¿Puede el turismo salvar la «ciudad moribunda» de Italia?
Como muchas zonas rurales de Italia, Civita di Bagnoregio corría el peligro de desaparecer hasta que a los viajeros les picó la curiosidad.
A unos 120 kilómetros al norte de Roma, las señales de la carretera indican a los conductores que están cerca de Civita di Bagnoregio, la «ciudad moribunda». La aldea, ubicada en una meseta que se derrumba, se ha visto afectada por los deslizamientos de tierra, los terremotos y la erosión desde que los humanos se asentaron en ella hace casi 4000 años. Hoy en día, Civita se ha quedado reducida a un área de 90 por 150 metros.
Luca Costantini, un geólogo local, cuenta que en la Edad Media la meseta era el triple de grande que ahora y albergaba hasta 300 personas. Sin embargo, el río que atraviesa el valle que rodea Civita ha ido desintegrando el pueblo poco a poco. Tras un terremoto devastador en 1695, la mayoría de los residentes huyó y la población de Civita nunca se recuperó. Para la década de 1920, solo quedaban 600 habitantes. Hoy en día hay siete y la supervivencia de Civita es incierta.
Con todo, conforme se propagaba la noticia de la pérdida inminente de la ciudad, la cantidad de visitantes también aumentó. Ahora Civita recibe hasta 10 000 visitantes al día, lo que pone en duda su muerte anunciada. Con la entrada de gente, dinero e interés, algunos lugareños esperan poder salvar la aldea. Otras aldeas italianas están siguiendo con atención el destino de Civita.
Los habitantes restantes carecen de tiendas como supermercados o ferreterías. Además de unos pocos restaurantes y tiendas de recuerdos para turistas, los residentes de Civita dependen de un estrecho puente de 300 metros que los conecta a Bagnoregio, su ciudad hermana, para comprar provisiones. Con casi 3600 personas y 75 kilómetros cuadrados, los recursos de Bagnoregio mantienen la industria turística de Civita y a sus residentes. «A veces hay que volver a Bagnoregio hasta por un imperdible, lo que supone un gasto enorme de tiempo y energía, pero eso es lo bonito de Civita», reza la página web de Civita.
Según un informe de 2016 de Legambiente, una asociación medioambiental italiana, unas 2500 aldeas italianas sufren una despoblación similar. Cecilia Reynaud, profesora de ciencias políticas de la Universidad Roma III, explica que cuando los residentes se mudan, la fortaleza social, cultural y económica de un pueblo se derrumba, lo que hace que se marchen aún más personas.
Se trata de un patrón que Reynaud observa por toda Italia. En 2018, más de 1,3 millones de personas migraron dentro del país, la mayoría desde el sur rural al norte urbano y las regiones centrales en busca de trabajo y oportunidades.
Las mujeres que se quedan optan por tener menos hijos o no tenerlos. En 2018, Italia registró una de las tasas de natalidad más bajas desde la formación del estado italiano moderno. Ante el éxodo y la baja tasa de natalidad, estos pueblos tienen dificultades para mantener a su población.
Para hacer frente a la pérdida, los pueblos están experimentando con incentivos financieros para atraer residentes. Antonio Tedeschi, concejal de la región de Molise, a más de 290 kilómetros al sudeste de Civita, propuso usar los fondos regionales para pagar unos 715 euros al mes a las personas que se mudaran a la zona. A cambio, los solicitantes tienen que vivir allí durante cinco años y abrir un negocio. La iniciativa recibió cientos de solicitudes de todo el mundo. Los candidatos serán juzgados, en parte, por el beneficio potencial que puedan aportar a sus pueblos.
«Cuando abre una pequeña empresa en un pueblo pequeño, es importante porque es una señal de ir a contracorriente, una señal de posibilidad», explica Tedeschi.
En la actualidad, los hostales superan en número a los residentes y Bagnoregio tiene menos de un uno por ciento de paro. En 2017, Civita se convirtió en la primera localidad italiana que cobraría a los turistas una entrada de cinco euros por persona. En 2019, más de un millón de personas atravesaron el puente a Civita.
Gracias al dinero del turismo, los geólogos de Civita pueden concentrarse en averiguar cómo conservar la tierra en lugar de solo responder a los deslizamientos. «Civita es muy pequeña y hay que pensar en cómo afectan 500 o 600 personas a esta zona», afirma Costantini, que colabora con el Museo Geológico de Civita di Bagnoregio. El museo, uno de los pocos lugares ubicados en Civita, muestra a los turistas y a los lugareños el pasado cultural y geológico de Civita mientras trabaja por garantizar su futuro. Los registros de deslizamientos de tierra en Civita se remontan al siglo XV, lo que convierte Civita en un lugar de interés para los geólogos.
Ahora el museo hace frente a una nueva incógnita: ¿puede Civita sobrevivir a un millón de turistas al año? Constantini afirma que los visitantes que han pasado sobre la plaza central sin pavimentar de Civita han erosionado 30 centímetros de suelo en solo cinco años. Hasta la llegada de los turistas, la plaza había permanecido estable durante mil años.
Mientras los geólogos averiguan cómo pueden garantizar un turismo sostenible para la tierra, el alcalde de Civita pretende averiguar lo mismo para su gente.
El turismo ha convertido Civita en un museo al aire libre. Cuando la fotógrafa Camilla Ferrari visitó la localidad como turista, le sorprendió ver a otro turista fotografiando a un residente que podaba un árbol.
Algunos lugareños han aceptado esta nueva atención. Felice Rocchi creció trabajando los campos del valle, pero las herramientas de su familia, heredadas a lo largo de generaciones, están colgadas en su trastero, en desuso. Hoy en día, usa estas reliquias para ilustrar el pasado de la aldea a los turistas en su museo improvisado, donde cobra una entrada de un euro.
Rocchi narra el pasado, pero la Civita de presente está cambiando. La temporada de cultivo ya no dicta el éxito del pueblo y la cantidad de personas que hay en la ciudad cambia según el día. Las tradiciones contribuyen a que la aldea mantenga su identidad, sobre todo la procesión del Viernes Santo, en primavera.
«La procesión del Viernes Santo es una de las iniciativas más importantes de mi pueblo, y sin duda es la más antigua. Toda la gente de Bagnoregio participa en este evento desde el primer año de vida y por eso todos crecemos con el espíritu de transmitir nuestra tradición», cuenta Giordano Fioco, un cantero de Bagnoregio que preside el comité de organización de la procesión, un papel que desempeñó su padre antes que él.
Fioco y los más de 300 habitantes de Civita y Bagnoregio se preparan para el evento durante meses. Las costureras y los peleteros locales trabajan para crear trajes históricamente exactos, sacan cuadros religiosos de los almacenes y las cofradías organizan la procesión. Muchos de los participantes son jóvenes. Fioco solo tiene 33 años.
El Viernes Santo, los turistas y los residentes de Civita y Bagnoregio se congregan mientras los hombres llevan la estatua del siglo XV de Cristo Crucificado a Bagnoregio. La tradición de 400 años está envuelta en folclore. Muchos creen que si el crucifijo no vuelve a Civita para medianoche, la aldea perderá el preciado crucifijo y se verá sacudida por un terremoto, una catástrofe que podría suponer el fin del pueblo.
Cuando la procesión se canceló por la lluvia hace dos años, la comunidad quedó devastada. No es un mero evento religioso. Fioco explica que la procesión es un evento en el que un patrimonio común conecta Civita con su ciudad hermana. Por un día, Civita es como era hace cientos de años.
Actualmente, el pueblo está intentando conseguir que la Unesco lo declare lugar Patrimonio de la Humanidad para que se reconozca formalmente el paisaje y la resistencia de la ciudad frente a las fuerzas de la naturaleza. El pueblo presentó un dossier de 250 páginas a la Unesco para que el título solidifique el papel de Civita como un lugar de importancia histórica y cultural. El equipo de la Unesco también está desarrollando planes para crear puntos de interés turístico en las localidades circundantes. Si lo consigue, la recuperación de Civita podría proporcionar una hoja de ruta a otros pueblos que tratan de revivirse a través del turismo.
«Es importante salvar estos pueblos pequeños porque al salvarlos preservamos la tradición y la historia», afirma Tedeschi. «Estos pueblos son la cuna de la cultura».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.