Las Mambas Negras: el grupo de mujeres que lucha con éxito contra la caza furtiva en Sudáfrica

Las Mambas Negras, un grupo formado exclusivamente por mujeres, protegen la preciada fauna salvaje sudafricana arriesgando sus vidas.

Por Cristina Goyanes
Publicado 9 nov 2017, 4:30 CET
Mambas Negras
Las componentes de la unidad de mujeres para la lucha contra la caza furtiva, Black Mamba o Mambas Negras, realizan una patrulla rutinaria por una reserva de vida silvestre en la provincia sudafricana de Limpopo.
Fotografía de Mujahid Safodien, AFP/Getty Images

Son las 6:40 de la mañana cuando subo a un jeep blanco en la reserva de caza privada de Balule, una zona protegida con una superficie de casi 40.500 hectáreas situada en la frontera occidental del mundialmente famoso parque nacional Kruger, en Sudáfrica. Al volante se encuentra Shadu Hlangwana, con Felicia Moghane como copiloto y Carol Khosa en la parte trasera, conmigo.

Tras haber perdido mi equipaje durante el viaje, llevo unos vaqueros, una chaqueta beige y una gorra de camuflaje del Pondoro Game Lodge, la propiedad en la reserva que será mi hogar durante las dos noches siguientes. Viendo sus uniformes, no me siento lo suficientemente preparada. Mi pintalabios magenta es precisamente lo que rompe el hielo.

«¿Estáis hablando de mi pintalabios?», pregunto, mirando las uñas rojas de Hlangwana sobre el volante y los pendientes de perlas de Mogahane. Mogahane me mira por encima del hombro y revela una sonrisa tímida a la que le faltan dientes. Durante la última hora, «lipstick» («pintalabios») es la única palabra en inglés que mencionan en medio de frases en su lengua materna, la tsonga. Esto da pie a una conversación sobre belleza mientras viajamos a apenas cinco kilómetros por hora a lo largo de una valla electrificada en Olifants West Gate.

Estas mujeres, todas veinteañeras, pueden parecer tímidas y protectoras, pero aquí cuidan de mucho más que de sí mismas. Son las Mambas Negras, la primera unidad femenina contra la caza furtiva del mundo y, junto con otras 30 lugareñas, están salvando a los rinocerontes y elefantes en peligro en Sudáfrica.

Visita a las Mambas

No muchas barreras separan Balule, inaugurado a principios de la década de 1990, del parque nacional Kruger, salvo algunas excepciones diseñadas para evitar que los animales crucen las carreteras y, lo que es más importante, mantener a raya a los cazadores furtivos y a los cazadores de carne de animales salvajes.

Cada mes, todas las Mambas Negras pasan 21 días seguidos patrullando Balule a pie o en jeep —cuatro horas al amanecer, cuatro horas al atardecer— en busca de trampas, huellas, sonidos de disparos u otras actividades sospechosas. Aunque no arrestan a nadie, sí pueden solicitar refuerzos, fuerzas especiales entrenadas para detener a las personas problemáticas.

Esta organización sin ánimo de lucro galardonada, fundada en 2013, ha reducido significativamente los incidentes de trampas y furtivismo: hasta un 76 por ciento, según su página web.

Su éxito ha atraído la atención desde todas partes del mundo. Por ejemplo, Extraordinary Journeys, una agencia de viajes de lujo especializada en safaris, ha mostrado interés y apoya las iniciativas comunitarias de conservación y sostenibilidad. La empresa se ha asociado recientemente con Pondoro para ofrecer a los huéspedes visitas exclusivas con las Mambas dos veces a la semana, donando todos los beneficios al programa. Los tours incluyen presentaciones en las que se puede aprender cómo las Mambas están logrando cambiar la situación. Sin embargo, mi tour personal ofrece una singular perspectiva desde dentro.

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    Una jirafa
    Una jirafa vaga por la reserva detrás de una componente de las Mambas Negras. El equipo patrulla por el parque todos los días para supervisar las fronteras y buscar señales de cazadores furtivos.
    Fotografía de Mujahid Safodien, AFP/Getty Images

    Una presencia importante

    Esta mañana, la misión de las Mambas es informar de anomalías, como señales de manipulación de las vallas. Nos detenemos para que Mogahane, una de las Mambas originales y madre de dos hijos, compruebe el cuadro de fusibles. La sigo mientras comprueba el voltaje, pero estoy demasiado nerviosa como para concentrarme. Hasta donde yo sé, un león o un leopardo podrían estar acechándonos. Al fin y al cabo, estamos en el territorio de los cinco grandes de África sin protección alguna.

    Exacto: las Mambas Negras patrullan sin armas.

    «Llevo 24 años haciendo esto y nunca hemos tenido que apuntar a un animal salvaje con un arma», me contó más tarde Craig Spencer, fundador de las Mambas Negras y guarda jefe de la reserva natural de Balule. «Los furtivos tendrían que defenderse de estas mujeres. Crear huérfanos y viudas no es la respuesta a este problema. No se puede resolver este problema con disparos. La detección temprana es su función clave».

    Con esto en mente, Spencer se fijó en la policía británica, o «bobbies a pie de calle» como dice él, para establecer un modelo de patrulla para las Mambas. «Van desarmados, son corteses, van bien vestidos y son elocuentes. Su presencia [funciona a modo de] prevención del crimen. Esa es la idea: saturar el paisaje, hacerlas visibles con distintivos, practicar la detección temprana y a continuación solicitar refuerzos armados».

    Rinoceronte
    Los rinocerontes protegidos caminan por un espacio cerrado del Khaya Ndlovu Lodge cerca del parque nacional Kruger.
    Fotografía de Mujahid Safodien, AFP/Getty Images

    Encuentros con animales

    De vuelta al jeep, Mogahane retransmite los datos a Khosa, que contacta por radio con la central.  Mi nerviosismo por abandonar el jeep se confirma cuando Khosa revela un terrorífico incidente en marzo.

    «Estaba patrullando con otra Mamba [a las nueve de la mañana] cuando nos rodearon ocho leones», afirma Khosa, el sustento de su familia, que incluye a sus dos hijos, a su madre y a cinco hermanos. «Intentamos informar por radio, pero no habría habido forma de que alguien llegase a tiempo. Uno de los propietarios de tierras nos vio y acudió al rescate».

    Hlangwana, la Mamba más reciente habiendo entrado este mismo año, recuerda su propio encuentro hace solo unas noches. «Encendí los faros [a las 7:30 de la tarde] y vi a dos elefantes. El primero pasó de largo, pero el segundo se detuvo y empezó a cargar con agresividad hacia nosotras. Me asusté y había que actuar rápido», dice Hlangwana, que tiene un hijo.

    «Tuvimos suerte de que Shadu mantuviera la calma suficiente para apartar el coche del elefante», dice Mogahane.

    Mambas Negras
    Las Mambas Negras se preparan para las patrullas nocturnas en la reserva natural de Balule, en Sudáfrica.
    Fotografía de Mujahid Safodien, AFP/Getty Images

    Formación y profunda motivación

    Aunque las Mambas carecen de armas, lo compensan con destreza, trabajo en equipo y sentido común. Los tres meses de formación requerida para entrar en las Mambas incluyen ejercicio físico, como correr unos cinco kilómetros al día, y clases, para aprender prácticas de supervivencia, técnicas de cumplimiento de normas y cómo usar los walkie-talkies. El último mes es el más riguroso y se centra en las tácticas de supervivencia en los bosques. Aprenden a construir refugios y a desenvolverse sin agua ni comida.

    La intensa formación es en parte la razón de que, en cuatro años, no se hayan producido víctimas en este trabajo, pese a que regularmente se enfrentan a grandes riesgos. Sí, es un trabajo peligroso, pero la experiencia es valiosísima, ya que proporciona esperanza para tener un futuro mejor, al mismo tiempo que cumple los deseos de muchas Mambas apasionadas de la naturaleza.

    «He amado la naturaleza —los árboles, los animales, las aves, toda ella— desde que era pequeña», afirma Khosa. Mogahane añade: «Si pudiera volver a la escuela, estudiaría conservación. Lo que hacemos es importante y asombroso. Dicen que es trabajo para hombres, pero nosotras lo estamos logrando».

    Hay mujeres guardabosques en Sudáfrica, pero es algo inusual. Además de luchar contra las suposiciones erróneas sobre sus capacidades, las mujeres batallan contra la exclusión sistemática de la educación en medio de una economía en apuros en Sudáfrica, donde la tasa de paro alcanzó casi el 28 por ciento en 2017.

    «Tiene que ver tanto con la conservación como con la reducción de la pobreza», señala Spencer. La organización sin ánimo de lucro, parcialmente financiada por el gobierno, ofrece a las mujeres la oportunidad de desarrollar habilidades para ayudar a mejorar sus vidas inmediatas y futuras.

    Las Mambas primerizas reciben un salario de aproximadamente 3.500 rands, o el equivalente a unos 223 euros al mes, que es el salario mínimo nacional. Las conductoras, como Hlangwana, y las sargentos, como Mogahane, ganan un poco más.

    «La mayoría empezamos porque necesitábamos un trabajo, pero ahora ser una Mamba Negra se ha convertido en una fuente de dignidad», afirma Spencer. «Se les da un descanso por primera vez en sus vidas».

    Nick Koornhoff, diputado del Parlamento de Sudáfrica y presidente de la reserva natural de Olifants West, en Balule, está de acuerdo: «Creo que este programa de trabajo público ampliado es un punto de partida fantástico. Estas mujeres, que carecían de oportunidades, pueden buscar mejores empleos en el futuro. Son heroínas en sus comunidades».

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    Antes de presentarse, Spencer, un sudafricano de ascendencia inglesa con más de 40 años, da vueltas en torno al jeep que hemos utilizado esta mañana, uno de los 13 con los que cuentan. Su pecho desnudo y moreno y sus pantalones cortos de color caqui encajan bien en el papel, pero su pipa al más puro estilo de Sherlock Holmes es todavía mejor.

    Mientras inspecciona furioso una nueva abolladura, se queja de que deberían haber informado de ese nuevo desperfecto. Va hasta el asiento del conductor, saca la llave y la coloca sobre una pared de ladrillo. Las Mambas están a poca distancia camino abajo en sus cabañas de madera, donde hacen la colada y preparan la comida. El espectáculo es solo para mí, supongo. Tras ponerse una camisa y darme un apretón de manos, me explica el porqué de sus acciones.

    «Me considero un padre para ellas, por eso soy tan duro. Lo llamo amor severo. Las quiero a todas y quiero lo mejor para ellas», afirma. «Lo mejor» incluye seguridad, vehículos completamente funcionales, la única armadura con la que cuentan para patrullar. Como si fuera un padre orgulloso, sigue elogiándolas.

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    «Antes de las Mambas Negras, nos encontrábamos con cantidad de cadáveres de rinocerontes», relata mientras usa la esquina de mi tarjeta de presentación para limpiarse las uñas. «Este año hemos visto ocho rinocerontes muertos, es demasiado». No es malo teniendo en cuenta que, de media, se dispara a 3,5 rinocerontes al día en Sudáfrica, que alberga el 70 por ciento de los últimos 29.500 rinocerontes blancos que quedan en el mundo. Una razón del reciente repunte: la venta de cuernos de rinoceronte acaba de legalizarse de nuevo.

    «Intentamos salvar a los rinocerontes creando una serie de valores totalmente diferentes dentro de la comunidad. Estas mujeres están muy orgullosas de llevar el uniforme. Son modelos de conducta. Quiero verlas crecer, construir hogares, mandar a sus hijos a la escuela», afirma Spencer, quien es escéptico sobre los intentos de replicar el programa en otros lugares.

    «Primero necesitamos obtener la receta. No se puede simplemente duplicar este modelo. Existen ciertas variables que lo hacen funcionar aquí, pero que podrían no funcionar en otra parte», señala Spencer. «Además, el estilo de gestión tiene que ser firme y justo. Y deben importarte estas mujeres».

    Spencer dice que no recibe compensación alguna por su trabajo sin ánimo de lucro y admite: «Me suelo preguntar si yo necesito a las Mambas o ellas me necesitan a mí. Les he dado mi alma y mi corazón. Son mi razón para quedarme aquí. Solían ser los elefantes y los rinocerontes, pero ahora son estas mujeres».

    Koornhoff sospecha que Spencer es el ingrediente secreto: «Lo que ha hecho con las Mambas Negras es algo que nunca antes se había hecho».

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