El Día de los Santos Inocentes: la tragedia, el absurdo y la broma
Una tragedia bíblica y la Fiesta de los Locos podrían explicar el origen de las inocentadas en Hispanoamérica y España.
Cada 28 de diciembre, el mundo hispanohablante se levanta como si hubiera firmado un acuerdo para echarse unas risas a costa de todos —incluyéndonos, por supuesto, a nosotros mismos. Desde primera hora de la mañana las conversaciones se llenan de comentarios ingeniosos, las marcas internacionales participan con disparatados anuncios y los medios de comunicación se suman a la fiesta convirtiéndose pasando de la seriedad habitual a parecerse más a una revista satírica por unos instantes. Sí, incluso en National Geographic no pudimos resistir la tentación de sumarnos al alboroto del April Fools’ Day (que se podría traducir como Día de los tontos de abril), esa adorable tradición anglosajona que cumple el mismo papel cada 1 de abril. Por ejemplo, con aquella ocurrencia de 2015, cuando anunciamos que dejaríamos de mostrar animales “desnudos”. Exacto, pretendíamos vestir a leones y osos polares con vaqueros y abrigos antes de fotografiarlos, ¡para que no pasaran frío o para que salieran más guapos.
Pero, en el Día de los Santos Inocentes, la risa viene acompañada de un trasfondo un tanto siniestro. Ademas, su origen está estrechamente ligado a la Navidad y no solo porque coincide en fechas.
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Un origen trágico e incierto
El Día de los Santos Inocentes tiene origen bíblico, según recoge el Evangelio de Mateo en el Nuevo Testamento. Esta historia relata que al rey Herodes le llega el rumor de que un niño llamado Jesús de Nazaret está destinado a ser el rey de los judíos. Herodes I el Grande, que ha pasado a la historia con una fama de cruel, ordenó la muerte de todos los menores de dos años de Belén.
Estos pobres niños acabaron siendo recordados por la Iglesia católica como los Santos Inocentes. El día 28 de diciembre se estableció por tradición litúrgica y su celebración es una gran contradicción: lo más solemne y serio puede convertirse en todo lo contrario.
¿Cómo se pasó de recordar a niños mártires a ser el momento perfecto para gastar inocentadas?
El historiador de las religiones Mircea Eliade, en su obra El mito del eterno retorno, explicaba que la mezcla de tradiciones religiosas con festividades populares sirve para reinterpretar e interiorizar socialmente eventos históricos o mitológicos. Y es que, en la evolución de la civilización cristiana, se produce una mezcla ritos paganos y cristianos, y en ese proceso se transformó la tragedia en una excusa para reírse de todo, para hacer bromas, para tomárselo con humor.
Como explicó a National Geographic Latinoamérica en 2022 Gustavo Ludueña, doctor en Filosofía y Antropología del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, no podemos aislar la matanza ordenada por Herodes del contexto cultural más amplio. Es fundamental considerar cómo las costumbres locales y regionales, moldeadas por la influencia de la Iglesia católica, han reinterpretado esta historia trágica. Ludueña también comenta que no está clara con certeza la razón por la cual su sentido trágico se haya desplazado hacia lo humorístico.
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La Fiesta de los Locos en Francia
Jean Charles Payen, un historiador especializado en los vericuetos de la cultura medieval francesa, hablaba sobre la llamada Fête des Fous [la Fiesta de los Locos], un evento difícil de imaginar incluso hoy. En plena Edad Media, dentro de la misma iglesia, se elegía a un “obispo de los locos”, una parodia de un obispo real, para soltar un discurso grotesco y humorístico.
Es inevitable preguntarse qué pensarían los ciudadanos, pero ellos no se quedaban atrás. La gente, cansada de la compostura oficial, se lanzaba a las calles con desfiles y teatrillos molestos, burlándose de las autoridades, parodiando ceremonias religiosas y desplegando un catálogo de absurdos disparates. Los participantes, poseídos por un fervor poco piadoso, se disfrazaban con trajes extravagantes, sustituían el incienso eclesiástico por excrementos, se embadurnaban el rostro y les daban la vuelta a las jerarquías sociales como si fueran calcetines. En esas horas de insurrección cómica, las reglas quedaban en pausa y el orden establecido desaparecía, dejando paso a una gozosa anarquía de carcajadas. En otras palabras: los pobres se reían de los ricos como “válvula de escape”, aunque según los expertos, tampoco queda claro que estos eventos quedaran impunes.
La historiadora especialista en cultura europea, Natalie Zemon Davis, en su libro Society and Culture in Early Modern France [Sociedad y cultura en la Francia de la Edad Moderna Temprana], analiza cómo las festividades, rituales y ceremonias permitían expresar y canalizar estas tensiones sociales. Por lo tanto, estas celebraciones antiguas en Francia podrían haber inspirado al carácter subversivo del Día de los Santos Inocentes en España cada 28 de diciembre.
En cuanto al monigote blanco del Día de los Santos Inocentes, también conocido como “llufa” en Cataluña, se especula popularmente que podría estar vinculado a la idea de la inocencia y la simplicidad, pero se desconoce el origen exacto de cuándo y por qué se empezó a usar en países de América Latina o España. Sin embargo, la inocentada por antonomasia es pegarle el monigote en la espalda al inocente. El Ayuntamiento de Barcelona explica que antiguamente se usaban hojas de col o de acelga, pieles de conejo y cualquier cosa que fuera de poco peso para asegurar la broma con éxito.
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Una paradoja para la reflexión
En su esencia, el Día de los Santos Inocentes nos invita a reflexionar sobre la capacidad humana para transformar las penurias en alegría. Esta práctica también nos confronta con el poder de las narrativas históricas: cómo elegimos recordar y qué significados atribuimos a los eventos de la memoria compartida.
Así, el Día de los Santos Inocentes es el idóneo para gastar inocentadas, lo que deriva de la tradición cristiana y antiguos ritos europeos, transformándose en bromas livianas y humorísticas. Tal vez, siguiendo las ideas de Eliade y Davis, estas bromas funcionen como una forma de enfrentar las tragedias de la vida, porque, al fin y al cabo, ¿qué nos queda sino reírnos de lo que nos supera?
Jordi Jon es fotógrafo documental, periodista y National Geographic Explorer.