El aumento del nivel del mar plantea una difícil elección para estas islas: trasladarse o elevarse
Para las bajas islas Marshall, el cambio climático significa que deben considerar medidas drásticas, como la construcción de nuevas islas artificiales.
La destreza de navegación de los marshaleses es legendaria. Durante miles de años, los marshaleses se han adaptado a su entorno acuático, construyendo una cultura en más de 1.200 islas repartidas a lo largo de casi dos millones de kilómetros cuadrados de océano.
Pero los potentes ciclones tropicales, los daños en los arrecifes y las pesquerías, el empeoramiento de las sequías y el aumento del nivel del mar amenazan los atolones de arrecifes de coral de este gran estado oceánico, obligando a los marshaleses a enfrentarse a una nueva realidad.
En un momento decisivo, los marshaleses se enfrentan a una dura elección: trasladarse o elevarse. Una idea que se está estudiando es la construcción de una nueva isla o elevar una ya existente.
Con 600.000 millones de toneladas de hielo derretido que fluyen a los océanos y absorben calor al doble de velocidad que hace 18 años, los marshaleses deberán decidir rápido.
Un informe publicado en octubre por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) resaltó diversos resultados previstos de un aumento de las temperaturas de 1,5°C frente a 2°C.
En el informe, se identificó que los estados isleños en vías de desarrollo eran lugares con un riesgo desproporcionadamente elevado de sufrir las consecuencias adversas del calentamiento global. Entre ellos, cuatro naciones con atolones: Kiribati, Tuvalu, las Maldivas y las islas Marshall, corren el máximo peligro.
Según las estadísticas del IPCC, las temperaturas globales podrían superar un aumento de 3°C sobre la temperatura preindustrial para 2100, con un aumento medio del nivel del mar de entre 30 y 120 centímetros, o más. Sin medidas extraordinarias, el cambio climático podría hacer que las islas Marshall se vuelvan inhabitables.
En julio, en la conferencia sobre el cambio climático de Majuro, capital de las islas Marshall, el científico climático de la Universidad de Hawái Chip Fletcher debatió posibles medidas adaptativas.
Cuando Fletcher presentó un mapa que representaba Majuro inundada bajo casi un metro de agua, toda la sala emitió un grito ahogado. Para los activistas climáticos del Pacífico, «1,5 para mantenerse con vida» ha sido el lema de la supervivencia.
«No vamos a lograr [limitarlo a] 1,5°C», contó Fletcher a su público, añadiendo que «podemos hacer algo al respecto».
Fletcher, que citó ejemplos de tierras ganadas al mar en las Maldivas, Emiratos Árabes Unidos y otros lugares, afirma que dragar un área superficial de la laguna de Majuro podría ser una opción para construir una isla lo bastante alta y segura.
«Dragar y ganar tierra, no es nada nuevo. No es una tecnología mágica. Solo es muy cara», afirma Fletcher. «El otro elemento a tener en cuenta es que perjudica al medio ambiente». Y aunque los costes medioambientales serían elevados, Fletcher afirma que «preferiría destruir algunos arrecifes antes de ver cómo se extingue una cultura entera».
Una urgencia siempre presente
Mark Stege, asesor climático y concejal del atolón de Maloelap que ha trabajado en proyectos de adaptación climática desde 2010, señala que la gente ha cambiado las islas Marshall durante décadas, remontándose al dragado por parte del ejército estadounidense para llenar las mejje, o llanuras de arrecifes entre las islas.
Insiste en la importancia de la gestión de recursos comunitaria y la supervisión medioambiental. Solo reconoce a regañadientes que dragar la laguna de Majuro figura en la breve lista de opciones viables.
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«Creo firmemente que va a tener que edificarse la isla», afirma Stege. «He intentado decirlo de forma más agradable, pero es complicado decirlo en público». Antes de que eso ocurra, explica que deben llevarse a cabo amplios estudios topográficos para determinar lugares adecuados para posibles labores de elevación.
Independientemente de qué se decida, Stege sostiene que es necesario que los marshaleses estén en el corazón del trabajo, no al margen de una labor dirigida por extranjeros.
La sensación de urgencia no es nada nuevo. «Creo que la urgencia siempre ha estado ahí, junto a otros problemas importantes: problemas de salud vinculados al legado de los ensayos con armas nucleares, el fomento de las capacidades en materia de educación, el desempleo y el cambio climático».
«Si vamos a elevar las islas, también deberíamos elevar el bienestar de las personas que las habitan», explica.
Mitigación y adaptación
La presidenta de las islas Marshall, Hilda Heine, contó a National Geographic que el objetivo principal de su país es la mitigación del cambio climático, pero afirma que es necesario insistir más en la adaptación, incluyendo la idea de construir un terreno más elevado.
Primero debe tener lugar una consulta pública. Según ella, los gobiernos locales, los iroij, los jefes de los clanes y otros líderes tradicionales deben formar parte de la conversación.
«Para debatirlo, la gente necesitará reflexionar si deberíamos dejar que nuestras islas desaparezcan y que todos se muden o tener un lugar diseñado y construido», afirma Heine.
Actualmente, el gobierno de Heine celebra debates preliminares y se prepara para formular un plan nacional de adaptación.
Erigir una isla lo bastante alta como para servir de refugio seguro sería muy caro y la presidenta afirma que será fundamental trabajar con naciones socias como Estados Unidos, Japón y Taiwán. Pero añade que «solo buscaremos ayuda externa si el pueblo marshalés está totalmente de acuerdo con esa idea».
Los Estados Unidos, que llevaron a cabo 67 ensayos nucleares en las islas Marshall entre 1946 y 1958, ha negociado un Tratado de Libre Asociación que permite a unos 28.000 marshaleses vivir y trabajar en Estados Unidos. También operan unas instalaciones de pruebas de misiles multimillonarias en el atolón de Kwajalein, muy vulnerable a las consecuencias del cambio climático.
«Creo que está muy claro que, si eres marshalés, querrás asegurar que tu cultura, tu lugar y tu identidad no desaparezcan», afirma Heine. La emigración y el abandono total de las islas, según ella, tendría profundos efectos negativos en la conservación de la cultura marshalesa, así como de la soberanía territorial y política.
Durante siglos, los isleños de las Marshall han estado vinculados a sus tierras ancestrales a través de sus clanes y familias. El traslado forzoso de una isla a otra, resultado de los ensayos nucleares, provocó la urbanización y la perturbación del sistema tradicional de tenencia de tierras.
Si el cambio climático demanda que los marshaleses eleven el terreno y consoliden la población residente de 55.000 personas, los vínculos con los terrenos ancestrales se perturbarán aún más.
«No elegimos vivir en islas determinadas», afirma Heine. «Todos viven en su isla porque son de allí. Pasar de una isla a otra no es una mudanza directa. No resulta tan sencillo».
Ben Graham, secretario jefe y asesor de la presidenta, señala que, en un país donde el gobierno posee menos del uno por ciento de la tierra, la identidad personal está muy vinculada a parcelas de tierra específicas.
Una cuenta atrás
Graham explica que ya existen iniciativas de adaptación en curso: fortalecer la seguridad hídrica y alimenticia, erigir infraestructura a prueba del clima, fortificar las costas y establecer otras medidas de protección costera. Cree que construir una nueva isla será «la última defensa».
Graham afirma que cualquier recurso que se desvíe a construir una isla se desviará «para mantener la cabeza sobre el agua».
Las inundaciones costeras ya han aumentado en las islas Marshall y se prevé que empeoren. Con tiempo limitado, las consultas, los estudios y las medidas de adaptación deben acelerarse antes de que las inundaciones ocasionales alteren demasiado la vida isleña.
Graham, tan amante del baloncesto como otros marshalenses, usa la siguiente analogía para describir la situación: «Pone un reloj de tiro sobre nuestra existencia. No es un reloj de tiro de 30 segundos, sino un reloj de tiro de 30 años», afirma.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.