Los elefantes, en serio peligro

Por Redacción National Geographic
Un elefante africano juega con un cachorro en la Reserva Nacional Masai Mara, en Kenia.
Un elefante africano juega con un cachorro en la Reserva Nacional Masai Mara, en Kenia.

25 de febrero de 2014

Todos lo sabemos, los elefantes están en peligro. El hombre está librando una auténtica guerra contra ellos porque tienen algo que quiere y no puede fabricar: marfil.

Por citar un ejemplo, a principio de mes hemos sabido que Gabón ha perdido más de la mitad de sus elefantes (11.000) en los últimos diez años.

Los ataques son de tal magnitud en el continente africano que algunos científicos consideran ya que el animal está «ecológicamente extinto». En la actualidad hay menos de 500.000 elefantes africanos en estado salvaje y apenas 32.000 elefantes asiáticos.

Además, el horror por lo que está sucediendo probablemente se vea agravado por la empatía que sienten unos por otros, una emoción que los científicos han conseguido demostrar científicamente.

No podemos saber a ciencia cierta si los elefantes africanos son conscientes de que están siendo atacados, de que están desapareciendo del continente: los que sobreviven son pocos y no pueden relatarnos su experiencia. Nunca sabremos con detalle lo que han vivido o visto en la selva mientras sus amigos y familiares eran asesinados.

Sin embargo, sí podemos hacernos una idea basándonos en eventos pasados. Durante el siglo XX en Sudáfrica se autorizó la matanza de familias enteras de animales en algunos parques, como el Kruger Park. Las autoridades temían que si la población de elefantes crecía demasiado, acabaría con toda la vegetación, por lo que decidieron sacrificarlos.

De alguna manera, otras familias de elefantes del parque sabían lo que estaba ocurriendo, quizá porque escucharon los barritos de terror.

Justo después de una matanza de este tipo, e incluso después de que los guardas limpiaran la zona y se llevaran los cuerpos, otras familias de elefantes acudieron a la escena. Inspeccionaron y olisquearon el terreno; después se marcharon para no volver, aunque la zona fuera un buen lugar para vivir.

¿Qué ocurre ahora cuando los cazadores furtivos acaban con manadas enteras? ¿Van los elefantes, debido a la empatía que sienten por sus semejantes, a investigar el lugar en el que fueron asesinados? ¿Abandonan para siempre esas zonas?

Todavía queda mucho por analizar, pero sin duda la prioridad debería ser buscar vías para impedir su desaparición.

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