Una perspectiva fotográfica de la vida en estas cuevas granadinas
Las cuevas del Sacromonte y Guadix, en Granada, llevan siglos ocupadas. Así viven sus habitantes en la actualidad.
Las cuevas han servido durante mucho tiempo como santuario para personas de todo el mundo. En Andalucía, estas formaciones rocosas sirvieron como refugio ante las tormentas y los animales salvajes. Más adelante, ofrecieron protección frente a la persecución religiosa y racial. Ahora, estas estructuras albergan comunidades únicas y silenciosamente orgullosas que han cambiado la vida moderna por la pacífica soledad de las montañas.
Lo que más le interesó a la fotógrafa chilena Tamara Merino, que ha retratado moradores de cuevas de todo el mundo, fue la historia y la relación pura entre el paisaje y sus habitantes. «Siempre me ha fascinado la forma en que los humanos se relacionan con la tierra y el medio ambiente y cómo este afecta a sus vidas», afirma Merino.
En la segunda parte de su proyecto en curso —el primero la llevó a la ciudad opalina australiana de Coober Pedy—, Merino pasó quince días en Andalucía para documentar las historias de los habitantes de este paisaje salpicado de cuevas. «Lo más importante es no tener ideas preconcebidas», afirma. «Me gusta sentarme con la gente y escuchar sus historias. También comparto las mías con ellos».
En la provincia de Guadix, que alberga unas 2.000 casas subterráneas, encontró a residentes que llevan una vida agrícola como la que existía hace 500 años. «Todavía viven con los animales dentro de las cuevas», explica Merino.
Más adelante en ese mismo valle, las cuevas del Sacromonte se disponen sobre la extensa ciudad de Granada, donde un coexiste un crisol de culturas y etnias. En el territorio más aislado, en la región más alta de las montañas, viven principalmente ocupantes ilegales, muchos de los cuales son también inmigrantes indocumentados. Mientras tanto, la parte baja es el hogar de residentes legales que han adoptado la forma de vida de las cuevas por razones culturales o medioambientales, según relata Merino.
El Sacromonte es el lugar de nacimiento del flamenco, una danza creada por la comunidad gitana o romaní. Muchos miembros de la comunidad, como Henrique Amaya, siguen viviendo en las cuevas como forma de honrar su cultura.
«Nací en la cueva con los animales y las bestias», afirma Amaya, cuya familia ha vivido en las cuevas del Sacromonte a lo largo de seis generaciones. Sus ancestros fueron los creadores de la zambra, una danza flamenca que se representó por primera vez en esas cuevas hace más de 500 años.
Amaya empezó a bailar con solo tres años. Para él, bailar flamenco y recitar poesía gitana en un lugar que contiene tanta historia personal es una forma de establecer un profundo vínculo con sus antepasados. «Aporta una sensación pura y fresca», cuenta. «Es como ir a una cascada a las cuatro de la mañana y meter la cabeza bajo el agua».
Tocuato López también lleva toda la vida en las cuevas. Su familia lleva cuatro generaciones en las cuevas de Guadix. Las cuevas son un refugio ante el insoportable calor estival, pero, sobre todo, aportan la sensación de encontrarse en una comunidad profundamente arraigada. Pese a haberse criado en medio de la pobreza —su hermana y él solían caminar más de cuatro kilómetros hasta la localidad vecina para mendigar comida—, siente un gran afecto por su hogar.
«Me siento muy orgulloso de ser de la cueva y seguir viviendo en la cueva», afirma este padre de cuatro hijos. «Moriré en la cueva».
Tamara Merino es una fotógrafa de Chile. Puedes ver más fotografías en su página web y en Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.