Estados Unidos abandona oficialmente el Acuerdo de París. ¿Qué significa?

La retirada de Estados Unidos se había esperado durante años, pero marca «un momento amargo», señalan los expertos.

Por Alejandra Borunda
Publicado 6 nov 2020, 11:57 CET
Defensores de la acción climática se congregan frente al Capitolio

Los defensores de la acción climática se congregan frente al Capitolio de los Estados Unidos durante una manifestación en 2019, demandando acciones inmediatas y significativas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Fotografía de Yasin Ozturk, Anadolu Agency/Getty Images

El miércoles, 4 de noviembre, Estados Unidos se retiró oficialmente del Acuerdo de París, el tratado internacional histórico para mantener a raya el cambio climático y limitar las futuras emisiones de gases de efecto invernadero. La salida ha tenido lugar al margen del resultado de las elecciones del martes, pero el ganador presidencial decidirá si seguirá fuera o volverá a unirse al acuerdo climático histórico.

Estados Unidos es ahora único gran país del mundo que no se ha comprometido con el acuerdo, cuyo fin es impedir que las temperaturas globales aumenten más de 2 grados Celsius respecto a las temperaturas preindustriales. No es ninguna sorpresa: el presidente Trump anunció su intención de abandonar el acuerdo en 2017 y empezó el proceso para hacerlo en noviembre de 2019. Pero esta medida se ciñe al plan de Trump para reducir las iniciativas para combatir el cambio climático en los últimos años, señala Kate Larsen, analista del Rhodium Group, dedicado al clima.

Un futuro presidente podrá decidir si se unirá al pacto de nuevo en cualquier momento, pero tendrá que revisar los planes del país y presentar metas nuevas y más ambiciosas, que podrían ser más difíciles de alcanzar tras varios años de retrasos, afirma Andrew Light, experto climático del Instituto de Recursos Mundiales y arquitecto del acuerdo alcanzado durante el mandato del presidente Obama. Con todo, incluso sin apoyo federal, Estados Unidos ha avanzado hacia la descarbonización y es probable que ese progreso continúe con o sin la membresía del acuerdo.

«Que Estados Unidos esté ausente del Acuerdo de París no ha detenido el impulso a largo plazo, pero lo ha ralentizado y ha puesto en desventaja a Estados Unidos», afirma Larsen.

¿Qué es el Acuerdo de París?

Actualmente, Estados Unidos es el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo. Es responsable de emitir más de 5000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono al año desde 1990, por no mencionar otros gases potentes que contribuyen al calentamiento del planeta, como el metano o los hidrofluorocarburos.

Sin embargo, el país es el número uno en emisiones «históricas» totales: es la fuente del 25 por ciento de todos los gases de efecto invernadero producidos por los humanos que se han acumulado en la atmósfera desde la Revolución Industrial.

Tras años de negociaciones, los signatarios del Acuerdo de París decidieron intentar limitar la cantidad de calentamiento global a finales de siglo a menos de 2 grados Celsius y aspirar a una meta más ambiciosa de 1,5 grados Celsius. Sobrepasar estos umbrales, según sugieren montañas de ciencia, provocaría cambios catastróficos en el sistema climático que podrían entrañar consecuencias costosas y peligrosas para miles de millones de personas en todo el planeta. Desde el Acuerdo, un flujo constante de investigación ha demostrado que incluso la meta más baja provocará efectos desagradables. Muchos de ellos ya resultan aparentes, como los ciclones tropicales más intensos o los incendios forestales que baten récords.

Las temperaturas globales aumentan de forma relativamente predecible en respuesta a la subida de las concentraciones de gases de efecto invernadero. Eso quiere decir que la cantidad de carbono que podemos emitir a la atmósfera tiene un límite, si se cumplen las metas de temperatura: en otras palabras, hay un «presupuesto» de carbono al que ceñirse. El acuerdo no ultimó los detalles exactos del presupuesto, sino que dejó en manos de cada país el desarrollo de planes para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero con el paso del tiempo.

Todos se comprometieron a revisar sus objetivos cada cinco años y llevar un registro de las áreas donde habían progresado o fracasado y, con suerte, incrementar sus ambiciones. En aquella primera ronda, Estados Unidos aspiraba a reducir sus emisiones de un 26 a un 28 por ciento por debajo de los niveles de 2005 para 2030. Otros grandes emisores anunciaron metas similares: China, el mayor emisor mundial, declaró que alcanzaría su «pico» de emisiones para 2030 y la UE aspiraba a estar un 40 por ciento por debajo de sus emisiones de 1990 para el mismo año.

Las metas no eran vinculantes, pero había una gran presión internacional para cooperar, señala Marina Andrijevic, analista de Climate Analytics. Gran parte de esa presión fue generada por los compromisos de Estados Unidos: como causante principal de las emisiones, su voluntad de participar tuvo mucho peso.

«El papel de Estados Unidos en este proceso no se puede destacar lo suficiente», dijo. «En esta ecuación, el acuerdo no funciona si Estados Unidos no pone de su parte».

Por eso que el presidente Trump anunciara su intención de retirar a Estados Unidos del pacto en 2017 generó mucha preocupación. Algunos analistas temían que la retirada incitara a otros a seguir sus pasos o reducir sus ambiciones si Estados Unidos no volvía a unirse. Otros temían que las metas globales no pudieran cumplirse sin la cooperación de Estados Unidos.

La inminente salida se consideró una abdicación de la responsabilidad del país por su papel en el calentamiento que ya ha ocurrido. Años antes, Estados Unidos había abandonado el Protocolo de Kioto.

«La comunidad internacional ha visto cómo ocurría en dos ocasiones. Nos hemos retirado de un acuerdo climático hecho en gran parte a nuestra medida dos veces. Esto hará que muestren recelo a la hora de volver a negociar con nosotros», afirma Larsen.

Ahora, Estados Unidos se ha convertido oficialmente en el primer y único signatario que abandona el pacto, sumándose a Irán y Turquía como los únicos grandes emisores que renuncian al tratado internacional.

¿Cuánto progreso se ha perdido?

Cuando se fijaron, los objetivos de reducción de emisiones que estableció Estados Unidos se consideraban elevados, pero no inalcanzables. Para lograrlos habría que tomar medidas minuciosas y coordinadas a nivel federal, estatal y local. Pero Light señala que el gobierno de Trump se dedicó a desmontar muchas de las iniciativas que habrían contribuido al éxito.

En particular, la administración revirtió el Plan de Energía Limpia, un estándar de emisiones de carbono para las centrales eléctricas introducido en 2015 que habría disminuido los gases de efecto invernadero residuales resultantes de la producción de electricidad en más de un 30 por ciento para 2030. Esto habría representado buena parte de las metas del país, ya que la producción de electricidad equivale a casi un tercio de las emisiones del país.

Igualmente, el gobierno de Trump mermó las normas que controlan la eficiencia del combustible de coches y camiones. El transporte representa la mayor fracción de las emisiones estadounidenses, ligeramente inferior a un tercio del total anual. Durante el gobierno de Obama, estaba previsto que la eficiencia de coches y camiones aumentara a una media de 21 kilómetros por litro para 2030. Conforme a las nuevas normas, esa cifra es de 18 kilómetros por litro. La diferencia suma: Para 2030, se habrán añadido a la atmósfera 300 millones de toneladas de CO2 más si se compara con la normativa de Obama.

El gobierno de Obama también desarrolló regulaciones más estrictas para controlar las emisiones de metano, que el gobierno de Trump debilitó. El metano es un gas de efecto invernadero muy potente, unas 86 veces más eficaz a la hora de atrapar calor que el dióxido de carbono 20 años después de su aparición en la atmósfera. Así que cualquier meta dentro de ese periodo de tiempo —como los objetivos de París— tiene que tomarse en serio su presencia. El Fondo para la Defensa Ambiental estimaba que el efecto de la reversión en las emisiones equivaldría a abrir 100 nuevas centrales de carbón.

Y otro avance en lo que respecta a los gases potentes que calientan el planeta —los hidrofluorocarburos, regulados a nivel internacional en el Protocolo de Montreal— también se estancó en los últimos años, lo que podría añadir más calor al futuro cercano y hacer que las metas de Estados Unidos en el Acuerdo de París sean más inalcanzables todavía.

Según la EPA, el año pasado Estados Unidos logró disminuir sus emisiones en un 10 por ciento frente a 2005, muy lejos de las metas de París. Este año, las consecuencias generalizadas de la pandemia han disminuido las emisiones de Estados Unidos drásticamente, lo que puede hacer que parezca que el país está cerca de su objetivo. Pero los costes han sido gigantescos.

«Una crisis económica, sobre todo una que causa tanto daño a la clase trabajadora, no es una forma de reducir emisiones», afirma Rachel Cleetus, experta en política climática en la Union of Concerned Scientists. «Esta no es una estrategia viable de reducción de emisiones».

E insiste en que el mensaje general de la retirada es sombrío debido a la crudeza con la que el cambio climático ha demostrado ya su poder destructivo. «Esto llega en un momento en el que hemos visto el tifón Goni tocar tierra en las Filipinas; hemos visto el huracán Eta, la 28ª tormenta con nombre en la temporada de huracanes del Atlántico en 2020; hemos visto cómo Colorado y California vivían las peores temporadas de incendios forestales desde que se tienen registros. En un momento como este, abandonar el Acuerdo de París marca un momento muy amargo. Es una salida vergonzosa», afirma Cleetus.

¿Puede recuperarse el progreso perdido?

Los redactores del Acuerdo de París dificultaron abandonarlo y facilitaron unirse a él, lo que significa que un presidente o presidenta estadounidense podría anunciar su intención de volver a comprometerse y unirse otra vez en 30 días. Sin embargo, ese líder tendría que realizar nuevos compromisos estrictos y esbozar claramente las formas en que el país puede cumplirlos, una tarea de más envergadura ahora que han transcurrido varios años y con más gases de efecto invernadero acumulados en la atmósfera.

Pero «la buena noticia que ha surgido con el paso del tiempo es que el Acuerdo de París es mucho mayor que Estados Unidos», afirma Andrijevic.

Ningún otro país ha seguido a Estados Unidos en su abandono del acuerdo. De hecho, muchos han dado un paso adelante para llenar ese vacío de liderazgo. La UE, China, Japón y Corea del Sur han anunciado nuevas metas ambiciosas sobre la rapidez con que alcanzarán la neutralidad en carbono y van por buen camino para cumplirlas. Asimismo, el coste de las fuentes de energías renovables como la solar y la eólica se ha desplomado, por eso no solo son competitivas, sino mucho más baratas que los combustibles fósiles.

E incluso dentro de Estados Unidos, ciudades, estados y empresas han dado pasos importantes para alcanzar las metas de reducción de emisiones pese al retroceso del gobierno federal. Casi la mitad de los estados y muchas ciudades de Estados Unidos, que representan a más del 65 por ciento de la población del país, han establecido objetivos de reducción considerables y más de 4000 ciudades, tribus, empresas y otras organizaciones se han comprometido a mantener metas que coinciden con el Acuerdo de París.

Estos compromisos suman. Un análisis reciente sugiere que las acciones de los miembros de las coaliciones pro-París podrían provocar una reducción de un 25 por ciento en las emisiones de Estados Unidos para 2030, poco menos que el objetivo.

«Estados Unidos, junto a cada gran emisor, tiene que alcanzar la neutralidad en carbono para 2050 y ahora mismo no tenemos un gobierno que se lo esté tomando en serio. Tenemos varios líderes no federales que sí lo hacen», y eso es lo que nos salva ahora mismo, dice Light.

Incluso una fracción diminuta del dinero que se está introduciendo en las economías en los paquetes de recuperación y estímulo podría pagar grandes avances hacia las reducciones de emisiones fijadas en el Acuerdo de París, según demuestra una reciente investigación de Andrijevic.

«En muchos sentidos, esto es un ejemplo de la idea de que resolver el cambio climático no es tan caro», dice, con efectos que serían tangibles en las próximas décadas.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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