El puma que atacó a un ciclista estaba muy delgado y probablemente desesperado
Un inusual encuentro mortal en el estado de Washington, que dejó herido a otro ciclista de montaña, podría apuntar a cuestiones más amplias sobre la evolución de nuestra coexistencia con los grandes depredadores.
El pasado sábado, un aparente recorrido en bici de montaña se convirtió en un encuentro mortal cuando un puma atacó a dos ciclistas cerca de Seattle.
Uno de ellos, Isaac Sederbaum, de 31 años, ha sobrevivido solo tras haber luchado por liberar su cabeza de las fauces del felino. El otro ciclista, S.J. Brooks, de 32 años, no fue tan afortunado; tras apartarse de Sederbaum, el felino se abalanzó sobre Brooks, lo mató y lo arrastró al bosque.
Sederbaum, gravemente herido y sin poder hacer nada por su amigo, recorrió 3 kilómetros en bicicleta hasta una zona con cobertura y pidió ayuda. Cuando llegaron las autoridades, descubrieron al puma sobre el cadáver de Brooks, que estaba parcialmente cubierto de escombros. Tras arrinconar al puma en un árbol cercano, los agentes del Departamento de pesca y vida silvestre del estado sacrificaron al animal.
Pese a ser tristes y escalofriantes, este tipo de ataques son muy inusuales; en Washington, es el segundo fallecimiento por ataque de puma que se ha producido en los últimos 94 años. Las autoridades van a practicar una necropsia al felino para tratar de determinar qué podría haber provocado tal comportamiento en una especie que el biólogo Mark Elbroch describe como «tímida» y reacia al contacto.
«Lo que hizo este puma a estas personas es del todo anormal», afirma Elbroch, científico jefe del programa de pumas de Panthera, una organización internacional para la conservación de los felinos salvajes. «Este animal no estaba sano y en un último intento por intentar sobrevivir hizo algo que normalmente no haría».
Depredadores consumados
Los pumas, también conocidos como leones de montaña, entre otros nombres, son depredadores que acechan y tienden emboscadas, lo que implica que prefieren acercarse sigilosamente y sorprender a sus presas en lugar de enzarzarse en peleas o persecuciones prolongadas. Una vez se abalanzan, los felinos suelen morder la base del cráneo de su presa, donde se conecta con el cuello, y a continuación arrastran el cadáver a un lugar aislado, y a veces regresan con su presa y la devoran durante días.
En su día, los pumas se extendían por las Américas, con un área biogeográfica ancestral que abarcaba desde el norte canadiense hasta el extremo sur de Sudamérica. Pero ahora, los humanos han reducido ese área de distribución a una fracción de la original. A excepción de una población restante en Florida, los felinos apenas aparecen al este del Mississippi —aunque ocurre en ocasiones— y en enero la población de puma del este de Norteamérica fue declarada oficialmente extinta. Pero en algunas zonas del oeste, las poblaciones de pumas se están recuperando y les va bastante bien, entre ellas la zona de Washington, donde ocurrió el ataque del pasado sábado.
En circunstancias normales, jamás verías un puma ni sabrías que están cerca. Los felinos son extremadamente sigilosos y tienen mucho cuidado a la hora de deslizarse por los arbustos bajos y evitar la actividad durante el día. Con predilección por la caza al atardecer y al amanecer y una habilidad sin parangón para saltar a árboles altos, los pumas son los ninjas del mundo felino.
«El puma al que no ves es el que está cazando», afirma Elbroch. «Uno que se acerca de forma agresiva, no está cazando».
Pumas y personas
Los pumas suelen hacer todo lo posible para evitarnos. Pero muy de vez en cuando, algo sale mal. Desde principios del siglo XX, se han producido unos 120 ataques a humanos, según el Departamento de pesca y vida silvestre de Washington. De ellos, 25 han resultado mortales para los humanos. La historia es diferente para los felinos, muchos de los cuales han sido asesinados durante o después del ataque.
«Es necesario sacrificar a un puma que no solo amenaza, sino que ataca a las personas en un entorno dominado por humanos», afirma Elbroch. «No es una opinión, es un hecho. No podemos permitir que un puma ataque a la gente y siga libre».
Pero el hecho de que se hayan documentado unos 120 ataques a humanos a lo largo de más de un siglo es indicativo de la rareza del suceso, teniendo en cuenta que millones de personas viven entre cientos de miles de felinos.
En la mayoría de situaciones, la mejor forma de evitar el ataque de un puma es intentar parecer tan grande como te sea posible, gritar, retroceder lentamente y tirarle cualquier cosa que esté a tu alcance. Un estudio reciente demuestra que si corres, las probabilidades de que te ataquen aumentan, y las probabilidades de que sea un ataque mortal también se incrementan (los científicos sospechan que se debe a que correr provoca la respuesta depredadora natural del puma).
Y lo que es más importante, si el felino decide atacar, lucha.
«En la mayoría de ataques en los últimos años en los que la gente ha tratado de defenderse, lo han conseguido. Han ahuyentado o incluso matado al puma», explica Elbroch.
Un aumento de los encuentros
Por qué esto no funcionó en el caso de Sederbaum y Brooks, quienes al parecer atacaron al felino con una bicicleta, es un misterio, pero Elbroch y otros expertos sospechan que se debe a que el animal se encontraba muy mal. El puma, un macho joven, pesaba unos 45 kilogramos y estaba bastante demacrado, posible resultado de una enfermedad, una lesión, envenenamiento o quién sabe qué.
«Los animales que están enfermos o lesionados, ya estén heridos o hambrientos, tienen más probabilidades de exhibir este tipo de conductas peligrosas», afirma Elbroch. «Van a atacar a presas a las que no atacarían normalmente, estarán activos a horas del día en las que normalmente no lo estarían, y entrarán en zonas donde no se sentirían necesariamente a salvo».
En otras palabras, al igual que algunos humanos hacen cosas violentas, arriesgadas o descabelladas, puede aplicarse lo mismo a los felinos.
Los encuentros entre humanos y felinos van en aumento. Pero no es sorprendente, teniendo en cuenta dos razones: las poblaciones de puma están recuperándose del frenesí de caza del siglo pasado, que redujo drásticamente el número de felinos en el oeste de Estados Unidos; y las crecientes poblaciones humanas se están adentrando cada vez más en su territorio, que queda atravesado por carreteras, granjas u otros obstáculos.
«No hay señales de que los pumas sean más agresivos de lo que lo han sido hasta ahora», afirma Elbroch, destacando que la coexistencia pacífica con nuestros vecinos carnívoros requiere cierta responsabilidad, sobre todo en zonas donde el ganado es una presa atractiva.
«No podemos esperar que los felinos conozcan las normas que hemos creado, ni que las sigan, ni que sepan que habrá consecuencias si no las siguen», explica. «Eso se aplica más a la depredación del ganado, y no a la seguridad humana».