Así duermen los exploradores en lugares extremos
En los altos barrancos de Yosemite o en las cuevas de Malasia, los aventureros deben aprender a desconectar y echarse una siesta.
Los humanos necesitamos dormir. A nuestros cuerpos les da igual lo ajetreados, preocupados o incómodos que estemos: al final, todos sucumbimos. Pero ¿cómo se puede dormir colgado en un saliente rocoso a cientos de metros de altura o acurrucado en la proa de un barco que sube y baja?
Sorprendentemente, estos exploradores, fotógrafos y aventureros encuentran la forma de hacerlo.
Para los filósofos europeos, el sueño era un estado liminal, un momento en el que el sistema sensitivo de una persona, que en cualquier otro instante estaría activo, se encuentra suspendido. El sueño era el momento para restaurar los «poderes sensoriales» finitos de una persona y recargarlos para poder seguir explorando el mundo real.
Sin embargo, la ciencia moderna del sueño nos cuenta que esa historia es más compleja y que el sueño no es una actividad pasiva. Cuando estamos dormidos, nuestros cerebros se comportan como conserjes, catalogando las experiencias del día y ordenándolo y limpiándolo todo.
Para alcanzar esta etapa de «limpieza», el cerebro tiene que invalidar su reacción de lucha o huida, pero resulta que nuestros cerebros no son muy hábiles a la hora de diferenciar la «amenaza» de la «emoción». La emoción de una excursión o un viaje próximo atraviesa el cerebro de una forma tan destructiva como el estrés de un examen.
«Es la naturaleza del cerebro humano», afirma June Pilcher, investigadora en la Universidad Clemsom. «La actividad del cerebro equivale a pensamientos. Los pensamientos son buenos, pero pueden tener efectos secundarios, como mantenernos en vela por la noche. Y no podemos simplemente apagar el cerebro, es imposible. De forma que la pregunta es: ¿cómo conseguimos relajarnos?».
Contando cangrejos
El fotógrafo de National Geographic y pescador en activo Corey Arnold conoce bien la maldición de tener la mente ocupada. Durante el punto álgido de la temporada de pesca comercial, el sueño queda relegado: cuando las opciones son o dormir o ganar miles de dólares, opta por quedarse despierto y trabajar. E incluso cuando saca una hora para echarse una siesta, su cerebro va demasiado rápido como para relajarse.
«Después de toda la adrenalina de un largo día, un día tormentoso, el cerebro te vibra», explica. Si consigue quedarse dormido, sus sueños están llenos de olas que abaten los barcos. A veces, el sueño simplemente reproduce el carrete de sus experiencias estando despierto. Cuando pesca cangrejos, pasa el día contando cada cangrejo que saca de las nasas.
«Cuando te echas y cierras los ojos, empiezas a contar cangrejos otra vez. Es... una locura».
Arnold también conoce íntimamente el sueño profundo de quienes están realmente agotados. El año pasado, tras un turno de 30 horas durante una expedición de pesca, unos amigos y él volvieron a la orilla.
«Habíamos perdido el juicio», afirma. «Estábamos en un estado de sueño, felices, farfullando». Justo frente al muelle, en la fábrica de conservas abandonada donde habían acampado, se echaron bajo el sol y se quedaron inconscientes.
Este tipo de cansancio profundo provoca sensaciones extrañas, casi alucinógenas, según Jaime Devine, investigadora del sueño en el Instituto de Investigación del Ejército Walter Reed en Arlington, Virginia. A veces, los soldados están tan cansados que creen que están durmiendo mientras siguen caminando. Según ella, es un nivel de fatiga que la mayoría de civiles no llega a experimentar.
El mejor sueño de tu vida
Pero para otros exploradores de campo, dormir en la cima de una montaña o en las profundidades de una cueva no es extremo, sino ideal.
«En mis 38 años, probablemente he pasado las mejores noches en una cueva», afirma Robbie Shone, fotógrafo y explorador que entra en las profundidades de sistemas de cavernas de todo el mundo. En Malasia, sus colegas y él establecieron el campamento en un lugar al que llaman Hotel California, una caverna de paredes de piedra caliza donde el suelo está cubierto de arena fina y blanda.
«No es como la arena de la playa, sino arena muy suelta, aunque algo comprimida, de forma que la amortigua, como si fuera una alfombra», explica Shone. El suelo tiene una textura tan perfecta que ni siquiera necesitó una esterilla.
Y al final de sus jornadas de exploración, regresaban a la caverna, colgaban sus linternas en las paredes, ponían música y preparaban té.
Según Devine, la rutina y las actividades tranquilas como estas son fundamentales para lograr dormir, independientemente de dónde te estés.
«Es muy difícil parar de meditar», afirma. Por eso masticar el «bolo alimenticio» del cerebro justo antes de dormir puede influir mucho en la calidad de descanso. El objetivo antes de irse a la cama siempre es «dejar de pensar sobre las cosas que nos estresan», afirma.
«Pero el problema es que es más fácil decirlo que hacerlo».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.