El país más feliz del mundo no tiene emisiones de carbono

El pequeño reino de Bután podría ser un modelo a seguir para los países en la primera línea de la lucha contra el cambio climático.

Por Sarah Gibbens
fotografías de Ciril Jazbec
Publicado 11 abr 2018, 15:44 CEST
Bután
Bután es uno de los últimos puntos calientes de biodiversidad que quedan en el planeta. Aproximadamente el 72 por ciento de Bután esta cubierto de bosque. El gobierno del país tiene el cometido de proteger para siempre el 60 por ciento de los mismos. Pese a su compromiso medioambiental, los glaciares de Bután están retirándose y derritiéndose, provocando peligrosas inundaciones y escasez de recursos.
Fotografía de Ciril Jazbec

National Geographic ha producido este contenido en el marco de su colaboración con Rolex para promover la exploración y la conservación. Ambas entidades unirán fuerzas para llevar a cabo iniciativas que apoyen a exploradores veteranos, ayuden a exploradores emergentes y protejan las maravillas de la Tierra.

 

Bután es pequeño, del tamaño aproximado de Suiza, e igualmente montañoso, aunque más remoto geográficamente. Bután no tiene acceso al mar y está bloqueado por India al sur y por el Himalaya al norte. Antes de 1974, Bután estaba cerrado por completo a los turistas y a la mayoría de extranjeros, e incluso ahora solo se permite entrar cada vez a unos pocos visitantes que hayan pagado una tasa.

El pequeño reino montañoso alberga una cultura próspera y antigua, así como una belleza natural impresionante. El que muchos creen que es el pico no escalado más alto del planeta, Gangkhar Puensum, se eleva a 7620 metros hacia las nubes. Sin una cartera considerable o un espíritu aventurero descomunal, pocas personas podrán visitar este reino singular.

El fotógrafo esloveno Ciril Jazbec es uno de los pocos afortunados que han visitado Bután. Hizo un tour por el país, visitando pequeñas aldeas, explorando vastos bosques y conociendo a los lugareños. La obra resultante es una perspectiva íntima de la pequeña nación que pocos extranjeros han visto.

Sus fotografías van desde escenas pastorales tradicionales a estilos de vida modernos que podrían sorprender a los extranjeros. Pero como es Bután, las impresionantes montañas glaciares flanqueadas de bosques profundos y verdes suelen figurar como telón de fondo. La impresión general es la de un lugar especial que pende de un hilo. Es una mezcla de historia y cambio, viejo y nuevo, impacto y resistencia.

La imagen de Jazbec de un partido de voleibol, por ejemplo, puede parecer al principio una pista de arena normal y corriente. Pero si miras con atención, en la distancia verás montañas épicas que se extienden más allá de las nubes.

La nación mayoritariamente budista, empapada de antigüedad e innovación, es quizá más famosa por sus habitantes felices y sus prósperos bosques que persisten pese a las inminentes amenazas medioambientales. El trabajo de Jazbec es una mirada más cercana.

A finales de los 90, el gobierno de Bután introdujo un indicador socioeconómico que denominaron  índice de la Felicidad Nacional Bruta, que hace las veces de termómetro social para garantizar que el desarrollo económico no perjudique a los estilos de vida tradicionales. El concepto fue ampliamente aclamado por todo el mundo por su originalidad y su carácter inclusivo.

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    Cartel
    Los niños de Laya construyeron este cartel como proyecto escolar. Desde una edad temprana, a los niños se les inculca un sentido de responsabilidad medioambiental.
    Fotografía de Ciril Jazbec

    Está claro que el índice no ha resuelto todos los problemas del país. Un Informe Mundial sobre la Felicidad de la ONU clasificaba a Bután en el puesto 97 a nivel global. Los responsables parciales eran factores como la brecha de ingresos y el desempleo.

    Otra preocupación emergente ha sido el hecho de que el cambio climático altere el frágil ecosistema de la pequeña nación. Los glaciares de Bután se están derritiendo, lo que provoca inundaciones repentinas, y las estaciones lluviosas se están volviendo cada vez más irregulares, provocando escasez de agua durante la estacion seca. Pero aunque la pequeña nación de Bután no sea responsable de la mayoría de gases de efecto invernadero del mundo, el país ha respondido doblando su apuesta por su ya impresionante normativa medioambiental.

    Mas del 60 por ciento de sus bosques están protegidos y se supone que la creciente infraestructura se desarrollará de forma sostenible. Por ejemplo, se está apostando por coches eléctricos y transporte público, en lugar de vehículos privados de gasolina.

    Estas medidas no solo permiten a Bután permanecer sin emisiones de carbono, sino que también se ha convertido en un «sumidero» de carbono. Es decir, mediante sus abundantes bosques, Bután absorbe más carbono del aire del que emite.

    El año pasado, el primer ministro del país reiteró el compromiso de Bután contra el cambio climático. Su mensaje sobre los loables objetivos de su país para luchar contra el cambio climático fue lo que inspiró a Jazbec para visitar el país e intentar retratar el espíritu estoico de sus habitantes a través de la fotografía.

    Sonam
    Sonam, de 62 años, procede de Bután oriental. Ayuda a los visitantes a llegar al monasterio sagrado del Nido del Tigre.
    Fotografía de Ciril Jazbec

    «Hay algo muy especial en la relación de Bután con el medio ambiente», afirma Jazbec. «Nunca he experimentado nada así en ningún otro sitio».

    (Relacionado: El peligro de los picos montañosos que se derriten)

    Fortaleza de espíritu

    El fotógrafo ha documentado las comunidades que se enfrentan al cambio climático por todo el mundo, pero Bután le tocó la fibra sensible por su espíritu de resistencia.

    Cuando Jazbec visitó este pequeño reino tibetano el año pasado, un guía local le enseñó la región y le ayudó a visitar las diferentes aldeas.

    Un día, mientras trabajaba, Jazbec intentó espantar a una polilla de la pantalla de su ordenador. Su guía se enfadó tanto que se enfrentó al fotógrafo extranjero, según cuenta Jazbec.

    Un arcoíris
    Un arcoíris aparece sobre el valle de Masangang.
    Fotografía de Ciril Jazbec

    «Me dijo que creía que todo ser vivo tenía un alma», cuenta Jazbec. «Había aceptado el hecho de que los animales necesitaban su espacio».

    Ese sentimiento podría deberse parcialmente a la religión predominante en el país, el budismo. Jazbec dice haberse dado cuenta de que muchas personas se esforzaban por ser guardianes de su medio ambiente. Ya esté motivado por la religión, por la comunidad o por un sentimiento menos tangible, Jazbec se quedó sorprendido por el cuidado con el que las personas a las que conoció trataban su tierra y sus animales.

    Como extranjero, quería captar el aspecto del país que se ha descrito durante mucho tiempo como Shangri-La, un concepto que fascina y suele eludir a los occidentales.

    En las fotografías de Jazbec, hay un tira y afloja entre las dificultades y la tranquilidad. Unos paisajes naturales serenos son el telón de fondo de imágenes de duro trabajo. En una escena, un hombre derriba a un yak. En otras, las familias se relajan tras un largo día de trabajo.

    Lham
    Lham, de 53 años, mira por la ventana de su casa en Laya.
    Fotografía de Ciril Jazbec

    Pese a todo aquello que Jazbec ha captado en sus fotografías, le ha sido difícil expresar con palabras su impresión como extranjero, pensando en voz alta que «es algo especial».

    Ciril Jazbec es un fotógrafo establecido en Eslovenia. Puedes ver más fotografías en su página web y en Instagram.

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