El caótico mundo del turismo para ver tiburones ballena
En las Filipinas el turismo de tiburones ballena es un negocio en auge. Pero han surgido preguntas sobre si esta actividad podría ser perjudicial para los animales.
Bienvenidos a Oslob, sede de los selfis con tiburones ballena.
En esta localidad, cerca de la punta sur de la isla de Cebú en las Filipinas, los tiburones ballena son una gran atracción. El turismo prospera para los visitantes que quiere observar, nadar con y sacarse fotos junto a los peces más grandes del mundo.
Desde que comenzó en 2011, la operación de observación de tiburones ballena en Oslob se ha convertido en la mayor empresa del mundo de este tipo. Pero esta operación es polémica porque los tiburones ballena no acuden a la zona de forma natural, a diferencia de lo que ocurre en otras partes en el país. A los tiburones de Oslob les dan de comer y esto básicamente garantiza que aparecerán para maravillar a los visitantes, que pueden sacarse fotografías de cerca.
La situación plantea preguntas peliagudas: por ejemplo, el impacto de darles de comer y de la interacción de los humanos con los animales, la sostenibilidad de dicha actividad y el valor de conservación. ¿Superan los beneficios a los posibles aspectos negativos?
Estas preguntas no son meramente académicas, si tenemos en cuenta que los tiburones ballena están en peligro de extinción a nivel mundial y sus cifras en la región de las Filipinas han descendido bruscamente. Antes de 1998, cuando los tiburones ballena obtuvieron protección legal nacional, en las Filipinas mataban a cientos de tiburones ballena cada año por su carne y sus aletas.
Pero la caza furtiva todavía ocurre aquí y en otras partes, ya que la demanda y los mercados de tiburón ballena han prevalecido. Uno de sus principales destinos es China y un solo animal puede venderse por decenas de miles de euros. Su carne, aletas y aceite se venden como producto alimenticio, y su piel, para bolsos.
Amanece sobre Oslob
Los días en Oslob comienzan a las seis de la mañana, cuando los primeros turistas en llegar escuchan las instrucciones de los guías: no tocar, no subirse a los tiburones, nada de fotografía con flash y mantenerse siempre a dos metros de distancia como mínimo. Los visitantes se ponen gafas, tubos de buceo y chalecos salvavidas y se suben a canoas polinesias para contemplar a los tiburones. En la «zona de interacción», a unos 45 metros de la orilla, las embarcaciones se disponen en fila y comienza el espectáculo. Los encargados de alimentar a los tiburones lanzan puñados de gambas descongeladas a los tiburones desde canoas individuales. Mucho animales llegan a los pocos minutos de empezar a lanzar la comida.
Lo llaman «observación», pero en realidad tiene una parte de «postureo». Es una imagen extraña: una hilera de turistas en el agua, agarrados al soporte de la embarcación; de espaldas a los tiburones, el conductor de cada nave les saca selfis con sus teléfonos móviles. Las bestias son el telón de fondo.
Les dicen a los visitantes que pueden ir a la cárcel si tocan o se acercan demasiado a los tiburones, pero los investigadores han descubierto que más del 95 por ciento de los bañistas rompen las reglas, normalmente sin querer. Es una melé y se produce contacto.
Algunos de los tiburones nadan lánguidamente en un ángulo de 45 grados, como si tuvieran un peso en la cola. Otros permanecen casi inmóviles, en posición vertical, engullendo las gambas en tragos de agua y comida que desaparecen en sus bocas con forma de buzón.
La alimentación cesa a mediodía. Los tiburones se dispersan, y también las canoas. El espectáculo ha terminado, hasta mañana.
¿Quién se beneficia?
La observación de tiburones es un sector creciente de la industria del turismo, y otras actividades (en otros países, por ejemplo) emplean cebos para atraer a los animales. Suele venderse como turismo ecológico, pero a veces parece forzado. El turismo ecológico, en el mejor de los casos, introduce a los humanos en el mundo de las criaturas que acuden a contemplar. Afecta poco a los ecosistemas y posee un valor de conservación probado. Pero muchos argumentan que esto no es precisamente lo que ocurre aquí.
La empresa tiene algunas ventajas. Por ejemplo, los tiburones ballena de Oslob siguen en la región. «La escena de Oslob es caótica y la polémica es real», afirma mi colega David Doubilet, que ha fotografiado en las Filipinas para un reportaje de National Geographic. «Pero al menos los tiburones están vivos, no muertos, sin aletas y en alguna nevera de Asia».
Otro probable aspecto positivo: la reducción de la presión pesquera en torno a Oslob. Los casi 170 miembros de la asociación de pescadores locales, que alimentan a los tiburones y transportan a los turistas, ya no necesitan pescar su comida en los arrecifes casi agotados. Del mismo modo, los pescadores de los alrededores pueden ganarse la vida proporcionando los cientos de kilogramos de gambas necesarios para alimentar a diario a los tiburones, aliviando la presión sobre las decrecientes reservas de peces.
Estos gigantes también aportan beneficios a la economía local. Por la noche, la costa de Oslob centellea con las luces de más de 50 hostales, complejos hoteleros y pensiones, así como hogares locales. «Los tiburones ballenas han traído luz», me contó un residente. ¿Quién iba a imaginar que la prosperidad llegaría a Oslob por algo tan sencillo como arrojar puñados de gambas a las bocas de tiburones pasajeros?
Entusiasmo y preocupación
Mark Rendon, barquero de 26 años, lleva tres años participando en la operación de Oslob. Antes, trabajaba lejos de casa en la ciudad de Cebú como funcionario. Ahora gana más dinero, viaja menos, tiene menos gastos y vive en casa con su familia.
El 60 por ciento de los ingresos turísticos se destina a los pescadores, según Rendon. El 30 por ciento se destina al municipio y el 10 por ciento, a la aldea.
No solo se han beneficiado los pescadores. «Las amas de casa se han convertido en emprendedoras», afirmó Rendon, ya que venden souvenirs, batidos de fruta, aperitivos y leis (guirnaldas).
Respecto a los tiburones, la mayoría están de paso durante días o semanas y, después, se marchan. Pero algunos —un cuatro por ciento del total— se convierten en residentes anuales. A los científicos les preocupa que los tiburones que se aprovechan del alimento durante periodos prolongados sufran efectos perjudiciales, tanto psicológicos como conductuales.
Aunque organizaciones como el Instituto de Investigación de Grandes Vertebrados Marinos de Filipinas han empezado a investigar, todavía no se ha dado respuesta a las preguntas básicas acerca de la influencia de este método de alimentación. Las gambas que les dan de comer son una mezcla menos diversa de criaturas planctónicas que las que consumirían de forma natural. No son comida basura, pero tampoco constituyen necesariamente una dieta sana.
Los tiburones ballena asocian los barcos con comida fácil, y ese vínculo podría hacer que corran peligro en otras partes. Casi la mitad de los tiburones ballena estudiados en Oslob presentan cortes de hélices en el cuerpo que deben haberse hecho en otras zonas, ya que esta operación solo emplea embarcaciones a remo. También podría ser más probable que estos animales se acerquen a un pesquero de tiburones. Los tiburones ballena han estado protegidos a nivel nacional en las Filipinas desde 1998, pero la caza furtiva persiste en esta zona y en otras partes dentro del área de distribución del animal, donde es posible que no gocen de protección legal.
¿Un placer culposo?
Tampoco está claro qué ocurre cuando estos animales migratorios se ven condicionados para permanecer en un solo lugar durante un largo periodo de tiempo ni qué efecto podría tener sobre sus patrones de interacción social y desplazamiento. De los 650 tiburones ballena identificados en las Filipinas, un cuarto han sido observados en Oslob. Es una fracción significativa de la población expuesta a peligros para su supervivencia.
Hay quien argumenta que los tiburones ballena —al igual que ballenas, pandas, osos polares, tigres y elefantes— son embajadores del mundo natural: criaturas carismáticas que hacen que nos preocupemos por la Tierra y su abundante vida. Quizá ese beneficio proporcione un pequeño grado de molestia a estas criaturas.
Por cada turista sonriente de Oslob que se saca una foto con un tiburón, ¿habrá otro que mire a los ojos de un gran gigante moteado y vea algo de inmenso valor intrínseco cuya existencia debe ser protegida? ¿O son solamente telones de fondo para narcisistas?
Un estudio reciente acerca de la percepción de los turistas de la operación de tiburones ballena de Oslob determinó que muchos visitantes reconocen que alimentar a una especie en peligro de extinción con propósitos turísticos plantea problemas éticos —si no es moralmente incorrecta—, pero participan de todas formas. Algunos investigadores describen este tipo de justificación como «placer culposo».
Los pescadores con los que hablé temen que el gobierno decida que los riesgos de conservación superan los beneficios económicos y prohíba dar de comer a los tiburones. Esto pondría fin a su negocio. Esperan que se considere que los beneficios contrarresten los riesgos para los tiburones.
Para Rendon, es sencillo: «Quiero dedicarme a esto para siempre», afirma.
Para los defensores de las criaturas, es igualmente simple: no se debe alimentar a animales salvajes.
Mientras tanto, no parece que el turismo de tiburones ballena —con sus efectos desconocidos sobre los animales— vaya a detenerse.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.