La historia tras el calzado de los exploradores de National Geographic

Han alcanzado la cima del Everest y el fondo del océano, y el calzado desgastado de los archivos de National Geographic tiene muchas historias que contar.

Por Nina Strochlic
Publicado 11 may 2018, 11:39 CEST
La historia tras el calzado de los exploradores de National Geographic
Esta historia forma parte de 130 años de National Geographic, la exposición de una de las instituciones sin ánimo de lucro con mayor reconocimiento mundial: National Geographic Society. Una referencia en investigación, educación y conservación de la naturaleza. No te pierdas la exposición del 8 de noviembre al 24 de febrero. Más información aquí.

Sandalias en la jungla

En 1999, J. Michael Fay emprendió un viaje a pie desde la República del Congo y apareció en la costa de Gabón 456 días después, llevando todavía el mismo par de sandalias de pie abierto con correas de nylon. Denominó a su periplo selvático de 3.200 kilómetros el Megatransect y transformó la conservación a gran escala en el continente.

El explorador estadounidense contó a David Quamman que las sandalias eran mejores para desplazarse por el suelo del bosque que las botas o las zapatillas. Pero toda esa carne expuesta suponía un problema. El undécimo día, los pies de Fay estaban llenos de gusanos que habían empezado a penetrar en sus dedos y a pudrirlos. 

En el camino, Fay recopiló una cantidad enorme de datos, como estiércol animal, lecturas de GPS cada 20 segundos y grabaciones de cantos de aves. Esperaba que el viaje, patrocinado por la Wildlife Conservation Society y la National Geographic Society, atrajeran la atención sobre el último bosque prístino de África central. Y lo consiguió. Poco después, el gobierno gabonés decidió convertir un área de 28.500 kilómetros cuadrados en un sistema de 13 parques nacionales.

Aletas desgastadas

La oceanógrafa Sylvia Earle ha pasado más de 7.000 horas bajo el agua, es la primera persona nombrada «Heroína del Planeta» por la revista Time, y fue la primera científica jefa de la Administración Nacional Atmosférica y Oceánica de Estados Unidos. 

En los años 50, siendo estudiante, Earle fue una de las primeras científicas marinas que empleó equipo de submarinismo en su trabajo. Y eso apenas es una pequeña parte de los récords de esta exploradora oceánica: dirigió el primer equipo de mujeres acuanautas que vivirían durante dos semanas en un hábitat subacuático.

En 1980, Earle descendió a 381 metros de profundidad en la que supuso la inmersión más profunda realizada sin cable cuando caminó sobre el lecho marino de Oahu en un traje presurizado llamado Jim. «A medida que piso el lecho oceánico, sé que estoy entrando un terreno similar en ciertos aspectos a un paisaje lunar», escribió en National Geographic. «Ambos tienen una apariencia encantadoramente similar y ambos han sido inaccesibles e inexplorables hasta hace relativamente poco».

El humilde par de aletas de agua cálida que donó a la National Geographic Society hace años, aunque no son tan impresionantes como el calzado de Jim, fueron una herramienta fundamental en las expediciones de Earle. El plástico traslúcido se ha vuelto opaco y está desgastado tras cientos de horas de exposición al agua salada y al sol.

Las botas volvieron, los dedos no

Barry Bishop regresó de escalar el Everst con sus botas La Dolomite, un par de botas de senderismo normales y unas polainas hasta la rodilla con crampones adjuntos. Pero no volvió con ninguno de los dedos del pie. El investigador polar convertido en fotógrafo había pasado dos años en expediciones en el Himalaya antes de unirse a la primera expedición estadounidense de éxito a la cima del Everest en 1963.

 

A las 15:30 del 22 de mayo, Bishop y su compañero de escalada alcanzaron la cima, se dejaron caer en el suelo y sollozaron. A continuación, el equipo empezó el descenso y, cuando se hizo de noche, se dieron cuenta de que eran incapaces de encontrar el campamento.

Tras una noche sin refugio, Bishop llegó al campamento al día siguiente y se examinó los pies para descubrir que sus dedos estaban «blancos como la leche, duros y gélidos al tacto». La congelación resultante implicaba que tenía que ser transportado por un sherpa nepalí antes de ser evacuado en helicóptero a un hospital en Katmandú. Un médico estadounidense vino expresamente para administrar un medicamento experimental que podía resucitar el tejido dañado en sus pies, pero no funcionó. Bishop perdió todos los dedos de los pies, y dos de las manos.

Pese a no tener dedos, Bishop siguió escalando montañas. Cuando su hijo tenía tres años, lo llevó a la cima del monte Mitchell en Carolina del Norte. Más adelante, cuando su propio hijo escaló el Everest, se convirtieron en la primera pareja de padre e hijo en conquistar la montaña. «No hay verdaderos ganadores, solo supervivientes», escribió Bishop acerca del Everest.

 

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