Brujería, una práctica que sigue siendo peligrosa
La caza de brujas, lejos de ser un fenómeno medieval exclusivo de Europa, persiste hoy en diversas culturas, con graves consecuencias especialmente para mujeres vulnerables
La brujería y las brujas siguen estando asociadas a una connotación negativa. Las prácticas rituales que divergían de la fe mayoritaria han tenido mala reputación en muchos sitios y en distintas épocas, pero, al contrario de lo que se mucha gente piensa, la persecución de la brujería no es un fenómeno que se circunscriba a las sociedades europeas de la Edad Media y la Edad Moderna.
En realidad, la brujería es una práctica que ha estado presente en diferentes culturas y continentes que, con sus respectivas variaciones locales, desde tiempos inmemorables, sorprendentemente, se extienden hasta la actualidad en algunas regiones. Las brujas, por su parte, como protagonistas de estas prácticas también han tenido una extensa y variada historia reputacional dependiendo de la fecha y el contexto cultural en la que vivían.
(Relacionado: Estas 5 brujas mitológicas que provocaron pavor)
La brujería de antaño y su diversidad en Europa y Estados Unidos
Si bien la caza de brujas en Europa tuvo su punto más álgido entre los siglos XV y XVII, no fue un fenómeno uniforme en todo el continente. Un mito común es que la Inquisición española fue uno de los principales organismos responsables de la condena y persecución de las brujas. Sin embargo, esta creencia no refleja la realidad histórica.
En España, los tribunales inquisitoriales no solían condenar a las brujas, ya que no consideraban que la brujería tuviera una base sólida y, en muchos casos, actuaron como verdaderos jueces frenando las acusaciones populares que, a menudo impulsadas por la superstición, llevaron a cabo las denuncias y persecuciones de brujas en España.
En otras partes de Europa, como en la Escocia de Jacobo I o en los principados católicos de Alemania, los líderes religiosos sí desempeñaron un papel importante en la persecución de la brujería. En estos casos, la Iglesia proporcionó el marco teórico y moral que legitimó la caza de brujas. La demonización de los condenados, en su mayor parte mujeres, y con pocos recursos, así como la asociación de la brujería con fuerzas diabólicas, se consolidaron en tratados demonológicos escritos principalmente por teólogos y religiosos. Textos como el Malleus Maleficarum (1487) fueron fundamentales en difundir la idea de que las mujeres eran particularmente susceptibles a la influencia demoníaca.
En el Nuevo Mundo, el caso más emblemático de persecución de brujas fue el de los juicios de Salem (actual Estados Unidos), que tuvieron lugar en la colonia de Massachusetts en 1692. Este episodio histórico refleja cómo la histeria colectiva, unida a una fuerte creencia en lo sobrenatural, condujo a la muerte de numerosas personas, principalmente mujeres, acusadas de brujería. Los juicios de Salem marcaron el principio del fin de una era de caza de brujas en el Nuevo Mundo, aunque su impacto dejó una profunda huella en la historia cultural del país.
(Relacionado: Llega octubre y Salem pasa a ser la capital del miedo)
Ser bruja sigue siendo una actividad de riesgo
Lo que resulta verdaderamente preocupante es que la caza de brujas no es simplemente un fenómeno del pasado. Hoy en día, esta práctica sigue vigente en muchas partes del mundo, especialmente en países del África subsahariana, el Caribe y Centroamérica. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó una resolución de su Asamblea General en la que alertaba sobre las "prácticas nocivas relacionadas con acusaciones de brujería" y los ataques a rituales que continúan afectando a miles de personas, particularmente mujeres de bajos recursos o avanzada edad, normalmente solteras o viudas.
En Papúa Nueva Guinea, por ejemplo, las acusaciones de brujería siguen siendo motivo de tortura y asesinato. A pesar de los esfuerzos de organizaciones como la ONU y la Unión Europea, que han promovido iniciativas como la Iniciativa Spotlight para proteger a los defensores de derechos humanos, la realidad es que ayudar a las sobrevivientes de violencia relacionada con la brujería puede poner en peligro incluso la vida de aquellos que intentan defenderlas. Según informes de la organización, se documentan anualmente un promedio de 388 casos de violencia en cuatro provincias de las Tierras Altas de Papúa Nueva Guinea, aunque se cree que el número real de víctimas es mucho mayor debido al temor a las represalias.
El fenómeno no se limita a Papúa Nueva Guinea. En Tanzania, por ejemplo, entre 500 y 1000 personas, en su mayoría mujeres, son acusadas de brujería cada año y muchas de ellas son asesinadas, quemadas vivas o mutiladas. El caso de Tanzania es especialmente preocupante debido a la prevalencia de estas prácticas en diversas regiones del país, donde la falta de intervención efectiva por parte de las autoridades perpetúa la violencia.
La brujería en el siglo XXI, entre la polémica y el miedo
En España, aunque la caza de brujas es cosa del pasado, aún persisten prácticas relacionadas con la brujería y algunas siguen siendo polémicas y motivos de debate. Posiblemente, la más conocida sea la santería, que genera en muchas ocasiones situaciones de abuso y dependencia además de ser un negocio que mueve mucho dinero.
Los santeros, personas que anuncian sus servicios alegando que son capaces de realizar ritos para resolver problemas, a menudo crean relaciones de poder con sus clientes que pueden conducir a una dependencia económica y emocional, cobrando cada vez sumas mayores por sus rituales. Esta dependencia se convierte en una forma de control psicológico sobre los individuos que buscan soluciones a sus problemas mediante prácticas esotéricas.
La caza de brujas, aunque parece ser cosa del pasado, sigue siendo una práctica vigente en diversas regiones del mundo. Aunque ya no se hacen enormes piras públicas en el centro de las ciudades y las motivaciones detrás de estas persecuciones han cambiado, la violencia, el miedo y la indefensión que sufren las "brujas" continúan siendo alarmantes. A pesar de las medidas de las organizaciones mundiales para combatir estas prácticas, aún queda un largo camino por recorrer para erradicar por completo esta forma de violencia en contra de las mujeres y otras poblaciones vulnerables.