Las mansiones-museo de la Edad Dorada de EE. UU. viven una segunda juventud gracias a la televisión
Se necesitaban muchas criadas y mayordomos para dirigir las opulentas residencias de los ricos del siglo XIX. Ahora, el interés generado por varias series ha hecho que nuevas visitas guiadas cuenten sus historias.
Fotografía del siglo XIX que muestra a estudiantes de la Escuela de Trabajo Doméstico de Uppsala, en Suecia. Los inmigrantes europeos trabajaban a menudo como sirvientes en las mansiones de la Edad Dorada en Estados Unidos. Hoy convertidas en museos históricos, estas grandiosas casas acogen visitas guiadas en las que se explora cómo era la vida de criadas, mayordomos y otros trabajadores.
Series como La edad dorada, de HBO, y The Bucaneers: Aristócratas por amor, de Apple TV, nos permiten asomarnos para ver cómo fue la vida de las élites estadounidenses a finales del siglo XIX. Desde la pantalla, este periodo bien parece una fiesta sin fin: paseos vespertinos con sombreros extravagantes, cenas a la luz de las velas con aspic y caviar, bailes de sociedad llenos de intrigas.
Según Evan Smith, presidente y director ejecutivo de Discover Newport, estas fiestas están impulsando el turismo en las casas-museo históricas de la época. Y no solo hablamos de viviendas: el balneario de Rhode Island, por ejemplo, alberga las fastuosas mansiones fin de siècle Marble House y The Elms, donde se rodaron escenas de La edad dorada.
Hasta hace poco, estas opulentas propiedades no habían prestado mucha atención a las docenas de sirvientes que se necesitaban para administrarlas. Pero “la gente siente una curiosidad natural por saber cómo se limpiaba y mantenía una casa enorme”, dice Lauren Henry, conservadora del Biltmore, la mansión de 250 habitaciones de la familia Vanderbilt convertida en museo a las afueras de Asheville (Carolina del Norte).
La visita “Backstairs Tour” del Biltmore (que se adentra en la vida de la servidumbre y visita la despensa de los mayordomos y las habitaciones de las criadas) es ahora la más popular de la propiedad. El verano pasado, la Hearthstone Historic House (la mansión en Wisconsin del magnate de una fábrica de papel) puso en marcha “El otro lado de la casa”, una visita en la que actores disfrazados representaban a cocheros, criadas y otros empleados.
He aquí cómo estos museos exploran tanto la ostentación como la crudeza de los hogares de la Edad Dorada.
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¿Cuándo fue la Edad Dorada?
Mark Twain acuñó por primera vez el término “Edad Dorada” en 1873 para describir un periodo de rápida industrialización en Estados Unidos, que introdujo un estilo de vida de opulencia, materialismo y corrupción. A finales del siglo XIX, el 1% de la población poseía el 20% de la riqueza de Estados Unidos.
Rebosantes de dinero, barones del ferrocarril, banqueros y empresarios construyeron casas palaciegas en estilos como el Reina Ana, el resurgimiento gótico, el italianizante, el Beaux-Arts y el resurgimiento renacentista en el noreste, el medio oeste y la costa oeste. Se importaba mármol de Italia, caoba blanca de América Central y mosaicos y obras de arte excepcionales de Francia.
En el apogeo de la Edad Dorada, no se escatimaron gastos en estas propiedades, incluida la contratación de grandes plantillas para atenderlas. Por ejemplo, el Biltmore (diseñado en 1895 para imitar un castillo) requería 30 empleados, entre ellos un mayordomo inglés y un chef francés.
En el valle del Hudson, en el estado de Nueva York, el Staatsburgh State Historic Site, de 65 habitaciones, la enorme casa de campo del financiero Ogden Mills y su esposa, Ruth Livingston Mills, es ahora un museo. En su época de esplendor, empleaba a 24 criados (sirvientas, lacayos, cocineros) y a docenas de empleados para mantener los jardines, el yate, los caballos y los carruajes.
Los museos de casas y plantaciones del Sur construidos antes de la Guerra Civil, desde el Mount Vernon de George Washington en Virginia hasta la Plantación Redcliffe en Carolina del Sur, han tenido que lidiar con la manera de relatar con sensibilidad el papel de los esclavos que mantenían en funcionamiento estas propiedades. Pero en las fincas de la Edad Dorada los problemas eran de índole distinta, ya que en la mayoría de ellas trabajaban inmigrantes irlandeses y alemanes. “Era una mano de obra blanca de Europa occidental”, afirma Donald Fraser, educador de Staatsburgh.
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Adéntrate en las mansiones de la Edad Dorada
En los años 80, el Biltmore se convirtió en una de las primeras mansiones históricas de la Edad Dorada en incluir las dependencias de la servidumbre en las visitas guiadas. “La gente pedía constantemente ver la cocina”, dice Henry. Con los años, se añadieron otros espacios, como la despensa del mayordomo, las habitaciones del ama de llaves y la cuarta planta, donde vivía el personal femenino.
Las visitas muestran la enorme diferencia entre la vida de los propietarios y la de su personal. Los guías describen las tareas cotidianas del ama de llaves, el mayordomo y las doncellas. Los visitantes acceden por entradas laterales a las cocinas, despensas y salas de costura, y luego suben por empinadas escaleras de servicio a las sencillas dependencias de la servidumbre.
Los objetos personales (una biblia en alemán, fotos familiares) dan contexto a la vida privada de los trabajadores. Al final de la experiencia, los asistentes pasan por los pasillos de los propietarios del Biltmore, iluminados por lámparas de araña, salones llenos de retratos y dormitorios con camas con dosel y cortinas de seda. El contraste es marcado.
Las visitas del tour “La vida en el servicio” de Staatsburgh están guiadas por personal especializado vestidos de época que llevan a los visitantes al sótano donde dormían los criados, al enorme complejo de cocinas y a la sala de estar de los criados.
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Contar las historias de los criados
La vida de ricos como los Vanderbilt, los Carnegie y los Rockefeller está ampliamente documentada en periódicos, libros y retratos, así como en los museos de sus casas históricas. Pero resulta algo más difícil poder describir con precisión el mundo de las criadas, los mayordomos y los cocineros de estos palacios americanos, ya que el trabajo de un sirviente consistía en ser lo más invisible posible. Esto significa que los historiadores y conservadores deben basarse en los datos del censo, los anuncios y los archivos de los periódicos locales, que recogen anuncios de bodas y obituarios.
Las historias orales de los descendientes de los antiguos empleados dan a los guías algo más de material con el que trabajar. En The Elms [los olmos, en inglés], la finca de verano de cuatro hectáreas en Newport del magnate del carbón Edward Julius Berwind, la visita a la vida de los sirvientes se basa en las fotos, el material de archivo y los recuerdos de Gloria Pignatelli. Su padre, Michael Pignatelli, fue superintendente de The Elms durante 20 años. “Fue fortuito porque no sabíamos mucho de los criados hasta hace muy poco”, dice Trudy Coxe, consejera delegada y directora ejecutiva de la mansión-museo. “Tuvimos un golpe de suerte”.
En el “Backstairs Tour” del Biltmore, los viajeros escuchan la historia, al estilo de Downton Abbey, de una doncella y un mayordomo que se conocieron en la casa en los años 1920 y se casaron. Tras recibir información de un pariente lejano, los guías mencionan ahora cómo la joven hija de la pareja recibió un medallón de oro de Edith Vanderbilt, la señora de la casa. “Siempre es sorprendente poder conocer más detalles de la historia”, dice Henry.
Rachel Ng es una escritora de viajes y gastronomía afincada en Hawái. Síguela en Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.