La misión secreta más loca de la Guerra Civil estadounidense estuvo condenada desde el minuto uno
La gran persecución en locomotora de 1862 es una nota al pie de la historia de Estados Unidos que parece sacada de una película (a pesar de que el fracaso fue estrepitoso).
Durante la Guerra Civil estadounidense, un grupo de soldados de la Unión se apoderó de un tren y lo condujo hacia el bastión confederado de Chattanooga, Tennessee, destrozando las vías férreas por el camino. Esta litografía representa la heroica misión que hoy se conoce como la Litografía de la Gran persecución en locomotora o la Incursión de Andrews.
Cuando George Davenport Wilson y Philip Gephardt Shadrach se ofrecieron voluntarios para una misión secreta en la Guerra Civil en 1862, sabían que iba a ser peligrosa.
Los soldados de la Unión formaban parte de las casi dos docenas de agentes encargados de escabullirse tras las líneas enemigas para apoderarse de una locomotora que luego conducirían hasta el bastión rebelde de Chattanooga, Tennessee, destrozando líneas ferroviarias, cortando cables telegráficos y quemando puentes a su paso.
Todas las probabilidades estaban en su contra: podían ser tiroteados por las fuerzas confederadas que trataban de impedir la destrucción de la infraestructura sureña. Y si eran capturados, lo más probable era que los voluntarios de la Unión fueran ejecutados como espías, ya que iban vestidos de paisano.
Conocida hoy como la gran persecución en locomotora, esta peligrosa misión pasaría a la historia del ejército estadounidense como una de las misiones primigenias de las llamadas Operaciones Especiales. Sus participantes se convertirían en los primeros galardonados con la recién creada Medalla de Honor para los militares que van “más allá de la llamada del deber”.
Excepto Wilson y Shadrach. Por razones desconocidas, éstos fueron pasados por alto hasta este verano, cuando sus descendientes recibieron finalmente las Medallas de Honor en una ceremonia celebrada en la Casa Blanca.
Pero aunque los hombres que participaron en la gran persecución en locomotora han pasado a la historia como héroes, su misión no fue todo lo exitosa que esperaban. “Parecía mucho mejor sobre el papel que sobre el terreno”, declaró más tarde William J. Knight, uno de los voluntarios.
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Reuniendo al escuadrón
“Se trata de una historia de guerra, pero también de una gran historia de aventuras”, afirma Russell S. Bonds, autor en 2006 de Stealing the General: The Great Locomotive Chase and the First Medal of Honor, [Robando la General: la gran persecución en locomotora y la primera Medalla de Honor] de 2006. “Para mí, es El gran robo del tren, La gran evasión y La docena sucia, todo en uno”.
El plan fue concebido por el explorador civil y espía de la Unión James J. Andrews como parte de un plan más amplio para capturar Chattanooga, lo que dividiría al Sur en dos y podría poner fin a la guerra antes de tiempo. Dado que este importante nudo ferroviario podía reforzarse fácilmente desde Atlanta, era importante cortar las líneas de ferrocarril para impedir la llegada de más tropas confederadas.
Andrews acababa de regresar del Sur tras un intento anterior de secuestrar una locomotora de vapor, que fue abortado al no llegar el maquinista. Para la segunda operación, seleccionó a un civil y 22 soldados, ahora conocidos como los Asaltantes de Andrews, varios de los cuales sabían cómo manejar un tren.
Ninguno de los hombres de la primera misión aceptó ir esta vez. Cuando uno de ellos oyó hablar del segundo intento, contestó: “(Andrews) hará el tonto con ese plan hasta que lo ahorquen”.
A pesar de los peligros, los voluntarios se mostraron entusiasmados. El cabo William Pittenger admitió estar “cansado ... de la aburrida monotonía de la vida en el ejército” y quería hacer algo “ambicioso y patriótico”. En su libro de 1889, escribió: “Si era posible hacer más por el país con un poco más de riesgo, yo estaba más que dispuesto a asumirlo.”
Andrews fue franco sobre los peligros de la misión: “Pronto entraréis en nuestro peligroso deber, pero al primer hombre que se emborrache o se acobarde lo más mínimo, lo mataré a tiros en el acto; vuestro objetivo debe cumplirse o tendréis que dejar vuestros huesos en Dixie”.
Mientras los Raiders de Andrews se ponían a punto para su misión, el General de la Unión Ormsby Mitchel preparaba a sus 10 000 hombres del Ejército del Ohio para la batalla en Chattanooga.
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Una misión condenada al fracaso
En pequeños pelotones, los voluntarios se dirigieron en secreto a la ciudad de Big Shanty (actual Kennesaw), en Georgia, a unos 150 kilómetros al sur de Chattanooga. Hacia las 5 de la mañana del 12 de abril, Andrews y 20 asaltantes abordaron una locomotora apodada la General, desacoplando los vagones de pasajeros pero conservando la carbonera y tres vagones de mercancías.
A unos 22 kilómetros al norte de Big Shanty, la General se detuvo en una fábrica de hierro. Allí, en un apartadero, Knight vio otra locomotora, Yonah, con el vapor levantado y lista para arrancar.
“Deberíamos inutilizarla y quemar el puente”, le dijo a Andrews, que descartó la idea. Fue un gran error. Momentos después de que los yanquis partieran, los perseguidores confederados llegaron en un vagón de mano y luego siguieron en persecución en la locomotora que los esperaba.
Los trenes corrieron a velocidades de vértigo durante los siguientes 144 kilómetros de vía recta. Por el camino, los Asaltantes de Andrews evitaron ser capturados engañando a los agentes sureños en cada estación y parada de repostaje, afirmando que llevaban suministros de socorro para las fuerzas confederadas.
Sin embargo, los agentes de la Unión tuvieron dificultades para llevar a cabo el resto de sus objetivos. Las fuertes lluvias habían empapado los caballetes de madera de los puentes por los que pasaron, haciendo imposible prenderles fuego. Carecían tanto de equipo como de tiempo para destruir las líneas telegráficas y las vías férreas. De hecho, casi no tenían entrenamiento para las peligrosas tareas que les habían sido asignadas.
“No tenían herramientas, pocas armas y poca idea de lo que se esperaba de ellos”, dice Shane Makowicki, director de estudios históricos del Centro de Historia Militar del Ejército de Estados Unidos. “Hoy en día, los equipos de Operaciones Especiales se someten a un entrenamiento exhaustivo durante semanas o meses antes de comenzar una misión”.
Como no podía ser de otro modo, llegó el final para los Raiders de Andrews. Se quedaron sin madera y agua para alimentar la locomotora a unos 29 kilómetros de Chattanooga, y se dispersaron por el campo. Mientras tanto, el general Mitchel y el Ejército del Ohio fueron incapaces de tomar la ciudad rebelde, dejando a los hombres de la Unión varados.
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Un legado duradero
“En los estudios sobre la Guerra Civil, la gran persecución en locomotora suele considerarse una nota a pie de página porque fue un fracaso”, afirma Makowicki. Tal vez fuese así, pero la audacia de la misión y la emoción del viaje en tren han dejado un impacto cultural que aún resuena más de 160 años después. Películas, libros y mucho más siguen captando hoy el interés del público.
Todos los hombres que habían tomado el tren fueron capturados al cabo de dos semanas. Fueron declarados culpables por consejos de guerra confederados como espías y sentenciados “a ser colgados inmediatamente del cuello hasta morir”.
Andrews fue ejecutado el 7 de junio de 1862. Otros siete hombres fueron colgados 11 días después. “Estamos aquí para morir como soldados de la Unión, que se comprometieron a hacer en un día lo que al país le habría costado millones de dólares y miles de vidas durante años”, anunció proféticamente Wilson desde la horca.
En lugar de esperar su destino, los asaltantes que quedaban por capturar escaparon. Ocho lograron regresar a las líneas de la Unión. Seis fueron recapturados, pero finalmente fueron puestos en libertad condicional en un intercambio de prisioneros.
El 25 de marzo de 1863, seis de los asaltantes se reunieron con el Secretario de Guerra Edwin Stanton en Washington, D.C. Este les entregó la Medalla de Honor, que había sido aprobada recientemente por el Congreso. A continuación, los hombres fueron conducidos a la Casa Blanca, donde estrecharon la mano del Presidente Abraham Lincoln. “Nos despedimos de él, sumamente orgullosos del honor que el hombre más grande de la nación (o del mundo) nos había concedido”, escribió Pittenger más tarde.
A lo largo de las décadas, todos los Andrews Raiders recibieron Medallas de Honor. Pero, ¿por qué tardaron tanto Wilson y Shadrach?
“Nadie sabe a ciencia cierta por qué. Al principio, la Medalla de Honor se concedía normalmente después de que alguien abogara por el hombre. En el caso de Wilson y Shadrach, parece que nadie habló en su favor”, dice Bonds.
Ese error se corrigió el 3 de julio, cuando el Presidente Joe Biden entregó las Medallas de Honor a los descendientes de los dos hombres en una ceremonia celebrada en la Casa Blanca.
Algunos miembros del equipo siguen sin ser reconocidos: Andrews y su compañero civil William Campbell no pueden optar a las condecoraciones del Ejército. Algunos historiadores creen que deberían recibir la Medalla Presidencial de la Libertad por sus sacrificios, a pesar de la mala planificación y las oportunidades perdidas que condujeron a tan trágico fracaso.
“Fue una idea muy audaz y magistral que se echó a perder por una ejecución chapucera”, afirma Bonds. Muchos acontecimientos conspiraron contra ellos, como el clima, la presión desde arriba y la mala suerte. La emprendieron granjeros, mecánicos y carpinteros de Ohio que no tenían conocimiento suficiente como para asustarse. “Demostró cómo pequeñas unidades pueden tener un gran impacto en un teatro de guerra”.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.