4 de mayo de 2012
Según un nuevo estudio, a medida que el calentamiento global provoca precipitaciones más intensas y un mayor deshielo en el Ártico, las comunidades inuit de Canadá registran más casos de enfermedades atribuidas a patógenos que provienen de aguas superficiales y subterráneas.
Los hallazgos confirman investigaciones anteriores que sugerían que pueblos indígenas de todo el mundo se veían afectados de forma diferente por el cambio climático. Esto se debe a que muchos habitan regiones en las que los efectos se sienten antes y con mayor fuerza, y pueden entrar en contacto más directo y diario con el entorno natural. Por ejemplo, algunas comunidades indígenas no tienen acceso a agua potable porque se encuentran lejos de zonas urbanas.
«En el norte, muchas comunidades inuit prefieren beber agua de los arroyos en lugar de agua potable», explicó la directora del estudio Sherilee Harper, de la Universidad de Guelph (Canadá).
«Además, cuando están cazando o pescando, por ejemplo, no tienen acceso a agua potable, por lo que beben de los ríos».
Según los científicos, la experiencia de los inuit y otras comunidades indígenas al tratar de adaptarse al cambio climático podría ayudar a la humanidad en el futuro, cuando los efectos del cambio climático se hagan sentir de forma universal.
«Estas sociedades son como una bola de cristal que nos permite saber lo que pasará cuando estos cambios empiecen a materializarse en el sur en las próximas décadas», afirma James Ford, de la Universidad McGill, que es experto en adaptación indígena al cambio climático, aunque no participó en el estudio.
«Los científicos suelen afirmar que si la temperatura global asciende 4°C, los efectos serán catastróficos», añade. «Pero donde yo trabajo en el Ártico, ya hemos visto ese cambio de temperatura».
Clima y enfermedades
Ford afirma que el nuevo análisis es el primero que establece un vínculo entre el cambio climático y las enfermedades de las poblaciones del Ártico canadiense. «No se suelen tener en cuenta los problemas relacionados con el agua al estudiar el cambio climático», señala.
«Antes de este estudio se sabía muy poco sobre las enfermedades transmitidas por el agua en el Ártico. Ahora, su punto de partida nos permitirá descubrir si los cambios influirán en el futuro», comenta Ford.
El estudio de Harper, publicado recientemente en la revista EcoHealth, forma parte de un estudio comparativo de varios años sobre la relación entre fenómenos climáticos extremos y los brotes de enfermedades transmitidas por el agua en comunidades aborígenes de todo el mundo.
El equipo está llevando a cabo estudios similares entre los pigmeos batwa y el pueblo Shipibo de Perú. Todavía se están realizando pruebas, pero los resultados preliminares sugieren que al igual que los Inuits, estos grupos también están empezando a sentir en la salud los efectos relacionados con el cambio climático.
Mejorando los sistemas de salud
En cada comunidad objeto de estudio, Harper y su equipo documentaron los hábitos locales relacionados con el agua, llevaron a cabo pruebas semanales y buscaron registros clínicos que describieran vómitos y diarreas.
Igualmente, el equipo llevó a cabo encuestas para obtener información sobre el estilo de vida de las comunidades.
Al combinar y analizar todos estos datos, descubrieron, por ejemplo «que tras periodos de fuertes lluvias o deshielo aumenta la presencia de bacterias (como la E. coli) en el agua, y que entre dos y cuatro semanas después aumentan los casos de diarrea y vómitos», afirma Harper.
En Uganda, el equipo descubrió que las familias que no tienen a sus animales en establos o protegidos son hasta tres veces más propensos a sufrir enfermedades tras periodos de fuertes lluvias. Los miembros del equipo creen que las heces de los animales acaban siendo arrastradas hasta llegar al agua potable.
El estudio de Harper forma parte de un proyecto más amplio llamado Salud Indígena y Adaptación al Cambio Climático, que tiene por objetivo combinar ciencia y conocimientos tradicionales para fortalecer los sistemas de salud en las comunidades indígenas.
El proyecto utiliza datos de los estudios para asesorar a las autoridades locales y ayudar a encontrar mecanismos para mejorar la salud de los miembros de las comunidades afectadas. Según Harper, las estrategias para reducir las enfermedades que se transmiten a través del agua, por ejemplo, pueden ser algo tan simple como construir cercados para animales o proteger las fuentes de agua potable.
Cambios generalizados
En Rigolet, un pequeño pueblo inuit que fue objeto de estudio del equipo de Harper, los hallazgos ya han permitido llevar a cabo cambios en la comunidad, como afirma su alcaldesa Charlotte Wolfrey.
«Le pedimos a nuestros habitantes que no beban agua de los arroyos, sino agua que ha sido tratada con cloro para eliminar las bacterias», comenta Wolfrey. «También hemos colocado carteles por el pueblo para recordarles que si van a beber agua no tratada deben hervirla primero».
Wolfrey, que ha vivido casi 40 años en Rigolet, afirma que el cambio climático ha llevado a sus habitantes a cuestionarse cosas que antes daban por sentado, como las zonas en el hielo que pueden atravesarse con seguridad o las rutas de temporada para los barcos.
«Ese tipo de sabiduría tradicional, que pasaba de generación a generación, ya no cuenta, no es fiable», añade.
Todo lo aprendido en Rigolet y otras comunidades indígenas podría ser de gran utilidad para toda la humanidad, pues estos problemas podrían convertirse pronto en globales. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, la mayoría de los problemas relacionados con el cambio climático en el siglo XXI serán consecuencia de enfermedades diarreicas.
«El efecto del cambio climático en las enfermedades que se transmiten a través del agua no es solamente un problema del Ártico o de los pueblos indígenas», declara Harper.
Ford es de la misma opinión. «Si observamos lo que ocurre en el Ártico, y cómo el cambio climático afecta a las sociedades y a las personas, podremos saber más sobre cómo tendremos que responder globalmente al cambio climático».
Ford afirma que su experiencia entre los inuit le ha hecho ser «prudentemente optimista» y creer que el cambio climático es un problema al que el hombre podría adaptarse, cuando no resolverlo.
«Cuando llegué a este lugar hace diez años había todo tipo de ideas sobre cómo iba a afectar el cambio climático a los inuit, pero cuando empecé a trabajar con ellos lo que me sorprendió es que muchos decían “somos resistentes, nos adaptaremos”. Así que creo que tenemos la oportunidad de enfrentarnos a los posibles cambios», afirma Ford.
Sin embargo, añade: «Hay que trabajar mucho para conseguirlo. No podemos simplemente esperar que seamos capaces de adaptarnos».