¿Sobrevivirá el surf de invierno en los Grandes Lagos al cambio climático?
Los riesgos medioambientales podrían afectar a esta actividad popular en los Grandes Lagos de Norteamérica.
Una tarde de diciembre, se desata una tormenta. Los habitantes más sensibles de esta parte de los Grandes Lagos se resguardan en sus casas. Pero Mike Calabro no es uno de ellos. Él y unos cuantos valientes más han decidido enfrentarse a la tormenta sobre una tabla de surf. «Si quieres vivir aquí y surfear, no puedes permitir que te pare un poquito de frío», cuenta mientras se pone un traje de neopreno en la orilla sudoccidental del lago Míchigan.
Surfear por los Grandes Lagos en pleno invierno puede parecer un pasatiempo para masoquistas, pero el deporte está en alza en la región gracias a unas condiciones que solo se dan en invierno. Sin embargo, hoy en día el cambio climático y la contaminación amenazan el futuro de esta actividad cada vez más popular.
Surfear en un lago
Para muchos, el surf evoca las playas soleadas de California o Hawái, pero el deporte también echó raíces hace tiempo en el Medio Oeste de Estados Unidos. El difunto Tom Blake, uno de los surfistas más influyentes del mundo (ya que revolucionó el diseño de las tablas de surf haciéndolas más ligeras y rápidas), procedía de las orillas del lago Superior. Unos cuantos pioneros empezaron a deslizarse sobre las olas ya en la década de 1940.
La primera vez que Mitch McNeil, presidente de la Surfrider Foundation Chicago, vio una tabla de surf fue en 1967 en el Abercrombie & Fitch de Chicago, cuando la tienda era un proveedor de alta gama con equipo especializado para la pesca con mosca o los safaris, por ejemplo.
En la actualidad, puedes comprar una tabla en una de las decenas de tiendas de surf de la región, entre ellas las de localidades de surf como St. Joseph y Grand Haven (Míchigan), y Sheboygan (Wisconsin), conocida como el «Malibú del Medio Oeste».
«Es probable que se haya duplicado la cantidad de surfistas desde que abrí la tienda en 2003. Ahora hay una escena local sana. Y se ha convertido en una novedad para los viajeros», cuenta Ryan Gerard, dueño de Third Coast Surf Shop en New Buffalo, Míchigan.
Pero los fanáticos saben que la mejor época para surfear en los lagos es de noviembre a marzo, cuando los vientos fuertes y las tormentas crean olas grandes y constantes de entre seis y nueve metros (con olas por la cabeza y tubos) por las que puedes deslizarte durante un minuto o más.
«No son solo buenas olas para el Medio Oeste. Son buenas olas para cualquier parte», afirma McNeil, que ha surfeado de Hawái a Portugal desde que empezó a perseguir las olas en el lago Míchigan en 1968.
Riesgos: naturales y artificiales
Aunque las olas de tiempo frío son unas de las mejores de la región, estas condiciones no son para cualquiera. El oleaje puede ser denso, con la textura de un granizado, o llenarse de hielo del tamaño de pelotas de golf o de bolas de bolos. Los surfistas deben permanecer atentos a las placas de hielo (que alcanzan el tamaño de una plaza de aparcamiento) y a las condiciones cambiantes en la orilla, donde la formación de plataformas de hielo puede imposibilitar la salida.
Incluso la frecuencia de las olas lacustres (cada cuatro o cinco segundos, frente a los 15 o 30 segundos en el mar) puede plantear un reto, ya que el rápido aluvión de agua congelada puede inmovilizar a los surfistas que se han caído.
A algunos surfistas locales les preocupan los efectos que tiene el cambio climático en el aumento de las temperaturas del agua en los Grandes Lagos. La superficie helada del agua ha descendido hasta un 75 por ciento en los últimos 40 años, según un informe del Centro de Derecho y Políticas Medioambientales.
La disminución del hielo puede aumentar los vientos por efecto lacustre y crear buenas olas, pero también incrementa la exposición de la costa y hace que las playas sean más vulnerables a la erosión. «La playa está desapareciendo porque el agua sube mucho, lo que hace que acceder a algunos lugares sea casi imposible», afirma Gerard.
La contaminación rampante es un problema más apremiante. En 2018, Surfrider Chicago, junto a la ciudad de Chicago como colitigante, demandó a U.S. Steel por haber vertido cromo hexavalente en el lago Míchigan. Esta sustancia química es el mismo subproducto industrial cancerígeno que se volvió infame tras la película del año 2000 Erin Brockovich.
«Los surfistas están enfermando y, tras un estudio de un año y examinar los datos, hemos descubierto la causa y nos hemos dado cuenta de que tenemos que hacer algo al respecto», afirma McNeil. En 2018, U.S. Steel acordó pagar 602 242 dólares en sanciones civiles de conformidad con un acuerdo propuesto en el marco de un decreto de consentimiento de la EPA. Los abogados de Surfriders alegaron que la multa era demasiado baja e indicaron que la sanción legal máxima puede ser de hasta 10,7 millones de dólares.
Desde aquel acuerdo, U.S. Stell ha admitido haber cometido más violaciones. En el momento de la publicación de este artículo, Surfrider Chicago, la ciudad de Chicago y otras organizaciones medioambientales estaban presionando a los juzgados para que se impusieran penas más altas y se sometiera a la empresa a una vigilancia continua.
El lado positivo
McNeil y sus colegas seguirán surfeando mientras luchan por limpiar el lago Míchigan. «Es como la ruleta rusa, pero la recompensa es una interacción muy estimulante con la naturaleza», afirma McNeil.
Calabro prefiere ver el lado positivo. «No hay tiburones ni agua salada que corroa el equipo», dice, medio en broma, medio en serio. «Los inviernos del Medio Oeste pueden ser oscuros, grises y bastante duros. El trastorno afectivo estacional es real. Surfear aquí es duro, pero me hace salir de casa y me hace sonreír», añade.
Así, Calabro arrastra la tabla hacia el agua a 0,5 grados centígrados, que la tormenta está convirtiendo en olas que llegan por la cabeza. Se balancea y asciende en el agua, y después desaparece en la vorágine. En pocas horas, saldrá con los ojos entrecerrados por el frío y una barba congelada.
Tras encender el calefactor de su furgoneta y derretir el hielo de la cremallera del neopreno, se pondrá ropa seca. Solo entonces, con una piel aún paralizada por el frío, surgirá una sonrisa exuberante y ligeramente maníaca. Mientras todo el mundo estaba en el calor de sus casas, él estaba deslizándose sobre las olas.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.