Los guerreros samburu que protegen a los elefantes huérfanos
Las comunidades pioneras samburu en el norte de Kenia se han unido para salvar a estas crías de elefante sin familia.
En la lejanía, los gritos de aflicción de una cría de elefante parecen casi humanos. Guiados por los sonidos, los jóvenes guerreros de Samburu, con largas lanzas en la mano, se dirigen hacia un amplio lecho fluvial donde encuentran a la víctima. La cría se encuentra medio sumergida en agua y arena, atrapada en uno de los pozos excavados a mano que se distribuyen por el valle. Solo se puede ver su pequeña espalda y su trompa moviéndose como una cobra.
Hace solamente un año, los hombres probablemente habrían sacado al elefante antes de que contaminase el agua y lo hubieran abandonado para que muriese. Pero en la actualidad hacen algo diferente: utilizando sus teléfonos móviles, omnipresentes hasta en las zonas más remotas de Kenia, envían un mensaje al Santuario de Elefantes de Reteti, a unos 9,6 kilómetros. A continuación, se sientan y esperan.
Reteti se encuentra en una franja de 394.570 hectáreas de matorrales puntiagudos al norte de Kenia, que recibe el nombre de Namunyak Wildlife Conservation Trust y forma parte del hogar ancestral del pueblo samburu. Namunyak cuenta con la ayuda y el asesoramiento del Northern Rangelands Trust, una organización local que trabaja con 33 comunidades de conservación para aumentar la seguridad, el desarrollo sostenible y la preservación de la vida silvestre.
La región incluye a las tribus turkana, rendille, borana y somalí, así como a los samburu, grupos étnicos que han luchado hasta la muerte por la tierra y sus recursos. Actualmente, colaboran para fortalecer sus comunidades y proteger a unos 6.000 elefantes con los que conviven, una convivencia que en ocasiones es tensa.
El lecho fluvial al que han venido los hombres samburu parece seco y duro, pero hay agua bajo la superficie. Los elefantes pueden oler el agua, y las familias samburu, guiadas por los excrementos de los elefantes, han excavado estrechos pozos para conseguir este elixir fresco, limpio y rico en minerales. Cada familia mantiene un pozo concreto, que puede tener una profundidad de hasta 4,5 metros. Cuando extraen el agua, los samburu entonan una canción rítmica que alaba su ganado, para así atraer a estos animales hacia esta fuente de vida. Durante los meses secos (febrero, marzo, septiembre y octubre) los samburu hacen más profundos sus «pozos cantarines» y los elefantes, desesperados por beber, también acuden a ellos. En ocasiones pierden el equilibrio y se caen dentro.
Los guerreros no tienen que esperar mucho hasta que llega un equipo de rescate de Reteti en un Land Cruiser construido a medida, equipo liderado por Joseph Lolngojine y Rimland Lemojong, ambos samburu. Los hombres ya han visto esto antes y acuden rápidamente, excavando los lados del pozo, ampliando su boca para que ambos puedan meterse y colocar un arnés bajo el vientre del elefante. Más tarde, quizá unas 12 horas tras el percance, los rescatadores suben al pequeño elefante hasta la superficie, resoplando por el esfuerzo.
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Una espera llena de esperanza
Ahora hay que esperar de nuevo, esta vez durante mucho más tiempo. Los elefantes son criaturas de hábitos y, de vez en cuando una manada vuelve a lugares que les resultan familiares para beber. La esperanza es que esta cría, una hembra, se reúna con su madre y su familia.
Lolngojine y Lemojong conducen a la elefanta, débil y deshidratada, hacia una zona de sombra en un extremo del valle. Gauze ha cerrado sus ojos para calmarla, ha mojado su cabeza con agua y ha colocado una manta de lana sobre su espalda. La cría entra en shock, por lo que preparan una solución salina rehidratante en un biberón de casi dos litros. Tras probar y fallar varias veces, el bebé encuentra la tetina, de la que chupa ansiosamente antes de caer en un sueño profundo.
A lo largo de la tarde, los hombres le dan esta solución salina a la agitada cría mientras llora lamentándose por haber perdido a su familia. Al atardecer, los pozos cantarines están silenciosos. A la luz de la luna, se materializa la gigantesca silueta de un enorme elefante macho que se acerca para beber. La cría, quizá confundiendo al elefante con su madre, empieza a seguirlo, con Lolngojine y Lemojong tras ella. Después de unos instantes, asustada por los aullidos de las hienas, retrocede hacia sus cuidadores samburu.
A lo largo de la noche, el equipo permanece vigilante, a la espera, y esforzándose por abrir los oídos en busca de cualquier sonido de su manada. Al amanecer, unas 36 horas después de que los guerreros encontrasen al elefante, la espera ya no es una opción. Los cuidadores levantan a la elefanta, envuelta en mantas, la llevan hasta el vehículo y se dirigen al santuario.
El orfanato de elefantes de Reteti, situado en la curva de una cresta montañosa en forma de media luna, fue fundado en 2016 por los samburu. Han recibido financiación de Conservation International, San Diego Zoo Global y Tusk UK. El Kenya Wildlife Service y el Northern Rangelands Trust proporcionan también apoyo continuo. El primer elefante rescatado, llamada Suyian, llegó el 25 de septiembre de 2016. Los más de 20 cuidadores de elefante del santuario, que pertenecen al pueblo samburu, tienen un objetivo claro: liberar a sus pequeños, que ahora son una docena, en la naturaleza.
Tan pronto como llega la elefanta debilitada, Sasha Dorothy Lowuekuduk, encargada de la comida de estos animales en Reteti, prepara un biberón de dos litros de leche de fórmula especial. Lolngojine, el veterinario del santuario, examina a la cría y pone pomada antibiótica sobre sus cortes. Han decidido que la pequeña elefanta se llamará Kinya, por el pozo en el que tuvo el accidente.
La necesidad de orfanatos para elefantes como Reteti es el triste resultado del diezmo de las manadas provocado por los cazadores furtivos de marfil durante las últimas décadas, un patrón que se repite en gran parte del África subsahariana. Durante la década de 1970, el norte de Kenia albergaba a los elefantes con mayores colmillos, así como una gran población de rinocerontes negros, que han sido cazados por sus cuernos hasta quedar extintos a nivel local. El número de ejemplares de elefantes es ahora solo una fracción de lo que solía ser.
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Los ingenieros de la naturaleza
La pérdida de elefantes tiene un efecto dominó sobre otros animales. Los elefantes son «ingenieros» en sus ecosistemas. Se alimentan de arbustos bajos y derriban los árboles pequeños, lo que potencia el crecimiento de hierba, que a su vez atrae a grandes animales de pasto como el búfalo, las cebras de Grévy –en peligro de extinción–, el antílope eland y el órix; y estos son las presas de los carnívoros: leones, guepardos, licaones o leopardos.
Para las tribus dedicadas al pastoreo, como los samburu, más hierba supone más alimento para su ganado, algo que las comunidades indígenas han empezado a relacionar de una nueva forma con los elefantes, animales temidos durante mucho tiempo. «Cuidamos de los elefantes y los elefantes nos cuidan a nosotros», dice Lemojong. «Ahora existe una relación entre ambos».
Los 6.000 elefantes en esta parte de Kenia forman la segunda población más grande de la nación. Los rinocerontes negros también han empezado a regresar: una pequeña población, gestionada con sumo cuidado, ha sido reintroducida en Sera Conservancy, adyacente a Namunyak, a partir de parques y reservas en otras zonas de Kenia. Las poblaciones de animales como el facóquero, el impala, el kudú menor, el búfalo, el leopardo, el guepardo y la jirafa reticulada también están aumentando.
Aunque las tendencias generales entre los animales son positivas, la caza furtiva todavía tiene lugar, así como los conflictos entre personas y elefantes en los abrevaderos: el año pasado 71 elefantes fueron asesinados al norte de Kenia en confrontaciones con aldeanos; seis murieron a manos de los furtivos.
En el pasado, los pueblos locales no estaban demasiado interesados en salvar a los elefantes. Una cría rescatada tenía que ser transportada al único orfanato de Kenia, a unos 385 kilómetros de distancia, cerca de Nairobi. Si se rehabilitaban con éxito, los pequeños tendrían que ser liberados en el Parque Nacional Tsavo, sin esperanzas de reunificación con su manada original, que se encontraría en el norte.
Pero ahora, gracias a Reteti, los elefantes huérfanos como la pequeña Shaba de dos años, la residente de más edad cuando visité el santuario, pueden volver con sus familias. Allí tendrán más probabilidades de reconectar con sus parientes. Según los administradores de Reteti, Shaba debería estar lista para dar ese gran paso en unos ocho meses.
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Shaba: la mamá de la familia
Ahora mismo, Shaba es la jefa. Lidera una pequeña manada de bebés elefantes y los guía en los bosques que rodean el santuario para arrancar hojas, probar la corteza, derribar árboles pequeños y, lo mejor de todo, darse glamurosos baños de barro.
Los instintos de Shaba para enseñar a los demás están empezando a surtir efecto. Cuando un bebé de dos meses no puede salir de una zanja, Shaba retrocede y le demuestra cómo trepar. Ya presenta las características de una matriarca atenta, y si alguien asusta a un bebé, carga contra el responsable.
La alimentación es una gran parte del trabajo diario de los cuidadores. Cada tres horas, se les da a los elefantes biberones de dos litros con leche de fórmula especial que beben de forma ruidosa. Después, los pequeños caen en un profundo estupor.
Casi toda la plantilla de trabajadores procede de comunidades vecinas, y todos son samburu. Como dice Lemojong: «Cuando era solo un niño, cuidaba de las crías de las cabras, después de las cabras, y finalmente me pasé a las vacas. Después fui a la escuela. Estoy muy contento porque solía criar aquí a las vacas de mi familia y ahora estoy criando bebés de elefante. Es increíble». Lolngojine añade: «Cuando regreso a casa, mi comunidad me pregunta cómo está cada elefante, y los llaman por sus nombres».
«Shaba estaba demasiado delgada, pero ahora es más fornida y ha engordado», dice Lowuekuduk. «Antes tenía miedo de los animales salvajes, especialmente de los elefantes», explica, «pero ahora los veo de forma diferente. El santuario ha cambiado lo que siento por los elefantes».
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Un día, un grupo de una comunidad samburu compuesto mayoritariamente por mujeres y niños emprendieron un largo viaje en coche hasta el santuario, simplemente para tener la oportunidad de ver de cerca a los elefantes. Se colocaron en la plataforma de observación y contemplaron a los elefantes mientras jugaban. A un joven macho, llamado Pokot, le encanta jugar a la pelota con sus cuidadores, y sus payasadas provocan las carcajadas entusiasmadas de su público. Pero ante todo, los visitantes son respetuosos y hablan en bajo. También están un poco nerviosos, ya que no están acostumbrados a ver a otros samburu interactuando tan de cerca con los elefantes.
Lo que está ocurriendo en Reteti, más allá del espectáculo, es nada más y nada menos que el comienzo de una transformación en la forma en que los samburu se relacionan con los animales salvajes a los que han temido durante tanto tiempo. Este oasis donde crecen los huérfanos aprendiendo a ser salvajes para reunirse algún día con sus manadas, tiene que ver con las personas y con los elefantes a partes iguales.
Los samburu encuentran la felicidad al trabajar por la rehabilitación de los animales. Pero también hay corazones rotos. Como muchas otras crías separadas de sus madres, la pequeña Kinya, cuyo rescate fue tan arduo, no ha logrado sobrevivir.
«Es muy triste que Kinya muriera», dice Lemojong. «Todos trabajamos muy duro para asegurarnos de que tuviera una segunda oportunidad en la vida».
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CÓMO AYUDAR: Puedes aprender cómo salvar a los huérfanos de elefantes en la web del Santuario de Elefantes de Reteti.