¿Qué es el virus del Ébola? ¿Podremos erradicarlo?
El virus del Ébola provoca una enfermedad que mata hasta al 90 por ciento de quienes la contraen, pero una prometedora vacuna podría aportar protección.
El virus del Ébola, denominado formalmente Zaire ebolavirus, es un virus raro que infecta a los humanos y a animales no humanos como cerdos y otros primates. Es uno de los varios virus del género Ebolavirus, pero se sabe que solo cuatro especies infectan a humanos: el del Ébola, el de Sudán, el del bosque de Taï y el de Bundibugyo.
Algunos virus del género Ebolavirus no provocan síntomas en humanos, como el Reston ebolavirus, la variante que trata el libro y serie de televisión The Hot Zone (estreno en National Geographic en el mes de septiembre), aunque sí provoca la enfermedad en cerdos y primates no humanos. Hace poco, se halló una variante llamada virus Bombali en murciélagos, pero por ahora no está claro si infecta a otros animales. Más generalmente, el Ebolavirus pertenece a la familia Filoviridae, que incluye patógenos similares como el Marburgvirus o el Cuevavirus.
El ébola es una zoonosis, es decir, una enfermedad que puede extenderse a los humanos desde animales salvajes no humanos que son portadores. Los investigadores no están del todo seguros de qué animales son portadores del ébola, pero existen pruebas de que los murciélagos frugívoros podrían participar en la propagación del virus a otros animales, como chimpancés, gorilas y duikers. Por su parte, los humanos pueden entrar en contacto con el virus al interactuar con animales infectados, como mediante la caza o la preparación de carne de animales salvajes.
El virus provoca la enfermedad por el virus del Ebola (EVE), una enfermedad grave y a veces mortal que puede provocar fiebre, debilidad, diarrea, fatiga, vómitos, dolor de estómago y sangrados y hematomas inexplicables. De media, los síntomas aparecen de ocho a diez días después de haberse expuesto al virus.
El ébola se propaga mediante el contacto con los fluidos corporales —como la sangre, la orina, las heces, el vómito, la leche materna y la saliva— de las personas que han enfermado o muerto de EVE. El virus se introduce en el cuerpo a través de cortes en la piel o por las membranas mucosas, como las de los ojos, la nariz o la boca. Las agujas o jeringuillas contaminadas también pueden transmitir el virus y es muy probable que también pueda transmitirse mediante el contacto sexual. El virus puede persistir en el semen, incluso después de haberse recuperado de la EVE.
¿Cómo de peligroso es el ébola?
Dependiendo de la respuesta inmune del paciente y el acceso que tenga a la atención médica, el ébola puede resultar mortal en entre el 35 y el 90 por ciento de los casos, por eso las autoridades sanitarias locales e internacionales trabajan duramente para contener los brotes.
El brote de 2014-2016 en Guinea, Liberia y Sierra Leona —el peor documentado— infectó a 28 600 personas y mató a 11 325 de forma directa. Pero según un estudio de 2016, la fragilidad de los sistemas sanitarios de las regiones afectadas y la pobreza existente contribuyeron al devastador efecto dominó de la epidemia. En 2014, se estima que cinco millones de niños de entre tres y 17 años no acudieron al colegio por la epidemia de ébola. Los programas de vacunación infantil se detuvieron temporalmente, lo que dejó a cientos de miles de niños expuestos a otras enfermedades mortales, como el sarampión. Una estimación de 2015 sostenía que la epidemia había provocado hasta 120 000 muertes maternas, en parte por el colapso del sistema sanitario.
Sin embargo, aunque el ébola y otros virus similares sean graves, es peligroso tergiversar o exagerar la amenaza que suponen. Para empezar, los miedos por que el ébola «se transmitiera por el aire», como declararon algunos analistas durante el brote de 2014-2016, son infundados: no existen pruebas de que el ébola evolucione para transmitirse de forma más eficaz por el aire.
Tampoco existen pruebas sólidas de que las prohibiciones de viaje estrictas, como las sugeridas durante el brote de 2014, resulten eficaces para ralentizar la propagación de virus como el ébola. En realidad, las prohibiciones de viaje podrían agravar algunos brotes al aislar y estigmatizar a las comunidades que más ayuda necesitan. Durante el brote de 2014-2016, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) organizaron campañas de información y tomaron otras medidas para limitar los riesgos de contagio del ébola, minimizando al mismo tiempo la interrupción al comercio y los desplazamientos internacionales.
El ébola no es ni de lejos el único virus letal al que se enfrentan los humanos. Solo entre octubre de 2018 y marzo de 2019, entre 28 000 y 46 800 personas fallecieron de gripe en los Estados Unidos, según estimaciones de los CDC. En 2017, el sarampión mató a 110 000 personas en todo el mundo; antes de la vacuna contra el sarampión, el virus mataba a unos 2,6 millones de personas cada año.
¿Cómo funciona el virus del Ébola?
El exterior del virus del Ébola es un filamento serpentino que mide menos de la millonésima parte de un metro. El filamento alberga el ARN del virus, una cadena de material genético de unos 19 000 pares de bases que codifica siete proteínas. La membrana externa del virus está salpicada de moléculas compuestas de proteínas y carbohidratos específicas, denominadas glicoproteínas, que actúan como llaves para las diversas «cerraduras» del exterior de las células de nuestro cuerpo.
El ébola emplea las glicoproteínas como disfraz: el exterior del virus le permite imitar químicamente los desechos resultantes de la apoptosis, la muerte celular programada. Normalmente, las células cercanas pueden detectar los restos de sus vecinas muertas y absorberlos para su eliminación, es decir, que cuando detectan el ébola, lo introducen sin querer en su interior. Al principio, el ébola permanece dentro de una especie de bus turístico celular, una burbuja membranosa denominada vesícula. Pero las proteínas de un extremo del virus le permiten expulsar su ARN al exterior de la vesícula, en las entrañas de la propia célula.
Una vez el ARN del ébola está suelto en el interior de la célula, se apodera de la maquinaria celular para crear numerosas copias de sus componentes básicos, que une a continuación. Al contar con la mismísima maquinaria de la membrana celular, germinan para formar nuevos virus. En última instancia, ser una fábrica viral es demasiada presión para la célula, y muere.
El ébola provoca los síntomas antedichos por los tipos de células a las que afecta, entre las que figuran un grupo de células inmunes denominadas células dendríticas, que actúan como las cámaras de seguridad del cuerpo. Ante su ausencia, otras clases de células inmunes se quedan circulando a ciegas, de forma que el virus puede replicarse rápidamente. Además, el ébola puede alterar la capacidad de las células para fabricar interferón —una molécula señalizadora producida ante la presencia de virus— e incluso puede causar la autodestrucción de algunas células inmunes.
Cuando el ébola entra en otras células inmunes, la infección debilita los vasos sanguíneos y provoca la formación de numerosos coágulos pequeños, lo que provoca hemorragias y sangrados observados en algunos casos de ébola, aunque no en todos. Las células hepáticas, las glándulas suprarrenales y el tracto gastrointestinal sufren enormemente, lo que desata el caos en el cuerpo de la persona infectada.
¿Cómo se trata?
Las autoridades sanitarias insisten en la importancia de evitar el contacto con el ébola ante todo, lavándose las manos y evitando el contacto con personas o animales infectados con el virus. Cuando una persona se contagia, el tratamiento se centra en ocuparse de los síntomas. El oxígeno y los fluidos intravenosos son de gran ayuda, así como la medicación contra la diarrea y la hipotensión.
Los investigadores han progresado rápidamente en el desarrollo de una vacuna experimental para el ébola, denominada rVSV-ZEBOV. En 2015, un equipo de investigadores internacional probó la vacuna en 11 841 personas que vivían en la región de Baja Guinea, en Guinea, con una efectividad del cien por cien. Los CDC sostienen que la vacuna debería obtener la autorización oficial en Estados Unidos en 2019.
Asimismo, se está desarrollando medicación antiviral experimental que pueda frenar en seco la replicación del ébola.
Una breve historia de las epidemias de ébola
El virus del ébola se identificó formalmente en el otoño de 1976, tras un brote cerca de Yambuku, una aldea cerca del río Ébola, en la República Democrática del Congo (entonces, Zaire). Entre el 1 de septiembre y el 24 de octubre de ese año, 318 aldeanos sucumbieron a la fiebre; fallecieron casi ocho de cada nueve. Por su parte, en Sudán, 284 personas —entre ellas el 37 por ciento de los trabajadores de una fábrica de algodón— contrajeron un virus similar; 151 fallecieron semanas después de contagiarse. Entre 1977 y 1988, las autoridades sanitarias documentaron un total de 35 casos en Sudán y la RDC, 23 de los cuales acabaron en muerte.
En 1989, los habitantes de las Filipinas y los Estados Unidos se enfrentaron a la situación que posteriormente inspiraría la serie de National Geographic The Hot Zone. El 2 de octubre de 1989, se transportaron cien monos de las Filipinas a la ciudad de Nueva York, que a continuación fueron trasladados a Hazelton Research Products, una empresa de Reston, Virginia, que vendía animales para ensayos de laboratorio. El 12 de noviembre, 14 monos habían muerto o habían sido sacrificados tras mostrar síntomas de fiebre hemorrágica.
La preocupación aumentó cuando los análisis revelaron que los monos parecían un tipo de virus del Ébola. Cuatro trabajadores de las instalaciones dieron positivo en ébola, uno de los cuales podría haberlo contraído por accidente tras cortarse con un bisturí cuando estudiaba un mono que murió por la infección. La empresa, alarmada, trajo a científicos de la Armada estadounidense para estabilizar la situación.
Por suerte, las personas expuestas al virus no mostraron síntomas. En las Filipinas, el estudio de las personas que manipulaban animales demostró que, aunque algunas personas tenían anticuerpos contra el virus, tampoco mostraban síntomas. En 1992, cuando apareció la misma cepa de ébola en una instalación italiana que albergaba primates, los humanos que trabajaban allí también gozaban de buena salud. Esta especie de ébola —denominada Reston ebolavirus— no provoca síntomas en humanos.
Años después, en 1995, las autoridades sanitarias tuvieron que hacer frente a la mayor epidemia de ébola hasta entonces: 315 casos en Kikwit, una localidad de la RDC, y sus alrededores. Al principio, el virus se propagó entre familias y hospitales; un cuarto de todos los casos se dieron en trabajadores sanitarios. Pero cuando el personal sanitario empezó a utilizar equipo de protección, como mascarillas y trajes, los casos entre los trabajadores médicos se desplomaron. En total, fallecieron 250 personas, el 79 por ciento de las contagiadas.
Durante los 20 años siguientes, aparecieron de vez en cuando casos y brotes aislados, desde un brote con 425 casos en Uganda en el año 2000 hasta la muerte en 2005 de un técnico de laboratorio ruso que se expuso al virus. El mayor brote hasta la fecha comenzó a finales de 2013 y se elevó a categoría oficial en marzo de 2014, cuando las autoridades sanitarias identificaron 49 casos y 29 muertes en el país africano occidental de Guinea.
Para julio de 2014, el ébola se había propagado a Conakri, la capital de Guinea, así como a Monrovia y a Freetown, las capitales de Liberia y Sierra Leona. Para junio de 2016, cuando la epidemia terminó oficialmente, otros siete países —Italia, Malí, Nigeria, Senegal, España, Reino Unido y los Estados Unidos— habían documentado varios casos de EVE, algunos por contagios entre el personal sanitario.
La epidemia de 2014 fue la primera ocasión en que el ébola se había infiltrado en zonas urbanas muy pobladas, lo que agravó y dificultó controlar su propagación. Casi tres cuartos de los casos se contagiaron entre miembros de la misma familia, lo que demostró que entrar en contacto con los cadáveres de los fallecidos por ébola era una de las formas más eficaces de propagar el virus.
Como consecuencia, la Organización Mundial de la Salud y otros organismos sanitarios insisten encarecidamente en que solo los profesionales que lleven equipo de protección entierren a personas que han fallecido por el ébola y que los entierros se hagan lo antes posible. Pero seguir ese consejo con dignidad resulta complicado, ya que altera una de las experiencias más íntimas y profundas que existen: dar sepultura a nuestros seres queridos.
Actualmente, las autoridades sanitarias locales e internacionales se enfrentan a uno de los peores brotes de ébola en algunas partes de la República Democrática del Congo. A 4 de abril de 2019, se habían confirmado un total de 1100 casos probables—un cuarto de ellos en personas de menos de 18 años— de EVE y 690 fallecidos. Se documentaron unos 81 casos —y 27 víctimas mortales— en el personal sanitario que intentaba combatir la epidemia.
Contener la epidemia ha resultado difícil, en gran parte por la desconfianza de la comunidad. Los informes de los medios sobre el terreno y la Organización Mundial de la Salud sostienen que las comunidades se han sentido alienadas por la estrategia severa que utilizan los grupos de ayuda humanitaria y el gobierno local. Las autoridades sostienen que están trabajando activamente para reconstruir la confianza y detener la ola de contagios.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
Aprende más sobre el ébola en la serie The Hot Zone de National Geographic, disponible a partir del 24 de septiembre (doble episodio cada martes a las 22:00).