El fósil de este dinosaurio conserva su contenido estomacal: un lagarto
No solo se ha descubierto una nueva especie de lagarto, sino que el hallazgo revoluciona lo que sabíamos sobre la red trófica de hace 140 millones de años.
En la mitología védica, la deidad Indra lucha contra un dragón que se traga a Indra entero. Ahora, los científicos han hallado una historia similar en el registro fósil: una nueva especie de lagarto que halló su muerte en la panza de un dinosaurio.
Este reptil desafortunado, al que han bautizado Indrasaurus wangi como guiño al relato mitológico, se descubrió dentro del abdomen de un dinosaurio con plumas denominado Microraptor. El fósil de este dinosaurio de cuatro alas se desenterró de la biota de Jehol de 130 millones de años, un filón de fósiles del Cretácico en el actual nordeste de China.
El hallazgo —descrito hoy en la revista Current Biology— es el cuarto fósil de microraptor que preserva contenidos estomacales, pero el primero que demuestra que los microraptores se alimentaban de lagartos. Los fósiles anteriores habían capturado en su interior pequeños mamíferos, peces o aves. El espécimen también revela que, como muchas aves depredadoras modernas, al microraptor le gustaba engullir los lagartos empezando por la cabeza.
El pequeño dinosaurio «parece haber sido un generalista, comía cualquier cosa que le cupiera en la boca», afirma el paleontólogo Scott Persons, investigador posdoctoral de la Universidad de Alberta que no participó en el nuevo estudio.
Ahora que se han identificado el fósil y su última comida, el espécimen servirá para mejorar las reconstrucciones de la antigua red trófica de Jehol. Como parte de su trabajo de descripción del Indrasaurus, la autora principal del estudio Jingmai O’Connor, paleontóloga del Instituto de Paleontología y Paleoantropología de Vertebrados de China, y sus colegas han llevado a cabo el análisis más detallado hasta la fecha de qué se comía a qué en este mundo perdido.
Al menos seis tipos de plantas componen la base de las cadenas tróficas de esta red enmarañada, con semillas que alimentaban a los herbívoros locales. Los lagartos y los dinosaurios se alimentaban de los abundantes peces del ecosistema lacustre, y los pequeños mamíferos desempeñaban el papel de depredador y presa. El Sinocalliopteryx, un carnívoro de 2,4 metros de largo, parece haber sido un superdepredador, mientras que el microraptor se encontraba en el medio y se alimentaba de lo que podía.
La biota de Jehol «es el mejor registro que tenemos de qué dinosaurios se comían a qué otros dinosaurios, así como otros factores», afirma Persons.
Un aparato digestivo especializado
El fósil de microraptor, descubierto antes de 2003, pasó años sin revelar su secreto. Xiaoting Zheng, exdirector de una empresa de minería de oro del estado chino, se lo compró a un agricultor local y el fósil acabó en el vasto Museo Natural de Tianyu, que Zheng fundó posteriormente. La colección alberga miles de fósiles y recorrer sus riquezas puede resultar casi abrumador.
«Hasta este momento, lo hemos visto todo, [pero] cuando tienes cinco horas para analizar 3000 especímenes, no puedes procesar nada», cuenta O’Connor. «Sé que he visto ese espécimen antes, pero pasé por alto los contenidos estomacales, aunque son muy obvios».
Cuando el equipo observó el lagarto, pudieron identificarlo porque sus huesos estaban muy bien conservados. Esta preservación excepcional plantea incógnitas sobre cómo evolucionaron los dinosaurios —aves incluidas— para digerir la comida.
Para potenciar el vuelo, las aves modernas han desarrollado un aparato digestivo muy eficaz y especializado. En lugar de masticar la comida con dientes, la engullen entera a través de un esófago alargado, que en muchas aves forma una especie de bolsa denominada buche. A continuación, la comida desciende por dos estómagos. El primero segrega enzimas digestivas que descomponen la comida químicamente. El segundo, una cúpula muscular denominada molleja, tritura la comida con la ayuda de piedrecitas.
Algunas aves depredadoras, como los búhos, dan un paso más y regurgitan bolas de hueso, plumas o pelo no digeridos, denominadas egagrópilas. Esta conducta parece remontarse a hace mucho tiempo: es posible que el dinosaurio con plumas Anchiornis, un antiguo pariente de las aves modernas, regurgitase también bolas de hueso, según un análisis de fósiles de 160 millones de años.
«Me gusta imaginarme a un pequeño Anchiornis en un árbol escupiendo una bola de pelo de un mamífero primitivo», afirma Persons.
¿Evolutivamente únicas?
Algunos paleontólogos habían interpretado los fósiles de Anchiornis como un indicio de que formar bolitas gástricas era una adaptación necesaria en el camino hacia el vuelo aviar. Según esta idea, al escupir huesos y plumas, algunas aves voladoras no tendrían que cargar con un peso innecesario.
Pero las plumas de vuelo del microraptor parecen sugerir que podría volar por su propia fuerza y, a juzgar por el estado más intacto del Indrasaurus y otras comidas de microraptores, no todos los dinosaurios voladores vomitaban bolitas. De los cuatro especímenes de microraptor cuyos contenidos estomacales se han fosilizado, las cuatro presas parecen estar enteras, no son masas de trocitos de huesos.
Aunque el tamaño de la muestra es pequeño, O’Connor y sus colegas sospechan que el microraptor mantenía sus comidas en el estómago durante más tiempo que el Anchiornis y las aves modernas, y que expulsaba los huesos a través de las heces, del mismo modo que hacían los dinosaurios como el Tyrannosaurus rex.
La diferencia podría resultar sorprendente, dada la proximidad entre el microraptor y el Anchiornis. Quizá las bolas del Anchiornis sugieren que su linaje es más próximo a los antepasados de las aves modernas que a los Dromaeosaurus, un género de dinosaurios al que pertenece el microraptor.
Pero como señala O’Connor, también es posible que las egagrópilas se desarrollaran en más de una ocasión. Al fin y al cabo, regurgitar los fragmentos de comida no digeribles no es exclusivo de las aves: otras criaturas vivas, como cocodrilos y cachalotes, también lo hacen. Como ocurre con otros rasgos, como las plumas, quizá el aparato digestivo único de las aves no fuera tan único evolutivamente al fin y al cabo.
«No puede señalarse un solo cambio, algo que evolucionó, y decir que es lo que contribuyó al éxito [de las aves]», afirma O’Connor. Los antepasados de las aves modernas «sobrevivieron a la extinción de finales del Cretácico probablemente porque eran el único linaje que poseía todas estas adaptaciones que se desarrollaron varias veces... eran las únicas que las tenían en un solo paquete».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.