Lois Gibbs, madre y una de las primeras campeonas del medio ambiente

La catástrofe del Love Canal transformó a la ama de casa Lois Gibbs en una campeona del medio ambiente tras enterarse de que su barrio de Niagara Falls se había construido sobre suelo envenenado.

Lois Gibbs nunca evitó los focos en su lucha por proteger a las familias de Love Canal de los residuos químicos. La prensa la rodea frente a la Asociación de Propietarios de Love Canal en 1980 mientras Gibbs espera una llamada telefónica de la Casa Blanca.

Fotografía de Mickey H. Osterreicher
Por Erin Blakemore
Publicado 22 abr 2024, 11:22 CEST
Love Canal neighborhood

Barrio de Love Canal.

Cuando Lois y Harry Gibbs se mudaron a una casa de tres dormitorios en Niagara Falls, en el Estado de Nueva York (Estados Unidos), en 1972, la joven esposa pensó que le había tocado el gordo. "Realmente pensé que había conseguido encontrar la mejor casa de todo el país", recuerda Gibbs. Su marido, químico, tenía un buen trabajo. Sus vecinos estaban muy unidos y la zona era idílica. Y había niños por todas partes, deambulando por el barrio, nadando en el arroyo local: el barrio de Love Canal era una zona "viva" con niños.

Pero las cosas no eran lo que parecían. Bajo la superficie, en el suelo bajo sus perfectas casas, yacía la contaminación química de un vertedero de residuos tóxicos: una bomba de relojería que provocaría enfermedades, tragedias y la transformación de Gibbs de tímida ama de casa en una activista medioambiental conocida en todo el país.

Años antes, el Love Canal, parcialmente urbanizado, se convirtió en un vertedero, cortesía de la Hooker Chemical and Plastics Corporation, que enterró allí más de 20 000 toneladas de productos químicos tóxicos entre 1942 y 1952. Finalmente, la empresa arrendó la zona al Consejo de Educación de Niagara, Falls, municipio junto a las cataratas del Niágara, que dan nombre al pueblo, por un dólar, con una escritura que incluía una cláusula de exención de responsabilidad de Hooker Chemical por el vertido de sustancias químicas. En los años siguientes, el terreno que rodeaba el vertedero de 6,4 hectáreas se convirtió en un barrio con casas, iglesias y árboles.

Hooker Chemical and Plastics Corporation

Fundada en 1903 en Rochester (Nueva York), la Hooker Chemical and Plastics Corporation eliminó unas 20 000 toneladas de residuos tóxicos en Love Canal entre 1942 y 1952.

Fotografía de Bettmann, Getty

En 1978, el lugar albergaba una escuela primaria y casas como la de Gibbs se alineaban en las plácidas calles de Love Canal. La escuela era un centro para las amas de casa de la zona, recuerda Gibbs. Como el colegio no tenía cafetería, Gibbs y otras mujeres llevaban el almuerzo a sus hijos a mediodía. Ella iba andando a la 99th Street School, empujando el cochecito en el que iba su hija, y extendía una manta en el patio del colegio, donde la familia comía junto con las demás madres y los niños.

"Dios mío", dice; "¿cuántas veces comimos en un vertedero de residuos tóxicos?".

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    Clínica de la escuela primaria de la calle 99,  Nueva York

    En el verano de 1978, las autoridades sanitarias del estado de Nueva York instalan una clínica en la escuela primaria de la calle 99, uno de los primeros edificios construidos en las obras del Love Canal. A una residente de 23 años le sacan sangre allí.

    Fotografía de Bettmann, Getty

    Problemas en la superficie

    La primera señal de problemas en Love Canal apareció en 1976, cuando el periódico Niagara Gazette informó de que algunas casas estaban experimentando filtraciones químicas en sus sótanos. Pero Gibbs no se dio cuenta hasta que su hijo Michael, de cinco años, empezó a tener convulsiones. "Tenía la sensación de que estaba expuesto en el patio de recreo", afirma; "realmente pensé que Michael era de alguna manera más sensible, y que el consejo escolar debería trasladarlo [a otra escuela] de inmediato".

    La familia no tenía antecedentes de epilepsia, y una consulta con su cuñado, biólogo, le hizo preguntarse si los problemas de Michael tenían algo que ver con los productos químicos. Alegando el peligro potencial del lugar, solicitó al consejo escolar el traslado de Michael. Pero cuando se lo denegaron, se puso manos a la obra.

    Con la voz todavía crispada 46 años después, asegura: "Tengo carácter irlandés. No pueden sentarse ahí y decirme que no van a trasladar a mi hijo. Vamos a arreglar esto".

    Pronto empezó a ir de puerta en puerta con una petición para cerrar la escuela. Pero cuando se puso a sondear a sus vecinos, se dio cuenta de que no era la única madre cuyo hijo estaba enfermo.

    Los problemas de salud estaban por todas partes en Love Canal, desde la hiperactividad a la epilepsia, pasando por las migrañas y los abortos espontáneos. Los vecinos empezaron a hablarle de cáncer, problemas renales y pulmonares. Con el tiempo, Gibbs se dio cuenta de que el 56% de los niños nacidos de residentes de Love Canal en los últimos cinco años habían nacido con una anomalía congénita.

    "Supe de una niña de 12 años a la que tuvieron que practicar una histerectomía", cuenta Gibbs; "una mujer con dos muertes en la cuna. No eran cosas normales".

    Aunque el Departamento de Salud del estado accedió a realizar pruebas en las casas cercanas al vertedero, los avances fueron lentos. Una vez que los funcionarios comenzaron las pruebas ambientales, los residentes se sorprendieron por la magnitud de la contaminación. No era sólo el patio de recreo. Eran los sótanos. Los patios traseros. Las habitaciones. Los desagües. Un océano de sustancias químicas mortales se filtraba desde el suelo: benceno, dioxina, tolueno. Al final, se confirmaron más de 100 compuestos mortales en el lugar. El aire y las aguas subterráneas estaban contaminados.

    Para entonces, Gibbs era presidenta de la Love Canal Neighborhood Association, una organización local dedicado a averiguar qué estaba mal en su barrio. Obtener pruebas del desastre que se estaba produciendo resultó ser la parte fácil. Conseguir que la gente adecuada les escuchara era otra cuestión totalmente distinta, dice Gibbs.

    Las mujeres pasaron cientos de horas al teléfono, yendo de casa en casa, suplicando ayuda a los funcionarios locales y nacionales. Hicieron circular peticiones, recopilaron pruebas y ejercieron presión. Antes tímida y reservada, Gibbs se encontraba ahora en el centro de un tornado de publicidad, súplicas sin respuesta y una continua sensación de temor por lo que los productos químicos estaban haciendo a su comunidad.

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       Lois Gibbs atiende al teléfono

      Los esfuerzos populares de Lois Gibbs atrajeron la atención nacional sobre el desastre medioambiental del Love Canal.

      Fotografía de of University Archives, University at Buffalo, The State University of New York

      Mientras tanto, la vida que amaba se derrumbaba ante sus ojos. La gente había empezado a morir, incluido un niño, John Allen Kenny, que nadaba a menudo en el arroyo que había detrás de su casa. Gibbs se encontró aconsejando y consolando a sus angustiados vecinos, incluido un trabajador químico que se desahogó con ella.

      "Nunca había visto llorar a un hombre", recuerda; "era un hombre muy macho y obrero. Hablaba de jugar al fútbol con el niño". Este tipo de incidentes se convirtió en algo cotidiano.

      También lo hizo la presión. "Ya no tiene la casa limpia, el suelo encerado y la cena en la mesa a las cinco", escribió una periodista del Buffalo News en 1978. Esta actividad estaba abocada a afectar a la relación son su marido, que esperaba que ella le preparara la cena. "¿Cuándo se va a acabar esto? Quiero cenar"", le preguntaba.

      (Relacionado: ¿Cómo se puede defender el medio ambiente ahora?)

      Luchando siendo mujer

      La identidad de Gibbs como ama de casa resultó ser una bendición y una maldición. Como escribió la periodista del Buffalo News, le permitía hacer preguntas "inocentes pero mortales", desarmando a funcionarios poderosos sin intimidarlos. Pero también la expuso a las críticas, los cotilleos y el sexismo.

      "Soy mujer, así que no puedo ser demasiado brillante", dice Gibbs. La gente le preguntaba si era su "época del mes", insinuando que sus súplicas eran histéricas. Al final, dice, se enteró de que los legisladores de Albany (capital del Estado de Nueva York) le habían puesto un apodo: "En vez de llamarme la presidenta de Love Canal, era 'La Perra'".

      En agosto de 1978, las autoridades estatales evacuaron a las mujeres embarazadas y a los niños menores de dos años del barrio de Love Canal. Pero eso no fue suficiente para Gibbs y sus vecinos. Presentaron demandas, organizaron piquetes y difundieron las crecientes pruebas de que el barrio estaba aún más contaminado de lo que se pensaba. Finalmente, en mayo de 1980, el Presidente Jimmy Carter declaró la emergencia nacional en el lugar. Al final, unas 950 familias abandonaron Love Canal.

      Las consecuencias sanitarias de Love Canal fueron nefastas. Estudios de seguimiento demostraron que las mujeres que vivían en el barrio durante su edad reproductiva tenían el doble de probabilidades de dar a luz a un niño con una anomalía congénita y un mayor riesgo de dar a luz a un bebé con bajo peso. La residencia en el barrio también se ha relacionado con tasas más elevadas de cardiopatías reumáticas, infartos de miocardio y cáncer de pulmón, riñón y vejiga. Sin embargo, es posible que nunca se conozcan con exactitud los efectos de la catástrofe medioambiental, dada la dificultad de determinar con precisión las tasas de exposición a las sustancias químicas del vertedero.

      Protesta ante la casa en Virginia de Rita Lavelle

      Gibbs siguió luchando por la justicia medioambiental incluso después de Love Canal. Aquí encabeza una protesta ante la casa en Virginia de Rita Lavelle, funcionaria de la EPA, que sería condenada en 1984 por malversación de fondos del programa Superfund.

      Fotografía de Scott Stewart, AP

      El legado de Love Canal

      Hoy se considera a Gibbs una de las madres del movimiento ecologista. Sus esfuerzos en Love Canal pusieron los peligros de la contaminación química tóxica en el punto de mira nacional, impulsando la creación del programa Superfund de la Agencia de Protección Medioambiental, un programa que limpia los lugares contaminados, y la atención de los científicos que siguen estudiando los peligros de la contaminación química para los seres humanos.

      Su historia (y la de otros que lucharon por la justicia medioambiental en el barrio de Love Canal) ha inspirado muchas películas y documentales para televisión. El último es Poisoned Ground: The Tragedy at Love Canal, que se estrenará el 22 de abril de 2024, coincidiendo con el Día de la Tierra, en la televisión pública estadounidense.

      Su historia está estrechamente ligada a la colaboración vecinal, pero, irónicamente, la lucha de Gibbs condujo a la desaparición del barrio que tanto amaba. Aunque sigue en contacto con sus antiguos vecinos, la evacuación de Love Canal los dispersó por todo el país. Finalmente, todo el barrio de Love Canal fue demolido. "Desapareció. Simplemente se ha ido", dice Gibbs; "es difícil ponerle un valor".

      Aunque actualmente sus hijos están sanos, dice que sigue preocupada por su salud a largo plazo y la de sus sucesores. "Siempre hay una nube", dice Gibbs. En última instancia, sin embargo, ve su trabajo en Love Canal como un triunfo. "Ganamos", afirma. Gibbs fundó el Centro para la Salud, el Medio Ambiente y la Justicia, convirtiéndose en una figura clave del movimiento ecologista e inspirando a generaciones de activistas de base.

      Y si ella pudo hacerlo, cualquiera puede.

      "La democracia funciona", afirma; "nos mantuvimos unidos y con un objetivo común. Eso se puede hacer con cualquier tema. Si la gente participara en la democracia, podríamos cambiar el mundo de formas que ahora mismo ni siquiera son imaginables."

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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