Alfonso XIII y Primo de Rivera

Golpes de Estado en España: dos siglos de levantamientos, dictaduras y fracasos

Desde Riego hasta Tejero, la historia española de los siglos XIX y XX ha estado marcada por insurrecciones que se repitieron, se aprendieron, se perfeccionaron y la mayoría de las veces no culminaron.

El rey Alfonso XIII y el dictador y general Primo de Rivera pasan revista a las tropas montados a caballo en Madrid.

Fotografía de Campua NatGeo Image Collection
Por Jordi Jon
Publicado 21 feb 2025, 13:43 CET

Durante dos siglos, España no conoció más calma que la pausa entre los golpes. Desde los cuarteles del XIX hasta las radios del XX, las sublevaciones militares han marcado su historia. No todos los levantamientos triunfan; de hecho, es raro que lo hagan: solo seis de los más importantes, entre decenas, lograron su objetivo. Sin embargo, cada intento, exitoso o fallido, trazaba el camino para el siguiente.  

El historiador Eduardo González Calleja señala cómo, en ciertos contextos políticos, los golpes de Estado han dejado de ser episodios excepcionales para convertirse en prácticas recurrentes. Su afirmación de que, en algunos países, "los golpes han pasado a ser un incidente habitual de la vida política, ampliamente ritualizado y hasta predecible" sugiere que los golpes no solo se ejecutan, sino que se estudian, se perfeccionan y se heredan. 

Napoleón Bonaparte impuso un cambio de dinastía desde el extranjero en 1808 y Rafael de Riego, en 1820, logró el primer golpe interno con éxito. Narváez y O'Donnell cambiaron gobiernos a punta de sable. La Vicalvarada (1854) y la sublevación del Cuartel de San Gil (1866) tiñeron Madrid de sangre. El general Prim destronó a Isabel II en 1868. Pavía entró al Congreso para poner fin a la Primera República, un episodio que la prensa de la época representó con la imagen, más simbólica que real, como explica El Mundo, de su entrada a caballo. 

En el siglo XX, Miguel Primo de Rivera tomó el poder sin resistencia en 1923. José Sanjurjo fracasó en 1932, pero su sombra planeó sobre el golpe de 1936 que fue el predecesor del de Antonio Tejero y el 23-F de 1981. 

Entre medias, numerosas conspiraciones documentadas como La Octubrada contra Isabel II niña (1841) o la Operación Galaxia (1978). La historia de los últimos siglos revela una España sensible a los golpes de poder. 

Riego y la traición de Fernando VII 

El teniente coronel Rafael del Riego estaba destinado a sofocar las sublevaciones en los virreinatos americanos, como explica la historiadora Clara Sánchez en su biografía, pero terminó destacando en España por su participación en el levantamiento de Las Cabezas de San Juan en 1820. Triunfó y no lo hizo solo: con 5000 soldados intentaron imponer la Constitución liberal a Fernando VII. Blanca Buldain, historiadora de la UNED, lo define en su estudio como “un idealismo armado contra un rey que jamás cumplió su palabra”. Fernando VII la juró con una mano mientras con la otra pedía ayuda a Europa.  

Fueron años marcados por el Trienio Liberal y el restablecimiento de la Constitución de 1812, una frágil etapa en la que el monarca gobernó bajo presión mientras los sectores absolutistas conspiraban para su regreso. Finalmente, los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército francés enviado por la Santa Alianza, entró en España y pusieron fin al Trienio Liberal, restaurando el poder absoluto de Fernando VII.  

Riego murió el 7 de noviembre de 1823 en la horca en Madrid tras el colapso del régimen constitucional, y el absolutismo regresó durante la llamada Década Ominosa. Como señala el historiador Raymond Carr en España 1808-1975, la restauración del rey trajo consigo una oleada de represión que eliminó cualquier vestigio del constitucionalismo y reinstauró el dominio férreo de la monarquía. 

El espectáculo de Pavía y el poder a Serrano 

A comienzos de 1874, la Primera República se desmoronaba. Cuatro presidentes en un año, guerra en el norte, sublevaciones en el sur y una economía al borde del colapso. La República sobrevivía mientras trataba de gobernar. La división entre sus propias filas y el miedo al caos minaban cualquier intento de estabilidad.  

En medio de esta tormenta, el 2 de enero de 1874, como explica el historiador Manuel Suárez en un estudio, el militar Manuel Pavía irrumpió en el Congreso con un estruendo que, un siglo después, evocaría el de Tejero. Llevaba dos meses preparándolo. Según el periodista del ABC, Carlos Sampelayo, en su reportaje Golpistas del ruedo ibérico, la escena tuvo algo de "gran guiñol", un teatro de sombras donde el bigote y la espada tenían más poder de convicción que la retórica parlamentaria.  

Pavía, capitán general de Castilla la Nueva y cercano al presidente Emilio Castelar, no dejó que la República siguiera el curso que la votación había marcado aquel día. Envió a un comandante a exigir el desalojo del hemiciclo y, cuando recibió una respuesta menos que cortés, ordenó la entrada de las tropas. Pavía no tenía ambiciones más allá de mantener su posición y le entregó el poder al general Serrano quien gobernó como Jefe del Poder Ejecutivo de España desde el 3 de enero de 1874 hasta el 31 de diciembre de 1874, en la que era su cuarta experiencia como líder del país. Su gobierno fue una dictadura republicana de facto, aunque sin abolir formalmente la Primera República. 

Primo de Rivera, el dictador sin disparos 

El capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, tomó el poder sin resistencia en septiembre de 1923. El rey Alfonso XIII lo aceptó por su situación delicada. España no se defendió. Así empezó la dictadura de Primo de Rivera. La prensa española se fracturó en su interpretación del golpe militar, revelando las profundas divisiones que atravesaban la sociedad. Mientras unos aplaudían el orden, otros veían en el golpe la confirmación de que España, una vez más, "se derrotaba a sí misma", en referencia a la idea atribuida—aunque sin confirmación definitiva—al "Canciller de Hierro", Otto von Bismarck. 

Como aborda el politólogo e historiador, Alejandro Quiroga, el régimen necesitó fabricar una legitimidad carismática para justificar su existencia. La propaganda oficial convirtió a Primo de Rivera en un líder providencial, mientras que el respaldo inicial de la monarquía y la Iglesia ocultó su falta de base política real. 

Este apoyo tácito de la monarquía, como reflejó el periódico El Debate, según el estudio del historiador David Morales (El golpe de estado de Primo de Rivera a través de la prensa nacional. Un análisis comparativo), quedó justificado como un refuerzo para la Corona. Sin embargo, cuando Primo de Rivera cayó en 1930, Alfonso XIII intentó regresar a la normalidad constitucional, pero ya sin respaldo, como señalaron los diarios El Imparcial y El Sol, según explica Morales. Demasiado tarde. La dictadura había normalizado la intervención militar en la política, un precedente que debilitó aún más la monarquía y facilitó futuros pronunciamientos, según el historiador Eduardo González Calleja, esto afectó aún más el trono alfonsino. "Como demostró el régimen primorriverista, el Ejército sufrió un desgaste político, inevitable en todo ejercicio del poder, que le incapacitó para actuar como dique de la ulterior revolución. Acción Española dedujo esta enseñanza de la intervención continuada del Ejército en la política: ‘Las dictaduras son remedios pasajeros que acaban, al poco tiempo, entregando de nuevo el país a sus agentes destructores”, explica Calleja. 

Franco y el golpe que se convirtió en una larga dictadura  

El general Francisco Franco Bahamonde se convirtió en el líder del golpe de Estado de 1936. Lo conocemos todos, probablemente el más importante: un alzamiento militar que se convirtió en una guerra de tres años y conllevó una dictadura de cuatro décadas.  

Aquella España previa al franquismo, la de la Segunda República, era una nación de crisis cíclicas, con gobiernos efímeros entre reformas, golpes de Estado y un ejército que intervenía en política. La monarquía de Alfonso XIII naufragó entre la dictadura de Primo de Rivera y la vuelta a la República, que tampoco logró estabilidad. Huelgas, violencia y enfrentamientos ideológicos marcaron aquellos años treinta, hasta que el golpe de 1936 precipitó la guerra. Como señala el académico en filosofía, Norbert Pawel Ruszczyk, España llevaba décadas atrapada en un atraso estructural que se reflejaba tanto en su política como en su ejército. 

La conspiración comenzó con el general Emilio Mola Vidal, cerebro del golpe, y con José Sanjurjo Sacanell, quien debía liderarlo. Sanjurjo murió en un accidente aéreo y Franco emergió como líder de la sublevación. Así lo explica el historiador Fernando del Rey Reguillo, en su estudio Percepciones contrarrevolucionarias. Octubre de 1934 en el epistolario del general Sanjurjo 

"Por azares de la vida y contra todo pronóstico, al final no sería Sanjurjo la espada redentora. El accidente de avión que le produjo la muerte el 20 de julio de 1936, cuando se disponía a volar a España desde Portugal, aupó a un antiguo subordinado suyo (con bastantes menos apoyos en los medios castrenses que él) a la cabeza de la rebelión militar que acababa de estallar tres días antes. Pero esto ya es otra historia”.

En España, como analizan los historiadores Ruszczyk y Gabriel Cardona en sus estudios sobre el tema, "ningún general había participado en una guerra moderna. El Ejército español era una institución pobre y anticuada, prácticamente sin carros de combate ni cañones antiaéreos y cuya aviación volaba en aparatos pasados de moda y frecuentemente en mal estado", lo que hizo que el conflicto de 1936 se librara con viejas estrategias y una falta de mando unificado, prolongando la contienda y erosionando las bases del sistema republicano. 

El Salto Diario explica en un artículo que la sublevación fue un fracaso inicial. El golpe empezó torpe, descoordinado, condenado al fracaso. Solo en Sevilla los sublevados lograron imponerse con rapidez, mientras en el resto del país se encontraba con una resistencia feroz. La movilización obrera y la falta de un plan sólido desbarataron las pretensiones de los militares. La República resistió aquel 18 de julio. El desenlace, sin embargo, aún estaba por escribirse. Hoy sabemos cómo terminó, pero George Orwell, en Homenaje a Cataluña, ya intuía el rumbo de la guerra mientras luchaba en el frente republicano: 

“Sigo creyendo que, a menos que España se divida con consecuencias imprevisibles, el gobierno de posguerra será de tendencia fascista. Reitero esta opinión corriendo el riesgo de que el tiempo haga conmigo lo que hace con casi todos los profetas”. 

Existió otro golpe en marzo de 1939, cuando la República agonizaba y Franco culminaba su avance, el coronel Casado perpetró un golpe contra el gobierno republicano y socialista de Juan Negrín. Quería detener la guerra negociando con el enemigo, como recoge ABC en una crónica histórica. Justificó su golpe como un intento de evitar más derramamiento de sangre y sacrificando a comunistas y a los menos moderados del bando republicano, facilitando la redención. Huyó en un barco británico hacia Marsella, dejando tras de sí un país arrasado y partido en dos. Lo que comenzó como una sublevación militar desembocó en una guerra devastadora, con un saldo de entre 500 000 y un millón de muertos. Franco no se conformó con ganar la guerra, y cuando terminó el 1 de abril de 1939, su dictadura se prolongó hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975.  

Tejero y más allá de los golpes 

Las 18:22 del 23 de febrero de 1981: diputados en sus puestos de trabajo. Un minuto después, disparos. Antonio Tejero, pistola en mano, gritaba al entrar al Congreso: "¡Al suelo todo el mundo!”. Mientras, en Valencia, el general Milans del Bosch desplegaba tanques por sus calles. España estaba en vilo. A la 1:14 de la madrugada, el rey Juan Carlos apareció en TVE, y el golpe parecía desvanecerse: España no volvería a ser una dictadura. 

El doctor en Estudios Culturales e investigador en historia política de América Latina, Felipe Victoriano, explica a National Geographic que, en España, Tejero intentó controlar la maquinaria estatal: los edificios parlamentarios, las torres de transmisión y las instalaciones militares. Victoriano sostiene que un golpe solo triunfa si funda o consolida una dictadura. De lo contrario, queda reducido a un espectáculo vacío. Lo deja claro: “Sin un régimen instaurado, el golpe no es más que un acto fallido, una representación sin sustancia”. Pavía lo logró. Franco también. Sanjurjo y Tejero, no. 

En el siglo XXI, el concepto de golpe ha cambiado, comenta Victoriano. El Estado ya no es una fortaleza a la que se puede asaltar con bayonetas. No hay un "Palacio de Invierno que tomar”, expresa el historiador. Las democracias modernas caen de otra forma: con corrupción, con propaganda, con el desgaste interno. 

España ha conocido diferentes cambios abruptos de poder: golpes militares, imposiciones desde el poder ejecutivo o transformaciones radicales surgidas de las urnas. La historia no se detiene. En la actualidad, más allá de nuestras fronteras, los golpes han evolucionado: en Occidente, el intervencionismo militar ha dado paso a formas más sofisticadas de desestabilización política. Como explica Victoriano, los golpes de Estado, en su sentido clásico, implicaban la toma total del aparato del Estado y la instauración de una dictadura. El politólogo Rafael Martínez añade que “el golpe tradicional es casi inexistente o está en severo retroceso, pero eso no implica que las tramas contra el Poder Ejecutivo hayan desaparecido; más bien, han adoptado nuevas modalidades que no requieren de la intervención militar directa”. Hoy, más que tomar parlamentos, se desgastan gobiernos; antes que sacar tanques, se manipulan narrativas y se reconfigura la percepción de la realidad.  Si en los siglos XIX y XX España vivió periodos democráticos interrumpidos por golpes militares, y hoy los ejércitos ya no irrumpen en el poder, queda una pregunta abierta: ¿qué significa hoy un golpe de Estado?

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