Cinco mitos del volunturismo
No todas las oportunidades de volunturismo son iguales. Estos son cinco estereotipos habituales.
Criticar el volunturismo parece casi tan popular como el propio volunturismo. Tras las noticias de los orfanatos camboyanos que explotaban a los niños (muchos de los cuales no eran huérfanos) para atraer a turistas altruistas, tanto periodistas como blogueros continúan sus ataques.
Las críticas por parte de los medios, aunque beinintencionadas, adquieren una perspectiva frustrante y unidimensional, y describen a los voluntarios como benefactores jóvenes, obsesionados con los selfis y con complejo de salvadores. Si te crees todo lo que lees, el volunturismo es una actividad neocolonial. Sin embargo, casi ninguno de los críticos ha viajado como voluntario. A otros les ha decepcionado una sola experiencia de voluntariado. Y aunque la cobertura mediática sigue centrada en el impacto local, los reportajes rara vez incluyen las perspectivas locales, algo que parece —me atrevo a decir— neocolonialista.
Habiendo sido voluntario en seis ocasiones, me he preguntado muchas de las cuestiones planteadas por los críticos: ¿crea dependencia el volunturismo? ¿Qué cualifica a empleados sin formación para trabajar en otros países? A continuación, expongo cinco estereotipos habituales sobre el volunturismo y explico por qué es hora de actualizarse:
Solo se benefician los voluntarios.
El voluntariado no es perfecto. Los escépticos señalan que los proyectos de construcción pueden tardar más tiempo del necesario, ya que los trabajadores locales deben dirigir y formar a los voluntarios y resolver sus errores.
Las voces críticas afirman que el volunturismo se centra más en sentirse bien que en hacer el bien. Jane Karigo, mujer keniata que fundó un orfanato donde trabajé cerca de Mombasa, recuerda a un voluntario que le dio un iPod a uno de los niños, provocando celos y peleas entre los residentes. Otro llevó a los niños a una pista de karts, algo que a Jane le pareció un derroche de recursos frívolo. «No les importan los karts si tienen hambre», explicó.
Sin embargo, la mayor parte de los voluntarios a los que he conocido en mis viajes parecían tener la intención real de ayudar a los demás. Claro está, el altruismo implica un beneficio personal. Nos aporta placer. Pero no significa que el voluntariado no dé resultados.
Cuando trabajé en un programa contra el cambio climático en Ecuador, los científicos fueron capaces de dirigir más proyectos de investigación con la ayuda de los voluntarios. En China, los voluntarios colaboraron con universitarios que estaban aprendiendo inglés. Era un servicio muy valioso: los estudiantes sabían el idioma, pero tenían que practicarlo hablándolo. En el proceso, aprendieron cosas sobre Estados Unidos y los voluntarios aprendieron cosas sobre China.
Los intercambios espontáneos como estos son una de las muchas ventajas intangibles del voluntariado. Según Daniela Papi, fundadora de Learning Service, un grupo que trabaja para que se reconsidere el volunturismo, estas ventajas suelen pasarse por alto: «las amistades, el aprendizaje entre culturas y los cambios vitales que inspira en los voluntarios que quizá lleguen a cambiar la forma en que viven, viajan y dan en el futuro».
El volunturismo perjudica a las economías locales.
La generosidad puede tener repercusiones inesperadas. Tras trabajar como voluntaria en Camboya, Papi descubrió que dar zapatos y filtros de agua a los residentes —algo que le habían instado a hacer en otros viajes de voluntariado— puede quitar negocio a los mercados locales. Los críticos también acusan al trabajo de los voluntarios de robar trabajos locales, aunque Papi, que ahora observa el volunturismo con escepticismo, no está de acuerdo: «El impacto negativo es el dinero y la energía gastados en soluciones provisionales y no en las necesidades locales más prioritarias».
Pero hasta los expertos que creen que el trabajo gratuito puede afectar a la contratación local observan beneficios económicos.
«No cabe duda de que algunos programas de voluntariado quitan trabajos a los lugareños y lo sustituyen con trabajo menos cualificado», explica Shannon O’Donnell, autora de The Volunteer Traveler’s Handbook. Pero advierte de que no hay que asumir que sea la misma situación en todos los casos. «Muchos programas de voluntariado contratan a residentes para otras funciones: familias que albergan y dan de comer a los voluntarios, o tiendas que venden aperitivos y souvenirs».
“El voluntariado internacional forma parte de un ecosistema complejo que, si se hace bien, puede ayudar a una comunidad a crecer en una dirección que les apoye.”
En Costa Rica, mi mujer y yo enseñamos inglés en una escuela primaria rural. El director recurría a voluntarios porque no podía permitirse pagar a profesores de inglés. No elegía entre voluntarios gratuitos y profesores pagados, sino entre voluntarios y no ofrecer clases de inglés. Siendo voluntario en la Nueva Orleans posterior al Katrina, el dinero para gastos en una ciudad con poco turismo fue una de mis aportaciones más valiosas.
«Los medios suelen vilipendiar programas por un solo aspecto económico», afirma O’Donnell. «Pero el voluntariado internacional forma parte de un ecosistema complejo que, si se hace bien, puede ayudar a una comunidad a crecer en una dirección que les apoye».
Todos los proyectos implican a niños en países en vías de desarrollo.
«Me parece absurdo que todo el voluntariado se mida por el mismo rasero», afirma Kirsty Henderson, autora de The Underground Guide to International Volunteering. «¿Habría comentarios negativos si trabajara de voluntaria con niños vulnerables de mi ciudad natal? Estoy más preparada culturalmente para trabajar allí que en Tailandia».
Aunque los niños son el corazón de muchos proyectos, las oportunidades de volunturismo son diversas. Earthwatch, una organización de ciencia medioambiental, ofrece proyectos tan variados como excavaciones arqueológicas cerca del muro de Adriano e investigaciones científicas en la Gran Barrera de Coral.
También hay programas disponibles en los Estados Unidos, desde el mantenimiento de senderos con la American Hiking Society hasta trabajos en protectoras de animales con la Humane Society. La Apostle Islands Sled Dog Race comunitaria de Bayfield, Wisconsin, ha sido descrita como modelo de programa de volunturismo en Voluntourism.org. Algunos de los trabajos de voluntariado consisten en controlar a los perros, ayudar a los participantes y prestar asistencia en los puestos de control.
«Puedes trabajar de voluntario en una escuela de Kenia, pero también puedes hacer la contabilidad de una agencia medioambiental de Reino Unido», argumenta Henderson. «El voluntariado es simplemente el acto de dar tu tiempo gratis».
Todos los voluntarios son estudiantes universitarios.
Cuando trabajé como voluntario en China con Global Volunteers, participaron 11 estadounidenses y solo uno tenía menos de 40 años. En los Andes ecuatorianos, en nuestro equipo había un canadiense sexagenario, un australiano septuagenario y ningún universitario. En Costa Rica, conocí a un voluntario de 80 años con Cross-Cultural Solutions que, más adelante, trabajó en Tailandia.
«Hay una gran tendencia de baby boomers que trabajan de voluntarios en el extranjero», afirma O’Donnell. «Tienen un gran interés por encontrar proyectos con los que se identifiquen y apoyar dichos proyectos durante años. Entienden que los cambios ocurren poco a poco».
Respecto a los voluntarios jóvenes obsesionados con las selfis, muchos milenials usan el voluntariado como punto de partida de carreras humanitarias. Tenteleni, un grupo de voluntariado de Reino Unido, publicó recientemente un artículo sobre 14 alumnos cuyos trabajos abarcan del trabajo social a la enseñanza. O’Donnell admite que los selfis forman parte del volunturismo, «pero esto ocurre mucho con los tours que ofrecen visitas a orfanatos, una especie de pseudovoluntariado».
El volunturismo crea dependencia.
Según Papi, la dependencia es un problema y no solo consiste en darles a los lugareños dinero y objetos. «Consiste en vender una imagen de pobreza a los occidentales y decir que —solo por ser ellos, sin responsabilidad de aprender o cambiar— pueden ‘ayudar’».
Sin embargo, los artículos negativos asumen que todos los programas de voluntariado crean dependencia. Este malentendido puede ser un producto de la semántica. «Voluntariado» significa ofrecer servicios a personas que los necesitan, mientras que «turismo» denota turistas mirones armados con cámaras. ¿El resultado? «Volunturismo» se convierte en una palabra sucia.
En un estudio para Voluntourist.org, el Dr. Carlos Palacios, de la Universidad Macquarie en Sídney, Australia, plantea que el volunturismo es el único tipo de viaje vilipendiado por ser colonialista. Los programas que se describen como aprendizaje mediante servicios, intercambio cultural o turismo educativo «no han tenido este tipo de problemas», señala.
Llegué a considerarme más un becario que un voluntario: alguien que realizaba labores pequeñas pero necesarias —lavar platos, introducir datos, recoger basura— mientras me enseñaban un lugar y sus problemas. Mis profesoras fueron mujeres como Jane Kargio en Kenia y Zhang Tao, que fundó una escuela para niños con necesidades especiales en China pese a contar con pocos recursos y a los prejuicios arraigados hacia los niños con autismo y trastornos del desarrollo. Estas mujeres eran heroínas de acción, las personas más impresionantes y comprometidas que he conocido.
«Lo llamamos voluntariado o aprendizaje mediante servicios, lo que significa que ayudamos y, como consecuencia, aprendemos, pero es al revés», afirma Papi. «Aprender a servir el resto de nuestras vidas según cómo vivimos es el mayor impacto. Vendemos una mentira al llamarlo voluntariado y hacer que parezca que el éxito procede de cambiar a otra persona».
Ken Budd es el autor de la galardonada autobiografía The Voluntourist—A Six-Country Tale of Love, Loss, Fatherhood, Fate, and Singing Bon Jovi in Bethlehem . Los beneficios del libro se destinarán a las organizaciones y proyectos donde ha trabajado como voluntario (algo que probablemente sea neocolonialista). Sigue a Ken en Twitter @Ken_Budd.
Esta historia se publicó originalmente en inglés el 2015 de agosto en nationalgeographic.com y ha sido actualizada y traducida en noviembre de 2018.