Esta expedición hace frente a los peligros del Ártico por la ciencia climática

Estos investigadores han podido recopilar testigos de hielo de un remoto lago de Svalbard, algo que podría aportar información valiosa sobre cómo cambiará el clima durante las próximas décadas.

Por John Wendle
Publicado 7 mar 2018, 11:35 CET

National Geographic ha producido este contenido en el marco de su colaboración con Rolex, cuyo objetivo es promover la exploración y la conservación. Las organizaciones unirán fuerzas en iniciativas que apoyen a exploradores veteranos, ayuden a exploradores emergentes y protejan las maravillas del planeta.

El barco salió disparado sobre la superficie azul oscura de la ola, atravesó su borde, quedó suspendido durante un instante y cayó de nuevo sobre el mar. El golpe reverberó a través del casco de aluminio, amplificando el murmullo vibratorio del mástil que se enfrentaba a un temporal de categoría ocho. A medida que el barco se precipitaba con el morro por delante, las espumosas aguas de color cobalto del Ártico se elevaron y bloquearon la vista de los picos nevados de Nordaustlandet, en el archipiélago noruego de Svalbard. Impulsada por vientos fríos de 70 kilómetros por hora, otra ola de seis metros golpeó al barco por uno de los lados, haciendo que la tripulación de paleoclimatólogos se tambaleara.

Tras una paliza de seis horas, el inesperado temporal no mostraba señales de amainar. Skipper Mario Acquarone dio un difícil giro a toda velocidad a través del cúmulo de olas y se retiró. Un día antes, en esta costa inaccesible a 80 grados al norte, el equipo de científicos había tomado muestras de sedimentos de un sistema glaciar y un lago poco explorados. Esperaban que su investigación desvelara milenios de datos sobre el cambio climático tan detallados que proporcionasen registros a nivel de décadas —documentación del cambio climático correspondiente a una vida humana— y les ayudaran a predecir más claramente los efectos de un futuro más cálido.

Llevaban cinco años intentando llegar al lago Ringgåsvatnet y al glaciar Ahlmannfonna, pero en cada intento habían sido recibidos por tormentas de dimensiones épicas o se habían quedado atrapados por el hielo a la deriva. Estaban ansiosos por volver y analizar su preciado barro, pero primero tenían que sobrevivir al temporal.

«Es ciencia extrema», dijo más tarde Ray Bradley, el investigador del Ártico de más edad y con más experiencia en la expedición, mientras el barco atracaba en los confines más seguros pero todavía traicioneros de la ensenada de Innvika. Tras 15 horas surcando mares tempestuosos, el director del Centro de Investigación del Sistema Climático de la Universidad de Massachusetts en Amherst pudo prepararse unas gachas de avena. «La gente siempre se olvida cuando ven un gráfico en un trozo de papel [...] de todo el esfuerzo que ha supuesto eso», dijo. «En muchos lugares te juegas la vida para conseguir estos datos».

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    La expedición se ha enfrentado a numerosos peligros para recopilar datos desde este lugar remoto del Ártico noruego: no solo las cuatro tormentas en nueve días, sino también la amenaza constante de ataques de osos polares, el riesgo de chocar contra una roca y hundirse en fiordos inexplorados, y los icebergs. Y lo que resulta más amenazador: es posible pasar hambre si los caprichosos vientos cambian, empujando el hielo polar al sur en cuestión de horas y dejando aislado al barco y a su tripulación en un fiordo demasiado lejano como para un rescate en helicóptero. Todo por un poco de barro.

    Pero este no es un barro cualquiera. «Esperamos que los sedimentos descubiertos en el fondo del lago nos proporcionen básicamente un historial de cómo ha sobrevivido —o crecido, o disminuido— el casquete glaciar con el paso del tiempo. Intentamos situar la condición actual del entorno de la zona en un contexto a largo plazo», explicó Bradley, que ha perdido casi todo su acento inglés a favor del acento de Boston. «Queríamos venir aquí porque es como el canario en la mina de carbón que nos indicará cómo va a cambiar el clima en el futuro y cómo ha cambiado en el pasado».

    Los testigos de sedimentos son «archivos naturales del cambio medioambiental pasado», afirma. «Lo que queremos hacer básicamente es abrir esa biblioteca y leer la historia de los sedimentos».

    Un lago lleno de secretos

    El lago Ringgåsvatnet es importante porque es una masa de agua dulce no congelada en el extremo norte del planeta, calentada por el final de la corriente del Golfo. Además, está alimentada por un solo casquete de hielo y los sedimentos del fondo no han sido barridos por un glaciar, así que tiene una huella histórica clara. El glaciar Ahlmannfonna es relevante porque es un casquete glaciar pequeño y es independiente, así que es especialmente vulnerable a los cambios del clima. Estudiar las capas de sedimentos glaciares depositados en el lago revelará cómo ha cambiado el glaciar y, por consiguiente, cómo ha cambiado el clima.

    Alcanzar un lugar tan esclarecedor es peligroso, pero Bradley está acostumbrado al riesgo. En 2005 se vio en vuelto en lo que llegaría a conocerse como «controversia del palo de hockey» después de que congresistas republicanos le atacaran a él y a sus colegas por un gráfico climático histórico publicado en un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). La tabla mostraba un repunte drástico de las temperaturas medias globales que coincidió con la revolución industrial, pruebas sólidas de que los humanos eran los causantes del calentamiento global.

    «Decidieron que la mejor forma de echar por tierra la credibilidad del informe del IPCC era atacar a los científicos en vez de a la ciencia», afirma Bradley. En esas «artimañas políticas», como las describe Bradley, el congresista que lideró el ataque fue Joe Barton, de Texas, que escribió una carta abierta a sus conciudadanos en la que decía con desdén que la ciencia era «un trabajo de puertas adentro y nada de trabajo pesado».

    La peligrosa costa oeste de Svalbard

    William D'Andrea, paleoclimatólogo en el Observatorio Terrestre Lamont-Doherty en la Universidad de Columbia, Nueva York, vigila por si aparecen osos mientras examinan un campo de piedras entre el glaciar Ahlmannfonna y el lago Ringgåsvatnet.
    Fotografía de John Wendle

    En los días previos a la tormenta, vimos una osa polar y a sus oseznos en una ladera y vimos ballenas azules y jorobadas expulsando aire sobre un telón de fondo de glaciares que fluían hacia el mar. Finalmente, tras 48 horas en el océano, pasamos nuestro Rubicón: el estrecho que separa la península de Platen de la banquisa ártica, a solo 20 millas náuticas de distancia.

    «Llevábamos cinco años intentando hacer este viaje y habíamos tenido muchos problemas con el hielo», afirma el líder de la expedición Jostein Blakke, director del grupo de investigación de sistemas terrestres del Cuaternario en el Centro Bjerknes para la Investigación Climatológica en la Universidad de Bergen, Noruega. «No es el tipo de expedición más seguro», afirma. Si los vientos cambiaban y empujaban el hielo hacia el sur, el barco quedaría atrapado en cuestión de horas. «Empujamos los límites de lo posible».

    Ese día no hay hielo. A medida que navegábamos por la montaña Goodenough, que hace honor a su nombre desde la punta de la península, Acquarone, experto en mamíferos marinos y presidente de la Sociedad Europea de Cetáceos que lleva dos décadas navegando por el archipiélago, dice que la falta de hielo es buena y mala. «Por una parte, es emocionante porque tenemos la posibilidad de visitar nuevas zonas que antes estaban bloqueadas por el hielo. Pero por otra parte, da miedo porque es una señal de que algo está cambiado muy rápidamente».

    Una vez han pasado el punto sin retorno, el barco se dirige al sur, hacia la ensenada inexplorada de Innvika. Tras examinar las irregulares previsiones meteorológicas, los climatólogos determinan que solo tienen un margen de ocho horas para descargar cientos de kilogramos de instrumental y llevarlo hasta la orilla antes de que se desencadene otra tempestad. Mientras nos preparamos para llevar el equipo a tierra, Bradley dice que «estamos a punto de ver que no todo es trabajo de puertas adentro y sin duda hay mucho trabajo pesado».

    El punto sin retorno

    Aunque es difícil y a veces imposible llegar hasta aquí, este lago y este sistema glaciar ayudarán a los paleoclimatólogos a desvelar una historia más amplia sobre el cambio climático. «Svalbard es un lugar muy sensible», afirma Bakke. Por ello es un lugar único para ayudarles a poner los cambios climáticos en una perspectiva a largo plazo.

    Y lo que quizá sea más importante, quieren entender por qué parece haber «escalones» en el registro climático antiguo, es decir, momentos en los que el sistema parecía cambiar de forma repentina. «Eso es muy importante para el clima futuro, porque hay umbrales y, una vez los atraviesas, no hay vuelta atrás», explica Bakke. «Esperamos que nuestra investigación pueda generar mejores predicciones para el futuro. Así podremos estar preparados para lo que va a ocurrir en los próximos 100 años».

    Para hacerlo, los investigadores recogerán testigos y otros datos de la zona. En el laboratorio, cortarán los tubos de plástico con cuidado, pasarán una cuerda de piano a lo largo del testigo y cortarán el barro cenagoso en dos, como si fueran dos mitades de un mismo libro.

    La datación por carbono determinará la antigüedad de las capas de sedimentos. Las capas ricas en minerales apuntan a glaciares que crecen en periodos fríos a medida que trituran piedras que se depositan en un lago. Las capas de sedimentos orgánicos apunta a un glaciar que se retira del lago durante periodos cálidos, triturando menos piedras. «Podemos ver a través del tiempo las épocas en que los glaciares han sido grandes y pequeños, lo abruptos que han sido sus cambios y lo dinámicos que han sido durante los últimos 10.000 años», afirma William D'Andrea, climatólogo en el Observatorio Terrestre Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia, Nueva York.

    D'Andrea estudia las ceras de las plantas, las moléculas de grasa y las algas muertas que se conservan en los testigos. El tipo y la cantidad de estas sustancias puede revelar la temperatura de un lago antiguo y la cantidad de precipitaciones en épocas diferentes.

    «Lo más importante es la temperatura y la precipitación», explica. «Son dos cosas que importan en cualquier momento dado: ¿va a llover? ¿Debería ponerme una camiseta o llevar una chaqueta?».

    El equipo de científicos prepara un tubo para tomar muestras de los sedimentos lacustres en la orilla del lago Ringgåsvatnet.
    Fotografía de John Wendle

    Hace unos 9.500 años, el clima en Svalbard era del tipo «ponerse camiseta», mucho más cálido que en la actualidad. Y los paleoclimatólogos creen que ese es el clima hacia el que se dirige el Ártico de nuevo. Entender mejor qué ocurrió en el pasado puede ayudarnos a predecir mejor el futuro próximo.

    Pero, aunque muchas personas entienden que el clima está cambiando, el proceso es relativamente lento en comparación con nuestro día a día. Por eso suele ser difícil conseguir atraer la atención del público. Este equipo espera extraer testigos con capas definidas que les permitan observar los antiguos cambios climáticos a una escala de décadas, en vez de milenios.

    «Dentro de solo 30 años, cuando vuestros hijos sean mayores, cuando vuestros nietos vivan, el clima será muy diferente», afirma Bradley. «Intentamos conseguir una historia con una resolución muy definida, en una escala temporal que le importe a la gente».

    La extracción de testigos: de todo menos aburrida

    En la cubierta del barco, los científicos se preparan para descender a la orilla y empezar el trabajo pesado. Cargan tres viejas carabinas Mauser con balas de punta blanda, inspeccionan cinco pistolas de bengalas y debaten seriamente sobre la seguridad ante osos polares. Una foca curiosa sigue la Zodiac mientras ellos buscan un lugar donde organizarse. Cuando regresan, desatan tubos de plástico marrones que podrías comprar en cualquier ferretería. Las herramientas de extracción de testigos no habrían estado fuera de lugar en una plataforma petrolífera de 1850. En docenas de viajes transportan dos lanchas hinchables, 180 kilogramos de plataformas de perforación, pesos, un gato de metal, un pistón para introducir los tubos en el barro, dos motores de barco, al menos 50 metros de tubo y una variedad de instrumental adicional. A continuación, se ponen manos a la obra.

    Entre la orilla y el lago hay más de un kilómetro de terreno cenagoso y quebrado. Transportando las partes de la plataforma, de 40 kilogramos cada una, nuestros pies se hunden en las capas esponjosas de musgo antiguo. En otras ocasiones nos hundimos hasta el final de nuestras botas en el barro pegajoso. Hay rocas por todas partes, un peligro para los tobillos. Huir de un oso parece imposible. Finalmente, pueden vislumbrar su objetivo: el lago Ringgåsvatnet, de 1,6 kilómetros de largo y 30 metros de profundidad.

    El viento se está levantando y el equipo se apresura a ensamblar el instrumental. Me dan un rifle y me piden que vigile por si acaso aparecen osos polares. Llegamos al barco justo antes de la tormenta. Durante las siguientes 24 horas, ruge a 110 kilómetros por hora, agitando la ensenada poco profunda. Una y otra vez, el ancla se suelta y el barco de armazón de aluminio se acerca peligrosamente a las rocas. «Es una experiencia ártica real», afirma Acquarone.

    El barco anclado en un día tranquilo en el archipiélago de Svalbard.
    Fotografía de John Wendle

    Por fin, las ráfagas se calman. Bajo un sol de medianoche envuelto en nubes grises, los investigadores se preparan para un turno completo de duro trabajo y se aventuran a la orilla. En el lago, sobre la pequeña plataforma de extracción de muestras, Bakke y su equipo noruego hunden uno de los largos tubos marrones en el hueco de perforación a unos 25 metros de profundidad hasta que toca el fondo. Durante las cuatro horas siguientes, se agachan cientos de veces, subiendo y bajando un pesado pistón, hundiendo el tubo verticalmente en el lodo, la arena y la gravilla del lecho lacustre. Para obtener un testigo de 1,5 metros suelen hacer falta un par de horas de este movimiento que agota los abdominales. El tubo puede extraer un testigo de hasta 6 metros. «No es muy sofisticado, pero funciona», afirma Bradley.

    Tras el largo viaje y los numerosos peligros, los científicos están decididos a extraer un núcleo tan largo y antiguo como sea posible. Trabajan durante seis horas. En la orilla, D'Andrea y otro investigador han estado catalogando el desordenado paisaje de rocas del tamaño de una bola de bolos entre el glaciar de 490 metros, a 3 kilómetros de distancia, y la orilla del lago. Recogen bolsas de sedimentos y toman muestras del agua y lecturas de elevación GPS.

    Tras haber trabajado de medianoche a mediodía, el equipo del lago ha extraído un testigo largo y otro corto, y el equipo de tierra ha completado su exploración y sus mediciones. Los miembros de la expedición se reúnen en la playa de rocas fatigados y comienzan el exhaustivo trabajo de desmontarlo todo y regresar al barco.

    Tres horas más tarde, los científicos saben que tienen por delante dos días y medio más en el mar, cuatro lagos y muchas repeticiones del proceso de extracción. Aunque no pueden prever la gran tormenta que les espera, lo que sí saben es que cada momento de exploración y descubrimiento hace que el peligro y el agotamiento merezcan la pena. El valor de los datos hace que los riesgos tengan su recompensa.

    «Hay ciertos aspectos de la ciencia en los que las personas tienen que correr un riesgo», afirma Bradley. «Al final tienes que arriesgarte si quieres conseguir la información».

    Descubre el trabajo de John Wendle en johnwendle.com, instagram.com/johnwendle y vimeo.com/johnwendle.

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