Vinculan la drástica disminución de las aves cantoras a los insecticidas neonicotinoides
Los neonicotinoides —plaguicidas introducidos en las plantas en la etapa de semilla— actúan como supresores del apetito en aves y hacen que pierdan peso en cuestión de horas.
El insecticida más utilizado del mundo se ha vinculado a la drástica disminución de las aves cantoras de Norteamérica. Un estudio de aves silvestres ha determinado que un ave cantora migratoria que comía el equivalente a una o dos semillas tratadas con un insecticida neonicotinoide sufría una pérdida de peso inmediata, lo que la obligaba a retrasar su viaje.
Según los investigadores canadienses cuyo estudio se ha publicado en la revista Science, aunque las aves se recuperaban, la demora podría afectar mucho a sus probabilidades de supervivencia y reproducción.
«Hemos demostrado un vínculo evidente entre la exposición a los neonicotinoides en el mundo real y el impacto a las aves», afirma Margaret Eng, autora principal e investigadora posdoctoral del Centro de Toxicología de la Universidad de Saskatchewan.
La migración vernal de las aves tiene lugar cuando los agricultores siembran y en la mayoría de los cultivos de Estados Unidos y Canadá se plantan semillas tratadas con neonicotinoides. Las aves pueden sufrir una exposición reiterada en las diversas escalas donde descansan y se alimentan. El estudio concluye que esto podría ampliar las demoras migratorias y sus consecuencias.
Se suponía que los neonicotinoides, introducidos a finales de los 80, serían una alternativa más segura a insecticidas anteriores. Pero varios estudios han determinado que desempeñan un papel fundamental en el descenso de los insectos, sobre todo de las abejas. En 2018, la UE prohibió el uso de estos productos químicos porque mataban a los polinizadores. El estudio es otro vínculo en una cadena de problemas medioambientales. En una entrevista, Eng declaró que pone de manifiesto que el uso de neonicotinoides afecta gravemente a las aves y que, como consecuencia, las poblaciones de aves están en peligro.
Es la primera prueba de «efectos conductuales en aves libres como consecuencia de intoxicación con neonicotinoides», afirma Caspar Hallmann, ecólogo de la Universidad de Radboud en los Países Bajos.
Según Hallmann, que no participó en el estudio, es probable que los resultados se apliquen a otras especies de aves que consumen granos tratados con plaguicidas. La investigación publicada de Hallmann ha vinculado los descensos generalizados de las aves insectívoras al uso de neonicotinoides.
Las poblaciones de más de un 75 por ciento de aves cantoras y otras aves que dependen del hábitat agrícola de Norteamérica han descendido significativamente desde 1966. El nuevo estudio revela cómo los neonicotinoides podrían contribuir de forma directa a estas muertes masivas. El mes pasado, un estudio exhaustivo concluyó que el uso generalizado de neonicotinoides había vuelto el paisaje agrícola americano 48 veces más tóxico para las abejas y probablemente para otros insectos de lo que era hace 25 años.
Aves cantoras delgadas
Para investigar las posibles consecuencias para las aves silvestres, los investigadores capturaron chingolos gorgiblancos (Zonotrichia albicollis) en una escala de su ruta migratoria vernal desde Estados Unidos a la región boreal de Canadá, que abarca el norte del país. Administraron a cada chingolo una dosis muy pequeña del neonicotinoide más utilizado, denominado imidacloprid, una dosis algo más alta o una sin insecticida.
Pesaron y midieron al composición corporal de cada ave antes y después de la exposición. Las aves a las que administraron una dosis más alta del plaguicida habían perdido un seis por ciento de masa corporal cuando volvieron a pesarlas seis horas después.
Según la coautora Christy Morrissey, ecotoxicóloga de la Universidad de Saskatchewan, la alta dosis administrada es comparable a que un ave consuma una décima parte de una sola semilla de girasol o una semilla de maíz tratadas con imidacloprid, o tres o más semillas de trigo. «Es una cantidad minúscula, una fracción diminuta de lo que consumen a diario estas aves», declaró Morrissey en una entrevista.
El imidacloprid, incluso en dosis ínfimas, tiene un efecto supresor del apetito en los chingolos. Morrissey contó que estaban aletargadas y no mostraban interés por comer. «Observamos lo mismo en aves cautivas en un estudio previo».
Dicho estudio se publicó en 2017 en Scientific Reports.
No es ninguna sorpresa, ya que los neonicotinoides son químicamente similares a la nicotina y estimulan las neuronas, matándolas con dosis altas. La intoxicación con nicotina en humanos es rara porque el consumo excesivo hace que la persona tenga demasiadas náuseas o vómitos como para consumir más. En dosis bajas, la nicotina suprime el apetito en humanos. Parece estar ocurriendo lo mismo en aves.
Resaca de neonicotinoides
Los chingolos gorgiblancos capturados fueron puestos en libertad poco después de pesarlos por segunda vez y tras pegarles entre las alas una etiqueta transmisora diminuta. Este transmisor permite rastrear sus movimientos en estado silvestre. Los chingolos a los que administraron los insecticidas no continuaron su migración inmediatamente, como hicieron aquellos a los que no se los administraron. El estudio concluyó que los que habían recibido dosis altas permanecieron en el punto de escala 3,5 días más, recuperándose de la intoxicación y recuperando el peso perdido.
Por suerte, las aves metabolizan el imidacloprid relativamente rápido. Pero, según Morrissey, una demora de 3,5 días en su migración puede traducirse en la pérdida de la oportunidad de aparearse. «Las aves pequeñas solo se aparean una o dos veces en toda su vida y verse privadas de esa oportunidad puede hacer que descienda la población».
«Cuando las aves migran, necesitan ganar peso desesperadamente en las escalas para repostar en su viaje», afirma Steve Holmer, de American Bird Conservancy.
El nuevo estudio demuestra que los chingolos perdían la importantísima grasa corporal, con una media del 9 por ciento con dosis bajas y un 17 por ciento con dosis más altas. Esta exposición a un neonicotinoide podría privarles de la «energía para aparearse con éxito tras haber volado a sus terrenos reproductivos», escribió Holmer por email.
David Fischer, científico jefe encargado de seguridad de polinizadores en Bayer Crop Science, el principal fabricante de imidacloprid, afirma que no existen pruebas de que las dosis administradas en el estudio «representen la exposición probable que reciben las aves cantoras en los campos agrícolas reales».
Las aves cantoras pequeñas como los chingolos gorgiblancos son «incapaces de tragarse semillas grandes como el maíz o la soja», escribió Fischer por email.
Sin embargo, Charlotte Roy ha documentado diferentes especies de chingolos y otras aves, así como ratones, ciervos y hasta osos negros comiendo semillas tratadas de maíz, soja y trigo en un nuevo estudio publicado el 10 de septiembre en Science of The Total Environment. Roy, ecóloga en el Departamento de Recursos Naturales de Minnesota, afirma que las aves pequeñas abrían las semillas de gran tamaño y se comían lo que había dentro o los fragmentos de estas.
«No tienen que consumir necesariamente la semilla entera para exponerse», declaró en una entrevista.
En su estudio, Roy y sus colegas simularon el esparcimiento de semillas durante la siembra primaveral para comprobar si esta fuente de alimento atraía animales salvajes. Las aves encontraron las semillas esparcidas en un tiempo medio de 1,5 días. También hallaron semillas tratadas con neonicotinoides en la superficie del suelo en el 35 por ciento de los 71 campos sembrados recientemente que examinaron.
Este ha sido el primer análisis de si las semillas tratadas están disponibles para que las consuman animales salvajes en Norteamérica. «La tasa de esparcimiento de semillas era muy superior a la prevista», declaró.
Según Roy, los agricultores no suelen estar al tanto de lo perjudiciales que son las semillas tratadas para los animales salvajes.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.