Esto es lo que se encontraron los primeros que llegaron a Jonestown tras la matanza
Algunas de las primeras personas que aterrizaron en Guyana en noviembre de 1978 recuerdan lo que vieron en el lugar donde murieron más de 900 personas.
Tras la muerte de más de 900 personas en Jonestown, Guyana, un equipo militar estadounidense prepara los ataúdes de aluminio que se enviarán a Estados Unidos.
En noviembre de 1978, el sargento de Operaciones Especiales de las Fuerzas Aéreas estadounidenses David Netterville ya acumulaba casi siete años de carrera militar y había completado una misión en Vietnam. Pero nada podía haberle preparado para lo que vio en Jonestown, una comuna dirigida por Jim Jones en los bosques de Guyana.
“Fue algo sin precedentes”, dice Netterville, que concedió su primera entrevista para la docuserie de National Geographic Masacre en la secta: Jonestown [disponible en España en Disney+); “me quedé totalmente impactado por la cantidad de cadáveres que yacían en el suelo”.
Las víctimas habían sido miembros del Templo de los Pueblos, un movimiento religioso que Jones fundó en Estados Unidos. En la década de 1970, Jones los había llevado de California a Guyana, donde construyeron Jonestown. Jones prometió que se convertiría en una utopía. En lugar de eso, Jones les dio la muerte.
El ejército estadounidense recupera cientos de estadounidenses muertos en Jonestown. Más de 400 cadáveres no reclamados fueron enterrados en una fosa común en Oakland, California.
Al llegar a Jonestown el 20 de noviembre, el reportero del Washington Post Charles Krause no percibió inmediatamente la masa de colores en el suelo como un número insondable de cuerpos humanos. "Simplemente parecía confeti que había sido lanzado alrededor", dice; "pero cada uno de esos trozos de confeti era la camisa o el vestido o algo así de una persona muerta".
Sólo dos días antes, el 18 de noviembre de 1978, Jones obligó a muchos miembros de su congregación a consumir un cóctel de cianuro y acabar con sus vidas. Aunque había entrenado a la comunidad para que se preparara para su muerte, hay pruebas de que algunas personas fueron obligadas a consumir el veneno contra su voluntad o de que se les fue inyectado por la fuerza.
Muchos padres, madres, niños, profesores y enfermeras permanecían en el mismo lugar en el que habían caído. Para los primeros intervinientes que llegaron días después de la masacre, fue una escena que nunca olvidarían.
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Recuento de los muertos
Como la población de Jonestown era principalmente estadounidense, las autoridades locales llamaron al ejército de EE. UU. para recabar información. Netterville y su equipo no sabían lo que había ocurrido allí, sólo que el congresista Leo Ryan había sido abatido cerca de la comuna.
Tanto Netterville como Krause recuerdan lo mismo al acercarse al lugar: el inconfundible y espantoso olor a muerte. El olor invadía incluso los helicópteros que se encontraban en las alturas. Como explica Netterville: "Un cuerpo humano es el peor olor que se puede oler. 10 veces peor que una vaca muerta". Para enmascarar el olor en la medida de lo posible, se fabricó una máscara "cortando un pañuelo de una funda de almohada y poniéndole loción Old Spice".
Los cadáveres, que ya atraían a los bichos, se descomponían con el calor y la humedad. "Los cuerpos estaban tan hinchados que [...] era muy difícil distinguir quiénes eran", afirma Krause, que fue uno de los primeros periodistas en llegar a Jonestown tras la masacre.
En Jonestown se encontraron vasos de papel con ponche de frutas con cianuro y un montón de jeringuillas hipodérmicas después de la masacre.
Tracy Parks (izquierda), su hermana Brenda y el novio de Brenda, Chris O'Neal, hablan con la prensa en Georgetown. La familia Parks intentó desertar de la comuna e irse con el diputado Leo Ryan de vuelta a Estados Unidos, pero su madre, Ryan y otros miembros del partido murieron en un tiroteo tras visitar la comuna.
La escena se hizo aún más horrible cuando los primero en llegar se fijaron en los niños, cuyas edades oscilaban entre los bebés y los adolescentes. Netterville recuerda: “Algunas de las personas que murieron estaban agarrando a sus hijos”.
Los animales tampoco se salvaron. Netterville recuerda haber visto cadáveres de perros asesinados. Alguien incluso se había tomado la molestia de disparar a Mr. Muggs, un chimpancé que llegó con el Templo del Pueblo desde California. “No me lo podía creer. ¿Por qué matarían a los animales?”.
Netterville recuerda que su equipo dividió el terreno en secciones y empezó a contar cadáveres, uno tras otro. Inicialmente calcularon 450 cuerpos. Cuando comunicaron el recuento por radio al cuartel general, Netterville recuerda que “no querían creernos... Nos hicieron repetir esa cifra tres veces”.
Por horrible que fuera esa cifra, resultó ser un recuento masivo insuficiente. “No sabíamos que había gente debajo. Estaban unos encima de otros”, recuerda Netterville.
Con cada nuevo descubrimiento, el número de muertos de la masacre de noviembre aumentaba más y más. El total final fue de 918 almas, 909 de las cuales murieron en el lugar.
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Jonestown, congelada en el tiempo
Jonestown, convertida en una ciudad fantasma, exhibe inquietantes vestigios de las últimas y caóticas horas de la comuna: vasos de papel esparcidos por el suelo, jeringuillas esparcidas por las mesas, personas que se aferraban unas a otras mientras les llegaba la muerte.
Se encontró un bidón de 200 litros que contenía un brebaje de color púrpura: un cóctel de cianuro, sedantes y sobres de Flavor-Aid, un refresco en polvo soluble en agua popular en Estados Unidos. Netterville recuerda que el personal militar lo tiró al suelo.
La cabaña de Jim Jones actuaba como una ventana de la forma en que dirigía el Templo del Pueblo. “Allí tenía varias fotos de su familia”, dice Netterville. Había aprovechado su familia interracial para manipular a la prensa y a los miembros de la congregación mientras trataba de esquivar las acusaciones de abusos dentro de la comunidad.
Netterville utilizó una palanca que encontró para abrir una gran caja fuerte en casa de Jones. “Estaba llena de cheques de la seguridad social” de los residentes mayores que contribuían con sus mensualidades a la comuna, recuerda. También había “cajas de pasaportes. [Jones] se llevó los pasaportes para que la gente no pudiera marcharse”.
Larry Layton (C), seguidor del Templo del Pueblo, junto a la policía tras su detención el 18 de noviembre de 1978 por el asesinato a tiros de dos personas en una remota pista de aterrizaje de Guyana. Horas después del tiroteo, cientos de personas murieron en la comuna de Jonestown.
Sin embargo, algunos habían logrado escapar de la muerte en esas últimas horas. Odell Rhodes había visto las primeras fases de la masacre antes de esconderse y huir a un pueblo cercano. Hyacinth Thrash estaba dormida en su cama cuando empezó la matanza, y por eso sobrevivió.
A Tim Carter, otro superviviente, se le encomendó una misión especial justo cuando empezaron las matanzas, el 18 de noviembre. Una de las amantes de Jones le pidió que llevara maletas con dinero a la embajada de la Unión Soviética en Georgetown.
La misión permitió a Carter salir con vida de Jonestown, no sin antes ver morir a su mujer y a su bebé. "Después de aquello, estaba más allá incluso de pensar. Todo lo que oía en mi cerebro era: 'No puedes morir, no puedes morir, no puedes morir, debes vivir, debes vivir, debes vivir".
Los que no sobrevivieron abandonaron Jonestown en bolsas para cadáveres. Algunos fueron reclamados por sus familias y enterrados en privado. Los 409 restantes fueron enterrados en una fosa común en Oakland, California.
Aunque el trabajo de los enviados había terminado, el acto de presenciar el horror de Jonestown dejó huella. Después de utilizar Old Spice para enmascarar el hedor de la muerte, el aroma aún persigue a Netterville. "Ya no uso [Old Spice]. No soporto su olor nunca más".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.