Mientras el coronavirus persiste, los ciudadanos chinos quieren prohibir los mercados de fauna silvestre
La cobertura mediática de los mercados de animales salvajes de China sugiere que son inmensamente populares, pero la realidad es que muchos chinos no se sienten identificados.
El 24 de febrero, el gobierno chino tomó medidas para prohibir temporalmente la compraventa y el consumo de animales silvestres vivos como comida. El Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional (principal órgano legislativo del país) publicó una decisión que sienta las bases para enmendar la Ley china de Protección de especies silvestres, que rige el uso de las especies silvestres, para criminalizar de forma permanente el uso de la fauna como alimento. La decisión estipula que el comercio de animales salvajes como medicina, mascotas o para la investigación científica se someterá a procedimientos «estrictos» de aprobación y cuarentena.
El pasado septiembre, en una granja cerca de Pekín, un grupo de conservacionistas llamó a la policía: habían encontrado miles de aves vivas almacenadas en un granero. La policía incautó y liberó a las aves —casi 10 000 en total—, que habían sido capturadas con trampas ilegales y estaban destinadas a mercados y restaurantes del sur de China. Entre ellas figuraban escribanos aureolados, aves cantoras en peligro crítico de extinción cuyas poblaciones están desplomándose, sobre todo porque quieren comérselas en algunas partes de China.
La propagación de una cepa letal de coronavirus, originada en un mercado de Wuhan y que la OMS ha declarado emergencia sanitaria internacional, ha puesto el comercio de animales salvajes vivos en el punto de mira internacional. El 26 de enero, China anunció que prohibiría el comercio de animales salvajes hasta el fin de la crisis. Las imágenes de animales enfermos y sufriendo en los mercados y los vídeos de murciélagos hervidos vivos en cuencos de sopa han circulado por los medios y provocado indignación en todo el mundo. Esto ha creado la impresión de que comprar animales salvajes vivos para el consumo es un fenómeno a gran escala en China.
La realidad tiene más matices. En Cantón, una ciudad de 14 millones de habitantes en el sudeste y un destino frecuente para los escribanos aureolados, consumir animales salvajes parece cada vez más habitual. En Pekín, es algo cada vez más raro.
En realidad, para muchos chinos el consumo de animales salvajes es un caso cultural atípico. Los medios controlados por el estado como China Daily han publicado editoriales feroces que denuncian la práctica y exigen una prohibición permanente del comercio de fauna silvestre. A su vez, estos llamamientos han sido apoyados por miles de ciudadanos chinos en redes sociales aprobadas por el estado como Weibo, lo que indica que el gobierno parece estar permitiendo que la idea cobre impulso.
Los expertos sostienen que se desconoce la escala del comercio de animales salvajes vivos en China. Muchos animales son cazados, importados y exportados ilegalmente como alimentos, trofeos, medicinas o mascotas. La industria de la medicina tradicional china, que depende de la antigua creencia de que las partes de animales poseen propiedades sanadoras, es uno de los principales motores del comercio.
El gobierno permite la cría en granjas y la venta para el consumo de 54 especies silvestres, como visones, avestruces, hámsteres, tortugas mordedoras y cocodrilos siameses. Zhou Jinfeng, secretario general de la Fundación para la Conservación de la Biodiversidad y Desarrollo Verde de China, una ONG de Pekín que contribuyó al rescate de las aves en septiembre, explica que muchos animales salvajes, como las serpientes y las aves rapaces, son cazados de forma furtiva y trasladados a granjas con licencia estatal. Zhou afirma que algunos agricultores sostienen que crían a sus animales en cautividad de forma legal para la conservación, pero después los venden en mercados o a coleccionistas.
Se desconoce cuántos mercados de animales salvajes vivos hay en China, pero los expertos estiman que podría haber cientos. Según Peter Li, especialista en políticas chinas de la Humane Society International y profesor de políticas del Asia Oriental en la Universidad de Houston-Downtown, las ranas son un plato habitual y poco caro para los consumidores. En la gama alta, Li cuenta que solo los ricos pueden permitirse sopa cocinada con civeta de las palmeras (un mamífero del tamaño de un gato autóctono de las selvas del Sudeste Asiático), cobra frita o zarpa de oso estofada.
Esta comida no formó parte de la experiencia de Li cuando era niño. «Mis padres nunca cocinaron animales salvajes y nunca los hemos comido. Nunca he probado la serpiente y mucho menos la cobra».
Rebecca Wong, profesora adjunta de sociología y de ciencias de la conducta en la Universidad de la Ciudad de Hong Kong, argumenta en su libro de 2019 sobre el comercio ilegal de fauna silvestre en China que el consumo de animales salvajes «es un fenómeno común en la China continental». Pero Wong desaconseja estereotipar esta práctica y sostiene que la idea del «superconsumidor asiático» es un mito y que las motivaciones implicadas son complejas, como la presión social, la presión de grupo y el impulso de perseguir una posición social acomodada.
Un estudio de 2014 que encuestó a más de mil personas en cinco ciudades chinas descubrió prácticas radicalmente diferentes en partes distintas del país. En Cantón, el 83 por ciento de las personas entrevistadas habían consumido animales salvajes en el año anterior. En Shanghái era solo 14 por ciento; en Pekín, el 5 por ciento. En todo el país, más de la mitad de los encuestados opinaba que no debían consumirse animales salvajes.
Misma ciudad, experiencias culturales diferentes
Charles, de 22 años, y Cordelia, de 18, son estudiantes universitarios de la zona de Cantón, donde supuestamente existe un consumo elevado de animales salvajes. Hablé con ambos por Instagram, donde utilizan nombres ingleses. (Ambos pidieron a National Geographic que no usáramos sus apellidos; Instagram está prohibido en China, pero como muchos jóvenes, utilizan una VPN para acceder a la red social.)
Charles afirma que comer animales salvajes es muy habitual en su comunidad, pero su familia no participa mucho en esta práctica y él solo los consume de vez en cuando y por curiosidad. «Hoy en día, las personas mayores los compran más que las jóvenes», afirma. Cree que esto se debe a la educación.
Cordelia, que vive en el centro de Cantón, afirma que la práctica no están habitual en su familia ni en su comunidad. «Ni a mis amigos ni a mi familia nos gusta comer animales salvajes y creemos que es asqueroso». Explica que lo considera «una falta de respeto y una violación para la madre naturaleza». Cree que la epidemia actual podría hacer que otras personas piensen lo mismo que ella. «Creo que tras este terrible brote de coronavirus, los ciudadanos se darán cuenta de que la creencia de que comer animales salvajes es beneficioso no es fiable».
Cordelia y Charles apoyan que la prohibición del comercio de animales salvajes sea permanente y afirman que han visto una avalancha de apoyo en Weibo.
La mención de Cordelia de que la creencia en los beneficios para la salud impulsa el consumo se refleja en los mercados. Los animales vivos cuestan más —a veces el doble o el triple— que los muertos. «La gente cree que la comida es más nutritiva si está viva y es fresca», afirma Li. «Un animal puede estar muriéndose, pero está vivo».
Un «caldo de contagio»
En los mercados, los animales «están moribundos, tienen sed, están en jaulas oxidadas y sucias», explica Li. Quizá les falten extremidades o tengan heridas abiertas por la captura o heridas sufridas durante el transporte. «Estos comerciantes no los manipulan con cuidado, tiran las jaulas al suelo cuando cargan y descargan. Los animales sufren mucho».
Según Christian Walzer, veterinario jefe de la Wildlife Conservation Society de Estados Unidos, el caos del comercio permite la propagación de enfermedades zoonóticas, las que se extienden de animales a humanos. Explica que los animales salvajes pueden portar virus que «en un mundo normal, no entrarían en contacto con los humanos». Los portadores no están enfermos, sino que simplemente son «depósitos latentes». Pero conforme invadimos los hábitats de los animales, aumentamos nuestra exposición.
Erin Sorrell, profesora e investigadora adjunta del departamento de microbiología e inmunología de la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C., explica que el 70 por ciento de las enfermedades zoonóticas proceden de la fauna silvestre. Estas enfermedades pueden ser devastadoras: el VIH, el ébola y el SARS figuran entre las que han saltado de los animales salvajes a los humanos y han provocado brotes internacionales.
En mercados de animales salvajes de China y el Sudeste Asiático, podría haber 40 especies —aves, mamíferos, reptiles— «apiladas las unas sobre las otras», afirma Walzer. La mezcla de aire y secreciones corporales permite que los virus se intercambien, lo que puede crear nuevas cepas. Walzer lo resume como «un caldo de contagio».
La evidencia apunta a los murciélagos como la fuente del coronavirus de Wuhan. No está claro qué especie transmitió la enfermedad a los humanos, pero en una evaluación del mercado de Wuhan, el coronavirus se detectó en la sección de animales salvajes vivos.
Prevenir un déjà vu
Muchos conservacionistas con los que hablé creen que es probable que la prohibición temporal del comercio de fauna silvestre en China —que se aplica a todos los mercados, supermercados y ventas por Internet e incluye la cuarentena de los centros de cría— tenga un gran éxito. El gobierno ha creado una línea telefónica para que las personas informen de incumplimientos. «Esta es una situación de emergencia», afirma Peter Li. «Todo el mundo está atento. Cualquier comerciante que viole la prohibición será denunciado». Además, es probable que el temor al coronavirus reduzca la demanda: aunque los vendedores estén dispuestos a ofrecer animales vivos ilegalmente, es posible que la gente no quiera comprarlos.
China ya había recurrido antes a las prohibiciones. En 2003, en plena epidemia de SARS, que se cree que se originó en civetas, el gobierno estableció una prohibición temporal al comercio de fauna silvestre. Seis meses después, levantó la prohibición y permitió que los centros de cría prosiguieran su actividad. Li afirma que cuesta determinar si el comercio total de animales salvajes vivos ha aumentado durante las dos últimas décadas, pero cree que cada vez se llevan a cabo más transacciones clandestinas para evadir la ley.
Sorrell indica que siempre se corre el riesgo de que esto vuelva a ocurrir. «[Desde el SARS] ha habido un vacío de 15 o 16 años, pero ¿quién sabe si pasarán otros 16 años hasta que veamos la próxima enfermedad que surgirá en un mercado de animales vivos?».
Para que la prohibición temporal sea permanente, habría que aclarar qué incluirá. Algunos de los términos son vagos y la dejan abierta a interpretación al nivel de las autoridades locales. Por ejemplo, ¿se incluyen las partes de animales salvajes secas, como huesos y escamas? Debería, según me han contado varios expertos, pero tal y como está escrita no queda claro.
Li afirma que los empresarios se opondrían a una prohibición permanente. El Departamento Estatal de Silvicultura, responsable de conceder licencias a los criaderos de fauna silvestre, «ha sido el portavoz de los intereses de los animales salvajes», afirma. (Un trabajador del departamento de silvicultura no respondió a nuestras preguntas antes de la publicación.)
Sorrell insiste en que es necesario actuar con precaución para la consecución de una prohibición permanente.
«Me encantaría que quitaran a los animales salvajes de los mercados, y punto», afirma. Pero si se establece una prohibición sin una evaluación minuciosa, todo el comercio de fauna silvestre podría pasar a ser clandestino, lo que «aumentaría los peligros respecto al consumo de [un producto], porque no vemos dónde lo consumen ni de dónde viene», explica.
«Para que una prohibición funcione, será importante la aceptación de la ciudadanía. Para que funcione cualquier prohibición a largo plazo, la gente debe creer que consumir animales salvajes es perjudicial para ellos personalmente», añade Caroline Dingle, bióloga evolutiva en el laboratorio de conservación forense de la Universidad de Hong Kong que estudia los delitos contra la fauna silvestre.
Li afirma que si se adopta una prohibición permanente será importante que el gobierno compense económicamente a los criadores para posibilitar que se ganen la vida de otra forma.
Por su parte, para los escribanos aureolados, que están al borde de la extinción por el rápido consumo, hay que dar un paso más. Ya es ilegal capturar a las aves, pero eso no ha ralentizado su comercialización.
Para Cordelia, la estudiante universitaria de 18 años de Cantón, la vida está paralizada. La facultad está cerrada y no puede visitar a su familia. Mientras reflexiona sobre la crisis biológica que surgió debido a una práctica cultural con la que no se identifica, dice: «creo que la naturaleza nos devuelve lo que le hemos dado».
Pero me llama la atención la unidad que ha presenciado ante la crisis y la indignación en Weibo y en los periódicos chinos. «Creo que el cambio revolucionario es muy posible», escribe por Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com y se ha actualizado para incluir la declaración de emergencia sanitaria internacional de la OMS.