Los sherpas: los hombres invisibles del Everest
En la montaña más alta del planeta, estos hombres transportan las cargas más pesadas y pagan el precio más caro.
Los sherpas que trabajan en el Everest no suelen morir en masa. Aparte de las épocas más oscuras —1922, 1970, y 2014, la peor de todas— tienden a perecer uno por uno, víctimas de caídas en grietas, avalanchas o del mal de altura. Algunos simplemente han desaparecido en la montaña y su rastro no se ha encontrado jamás.
Los medios occidentales hacen siempre referencias muy breves a las muertes individuales, si es que llegan a mencionarlas. En 2013, mientras la atención del mundo estaba centrada en la pelea entre los sherpas y algunos montañeros occidentales, probablemente no te enterarías de que cuatro sherpas murieron en el Everest en incidentes diferentes. El año anterior, en 2012, ocurrió algo parecido: tres fallecimientos más.
Lo triste es que durante años los sherpas y los trabajadores nepalís de la montaña han muerto de forma tan rutinaria —suponen el 40 por ciento del total de muertes en el Everest durante el último siglo— que es fácil que los turistas occidentales, las agencias de guías, los funcionarios nepalís e incluso algunos sherpas pasen por alto la pérdida de una vida en particular. Se ofrecen condolencias sinceras y se realizan pagos insuficientes de seguros de vida. Se construyen chörtens, se colocan placas conmemorativas y se suben fotografías a Internet. Pero después todo el mundo se vuelve hacia el todopoderoso Everest, un cajero automático y un negocio en alza que se alimenta de las pequeñas fortunas que pagan los extranjeros para poder llegar a la cima del mundo.
Para la mayoría de extranjeros, la muerte de un sherpa que sirve a este sistema es una especie de abstracción sin sentido. Y entonces, una tarde, te encuentras sentado en un salón de té en Pangboche, donde finalmente ves con ineludible claridad el coste humano de la fiebre por encumbrar el Everest.
Pangboche es la aldea histórica donde el Lama Sanga Dorje fundó un templo en 1615, unos cien años después de que el pueblo sherpa llegase a los valles de Khumbu desde el Tíbet. Yo estaba allí a finales de mayo de 2013, cuando la temporada de escalada del Everest tocaba a su fin. El sendero desde el campamento base del Everest estaba plagado de guías sherpa que regresaban a su casa con un sueldo que supone siete u ocho veces el ingreso anual per cápita en Nepal. Volvían preparados para ayudar a sus mujeres a sembrar los campos de patatas, cuidar de los yaks y atender a los niños. Los sherpas habían ayudado a más de 200 clientes a encumbrar el Everest en mayo, pero la temporada de 2013 será recordada en la mente del público como el año de la pelea entre sherpas y escaladores.
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El Ama Dablam y otros picos gigantescos sobre el río Imja Khola estaban ocultos tras la niebla mientras nuestro sherpa Mingma Ongel nos conducía a mí y al fotógrafo Aaron Huey a través de la cortina por la que se entraba a un salón de té junto al monasterio de Pangboche. Habíamos venido para visitar al sherpa DaSona, un guía de 47 años en cuyo historial figuraba el haber encumbrado el Everest diez veces.
La mujer de DaSona nos sirvió un poco de té dulce con leche en tazas de cristal y DaSona respondió educadamente a nuestras preguntas acerca de sus experiencias en el Everest. Pero había una especie de pesadez en el aire. Mientras hablaba, movía de forma ausente cuatro granos de arroz sobre la mesa y miraba por la ventana a sus dos nietas, Kelsang, de tres años y Nawang, de dos, que jugaban en el terreno entre el salón de té y el monasterio. Las niñas llevaban chaquetas polares azules para protegerse frente al frío y la bruma. DaSona nos dijo que antes había planeado trabajar como guía durante cinco temporadas más en el Everest, pero ahora pensaba que podría dejarlo después de dos más. ¿Por qué? Hizo una pausa y siguió haciendo rodar los granos de arroz bajo su dedo.
«Perdí a mi yerno el mes pasado en el Campamento 3», nos dijo.
Un agujero en el corazón
Su yerno, DaRita Sherpa, de la aldea de Phortse, tenía 37 años. DaRita había sido un monje antes de casarse con la hija de DaSona, Nimadoma. La temporada de 2013 era la tercera para él con International Mountain Guides. Había vuelto a trabajar al Everest porque estaba construyendo una cabaña en Phortse y había solicitado un préstamo.
El 5 de mayo, se levantó, se vistió y desayunó, y cuando estaba a punto de bajar al Campamento 2 tuvo que acostarse al sentirse mareado. Simplemente dejó de respirar. Sus compañeros de equipo intentaron reanimarle sin éxito. Los doctores del campamento base pensaron que podía tratarse de un ataque al corazón o que había sucumbido debido a una enfermedad provocada por la altitud. DaSona viajó junto a su cadáver en helicóptero mientras lo transportaban de vuelta a su hogar en Phortse, donde fue incinerado habiendo dejado a su suegro con la preocupación de cómo pagaría la educación de sus dos nietas al mismo tiempo que ayudaba a su hija viuda.
Mientras estábamos allí sentados, bajo el peso del dolor estoico de DaSona, Nimadona entró. Cuando vio a Mingma, fue hacia él y empezó a sollozar. DaSona nos contó que, desde la muerte de DaRita, Nimadona rompe a llorar cada vez que ve a un sherpa descender desde el campamento base.
Kelsang y Nawang eran demasiado jóvenes para entender el agujero que había en el corazón de su hogar, pero cuando Kelsang entró en la casa y vio el estado de su madre, dijo «no llores, mami», y secó los ojos de su madre con la manga de su chaqueta.
Finalmente, las niñas se sentaron fuera, sobre el suelo, con unos vasos azules y amarillos y comida de juguete —un pollo, una mazorca de maíz y algunas verduras—. Nimadona estaba apoyada sobre Mingma. Bebimos nuestro té en silencio, escuchando a los cuervos sobre los abetos y viendo cómo las hijas de DaRita fingían comerse la tierra que tenían en sus vasos.
Como si se tratase de una aparición, un monje con un hábito largo y granate salió de entre la niebla. Hizo una reverencia y dijo algo a las niñas. A continuación se alejó, caminando junto a los muros del monasterio, mientras giraba una serie de ruedas de plegaria con el brazo extendido, dejando a su paso un silencio inquietante a medida que las ruedas, una por una, dejaban de dar vueltas.
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La cultura del montañismo
Existen épocas de cambio crucial en la cultura sherpa y, en particular, en la subcultura de la comunidad de escaladores sherpas. Desde que los sherpas fueron contratados en sus granjas de patatas para transportar la carga de una expedición en 1907, la cultura sherpa se ha visto probablemente más influenciada por la pasión occidental por el montañismo que por cualquier otra fuerza.
En menos de un siglo, han pasado de dudar de la cordura de los mikaru (su término para los montañistas extranjeros) a figurar entre los mejores montañistas del mundo. Los sherpas han batido récords de velocidad en el Everest. Trabajan como guías en Denali y en el monte Rainier. En 2012, los sherpas Mingma y Chhang Dawa, de la empresa Seven Summit Treks, se convirtieron en los primeros hermanos en encumbrar los 14 picos de más de 8.000 metros del mundo.
Es difícil imaginar que los porteadores sherpas en las expediciones británicas al lado del Tíbet del Everest en la década de 1920 careciesen de una palabra en su idioma para «cumbre». En su lugar, estaban convencidos de que los extranjeros eran cazadores de tesoros que buscaban una estatua dorada de un yak o una vaca para fundirla y fabricar monedas, como señala Wade Davis en su libro Into the Silence: The Great War, Mallory, and the Conquest of Everest.
En 1950, el montañero estadounidense Charles Houston formó parte del primer equipo occidental que exploró el Everest desde el sur. Fotografió Namche Bazaar, conocida como capital sherpa, que en aquel momento era una aldea pequeña y extremadamente aislada con casas de piedra y tejados de teja. No había energía hidráulica, hoteles de cuatro pisos, clínicas dentales, tiendas de equipamiento llenas de productos de North Face, ni cafeterías con acceso a Internet.
La mayoría de los sherpas hablaban solo su propia lengua y tenían escaso contacto con el mundo más allá de las montañas. La transformación comenzó cuando el dúo sherpa y neozelandés de Tenzing Norgay y Edmund Hillary escalaron el Everest en 1953. Gran parte del mérito de la mejora de la vida en Khumbu se debe a Hillary, que hasta su muerte en 2008 fue conocido como «el rey sherpa» por sus esfuerzos para construir escuelas y clínicas sanitarias, y elevar el nivel de vida.
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Cada vez más profesionales
Aunque el interés por escalar el Everest experimentó un crecimiento gradual durante las décadas posteriores al primer ascenso, no sería hasta la década de 1990 cuando las motivaciones económicas de los guías comerciales en el Everest empezaron a eclipsar el ímpetu amateur del montañismo tradicional. Los escaladores que en su día se cuidaban los unos a los otros por el mero amor a la aventura y a «la hermandad de la cuerda» recurrieron a los negocios de montaña o aceptaron trabajos como guías para cuidar de los clientes a cambio de un sueldo. Las agencias de guías comerciales prometían a las personas en forma una oportunidad de encumbrar el Everest. Como dijo el guía estadounidense Scott Fischer antes de morir en el Everest en 1996, cuando ocho escaladores occidentales murieron en una tormenta de nieve: «Hemos construido un camino de baldosas amarillas hasta la cumbre».
En cierta manera, los sherpas se han beneficiado de la comercialización del Everest más que ningún otro grupo, con los ingresos obtenidos a partir de los miles de escaladores que se sienten atraídos por la montaña. A lo largo del camino, el trabajo de «sherpa» se ha ido profesionalizando poco a poco. Una noche de enero de 2014, Aaron y yo hablamos con Ang Dawa, un exmontañero de 76 años que pasa gran parte de su tiempo cuidando de los yaks.
«Mi primera expedición fue a Makalu [la quinta montaña más alta del planeta] con Sir Edmund Hillary», recordaba Ang Dawa. «No se nos permitía llegar a la cumbre. Llevábamos botas de cuero que eran muy pesadas y se humedecían con facilidad, y nos daban un salario escaso, pero bailábamos la danza sherpa y podíamos comprar madera y hacer fogatas, y pasábamos mucho tiempo bailando, cantando y bebiendo. Hoy en día, los sherpas tienen un buen sueldo y un buen equipamiento, pero no tienen buen entretenimiento. Lo único de lo que me arrepiento es nunca haber llegado a la cima del Everest. Llegué a la cumbre sur, pero nunca me dieron la oportunidad de llegar a la cima».
Muchos extranjeros usan la palabra «sherpa» para referirse a «porteador», pero en Nepal significa «hombre de negocios astuto». Los antiguos escaladores sherpas contratan ahora a otros grupos étnicos para que trabajen como porteadores, una tarea que no requiere gran formación. Son propietarios de hoteles, empresas de escalada y aerolíneas, y los sherpas de Khumbu se encuentran actualmente entre los grupos étnicos más ricos de Nepal.
Paradójicamente, gran parte de su éxito procede de poner a la venta el aura de Shangri-La y la vida pacífica en un reino de montaña atemporal alejado de las preocupaciones y del trabajo moderno. Es esta mitología, proyectada por Occidente sobre los sherpas, la que explica por qué la pelea en el Campamento 2 dejó atónitos a tantos occidentales.
Una firmeza renovada
Ya se ha escrito suficiente sobre el incidente de abril de 2013 en el que tres estrellas europeas de la escalada empezaron una pelea con un grupo de sherpas que fijaba las cuerdas en la ladera Lhotse. Estas superestrellas estaban escalando en un día tradicionalmente reservado para que los sherpas fijen las cuerdas y se dice que podrían haber tirado hielo sobre los sherpas. O quizá no ocurrió de esa forma, ya que las versiones no coinciden. La consecuencia fue el intercambio de insultos y un tenso enfrentamiento en el que un grupo de sherpas rodeó a los europeos y posteriormente les golpearon y les tiraron rocas antes de dejarles huir, temiendo por sus vidas.
Esta pelea podría haber sido simplemente un brote de tensiones en un lugar peligroso en el que el cerebro de la gente está privado de oxígeno de forma crónica. Pero también parecía reflejar una nueva firmeza por parte de los montañeros sherpa, muchos de ellos jóvenes que han crecido con una educación mejor y que, gracias a los teléfonos móviles y a Facebook, están familiarizados con el mundo exterior.
En el pasado, los escaladores que contrataban a los sherpas les gritaban y golpeaban con total libertad. En los antiguos documentales del Everest, muchas veces se escucha cómo se da una orden a los sherpas para que escalen y realicen algún hito heroico del que el mikaru era incapaz. El escalador Tenjing Dorji, que ha encumbrado el Everest nueve veces, me habló de un ascenso en el que un cliente de Corea del Sur dijo que quería llegar a la cima en primer lugar y solo, y empezó a blandir su hacha contra el sherpa.
«¿Qué hace?», gritó Tenjing.
«¡Intento matarte!», dijo el escalador.
Tenjing intentó correr por su vida, solo para descubrir que, por supuesto, todavía estaba atado al escalador, posiblemente aturdido debido a la altitud. Cayeron sobre hielo escarpado y empezaron a deslizarse hacia un precipicio. Consiguieron salvarse únicamente porque la cuerda estaba enganchada y se tensó.
Tenjing sabía que no iba a recibir una propina enorme después de esta escalada, pero lo peor fue que al llegar al campamento base, nadie le creyó. Otros sherpas han relatado historias similares de maltrato en un trabajo que abarca no solo los deberes de un guía y un porteador, sino también los de un mayordomo, un entrenador motivacional y un guardaespaldas.
Cuando Mingma, Aaron y yo visitamos varias aldeas en mayo de 2013, la mayoría de sherpas se mostraban avergonzados por la pelea. Incluso cuando volvimos ocho meses después a la aldea de Phortse para pasar una semana en el Centro de Escalada de Khumbu, donde los sherpas y otros montañeros nepalís de etnias diferentes aprenden habilidades que reducirán la posibilidad de morir en la montaña, la pelea todavía era un tema sensible.
Una nueva era
Después de que una avalancha en abril de 2014 matase a 16 montañeros nepalís, 13 de ellos sherpas, el violento encuentro en el Campamento 2 parecía el comienzo de una nueva era, una que, con suerte, no fomentará la violencia sino que abordará aquello que subyace bajo ella: años de desigualdad, faltas de respeto y falta de reconocimiento.
«Creo que es como una nueva faceta de los sherpas», afirmó la antropóloga y estudiosa de los sherpas Vincanne Adams, de la Universidad de California, San Francisco. «Ya era hora. Muchos occidentales han idealizado la imagen de los sherpas. Los ven como virtuosos, fuertes, robustos, impertérritos, valientes y fieles budistas. Los propios sherpas se han esforzado para vivir según los ideales que los occidentales proyectaban sobre ellos, aumentando cualidades que en muchas ocasiones poseían, pero también haciéndoles ser las personas que ellos imaginaban que eran. La pelea en el Everest mostró un lado de los sherpas que asustaba a los occidentales. No queremos que sean autoritarios o que pongan sus intereses por delante [de los de] los extranjeros».
Los fallecimientos masivos de dicha avalancha han revelado los riesgos de forma que no podrán pasarse por alto como ocurría previamente, cuando los sherpas morían uno por uno. El gran número de víctimas movilizó entonces a un contingente de sherpas que tomó medidas para poner fin a la escalada para esa temporada en el Everest y presentó 13 peticiones en las que se solicitaba, entre otras cosas, más protección para los trabajadores de la montaña, pagos superiores para aquellas familias que pierden a sus parientes y para los trabajadores que se han quedado incapacitados, y que una parte de las tasas de los permisos se reserve como fondo de ayuda.
Aprender a gestionar el riesgo
Como informó Alan Arnette en su blog sobre el Everest, tras una gran ceremonia en el campo base del Everest para conmemorar la tragedia, en medio del dolor de los sherpa subyacía una corriente de ira, similar a las tensiones que actuaron como telón de fondo de la pelea, cuando «gran parte de la comunidad sherpa pareció unirse en el sentimiento de que no se les mostraba el respeto que merecían». En el momento del funeral, sin embargo, la ira no estaba dirigida contra los escaladores occidentales, sino contra el gobierno de Nepal.
«Lo que hacían ahora los sherpas no era tanto una huelga, sino una especie de referéndum sobre el riesgo que aceptaban en beneficio propio, pero también para el beneficio de Nepal», afirmó Pete Athans, veterano en siete escaladas al Everest y uno de los cofundadores del centro de escalada de Khumbu, en Phortse —KCC por sus siglas en inglés—.
«Creo que si los sherpas realmente quieren cambiar su industria, necesitan… demostrar que dominan su entorno de trabajo y que tienen las habilidades requeridas. Algunos sherpas son extremadamente hábiles, pero es justo afirmar que algunos no han alcanzado el nivel técnico», dijo. «Y creo que los más expertos deberían prepararse de forma rigurosa para los exámenes [oficiales] de guía alpino. También necesitan aprender habilidades comunicativas, interpersonales y de gestión de sus propios negocios. El problema esencial es saber cómo gestionar el riesgo».
Jennifer Lowe-Anker y Conrad Anker dieron comienzo al programa de entrenamiento del KCC en 2003 con el objetivo de enseñar a los sherpas las destrezas que harían que su trabajo en la montaña fuera más seguro y que disminuiría el número de fallecimientos. El profesorado, en un principio formado solo por guías de montaña occidentales, incluía en 2014 a 17 instructores nepalís, la mayoría de los cuales eran sherpas.
«El certificado KCC se ha convertido en una especie de tarjeta de afiliación para los sherpas del Everest», me contó el director voluntario del KCC, Steve Mock. Cuando visité la escuela en 2013, había 82 estudiantes apuntados al programa de dos semanas, la mayoría de ellos sherpas, pero también montañeros y futuros guías de otras etnias nepalís. Muchos eran jóvenes, pero algunos ya habían llegado a la cima del Everest. Mock, escalador y profesor de química en la Universidad de Montana Western en Dillon, dijo que le era muy extraño «enseñar rápel a un hombre que ya había encumbrado dos veces el Everest».
Pese a todo, por mucho que entrenen nada puede eliminar los peligros del Everest, particularmente la catarata helada de Khumbu. Según Conrad Anker, «es el lugar más peligroso escalado regularmente por humanos». Tras la tragedia, escribió en su página de Facebook sobre su dolor ya que su amigo Ang Kaji Sherpa —de 36 años, padre de tres hijos y tres hijas e instructor en el KCC— fue uno de los fallecidos.
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Perspectivas de futuro
Poco después de aquella tarde descorazonadora de 2013 en el salón de té de DaSona en Pangboche, Mingma Ongel Sherpa, Aaron Huey y yo vagábamos por la aldea de Phortse, el hogar de Mingma. Habíamos caminado hasta el borde en el que terminan los corrales de piedra y los campos escalonados de la ciudad, donde un desfiladero corta el suelo.
Allí, entre un bosquecillo de rododendros y los pálidos troncos sonrosados de los abedules del Himalaya, nos encontramos con Nimadoma, la viuda de DaRita. Acababa de regresar de la cabaña que ella y su marido habían estado construyendo. Parecía más serena, como si hubiera encauzado sus pensamientos hacia el futuro y hacia las dos niñas de las que tenía que cuidar sola.
En la cesta que llevaba a la espalda estaban las cenizas de su marido. Las iba a llevar a lo largo de una enorme ladera de la aldea hasta el monasterio de Phortse, sobre los campos, donde los monjes las mezclarían con arcilla y moldearían figurines de Buda para esconderlos en lugares especiales o sagrados a la sombra del Everest.