había ganado recientemente el Premio Pulitzer por Perfiles de Coraje, una colección de biografías cortas que habían sido escritas en gran parte por su talentoso escritor de discursos, Ted Sorensen. Pero, a fin de cuentas, necesitaba desesperadamente que los votantes le vieran en pie de igualdad con el vicepresidente en ejercicio. Un debate televisado era el lugar perfecto para ello.
"En retrospectiva, uno diría que Nixon nunca debería haber debatido con JFK ¿en qué estaba pensando?", dice Luke Nichter, profesor de historia de la Universidad A&M de Texas y uno de los principales expertos en las 3432 horas de grabaciones secretas de Nixon en la Casa Blanca.
El candidato a vicepresidente elegido por Nixon, Henry Cabot Lodge (que había perdido su escaño en el Senado a manos de Kennedy en 1952) se opuso firmemente al debate. Argumentó que, a pesar de las ajustadas cifras de las encuestas, Nixon, como vicepresidente, era el claro favorito y, por tanto, tenía poco que ganar y mucho que perder.
"Lodge advirtió a Nixon de que estos actos no solían ser realmente debates, sino competitivas conferencias de prensa", dice Nichter; "pero, como suele ocurrir en política, el ego se apoderó de todo. Era un acontecimiento de gran repercusión, con una audiencia nacional enorme. A cualquier persona de la vida pública le habría resultado muy difícil decir que no".
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Sol, Peggy Lee y una rodilla dolorida
El día del primer debate, JFK (que había pasado gran parte de la semana anterior preparándose con simulacros de contrincantes) tomó el sol, durmió la siesta y escuchó discos de la cantante de los años 50 Peggy Lee. Nixon, que se había puesto al día en la campaña después de pasar tres semanas en el hospital con una rodilla muy inflamada, pasó las horas previas a la aparición más importante de su vida hablando en un acto del sindicato de carpinteros de Chicago y haciendo otras paradas de campaña por la ciudad. Cuando su coche llegó por fin a la cadena de televisión, salió del asiento trasero y se golpeó la rodilla contra el marco de la puerta.
A Kennedy le ofrecieron maquillaje televisivo, y lo rechazó. Al oírlo, Nixon también lo rechazó, olvidando que JFK estaba bronceado y descansado, mientras que él estaba pálido y demacrado por su estancia en el hospital.
Cansado, dolorido, sudoroso y con su perpetua pelusa facial, a pesar de haberse aplicado a última hora un producto para cubrir la barba llamado LazyShave, Nixon recibió una llamada de ánimo por teléfono de Lodge. Temiendo que la dura reputación de Nixon no encajara bien con el buen comportamiento de Kennedy, Lodge aconsejó a su compañero de fórmula que se relajara.
"Borra la imagen de asesino", dijo Lodge.
Mientras tanto, JFK estaba siendo entrenado por su hermano Robert. Según Chris Matthews, "Bobby le dijo: 'Patéale las pelotas".
Hoy en día, cualquiera que vea ese primer debate en YouTube puede ver cómo cada uno se tomó a pecho esas indicaciones de última hora. JFK pasó inmediatamente al ataque, lanzando críticas mordaces a la política exterior de la administración Eisenhower, a pesar de que el tema acordado para el primer debate iban a ser las cuestiones internas. JFK se desenvolvió con soltura y práctica, tan cómodo ante la cámara que parecía más a gusto incluso que el moderador, Howard K. Smith, de la CBS.
Nixon, por otro lado, se hizo el simpático y parecía sorprendentemente diferente a su habitual carácter combativo. "Las cosas que ha dicho el senador Kennedy", empezó, "muchos de nosotros podemos estar de acuerdo". Una y otra vez, encontró formas de encontrar puntos en común con Kennedy y siguió siendo un perfecto caballero. Sonreía torpemente en lo que a veces parecía ser una mueca de dolor, y tal vez lo era, dado el dolor palpitante en la rodilla.
Y, sí, se quedó allí de pie con un traje gris, moviendo los ojos a derecha e izquierda, rompiendo las reglas cardinales de la televisión.
A lo largo de los últimos 60 años ha persistido el mito de que, mientras Kennedy se imponía a Nixon en la televisión aquella noche, los oyentes de radio salieron con la sensación de que Nixon había ganado el debate. La realidad, sin embargo, es más complicada.
Los estudios universitarios sobre las encuestas realizadas inmediatamente después del primer debate no muestran una diferencia clara entre las audiencias, aunque parece que el número de oyentes de radio fue notablemente bajo, ya que los estadounidenses acudieron en masa a sus televisores para presenciar el acontecimiento histórico.
Fatigado por una campaña sin descanso y recuperándose de una dolorosa lesión de rodilla, Richard Nixon no era la imagen de la salud para su primer debate televisado con John F. Kennedy el 26 de septiembre de 1960. Su traje gris también rompió una regla cardinal para aparecer en televisión.
Antes y después del debate, la encuesta Gallup situaba la carrera presidencial prácticamente en empate. Pero a los ojos del público, dice Nichter, el peor temor de Lodge se hizo realidad: "Kennedy pasó de ser un simple senador estar al mismo nivel de un vicepresidente en ejercicio".
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El segundo debate se calienta
La historia recuerda ese primer debate de 1960 como un acontecimiento decisivo, pero sólo fue el primero de cuatro debates entre los dos candidatos. Más de 60 millones de espectadores sintonizaron el segundo debate, que tuvo lugar en los estudios de WRC-TV en Washington, D.C.
"La gente de Kennedy llegó antes del segundo debate y vio que la sala estaba helada, como una cámara frigorífica", dice Matthews, cuya serie Hardball se emitió en los mismos estudios durante más de 20 años. El asesor de prensa de Kennedy corrió al termostato y descubrió que un ayudante de Nixon había bajado la calefacción porque "no quería que su jefe sudara como lo había hecho la primera vez. Así que tuvieron una gran pelea por eso y finalmente el tipo de Kennedy volvió a subir la calefacción".
En realidad no importó. Nixon llegó al segundo debate descansado, sano y con un traje negro muy Kennedyesco. Como se ve en el vídeo de YouTube, esta vez fue el Nixon de siempre: luchador, combativo y seguro de sí mismo. Kennedy también ofrece una actuación enérgica, y cada uno de los combatientes asesta una serie de golpes sólidos.
Probablemente no haya una forma realmente objetiva de medir estas cosas, pero los analistas están de acuerdo en que, mientras Kennedy ganó el primer debate gracias a su habilidad para controlar los procedimientos, Nixon resultó vencedor en el segundo debate y también en el tercero, un evento extraordinariamente complejo que implicó una pantalla dividida con Kennedy debatiendo desde Nueva York, Nixon debatiendo desde California y el moderador de la CBS Bill Shadel desde Chicago.
Cuando se celebró el cuarto debate, desde los estudios de ABC Television en Nueva York, apenas dos semanas antes de las elecciones, los dos candidatos estaban prácticamente empatados: Kennedy con un 51% y Nixon con un 49%. Asimismo, su debate final se consideró un empate.
Quizás no por casualidad, cuanto más mejoraban las actuaciones televisivas de Nixon, más se acercaba a JFK.
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Resultados discutibles
Tras una de las noches electorales más largas de la historia hasta ese momento, Kennedy se impuso por los pelos a Nixon. El recuento oficial dio a JFK una ajustadísima ventaja en votos populares de 112 827 votos, con 303 votos electorales frente a los 219 de Nixon.
Pasarían 16 años antes de que los candidatos presidenciales volvieran a enfrentarse en directo por televisión.
En 1963, JFK y el supuesto candidato republicano Barry Goldwater habían acordado provisionalmente recorrer juntos el país durante las elecciones de 1964. Pero tras el asesinato de Kennedy y la llegada de Lyndon B. Johnson a la Presidencia, Johnson no vio la necesidad de debatir con Goldwater, que estaba muy por detrás en las encuestas. De vuelta a la presidencia en 1968, Nixon (todavía escocido por las críticas de su primer encuentro con JFK) rechazó un debate con Hubert Humphrey. En 1972 iba tan por delante de George McGovern que no se lo pensó dos veces antes de negarse a debatir.
Los debates presidenciales no volvieron hasta que el presidente Gerald Ford se encontró en una reñida carrera contra el gobernador Jimmy Carter en 1976, y han sido un elemento fijo desde entonces. Son una lección cívica cuatrienal esencial, afirma Rather, cuyo reciente libro, Lo que nos une.
Para los que se atrevan a entrar en el debate presidencial, Rather, que moderó un debate presidencial demócrata en 1984, dice que hay algunas lecciones eternas que pueden extraerse de aquel primer encuentro en septiembre de 1960.
"En primer lugar, practica, practica y practica. No hay nada mejor que estar preparado. El presidente Kennedy practicó bastante para el primer debate, mientras que el presidente Nixon no lo hizo".
Cuando Kennedy y Nixon se reunieron para su segundo debate televisado el 7 de octubre de 1960, Nixon se había recuperado totalmente de su hospitalización y llevaba un traje oscuro.
Más allá de eso, dice, los participantes de debates presidenciales harían bien en descansar mucho, prestar atención a las peculiares artes televisivas de la iluminación y el maquillaje, y centrarse en los espectadores en casa, no en la audiencia del estudio.
Por último, Rather añade: "¡Por el amor de Dios, lleva un traje oscuro!".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.