El turismo despierta en la tierra de la Bella Durmiente
Kosovo, tristemente conocido por la devastación de la guerra en los 90, tiene muchas maravillas naturales, entre ellas algunos de los mundos subterráneos más impresionantes de Europa.
La Cueva de Mármol, situada en Gadime (Kosovo), es sólo una de las muchas cuevas que hacen del país un lugar privilegiado para la espeleología.
Una mañana de otoño, cerca de la aldea de Radavc, en el valle de Rugova (Kosovo), tomé un camino a pie desde mi hotel a lo largo del río White Drin, un hábitat fresco y frío para las truchas que fluye desde el pico Rusolia de las Montañas Acusadas, a casi 160 kilómetros al sur de Albania.
La cascada del río, la más grande de Kosovo, es un espectáculo maravilloso de cataratas episódicas. Finalmente, continué por el sendero durante casi un kilómetro, pasando por los últimos vestigios blancos de edelweiss en flor de la temporada, hasta que llegué a la entrada de una cueva.
Una joven de unos 20 años estaba sentada en una caseta cercana. Se llamaba Melisa Bojku y, tras aceptar dos euros, me entregó un casco, se dirigió con su llavero a la puerta y juntos nos abrimos paso por la estrecha boca de la cueva. El interior era frío y húmedo. Algunos murciélagos volaban sobre nuestras cabezas. En el aire flotaba un olor a guano, húmedo pero no demasiado fuerte. El suelo de la cueva era resbaladizo pero no difícil de recorrer, y sus robustos pasillos de piedra caliza estaban discretamente iluminados con luces verdes, amarillas y rojas. Era al mismo tiempo austero y barroco, como entrar en una magnífica catedral de una deidad primordial.
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Bojku dijo que la cueva cincelada hidrológicamente tenía al menos dos millones de años y que los húmedos pomos de estalagmitas junto a nuestros pies eran meros bebés, probablemente de unos 500 años de edad, comparados con las relucientes estalactitas de arriba. Señaló las vetas rojas de óxido de hierro que describen la antigua colisión entre la piedra caliza y la roca volcánica. Al descender sin cesar, pudimos ver el contorno oscuro de un canal subterráneo. Más abajo, habitaba una población numerosa, aunque invisible, de grillos que subsistían gracias a los insectos del guano de murciélago.
Las estalactitas se aferran al techo de la Cueva de Mármol, también llamada Cueva de Gadime. Descubierta en 1966, es una de las pocas cuevas gubernamentales de Kosovo.
No pudimos visitar otra sala, se disculpó Bojku, porque contenía restos humanos neolíticos de hace 6000 años que estaban siendo examinados por los arqueólogos. También se había encontrado allí una bala de la Primera Guerra Mundial, así como una pipa de hombre de esa época. También podría haber pruebas de soldados de la Segunda Guerra Mundial, según las historias que le habían contado los lugareños. ¿Quién sabe qué más podría aparecer durante las excavaciones?
Es posible que haya un millar de murciélagos en la cueva, que representan ocho especies diferentes. "Durante el día, se relajan", dice Bojku. Con una tímida sonrisa, añade: "Me gusta venir aquí después de salir del trabajo, sobre las cuatro o cinco de la tarde, sólo para quedarme y escuchar cómo vuelan y se vuelven locos. Mis amigos creen que soy un poco rara".
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Friki de las cuevas
La Cueva de la Bella Durmiente, como se conoce ahora el antiguo fenómeno geológico de Radavc, fue descubierta en 1968 por arqueólogos serbios. Pero no aparecería en ningún mapa de Kosovo (y mucho menos sería un destino turístico que atrae hasta 23 000 visitantes adultos al año), si no fuera por los esfuerzos de Fatos Katallozi, el hombre de 57 años que tomó a una colegiala perfectamente normal como Bojku y la entrenó para convertirse en una friki de las cuevas.
Katallozi es casi el único responsable de que Kosovo se haya convertido en un importante lugar de exploración de cuevas en Europa. Su historia está muy en consonancia con la de otros kosovares que han demostrado una notable determinación en la reconstrucción de su país devastado por la guerra en las últimas dos décadas.
Aunque entre las cuevas de renombre del mundo hay algunas hechas enteramente de hielo (como la gigantesca Eisriesenwelt, en Werfen, Austria), y otras de lava volcánica (como la Cueva de los Verdes, en las Islas Canarias), la inmensa mayoría se producen a partir de piedra caliza porosa.
La región de los Balcanes, con un 70 por ciento de su tierra compuesta por piedra caliza, es por tanto muy abundante en cuevas. La más famosa de ellas es también la mayor de Europa: la cueva de Postojna, en Eslovenia, de 24 kilómetros de largo, que se descubrió hace 200 años y ha atraído a la friolera de 38 millones de visitantes durante ese tiempo. Las cuevas de Rumanía incluyen algunas más profundas que las de Postojna, mientras que una gran cantidad de exploraciones recientes se han dedicado a las cuevas de Albania y Bulgaria.
La entrada a la Cueva de la Reina enmarca una vista del Valle de Rugova, en Kosovo. Para llegar a esta cueva, los espeleólogos suben por una vía ferrata hasta el Puente Tibetano, que conduce a un estrecho sendero en buen estado.
Aunque Kosovo es un poco más grande que la Comunidad Foral de Navarra, es un pequeño paraíso para los amantes de la naturaleza, con sus montañas musculosas y sus brillantes cursos de agua. El mundo ha tardado en darse cuenta de ello. Y, francamente, también le ha ocurrido al Gobierno de Kosovo. Siendo el país más nuevo de los Balcanes, por no decir el más pobre y el que aún no ha recibido el reconocimiento oficial de su vecina Serbia (ni por ejemplo España, China o Rusia), el Kosovo azotado por la guerra no lo ha tenido fácil para venderse como lugar de vacaciones. El país no tiene Ministerio de Turismo. Sólo tiene dos parques nacionales que carecen casi por completo de personal. Por ello, el subdesarrollado sector turístico de Kosovo ha dependido en gran medida de la iniciativa de protagonistas locales como Katallozi.
Conocí a Katallozi en su negocio, Outdoor Kosovo, situado en la antigua ciudad comercial de oro y plata de Peja. La ciudad fue arrasada en su mayor parte por las tropas serbias durante la guerra de 1999 y posteriormente ha sido reconstruida. El exterior de la oficina de Katallozi aún presenta marcas de quemaduras de la guerra.
Katallozi, de rostro larguirucho, me condujo a su jeep, cargado de material de espeleología. Condujimos hacia el noroeste, fuera del tráfico de la ciudad y otros 20 minutos hacia el valle de Rugova, adentrándonos en una cordillera boscosa que estaba llena de follaje otoñal y de cascadas que se filtraban por todas las fachadas de las montañas.
Desde el pico Hajla, en la montaña Rugova, los escaladores obtienen vistas panorámicas de Kosovo.
"Como niño montañero, siempre sentí curiosidad por las cuevas", me dijo Katallozi mientras conducíamos. "Pero no se puede entrar en una solo y sin luces especiales". Recordó un picnic familiar de fin de semana en Radavc, en un lugar conocido por sus mariposas, zorros, edelweiss y, por supuesto, su magnífica cascada.
Allí, los aldeanos que vendían miel y nueces de la zona guiaron a la familia Katallozi hacia la cueva. Todavía recuerda la ráfaga de aire frío que salía de la estrecha entrada. No entraron, pero el niño prometió hacerlo algún día.
Pasaron años, durante los cuales Katallozi sirvió en el ejército yugoslavo y luego asistió a la Universidad en Kosovo, hasta que los funcionarios serbios la cerraron por enseñar en lengua albanesa, prohibida bajo el régimen de Milosevic. Katallozi se trasladó a Londres (Reino Unido) durante la guerra, donde trabajó como ingeniero de mantenimiento en los ferrocarriles nacionales. Regresó en 2002 para ver que Peja seguía en ruinas. No había otro lugar para Kosovo que no fuera ir hacia arriba, hacia la mejora y el desarrollo. Katallozi, en cambio, fue hacia abajo.
“En el valle de Rugova, descendimos al mayor complejo subterráneo del país: la cueva del Gran Cañón, una imponente ciudad-estado de agujas de piedra caliza y galerías onduladas.”
En 2005, él y unos cuantos amigos formaron un club de espeleología en Kosovo. Se propuso investigar cuevas en todos los países europeos que visitó, desde Grecia hasta Luxemburgo. Mientras lo hacía, Katallozi recordó la cueva de su juventud y la seductora cascada que había junto a ella. Volvió a ella, se metió dentro por primera vez, levantó una lámpara y quedó asombrado por lo que vio.
El ayuntamiento de Peja aceptó que Katallozi reutilizara su cueva local como lugar turístico. Elaboró una propuesta para erigir puentes metálicos, luminarias y un puesto de venta. En octubre de 2016, una agencia suiza que invierte en programas agrícolas y turísticos de Kosovo le concedió una pequeña subvención, con la condición de que contratara al menos a tres empleados locales, al menos uno de ellos mujer. Katallozi contrató a siete, incluida Melisa. En abril abrió la cueva a los visitantes con su nuevo nombre: "porque, ¿qué prefieres visitar, la cueva de Radavc o la cueva de la Bella Durmiente?", se rió.
Katallozi sostiene que cada cueva es tan diferente como cada cuerpo humano, y que cada una posee sus propias peculiaridades de historia, morfología, clima y dimensión. En el valle de Rugova, descendimos al mayor complejo subterráneo del país: la cueva del Gran Cañón, una imponente ciudad-estado de agujas de piedra caliza y galerías onduladas, de 12 kilómetros de longitud y con techos que superan 300 metros, que tiene como fondo cuatro lagos subterráneos que aún no han sido completamente cartografiados.
Explorarla requiere medio día, además de la necesaria fortaleza física y mental. Katallozi y su club son literalmente los guardianes de la cueva, en posesión exclusiva de la llave de entrada. "Es como un laberinto y sin un guía te pierdes", dice, sin necesidad de dar más detalles.
Más fáciles de recorrer son las cuatro cuevas cercanas a la aldea de Kusar, a las que se accede desde una pista forestal. Las cuatro cuevas de Kusari, ocultas bajo un denso follaje, destacan menos por sus características geológicas que por las vetas oscuras del fuego en sus paredes, prueba evidente de que los humanos vivieron alguna vez en su interior. Katallozi ha descubierto varios huesos de mamíferos antiguos, que sugieren la celebración de banquetes familiares. Los lugareños (incluidos los pastores que le hablaron por primera vez a Katallozi de la existencia de las cuevas de Kusari) siguen hablando de ellas como algo sagrado.
Con la ayuda del alcalde de Kusar, Katallozi recaudó los fondos para construir escaleras y barandillas en toda la red de cuevas. En este sentido, Katallozi también es responsable de la apertura de la Cueva del Gran Cañón a los visitantes, tras pasar primero años con equipos de Eslovaquia e Italia cartografiando sus profundidades.
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Al igual que la Cueva de la Bella Durmiente, son escaparates francamente naturales, lo que contrasta con la Cueva de Mármol, gestionada por el gobierno y situada no muy lejos de la capital, Pristina, con su puerta de cristal y su restaurante, y su alboroto diario de escolares. El futuro de cualquier país, incluido Kosovo, depende en parte de cómo cuide su pasado.
Hoy en día, este hombre de campo de Peja sigue recorriendo las montañas del oeste de Kosovo, con los ojos atentos a las señales de que el agua se ha abierto paso a través de la piedra caliza, arrastrando consigo el carbonato de calcio y otros minerales y formando grietas que se ensanchan en un oscuro demonio de vida oculta. "Están por todas partes allí arriba", dijo Fatos Katallozi mientras conducíamos a la vista de la montaña Pashtrik, en la frontera con Albania. Su voz era melancólica. "Me encantaría explorar allí. Pero no es seguro".
La batalla de Pashtrik, que duró un mes en 1999, explicó Katallozi, fue el lugar donde el Ejército de Liberación de Kosovo, con la ayuda de los ataques aéreos de la OTAN, rompió finalmente las espaldas del ejército serbio, obligándolo a rendirse. La montaña sigue llena de bombas de la OTAN. Por ahora, al menos, la historia reciente de Kosovo mantiene su historia antigua fuera de su alcance.
Robert Draper es un escritor colaborador de National Geographic. Encuéntralo en Twitter.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.