El árbol del cielo es una especie invasora infernal. ¿Podría erradicarlo este hongo?
Este árbol de crecimiento rápido, autóctono de China, también es un «motel» para insectos dañinos no autóctonos, como la mosca linterna con manchas.
El árbol del cielo Ailanthus en flor (Ailanthus altissima), Simaroubaceae.
Muchos árboles serían afortunados si fueran tan hermosos como el Ailanthus altissima, también conocido como árbol del cielo, un árbol caducifolio con hojas en forma de pluma, de corteza grisácea y con semillas rojas y amarillas que parecen un atardecer.
Pero fuera de China, de donde es autóctono, la planta también se ha ganado el apodo de «árbol del infierno» debido a su naturaleza invasora: puede crecer un metro al año, clonarse mediante brotes radiculares o mediante los cientos de miles de semillas que produce el árbol cada año.
Esta planta aniquila a las especies autóctonas con su espesura y las toxinas que segrega en el suelo. Sus flores también emiten mal olor, no tiene depredadores naturales y sirve de refugio para insectos invasores destructivos, como la mosca linterna con manchas (Lycorma delicatula).
Desde su introducción en Estados Unidos por horticultores aficionados hace casi 240 años como árbol de sombra y espécimen botánico, el Ailanthus se ha propagado a casi todos los estados del país salvo seis y ha ganado terreno en todos los continentes salvo la Antártida.
Pero quizá haya una nueva arma para luchar contra una de las especies más invasoras del continente.
Recientemente, un equipo de científicos aisló un hongo que mata el árbol: un organismo microscópico llamado Verticillium nonalfalfae, que probablemente sea autóctono de Pensilvania, Virginia y Ohio.
«Hasta que descubrimos este hongo, no tenía ningún talón de Aquiles», explica Joanne Rebbeck, una fisióloga vegetal jubilada del Servicio Forestal del Departamento de Agricultura de Estados Unidos que ha estudiado los efectos del hongo en el Ailanthus.
Ahora los científicos están experimentando con el hongo para matar el árbol del cielo, inyectando el patógeno directamente en la planta.
Los resultados de un estudio, publicados en septiembre del 2020 en la revista Biological Control, desvelaron que el hongo es «muy eficaz» como control contra el Ailanthus.
Sería un sueño hecho realidad para los ecólogos que quieren preservar los ecosistemas autóctonos y la diversidad de los insectos, pero los científicos deben garantizar que la introducción de los hongos no resulte contraproducente y cree un problema aún mayor.
Desde los sapos de caña en Australia hasta los gorgojos euroasiáticos en el oeste de Estados Unidos, subestimar los riesgos ecológicos del control biológico —utilizar un organismo vivo para eliminar a otro— tiene un historial de contratiempos.
Un motel para insectos
El Ailanthus es una plaga para los bosques de Norteamérica, ya que expulsa a plantas autóctonas como el roble rojo americano al mismo tiempo que daña la infraestructura y las tierras de cultivo destruyendo alcantarillas, aceras y los cimientos de los edificios.
El árbol prospera en zonas dañadas por el fuego o alteradas por los humanos, como las autopistas, y cuando echa raíces es casi imposible deshacerse de él. El Ailanthus alcanza 2,5 metros de altura en su primer año, clonándose con brotes radiculares o mediante los cientos de miles de semillas transportadas por el viento que produce un solo árbol. El árbol, que puede vivir un siglo, alcanza alturas de hasta 21 metros.
La especie también es alelopática, lo que quiere decir que afecta al crecimiento de otras plantas mediante la liberación de sustancias químicas que pueden impedir que otras plantas crezcan a su alrededor.
Las únicas estrategias con las que cuentan actualmente los agricultores y los gestores de tierras contra el Ailanthus es el uso de herbicidas potentes o la tala periódica de los árboles.
Pero «en un año, regresa más espeso y más agresivo», afirma Rachel Brooks, estudiante de doctorado en la Facultad de Ciencia Ambiental y Fitología de la Universidad Tecnológica de Virginia y coautora del estudio del 2020. «Se vuelve muy caro y requiere mucho trabajo».
El Ailanthus se ha extendido a seis continentes y a 44 estados de EE. UU.
Para agravar la situación, el Ailanthus actúa como un motel para otras especies invasoras, como la chinche parda marmorada y el escarabajo barrenador polífago, dos insectos que han dañado los bosques estadounidenses, sobre todo aquellos con especies de arces, así como muchos cultivos comerciales, como las manzanas y los melocotones.
Pero ninguno se siente tan atraído como la mosca linterna con manchas, uno de los insectos invasores más prolíficos y perjudiciales de Norteamérica. Enjambres de miles de estos insectos coloridos acuden al árbol para beber su savia antes de propagarse a otras plantas agrícolas.
«Ambos proceden de China, así que están reconectando con sus especies autóctonas», explica Kristen Wickert, otra de las coautoras del estudio del 2020 y entomóloga y fitopatóloga del Departamento de Agricultura de Virginia Occidental, que también ejerce de coordinadora estatal para la mosca linterna.
Resultados prometedores
En el 2002, un científico de la región centro-meridional de Pensilvania observó un grupo de árboles del cielo que estaba muriéndose por una causa desconocida; sus hojas estaban marchitándose y volviéndose marrones. Para el 2008, más de 8000 árboles habían perecido en el Bosque Estatal de Tuscarora. Estudiando esos árboles muertos, los científicos lograron aislar al hongo V. nonalfalfae como la causa de la muerte.
El hongo mata al Ailanthus infectándolo con una enfermedad vascular, lo que básicamente atasca el sistema vascular de la planta y la priva de agua. La planta empieza a marchitarse poco a poco y de ella se caen esporas fúngicas, y en el suelo se reinicia el ciclo vital del V. nonalfalfae.
«No solo mata a ese árbol, sino al sistema de raíces, y mata a los árboles [Ailanthus] vecinos y se puede ver cómo se extienden estos focos de enfermedad», afirma Brooks.
En mayo del 2017, para comprobar si el V. nonalfalfae afectaba a otras plantas que no fueran el Ailanthus, Brooks, Wickert y otros investigadores escogieron 12 lugares forestados dominados por el Ailanthus en Virginia y Pensilvania. A continuación, eligieron 656 árboles de forma aleatoria para inocularles el hongo, haciendo cortes en los troncos e inyectando esporas fúngicas en las heridas. Regresaron a los árboles cada pocos meses para tomar fotos y medir su decaimiento.
Descubrieron que el hongo mataba al Ailanthus, pero no se propagaba a árboles que no fueran el objetivo, lo que hizo que los investigadores especularan que las plantas locales habían desarrollado defensas al V. nonalfalfae que el Ailanthus no tenía.
La seguridad ante todo
Antes de lanzar la ofensiva con este hongo, los expertos quieren garantizar que es seguro para otras plantas, animales y cultivos de otros estados donde podría no ser autóctono.
Raghavan Charudattan, un fitopatólogo jubilado que fundó una empresa de biotecnología, BioProdex, ha pasado cinco décadas estudiando formas de controlar las especies invasoras con hongos y otros controles biológicos. Hace poco, Charudattan recibió financiación del Servicio Forestal y el Departamento de Agricultura de Estados Unidos para estudiar el uso del V. nonalfalfae contra el Ailanthus.
«Mi trabajo en particular es probar una serie de especies cultivadas, que son susceptibles a otras especies de Verticillium», como el maíz, los rábanos y las patatas, afirma Charudatta. Estima que podrían tardarse hasta tres años en superar los obstáculos normativos hasta que el hongo esté disponible como producto comercial en tiendas.
Existe un precedente para dicho producto: DutchTrig, que combate la grafiosis o enfermedad holandesa del olmo, una infección de plantas devastadora en Europa y Norteamérica, y causada por varios hongos en la familia Ophiostomataceae. Los investigadores descubrieron que inyectar V. albo-atrum, un hongo del mismo género que el V. nonalfalfae, funcionaba de forma similar a una vacuna en los olmos, potenciando sus mecanismos de defensa naturales y protegiéndolos contra otros patógenos fúngicos. El producto está disponible en al menos siete países.
Scott Salom, entomólogo forestal en la Universidad Tecnológica de Virginia que trabajó con Brooks y Wickert, advierte que el hallazgo de un asesino de árboles natural es solo un primer paso para restaurar ecosistemas dañados.
Afirma que, además de eliminar estas especies invasoras, científicos y gobiernos deberían colaborar para restaurar los paisajes naturales, lo que a su vez permite que prospere la biodiversidad de insectos y mamíferos autóctonos.
«No tratamos los árboles y los vemos morir sin más, tenemos que garantizar que las plantas autóctonas sean las que los sustituyan», afirma Salom.
«Desde una perspectiva ecológica, es muy importante llegar hasta el final».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.