Sobreviviendo al nuevo ultramaratón de Omán
La nación árabe apuesta a adjudicarse el título de la carrera de aventura más dura del mundo.
La escalada siguió conforme los corredores ascendían en plena oscuridad. Un vacío amenazante acechaba en cada zigzag del vertiginoso sendero, que atravesaba la afilada piedra caliza. «Terrorífico, ¿verdad?», dijo un corredor mientras intentaba permanecer pegado a la pared de roca. Por lo tentador que fuera dejarlo, dar marcha atrás sería mucho peor que seguir ascendiendo. Sus linternas iluminaron roca, luego más roca, con algún árbol esporádico y retorcido que se aferraba a un lado del barranco. Entonces, el sendero giró bruscamente hacia arriba por un hueco en la pared del cañón que conducía hasta una rampa estrecha, escarpada y sembrada de pedruscos. Los corredores emprendieron la difícil subida.
Era la escalada de una montaña denominada Balal Al-Sayt, un desnivel acumulado de 1.200 metros a lo largo de 3,2 kilómetros, el punto crucial de una carrera de montaña de 140 kilómetros denominada Oman by UTMB, un nuevo ultramaratón que atraviesa las montañas de Al Hajar, del Sultanato de Omán. Oman by UTMB, con su desnivel acumulado de casi 8.000 metros y celebrada por primera vez en noviembre de 2018, se ha adjudicado el título de una de las carreras a pie más duras del mundo.
A lo largo de los últimos 20 años, los ultramaratones (carreras de más de 42 kilómetros) se han hecho cada vez más populares conforme las carreras pasaban del asfalto relativamente plano de las ciudades a todos los entornos y climas imaginables: montañas, desiertos y selvas. Algunos eventos han alcanzado distancias de 160 kilómetros. Muchos organizadores se ríen de los senderos «accesibles» y, en lugar de eso, ponen a sus corredores en «terrenos técnicos», topografía que los humanos más sensibles recorrerían con precaución o evitarían directamente.
Estos ultramaratones, donde el derecho a presumir se mide en distancia y dureza, se han convertido en el deporte de los triunfadores, aventureros amateur y viajeros del mundo. En todo el mundo hay 20.000 ultramaratones, cifra que se ha centuplicado desde el cambio de siglo.
Las montañas áridas y quebradizas de Omán distan mucho de los Alpes de Chamonix, en Francia, hogar del UTMB original, o Ultra-Trail du Mont-Blanc, y muchos corredores que participaron en la carrera de Omán se mostraron sorprendidos de haber encontrado montañas en el recorrido. «Pensaba que Omán era solo arena antes de ver los vídeos promocionales de la carrera», contó un corredor.
La geografía variada de Omán es mucho más que solo arena. Aunque abundan los clásicos paisajes desérticos árabes, el país se autoconsidera un bastión de una cultura árabe tradicional pero tolerante, desarrollada por los petrodólares, pero intacta.
«Omán es auténtica. No intenta ser un Manhattan en el desierto. Es una nación costera y marítima que comerciaba con China ya en el siglo IX. La gente es maravillosa, hospitalaria y muy tolerante», contó el entusiasta Albert Whitley, un general de división del ejército británico retirado que lleva más de 30 años viviendo en Omán y que ahora trabaja como director ejecutivo de Oman Sail, la empresa a cargo del desarrollo del turismo al aire libre de la nación.
Los competidores omaníes, entre ellos ocho soldados y el lugarteniente Hamdan Al-Khatri del ejército omaní —todos principiantes en ultramaratones— fueron cordiales a más no poder. Todos los soldados dijeron «Salaam alaikum» —un saludo árabe que significa «la paz sea contigo»— al ver mi linterna en plena oscuridad en medio del lecho seco de un río, donde habíamos colocado a un equipo de vídeo para grabar a los corredores en plena carrera. Los corredores de otros países pasaron jadeantes junto a mí en silencio.
Al-Khatri denominó Oman by UTMB, donde acabó en 19º puesto, su «nuevo logro en la vida». ¿Disfrutaron sus hombres de la carrera? «Puede», respondió. «Piensan que fue muy larga y muy dura».
Las carreras siguen siendo una novedad para muchos omaníes. Se atribuye a Muscat Road Runners, un club de corredores fundado en 1983 en la capital de Omán por expatriados residentes, el mérito de haber sentado las bases de las carreras amateur en el país. Ahora, un omaní dirige el club y es frecuentado por lugareños, y la Maratón de Mascate atrae a más y más omaníes cada año, incluso a mujeres.
Una de ellas es Nadhira Al-Harthy, una funcionaria de 41 años. Para Al-Harthy, correr es una forma de evadirse de la presión del trabajo y la rutina familiar. «Descubrí una nueva sensación cuando empecé a correr. Me siento libre, libre de todo».
Al-Harthy ya ha completado el Maratón de Mascate, pero abandonó la Oman by UTMB a los 90 kilómetros. «No estaba preparada para tanta escalada», contó, aunque se arrepiente de haber abandonado. «Me entran ganas de llorar cada vez que pienso que no acabé la carrera».
Con todo, más de la mitad de los 415 participantes no terminó la carrera. A algunos los derrotaron por los infinitos ascensos y descensos por terreno rocoso, pero otros sin experiencia en montaña se retiraron en los senderos de barrancos, como el de Balad Al-Sayt.
«Cada vez que llegaba a una cima, lloraba», contó Gao Xidong, uno de los dos corredores chinos (de un grupo de 10) que terminaron la carrera. «A veces era como correr por el infierno». La foto de Gao cruzando la meta, con la bandera china, se hizo viral en redes sociales entre la pujante comunidad de corredores de China.
Para crear una experiencia que fuera desafiante a nivel físico y poseyera la autenticidad cultural de Omán, los organizadores diseñaron una ruta que seguía antiguos senderos, ahora en desuso, que solían conectar aldeas de montaña, según explicó Andy McNae, exmontañero que ahora está a cargo del evento. Añade que algunos tramos eran tan remotos que los helicópteros del ejército omaní tuvieron que abastecer los puntos de avituallamiento.
Al final, el escarpado terreno ayudó a fomentar la solidaridad entre los corredores. Uno de los ganadores, el ultracorredor profesional estadounidense Jason Schlarb, acabó mano a mano con uno de sus rivales principales, Diego Pazos, de Suiza, tras más de 20 horas corriendo sin descanso. «Diego y yo decidimos acabar juntos, de lo contrario uno de los dos habría tenido que soportar la carrera solo», afirmó Schlarb.
Quizá esta sea la atracción última de los ultras, que vale más que el subidón de endorfinas, una medalla de finalista o una publicación viral en Facebook: el vínculo humano forjado tras horas y horas de «correr por el infierno» juntos.
Los organizadores ya han abierto el plazo de inscripciones de la carrera del año que viene.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.