Por qué fracasan los golpes de Estado
Cuando los golpistas fallan: el 23-F, la falta de consenso, las movilizaciones y las democracias que resisten.
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Los manifestantes se congregan en el centro de Rangún el 8 de febrero de 2021 para protestar contra el golpe militar una semana antes.
A las 18:22 del 23 de febrero de 1981, el Congreso español votaba tranquilamente un nuevo presidente. Un minuto después, un estruendo de disparos llenaba la sala. El teniente coronel Antonio Tejero irrumpió con 200 guardias civiles en el hemiciclo. En las siguientes horas, mientras los tanques del general Milans del Bosch tomaban Valencia, España permanecía paralizada: la radio lo transmitía en directo y los fotoperiodistas escondían carretes que pasarían a la posteridad. A la una de la madrugada, el rey Juan Carlos I aparecía en televisión para pedir calma. Mientras tanto, las balas incrustadas en el techo del Congreso —y los relatos de aquella noche— quedarían como recordatorios de lo frágil que puede ser la democracia.
El doctor en Estudios Culturales e investigador en historia política de América Latina, Felipe Victoriano, explica a National Geographic que "un golpe de Estado es un acto destinado a movilizar fuerzas de diversa índole, con el objeto de la toma total del poder del Estado y su aparato administrativo para instaurar un proceso general de gobierno basado en la suspensión de las garantías constitucionales de manera indefinida (estado de excepción, de emergencia, ley marcial, etc.)”.
The New York Times analiza que un golpe exitoso cuenta con tres elementos: “confianza, consenso popular y una sensación de inevitabilidad”. El líder debe hacer creer a las élites que resistirse es inútil.
¿Pero por qué fracasan? La historia nos ofrece muchos ejemplos, desde la conspiración de Harmodio y Aristogitón en Atenas (514 a.C.) hasta el intento de las Fuerzas Armadas de Bolivia en mayo de 2024. El recorrido de la humanidad está marcado por estos fracasos y el 23-F destaca como un caso ejemplar al contar con varios fallos.
El estudio Fallido golpe de Estado de España, publicado por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, explica cómo los golpistas del 23-F actuaron con “una ideología concreta” y sin “análisis de las causas” que los llevaron al levantamiento. Fueron “instrumentalizados por la ultraderecha”, que los embaucó con los mitos de “patria, nación y justicia”.
Movilización social
El 27 de febrero del año 1981, cuatro días después del intento del golpe de Estado, se convocaron en ciudades de toda España manifestaciones multitudinarias en apoyo a la democracia. Sin embargo, el escritor Javier Cercas en Anatomía de un instante expresa que la respuesta inmediata de la gente fue el silencio:
“Nadie ofreció la menor resistencia al golpe y todo el mundo acogió el secuestro del Congreso y la toma de Valencia por los tanques con humores que variaban desde el terror a la euforia pasando por la apatía, pero con idéntica pasividad”.
En la historia de los golpes fallidos, el 23-F y el intento contra el último líder de la Unión Soviética, Mikhaïl Gorbachov, representan dos historias distintas de resistencia ciudadana. El día 18 de agosto de 1991, un grupo formado por miembros conservadores del Partido Comunista intentó tomar el poder para suspender las reformas de Gorbachov y restaurar el orden comunista ante la situación de que se disolviera la URSS. Los acontecimientos dominaron la primera página de The New York Times. Los golpistas pusieron a Gorbachov bajo arresto domiciliario en Crimea, declararon el estado de emergencia, enviaron tanques a Moscú, intentaron controlar los medios de comunicación y afirmaron que el líder soviético estaba enfermo e incapacitado para gobernar. En Moscú miles de ciudadanos salieron a las calles para frenar el golpe. Se concentraron frente al Parlamento ruso, construyeron barricadas y formaron cordones humanos para impedir el avance de los tanques.
El historiador Serhii Plokhy describe la escena en su obra The Last Empire: The Final Days of the Soviet Union [El último imperio: los días finales de la Unión Soviética]: "Al caer la noche sobre la ciudad, unas 15 000 personas rodeaban el edificio. [...] Crearon cordones humanos con los brazos entrelazados."
La movilización civil, sumada a la resistencia del presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (la república más grande dentro de la URSS), Boris Yeltsin, y la división en el Ejército, hizo colapsar el golpe en apenas tres días. Fue una demostración de que, cuando la gente toma las calles, puede ser un factor clave en los golpes que han acabado fracasando.
En España, Tejero buscó controlar la maquinaria estatal: los edificios parlamentarios, las torres de transmisión y las instalaciones militares. Victoriano expresa que un golpe solo se consuma si "constituye un momento fundacional o instituyente de una dictadura". Si no lo logra, es solo una escena vacía. En el siglo XX, los golpes se volvieron cada vez más teatrales, con "sobre equipamiento en medios de comunicación de masas”, expresa el investigador. Por ende, la toma del parlamento o el despliegue militar en las calles no sería suficiente. “El fracaso de un golpe (como fue el 23F) se debe a que perdura sin contenido, como una escena fallida, una performance hueca e infeliz”, comenta Victoriano.
Intervenir la prensa
El control de los medios de comunicación es otro patrón recurrente en los golpes de Estado modernos, tanto fallidos como exitosos, a lo largo de la historia y en diversos países del mundo. Como analiza el teórico de la comunicación Francisco Sierra Caballero en su estudio Golpes mediáticos. Teoría y análisis de casos en América Latina, los medios de comunicación “pueden dinamitar los poderes constitucionales populares, incomodando al capital mundial y a sus representantes nacionales”.
En el 23-F, los golpistas tomaron la sede de RTVE con la intención de imponer su relato. Sin embargo, la respuesta mediática no fue uniforme. Mientras la televisión pública quedó bajo control militar, emisoras como la Cadena SER mantuvieron la retransmisión en directo desde el Congreso, frustrando el control informativo. Este acontecimiento, conocido como la "noche de los transistores", resultó clave para desafiar la narrativa del golpe. Como analizan Samuel García-Gil y Pablo Berdón-Prieto en un estudio, la radio española experimentó un salto de relevancia social e informativa entre los días 23 y 24 de febrero de 1981.
Algo parecido ocurrió en Turquía en julio de 2016, según el catedrático Henri J. Barkey, los aspirantes a usurpadores intentaron someter a la prensa del país. Al menos 45 diarios y 16 canales de televisión, acusados de estar vinculados al clérigo Fethullah Gülen, fueron cerrados. El País informaba cómo su presidente, Recep Tayyip Erdogan, lejos de Ankara, usó FaceTime en CNN Türk para llamar a la población a salir a las calles. El resultado: Más de 250 muertos y miles de heridos. Erdogan respondió con purgas: militares, jueces, periodistas y académicos fueron encarcelados. El golpe falló y Erdogan se acabaría consolidando en el poder, gracias, en parte, a los canales informativos que permanecieron independientes y a la movilización social, como anticipaba Barkey.
El analista internacional Joel Foyth comenta a National Geographic una perspectiva particular sobre los acontecimientos en Turquía.
"Muchos afirman que Erdogan sabía que le iban a hacer el golpe —servicios de inteligencia rusos le habrían avisado— pero en cierto sentido lo 'dejó hacer' porque podía controlarlo", sostiene Foyth.
El experto señala que las consecuencias políticas favorecieron al mandatario turco: "Con posterioridad, su popularidad aumentó mucho y fue la excusa perfecta para aumentar el autoritarismo y el control sobre la esfera política del país". Sin embargo, Foyth advierte sobre los riesgos de extrapolar este caso a otras situaciones similares. "Esto se limita a este caso, y probablemente no podemos hacer una regla para aplicar a otros intentos", explica, argumentando que "cada intento de golpe ocurre en períodos históricos y contextos completamente diferentes".
El declive de los golpes en la era moderna y su ‘evitabilidad’
El politólogo Aníbal Pérez-Liñán señala en un informe que antes de 1977 el “73% de las crisis presidenciales resultaban en rupturas del régimen, habitualmente debido a la acción de los militares. Desde 1977 (hasta 2008), en cambio, solo 13% de las crisis terminaron con una interrupción de la democracia.”
Los golpes de Estado han disminuido en gran parte del mundo desde finales del siglo XX. África, sin embargo, parece estar desafiando esta lógica. En la última década, la región ha padecido un aumento considerable. Según El País, los golpes en el continente africano han resurgido como una expresión de desconfianza en las instituciones democráticas: “para derrocar a un dictador o un presidente corrupto, reconducir las políticas antiterroristas o por mera ambición”, explica el periódico español. Desde 2020, África ha sufrido al menos una decena de golpes, más de un tercio de los registrados en lo que va del siglo. Si la tendencia continúa, la presente década podría marcar el regreso de los niveles de inestabilidad política de los años 60.
En cuanto al resto del mundo, podemos apuntar al creciente fracaso de los golpes de Estado también como una situación de ‘evitabilidad’, en un sentido, contrario a lo que explicó The New York Times sobre aquellos que resultan exitosos. Esta situación de tratar de evitar un golpe ha sido desarrollada por estudios como los del Instituto de la Paz de EE. UU., que destacan "las respuestas coordinadas de actores nacionales e internacionales pueden desactivar intentos de golpes de Estado". La presión diplomática, las sanciones y el fortalecimiento de las instituciones democráticas son clave. Los golpes no triunfan porque sí. Fallan cuando el sistema resiste.
Cuando los ciudadanos se mantienen firmes y los medios siguen comprometidos con la verdad, esta resistencia, sumada a una evolución histórica que demuestra cómo los intentos de golpe se han vuelto cada vez más costosos, sugiere que las crisis democráticas modernas, paradójicamente, pueden servir como pruebas que fortalecen la resiliencia institucional de una nación. Los intentos de subvertir el orden constitucional tienden ahora a encontrarse con una resistencia más organizada y consciente —desde los cordones humanos en Moscú en 1991 hasta la movilización ciudadana en Turquía en 2016—, transformando lo que antes podían ser exitosos golpes de Estado en momentos que resultan terminar reforzando el tejido democrático. El filósofo Karl Popper piensa que, aunque imperfectas, las democracias siguen siendo las sociedades más prósperas y libres. Las cicatrices que dejan los golpes como el 23-F nos recuerdan que, a pesar de todo, la democracia sigue siendo un importante logro de la humanidad.
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