¿Es posible comprar piedras preciosas de forma ética?
La llamada minería de cristales puede alimentar la explotación de los trabajadores e incluso los conflictos armados, pero hay medidas que los consumidores pueden adoptar para tomar decisiones de compra más éticas.
La amatista, el cuarzo transparente y el cristal citrino se comercializan a menudo como piedras con propiedades curativas, pero las minas que producen cristales como éstos pueden dañar el medio ambiente y trabajar en condiciones inhumanas.
Martina Gutfreund sabía que ganarse la vida extrayendo cristales podía ser algo difícil. Sin embargo, se sorprendió al descubrir, en un viaje reciente a la región de Erongo, rica en minerales, en Namibia, que su compra de 113 kilos de cristales mezclados (incluidos cuarzos ahumados, fluoritas y ópalos de hialita) por poco más de 10 000 dólares equivalía al salario de dos años del propietario de la mina y sus trabajadores.
Gutfreund, que vive en Alberta (Canadá) y vende cristales en su tienda de Etsy SpiritNectarGems, es un caso atípico en el mundo de los vendedores de cristales, muchos de los cuales compran sus piedras a mayoristas integrados en complejas cadenas de suministro mundiales. Pero Gutfreund sabe que si compra directamente a los pequeños mineros, más dinero se queda en la economía local.
"Ése es mi código ético", dice Gutfreund; "pero no existe un código ético que siga nadie que se abastezca de cristales. Es una especie de mercado libre".
De hecho, el mundo de los cristales es el Salvaje Oeste, sin guías de sostenibilidad ni etiquetas de abastecimiento ético que ayuden a los consumidores. Las prácticas mineras van desde operaciones artesanales a pequeña escala, en las que la gente desentierra rocas con herramientas sencillas, hasta grandes minas industriales en las que los cristales se producen como subproducto de algo más.
Las repercusiones sociales de la extracción de cristales son igualmente amplias: en algunos casos, puede impulsar la economía local; en otros, puede alimentar la explotación de los trabajadores e incluso los conflictos armados.
Pero los expertos del sector dicen que los entusiastas del cristal pueden tomar medidas si se preocupan por la procedencia de sus piedras, desde encontrar vendedores de confianza hasta excavar ellos mismos los cristales de la tierra.
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Impacto medioambiental
Cristal es un término amplio que se utiliza para describir los miles de minerales inorgánicos cuyos átomos se disponen en un patrón ordenado y repetitivo. Como ocurre con otras formas de minería, su extracción tiene un impacto ambiental y humano que varía según la región y el tipo de mineral extraído.
En general, los expertos afirman que la extracción de cristal no es tan destructiva para el medio ambiente como la de metales como el oro o el cobre. Mientras que las minas comerciales de metales suelen abarcar cientos de hectáreas y pueden extenderse cientos de metros bajo tierra, las minas de cristal suelen ser pequeñas en comparación. James Zigras, que dirige Avant Mining, el mayor productor de cristales de cuarzo de EE. UU., afirma que sus minas más grandes miden entre 0,4 y 08 hectáreas y que la más profunda tiene "unos 120 pies [36 metros]".
Los métodos utilizados para extraer cristales también suelen ser más suaves que los empleados en la minería de metales (pensemos en palas y cinceles en lugar de dinamita), porque el objetivo es recuperar ejemplares intactos. Y mientras que muchos metales deben refinarse con productos químicos agresivos y procesos que contaminan el aire y el agua, los cristales suelen lavarse simplemente con agua o ácido oxálico.
"Los impactos químicos derivados de la minería son menos probables en la extracción de piedras preciosas", afirma Estelle Levin-Nally, fundadora y directora ejecutiva de la consultora de minerales sostenibles Levin Sources.
Sin embargo, los mineros deben arrancar la vegetación para desenterrar los cristales, y esta destrucción del hábitat puede dañar la biodiversidad local. Según Levin-Nally, el desmonte de tierras para la extracción de minerales también puede generar contaminación por polvo, lo que crea riesgos para la salud y la seguridad de los trabajadores, o contamina los cursos de agua locales. Y en algunos casos, se desentierran cristales de formas de minería más tóxicas, como cuando las grandes minas de cobre producen especímenes de malaquita, un mineral de bandas verdes, o cuando en la minería del plomo aparece wulfenita, un mineral brillante de color rojo anaranjado.
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Preocupación por los derechos humanos
Muchos de los efectos sociales nocivos documentados en otros sectores mineros como el oro y los diamantes (desde las condiciones de trabajo peligrosas hasta el trabajo infantil) pueden darse también en la extracción de cristales, especialmente en los países más pobres que producen grandes cantidades de piedras para el consumo masivo, como Madagascar.
Varias cadenas de suministro de minerales han contribuido incluso a financiar regímenes militares represivos o grupos terroristas, como el jade y los rubíes de Birmania y el lapislázuli de Afganistán.
La preocupación más generalizada, según los expertos del sector, es si las comunidades mineras están recibiendo la parte que les corresponde de los beneficios de lo que se ha convertido en un negocio multimillonario defendido por famosos e influencers que promueven los cristales para el bienestar espiritual.
Rob Lavinsky, fundador del concesionario de minerales finos The Arkenstone, donde los ejemplares se venden a menudo por miles de dólares, afirma que el aumento del valor de los cristales de calidad para coleccionistas está ayudando a "inyectar mucho más dinero en las comunidades locales" que los extraen. Pero los beneficios para quienes extraen baratijas de cuarzo rosa que se venden en Ebay por unos pocos dólares son probablemente mucho menores.
"Puedes estar seguro de que al final de la cadena de suministro, alguien no gana casi nada", afirma Gutfreund.
Los compradores potenciales no encontrarán ningún vendedor de cristal que ostente una etiqueta de sostenibilidad como la de Comercio Justo. Ante la escasa presión de los organismos reguladores o de sus consumidores, el sector no se ha propuesto organizar este tipo de programas. Pero quienes quieran comprar cristales con un impacto menor pueden seguir algunas reglas básicas.
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Coleccionando cristales con cabeza
El primer paso es encontrar un vendedor que sepa exactamente dónde se extrajeron los cristales, dice Gutfreund. Si el dueño de la tienda no lo sabe, o sólo puede decir que su amatista procede de Brasil (uno de los mayores productores del mundo), es una señal de alarma. Levin-Nally dice que ella se centraría en buscar cristales locales cuyo viaje hasta ella fuera más corto. En Estados Unidos, la compra local también ayuda a garantizar que los cristales se han extraído en un entorno normativo comparativamente estricto.
Saber a qué precio se suelen vender los distintos minerales para detectar ofertas sospechosamente buenas también puede ayudar a los consumidores a evitar apoyar a minas explotadoras o comprar cristales falsos por accidente. Pero incluso quienes no tienen mucho dinero para gastar pueden empezar a desarrollar una colección de cristales de bajo impacto visitando una mina en la que se pague por excavar, como la mina de turmalina Himalaya, en el sur de California, o uniéndose a un club de rocas local para aprender los fundamentos de la búsqueda de rocas. Aunque esto depende de la disponibilidad geográfica de cada uno, el Instituto Gemológico Español sacó un breve resumen con consejos de buenas prácticas.
A mayor escala, Levin-Nally afirma que existen marcos éticos que la industria del cristal podría aplicar para crear cadenas de suministro responsables y apoyar la minería artesanal que beneficia a las comunidades locales. Las empresas que tomen la iniciativa podrían incluso encontrar nuevos clientes.
"Muchas de las personas que consumen cristales se preocupan por la energía", afirma Levin-Nally; "se preocupan por el karma y por los demás. Y es lógico que exista un mercado especializado para que puedan acceder a productos éticos que se alineen con sus valores."
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.