Este delfín es el primer cetáceo conocido que muere de asfixia al tragarse un pulpo

Según un nuevo estudio, el joven macho Gilligan estaba en perfectas condiciones.

Por Joshua Rapp Learn
Publicado 17 ene 2018, 12:33 CET
Delfín asfixiado
Gilligan fue descubierto en la playa de Stratham en Bunbury, Australia, con un pulpo todavía saliendo de su boca.
Fotografía de John Symons, Marine Mammal Science

Nadie le dijo a Gilligan el delfín que no intentara comer por encima de sus posibilidades.

Este delfín del Indo-Pacífico macho es el primer cetáceo conocido que muere de asfixia provocada por un pulpo, según un nuevo estudio.

«Parece haber sido muy glotón y pensó: "¿Sabes qué? Voy a tragármelo entero"», afirma la autora principal del estudio Nahiid Stephens, patóloga de la Universidad Murdoch en Perth, Australia.

Cuando llevaron al joven macho, descubierto en una playa a unas dos horas al sur de Perth, al laboratorio de Stephens para realizar la autopsia en agosto de 2015, todavía colgaban de su boca pedacitos de un pulpo maorí.

Se ha observado a otros delfines cazar y comer pulpos, por eso Stephens llevó a cabo una autopsia para averiguar qué había ocurrido, especialmente porque el animal, apodado Gilligan, se encontraba en perfectas condiciones. Primero tuvo que retirar el pulpo.

«Era un pulpo enorme, tuve que seguir tirando y pensé: "¡Dios mío! Todavía sale"», afirma Stephens, que añade que la envergadura de los tentáculos era de 1,3 metros.

La autopsia, descrita en un reciente estudio publicado en la revista Marine Mammal Science, reveló que el problema apareció cuando Gilligan se estaba tragando la que sería su última comida.

Los delfines pueden desconectar su epiglotis —un tejido que conecta la laringe al respiradero— para abrir la garganta y tragarse pedazos de comida grandes.

Stephens dice que el cefalópodo de 2 kilogramos parecía haberse aferrado a la laringe de Gilligan con un tentáculo, lo que impidió que el delfín reconectase su aparato respiratorio, por lo que murió de asfixia.

Una fotografía de la autopsia revela al pulpo alojado en la laringe.
Fotografía de Dr Nahiid Stephens, Marine Mammal Science

«En teoría, ese pulpo podría haber estado muerto, pero el desgraciado todavía se movía», afirma Stephens, añadiendo que aunque nadie gana en una situación como esta, «el pulpo tiene una especie de último adiós».

Jugar con la comida

Kate Sprogis, investigadora de la Universidad Murdoch, dice que un pulpo «no es una presa fácil de tragar».

Mientras estudiaba la población de delfines cerca de Bunbury, donde murió Gilligan, Sprogis ha observado a delfines lanzando pulpos al aire en un intento por ablandar a los invertebrados, descomponiéndolos en pedazos más pequeños y digeribles.

Un cetáceo sale con frecuencia a la superficie y arroja al pulpo al aire, todo un espectáculo según Sprogis, que no participó en el nuevo estudio.

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    «Los delfines necesitan bastante energía», afirma, añadiendo que los infelices cefalópodos intentarán agarrarse a las cabezas de los delfines. El enorme esfuerzo requerido es «la razón por la que creemos que el pulpo es muy nutritivo».

    Tras lanzar a su presa, el delfín suele arrancar la cabeza del pulpo, aunque la batalla está lejos de terminar ya que los brazos pueden seguir activos durante cierto tiempo. 

    En el caso de Gilligan, «obviamente no lo tiró lo suficiente, se confió demasiado y se lo tragó», dice Sprogis.

    Aprender de los errores

    Aunque la inusual muerte de Gilligan podría haber sido la primera observada por los científicos, es probable que ocurra con más frecuencia en la naturaleza.

    Hay relatos históricos de marineros que hablan de cachalotes luchando contra krákens, probablemente peleas malinterpretadas entre pulpos gigantes y cachalotes, según Stephens.

    La situación de Gilligan es «una forma interesante de destacar lo que ocurre en nuestro entorno cada vez que no estamos atentos».

    Es más, el final desafortunado del delfín ayuda a los científicos a saber más sobre los animales y su biología. Como macho joven y sano, Gilligan también es un contrapunto importante para muchas de las muestras biológicas de animales enfermos que suelen encontrarse los patólogos.

    «Estas oportunidades no aparecen con tanta frecuencia», afirma Stephens, «así que cuanto más podamos observar a estos individuos tras sus muertes trágicas y desafortunadas, mejor».

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