La increíble historia de por qué un grupo de castores fue lanzado en paracaídas en los 40 en Estados Unidos
Castores en cajas de madera son lanzados en paracaídas desde un avión a la cuenca de Chamberlain (Idaho, Estados Unidos) en 1948.
Sharon Clark estaba realizando sus tareas cotidianas como historiadora en el Departamento de Pesca y Caza de Idaho, en 2014, cuando sonó el teléfono.
“Lo he encontrado”, dijo conspiradoramente la voz al otro lado.
“¿Has encontrado qué?”, preguntó Clark, reconociendo la voz de Michal Davidson, una archivera de colecciones que trabajaba en los Archivos Estatales de Idaho.
“La película del castor”, respondió ella.
Habían pasado seis años desde que Clark se enteró de la existencia de esta película, ahora infame, que muestra castores siendo lanzados en paracaídas desde el cielo en 1948 como parte de un experimento del Departamento de Caza y Pesca de los Estados Unidos para reubicarlos en zonas salvajes remotas. Estaba impaciente por proyectarla.
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Un arduo viaje
Hoy en día, los rinocerontes negros son anestesiados y colgados de helicópteros por las patas, rozando la sabana mientras son trasladados a nuevos lugares para ayudar a repoblar la especie, y a las cabras montesas se les vendan los ojos y se las sujeta con eslingas colgantes para trasladarlas a nuevas zonas de pastoreo y evitar la destrucción de los frágiles entornos alpinos por el sobrepastoreo. Incluso se lanzan peces desde aviones para repoblar lagos. Sin embargo, en 1948 (e incluso ahora) la idea de trasladar castores lanzando cajas desde un avión con paracaídas era insólita.
Pero estamos hablando de una época en la que a los gestores de la fauna salvaje de Idaho no les quedó otra: no sabían qué más podían hacer para solucionar el problema de los castores. La gente estaba emigrando de las ciudades a las zonas rurales del suroeste del estado en busca de aire fresco y naturaleza, y se encontraban con que muchas de esas regiones ya estaban pobladas por castores. Los nuevos residentes no tardaron en protestar y en presentar las primeras quejas: los castores tenían la costumbre de talar árboles y construir presas, llegando a veces incluso a inundar patios y dañar sistemas de riego, huertos y alcantarillas.
El Departamento de Caza y Pesca reconoció el valor de estos animales como importantes ingenieros del ecosistema. Los castores crean y mantienen humedales, mejoran la calidad del agua, reducen la erosión y crean hábitats para la caza, los peces, las aves acuáticas y las plantas. También ayudan a estabilizar el suministro de agua para los seres humanos. En lugar de exterminarlos, el Departamento decidió trasladar a todos los 76 ejemplares de la región.
En aquella época, el proceso de reubicación de castores por tierra era "arduo, prolongado, caro y provocaba una elevada mortalidad", escribió Elmo W. Heter, empleado del Departamento de Caza y Pesca de Idaho, en un artículo titulado Transplanting Beaver by Airplane and Parachute [Reubicación de castores en avión y paracaídas], publicado en el Journal of Wildlife Management en abril de 1950.
Pero era necesario. Y no sólo en Idaho, que llevaba desde los años 30 trasladando a los castores molestos lejos de las zonas ocupadas por el hombre. En toda Norteamérica había decenas de millones de castores, pero la caza excesiva para la industria peletera redujo su número a sólo 100 000 ejemplares en 1900. Sin embargo, cuando la comunidad científica se dio cuenta de la importancia de esta especie para la salud de los ecosistemas fluviales y ribereños (y del daño que sufrían esos hábitats en su ausencia), la reintroducción y protección del castor se convirtió en una prioridad.
Para reubicar a los castores, los tramperos los capturaban, los cargaban en un camión y los entregaban a un agente de conservación. Tras pasar la noche, los animales se subían a otro camión y se transportaban hasta el final de la carretera más cercana al lugar elegido para la reubicación. A continuación, los castores encajonados eran atados a caballos o mulas para la última etapa de su viaje.
Intolerantes al calor del sol, los castores necesitaban que se les refrescara y regara constantemente; a menudo estaban tan estresados que se negaban a comer. "Los individuos más viejos a menudo se volvían peligrosamente beligerantes", señalaba Heter en su artículo. "Los viajes duros en animales de carga son muy difíciles para ellos. Los caballos y las mulas se vuelven asustadizos y pendencieros cuando van cargados con un par de castores vivos que luchan y huelen mal".
Estaba claro que se necesitaba otro medio de transporte.
La translocación puede ser estresante y potencialmente peligrosa para cualquier animal, dice D.J. Schubert, biólogo de fauna salvaje del Instituto de Bienestar Animal, una organización sin ánimo de lucro, así que para que el proceso sea más seguro, los científicos han acabado probando algunos métodos creativos: colgar a los rinocerontes boca abajo, por ejemplo, quita presión a sus órganos.
Heter se puso manos a la obra y estudió cómo transportar castores de forma segura, rápida y asequible desde la región de McCall y Payette Lake, en el suroeste de Idaho, hasta Chamberlain Basin, en la cordillera Sawtooth de Idaho central, ahora llamada Frank Church-River of No Return Wilderness Area.
Finalmente, se le ocurrió una idea singular: atar cajas de castores a paracaídas de la Segunda Guerra Mundial y lanzarlos desde una avioneta.
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Ensayo y error
El reto de Heter era diseñar una caja que pudiera contener dos castores de forma segura para el transporte y que se abriera en cuanto el paquete aterrizara. Heter probó un prototipo fabricado con mimbre, pensando que los castores podrían roerlo fácilmente para liberarse. Pero abandonó la idea al darse cuenta de que los animales podrían ponerse a masticar hasta salir despedidos en pleno vuelo.
Después de experimentar con otras configuraciones de cajas (que primero probó vacías y luego, en varias ocasiones, con un castor mayor llamado Gerónimo), Heter se decidió por un diseño que incluía dos cajas de madera sin tapa encajadas y articuladas, como una maleta, cada una ventilada con agujeros perforados de unos 2,5 centímetros. Una intrincada cuerda mantenía el conjunto unido hasta que la caja aterrizaba, el paracaídas se desplomaba y las bisagras se abrían.
Agentes del Departamento de Caza y Pesca de Idaho cargan un castor en una caja de madera antes de subirlo a un avión y dejarlo en el interior de Idaho.
Heter realizó varias pruebas para determinar la mejor altitud para dejar caer castores en las praderas seleccionadas. El piloto debía evitar los árboles, estar lo bastante bajo para ser preciso y lo bastante alto para que se abriera el paracaídas. La altura ideal, según aprendió su equipo, estaba entre los 150 y los 240 metros.
“Cada vez que [Gerónimo] salía de la caja, había alguien para recogerle. ¡Pobrecito!”. Heter escribió en su despacho, describiendo estas pruebas. “Al final se resignaba y, en cuanto nos acercábamos, volvía a meterse en su caja listo para volver a volar”.
Puede que la caída libre de los castores no sea lo ideal, pero las pruebas demostraron que reduciría el tiempo que los castores pasaban en las cajas y tendría una tasa de supervivencia mayor que viajar por tierra.
“Colocar a los castores en cajas y lanzarlos en paracaídas a zonas naturales puede haber sido el mejor método disponible”, afirma Schubert. Aun así, “probablemente comprometió el bienestar de los castores”. La directora senior de PETA, Stephanie Bell, calificó de cruel el lanzamiento en paracaídas.
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Misión cumplida
El sol brillaba con fuerza la mañana de la primera gran suelta de castores, el 14 de agosto de 1948, cuando ocho cajas de castores fueron cargadas en un Beechcraft Travel Air bimotor, junto a un piloto y un oficial de conservación. En los días siguientes, 76 castores cayeron en paracaídas en praderas salvajes.
La operación se desarrolló casi sin contratiempos: en una de las primeras caídas, se rompió una correa que sujetaba una caja y un castor sacó la cabeza por una pequeña abertura y se encaramó a su transportín de madera. Durante unos instantes, estuvo surfeando las corrientes de aire de Idaho.
“Si se hubiera quedado donde estaba, todo habría ido bien pero por alguna razón inexplicable, cuando la caja estaba a menos de 75 pies del suelo [22 metros], saltó o cayó de la caja”, escribio Heter.
No sobrevivió, y fue la única baja del proyecto.
En cuanto a Geronimo, Heter informo de que tenía “reserva prioritaria en el primer barco que llegara al interior”, acompañado de un harén de tres hembras jóvenes.
El Departamento de Caza y Pesca de Idaho consideró un éxito el proyecto del castor. Cada lanzamiento costaba a los contribuyentes sólo siete dólares por castor, y senderistas, ganaderos y guardas forestales devolvían la mayoría de los paracaídas para reutilizarlos. A los pocos meses de su llegada, los castores estaban completando presas y en vías de establecer colonias.
A la pregunta de si el proyecto se repetiría alguna vez, Roger Phillips, portavoz del departamento, dice que podría, pero que probablemente no: “Seguimos utilizando mucho las aeronaves en el interior de los bosques, pero los helicópteros son [ahora] la aeronave preferida para este tipo de trabajo y no requerirían paracaidismo”.
También hay nuevas formas de evitar que las presas de castores provoquen inundaciones, dice Bell de PETA, de modo que los animales no tengan que ser reubicados tan a menudo. Hoy en día, los esfuerzos para controlar las poblaciones de castores incluyen dispositivos para evitar las inundaciones, llamados “deflectores de castores”, que permiten que el agua fluya y que los castores llamen a una masa de agua su hogar”, dice. “Hemos avanzado mucho desde los años 40”, añade.
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En tenaz persecución
La historia de los castores paracaidistas habría permanecido desconocida para el público de no ser por la curiosidad de Sharon Clark. Unas cinco décadas después de las aventuras de Heter, estaba comiendo con un antiguo trampero llamado Roger Williams, que había trabajado para el Departamento de Caza y Pesca en los años 50. “Estábamos charlando, como de costumbre, cuando me preguntó casualmente si había oído hablar del castor paracaidista”, recordaba recientemente.
Clark se rió, suponiendo que el jubilado bromeaba.
“Me enseñó un par de artículos de noticias antiguas y le dije: '¡Esto es una locura!”. Williams dijo que incluso había pruebas fílmicas del experimento: un breve documental titulado Fur for the Future [Pieles para el futuro].
“¿Dónde está? preguntó Clark.
“Nadie lo sabe”, respondió.
Clark, que lleva 33 años trabajando para el Departamento de Caza y Pesca, estaba decidida a desenterrar esas imágenes: “Era la historia más fascinante que había oído nunca. Tenía que encontrarla”.
Llamó por teléfono a los archivos estatales y cada seis meses comprobaba si la película había aparecido. Finalmente, en 2014, recibió la llamada.
El documental estaba mal etiquetado y archivado. La película estaba seca y a la archivera le preocupaba que se deshiciera al sacarla de la lata. Tuvieron que esperar varios meses hasta que un experto digitalizara la película para poder verla.
“La cogimos y la vimos en los archivos, y todos nos reímos”, cuenta Clark. “Recuerdo que pensé que era genial para enviarlo internamente a nuestra agencia, y luego alguien se lo pasó a una agencia de noticias local. Y simplemente explotó”. Publicado en YouTube en octubre de 2015, el clip tiene ahora más de medio millón de visitas.
El lanzamiento de castores de 1948 pudo haber sido un momento confuso (o peor) para los bichos que surcaban el cielo, pero probablemente será recordada como una de las operaciones más ingeniosas y extrañas que un departamento de pesca y caza haya llevado a cabo jamás.
“Fue muy divertido desenterrar la película y compartirla con el público. Me siento detrás de un escritorio, ya sabes, y hago otras cosas geniales. Pero esa cinta... es otra cosa”, añade Clark.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.