Reaparece una especie de rana arlequín considerada extinta durante 30 años
La rana arlequín de la noche estrellada es sagrada para los indígenas arhuacos colombianos. Gracias a su colaboración, la ciencia ha vuelto a documentar este maravilloso anfibio.
Una rana considerada extinta durante 30 años ha vuelto a salir a la luz: la rana arlequín de la noche estrellada.
Con menos de cinco centímetros y una preciosa piel negra con manchas blancas, estos maravillosos anfibios solo viven en un lugar: Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, una de las cordilleras costeras más altas y remotas del planeta. De hecho, el nombre común del anfibio es una oda a los cielos despejados y oscuros de la región.
Cuando los científicos «observaron unos 30 ejemplares blancos y negros de esta rana arlequín sobre unas rocas, lo primero que pensaron fue: “Madre mía, se parece al cielo por la noche”», afirma Lina Valencia, agente de conservación en Colombia para Global Wildlife Conservation, una ONG estadounidense que participó en el redescubrimiento junto a la Fundación Atelopus, una organización de conservación colombiana. La comunidad indígena arhuaco de Sogrome, que comparte hábitat con la rana, invitó a los científicos a investigar a la especie y gestionó su revelación a la ciencia.
Durante décadas, los biólogos habían temido que esta especie en peligro crítico de extinción hubiera desaparecido, una víctima más de la rápida propagación del hongo quítrido asesino de anfibios. Por desgracia, los científicos han descubierto que el quítrido afecta mucho a las ranas arlequín. Se cree que la friolera de 80 de las 96 especies de ranas del género Atelopus se encuentran en peligro de extinción, en peligro crítico de extinción o extintas en estado silvestre.
«Se ha especulado que si no hacemos nada, [las ranas arlequín] serán el primer género de vertebrados que se extinguirá», afirma Valencia.
Con todo, esta historia tiene muchas facetas positivas según Cori Richards-Zawacki, experta en anfibios de la Universidad de Pittsburgh que ha estudiado exhaustivamente las ranas arlequín, pero que no participó en la investigación sobre la rana arlequín de la noche estrellada.
Los biólogos han «redescubierto» otras especies de ranas arlequín en los últimos años, como la Atelopus varius de Costa Rica en 2013, la Atelopus bomolochos de Ecuador en 2015 y la Atelopus longirostris en 2016.
Según Richards-Zawacki, podría deberse en parte al incremento de iniciativas para buscar anfibios, pero también hay pruebas de que algunas poblaciones han sobrevivido a la pesadilla del quítrido y empiezan a recuperarse.
«Es muy emocionante», afirma. «Es un trocito en una serie de lo que parece ser el comienzo de las buenas noticias para los anfibios tras esta enfermedad».
«Su entorno es como un templo»
El segundo acto de la historia de la rana arlequín de la noche estrellada comienza con un hombre llamado Ruperto Chaparro Villafaña.
Chaparro Villafaña vive en Sogrome, una comunidad que depende de los mismos arroyos de montaña que habitan estas ranas. Chaparro Villafaña, que se autodenomina conservacionista, había seguido el trabajo de la Fundación Atelopus para salvar otras especies de ranas arlequín y sabía que los riachuelos de las tierras de su comunidad aún albergaban ranas arlequín de la noche estrellada.
La decisión de compartir la noticia con el mundo no fue fácil: la comunidad de Sogrome posee una relación especial con estos anfibios, que denominan gouna.
«Su entorno es como un templo, un lugar sagrado. Establecemos un diálogo constante con ellas, como si fueran uno de los nuestros», escribe Chaparro Villafaña en un mensaje de WhatsApp traducido por Valencia.
La conexión es tanto espiritual como literal. Durante generaciones, los indígenas arhuacos han escuchado el canto de las ranas como pauta para sembrar o llevar a cabo ceremonias espirituales. También consideran que la especie es una «autoridad» en condiciones ambientales, una idea respaldada por la perspectiva de los científicos, que consideran a los anfibios indicadores de la salud de un ecosistema.
«Si no vemos gouna, eso significa que están desapareciendo», afirma Chaparro Villafaña.
Trabajo en equipo
Los líderes espirituales de la comunidad, llamados mamos, dieron su consentimiento a la colaboración con el mundo exterior, así que Chaparro Villafaña envió fotos de las ranas arlequín de la noche estrellada a la Fundación Atelopus en 2016. Sin embargo, hicieron falta cuatro años más de conversaciones con la comunidad de Sogrome para que permitieran a los científicos ver a las ranas con sus propios ojos.
Como prueba de confianza, en la primera visita los científicos no podían llevar cámaras.
«Cuando vimos a las primeras ranas arlequín de la noche estrellada, nos emocionamos, y ver ejemplares vivos de esta especie nos dio esperanzas», escribe Jefferson Villalba, cofundador y presidente de la Fundación Atelopus, también por WhatsApp.
Finalmente, fortalecieron las relaciones con Sogrome y los indígenas permitieron que los investigadores fotografiaran a las ranas y crearan una campaña sobre su redescubrimiento.
Por otra parte, las organizaciones de conservación están colaborando con el pueblo arhuaco para enseñarles a vigilar a la especie y recopilar datos como la dinámica y la morfología de sus poblaciones. La rana arlequín de la noche estrellada también se ha convertido en la especie insignia de un proyecto de conservación comunitaria llamado Amas la Sierra.
«Nuestra meta es integrar los conocimientos científicos con el saber ancestral y cultural de la comunidad arhuaco para garantizar la conservación de esta especie», afirma Villalba.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.