Contaminación lumínica: el 83% de la población mundial no puede ver las estrellas

Por Redacción National Geographic
Mapa de los índices de contaminación lumínica en Europa
Mapa de los índices de contaminación lumínica en Europa

20 de junio de 2016

Según los autores del Nuevo atlas mundial de contaminación lumínica, la mayor parte de la población del planeta ya no tiene la oportunidad de observar la Vía Láctea. Esto se debe al incremento en las últimas décadas de la contaminación lumínica, a la que no se le da suficiente atención pese a ser una de las formas de polución más invasivas. De hecho, los científicos que han elaborado este atlas, advierten de la necesidad de abordar las diversas consecuencias de este problema, entre las que se incluye la pérdida de biodiversidad

Para elaborar este mapa de contaminación lumínica han utilizado imágenes tomadas por el satélite Suomi-NPP de las agencias estadounidenses NASA y NOAA. Además, también han contado con la ayuda de ciudadanos en calidad de científicos (citizen scientists) que se han encargado de tomar unas 30.000 mediciones de luz artificial alrededor de todo el planeta.

De esta forma, los investigadores han actualizado su anterior mapa elaborado en 2001, llegando a la conclusión en este nuevo trabajo de que este tipo de polución se ha incrementado en un 6% en Norteamérica y el continente europeo.

Los porcentajes son alarmantes: el 83% de la población mundial convive con estos cielos contaminados. Esta cifra se eleva hasta el 99% de la población si nos centramos en Estados Unidos y Europa. Los habitantes de estas regiones “ciegas” a las estrellas se verían obligados a recorrer distancias de más de 1.000 kilómetros para poder ver nuestra galaxia.

Por ejemplo, en Europa podemos encontrar cielos poco afectados en ciertas partes del norte de Escocia, Córcega, Ucrania o incluso en la provincia de Cuenca –zonas en negro o en azul en el mapa–. Sin embargo, el 60% de los habitantes de este continente se ve privado de la visión de la Vía Láctea por las noches.

Por otra parte, el área en la que existen menos posibilidades de admirar las estrellas se encuentra en El Cairo, Egipto, en las proximidades de la región del delta del Nilo. En regiones europeas como Bélgica, Holanda o el oeste de Alemania –en rojo en la imagen del mapa– también se ha perdido este impresionante espectáculo visual, así como en una serie de ciudades del norte de los Estados Unidos entre las que se encuentran Washington D.C. y Boston.

Si hablamos en términos de contaminación por número de habitantes, Singapur, Kuwait y Qatar encabezan el ránking de países con mayor índice de polución lumínica. De hecho, la totalidad de la población de estos países se ha quedado sin la posibilidad de contemplar el cielo nocturno en todo su esplendor.

Y lo que desgraciadamente puede resultarnos más llamativo: en esta clasificación, España ocupa el decimoctavo puesto, lo que significa que cerca del 60% de los españoles no pueden admirar la Vía Láctea por las noches.

Por otro lado, los países que cuentan con una mayor área de cielos no contaminados son Groenlandia, la República Centroafricana y Niue –una pequeña isla del Pacífico Sur–. 

Pero la luz artificial no solo afecta a nuestra visión de la Vía Láctea, sino que también tiene otras consecuencias más graves para la vida. Por ejemplo, una luz artificial de alta intensidad puede afectar a los ciclos migratorios de las aves, haciendo que confundan el periodo en el que deben iniciar la migración. También afecta al ritmo circadiano de los humanos –es decir, a nuestros ciclos de sueño–, y en caso de tratarse de luz artificial en puertos o playas, puede alterar los ecosistemas submarinos.

Además, el estudio incluye previsiones sobre las consecuencias del uso de iluminación LED, tecnología cada vez más utilizada por su bajo consumo –lo que supone un ahorro cada mes en la factura de la luz–. Pese a la creencia generalizada de que estas luces son beneficiosas, el atlas concluye que este tipo de iluminación solamente provocará que los niveles de polución en nuestros cielos se multipliquen por dos. Es más, las LED son mucho más contaminantes –hasta 2,5 veces más– que las lámparas de descarga de gas utilizadas en la iluminación pública.

Podemos hacer que el nivel de contaminación lumínica disminuya apagando las luces, pero no podemos reparar el daño que ya hemos infringido”, afirma Fabio Falchi, investigador del Instituto Italiano de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica y uno de los autores del estudio.

Este atlas demuestra que este tipo de polución genera problemas a nivel global y debe ser abordada de acuerdo con su gravedad. En una era de obsesión por la seguridad, los humanos buscamos estar a salvo de la oscuridad de la noche llenando nuestras ciudades de luces artificiales. Pero es hora de considerar las consecuencias de toda esta iluminación y quitar ese velo que el estudio define como “crepúsculo artificial” para poder observar el cielo nocturno.

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