Estados Unidos facilita involuntariamente el contrabando de aletas de tiburón
Los puertos estadounidenses son escalas en las rutas comerciales internacionales de los cargamentos de aletas de tiburón tanto legales como ilegales.
El 24 de enero, un avión de carga destinado a Asia se detuvo en el Aeropuerto Internacional de Miami durante unas horas para repostar. Los inspectores de fauna silvestre que estaban de guardia ignoraban que en su bodega llevaba una partida de 18 cajas de cartón que contenían algo muy protegido y (en algunos casos) ilegal: aletas de tiburón.
«Los inspectores decidieron comprobar si había algo más que no debía haber ahí», cuenta Eva Lara, inspectora supervisora del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos, que regula la importación y exportación de especies silvestres.
Las primeras cajas que abrieron los inspectores del Servicio de Pesca y Vida Silvestre y de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza contenían productos ilegales de especies silvestres. Pero al investigar el contenido, descubrieron aletas de tiburón. «Después encontramos aletas de tiburón en una caja tras otra», cuenta Lara. La mayoría contenía hasta 27 kilogramos de aletas de tiburón, con un total de 635 kilogramos. Lara afirma que se trata de una de las mayores incautaciones de aletas de tiburón en tránsito que han llevado a cabo jamás.
Al principio, cuenta que estimaban que más de un cuarto de las 4000 aletas (que representan a al menos mil tiburones) procedían de especies protegidas y que, por consiguiente, eran ilegales. Pero tras semanas de clasificación, medición e identificación, concluyeron que hasta el 40 por ciento eran ilegales. Algunas pertenecían a especies como el tiburón martillo gigante, el tiburón sedoso y el tiburón zorro. El cargamento tenía un valor comercial de aproximadamente un millón de dólares.
Para no comprometer su caso ni alentar a imitadores, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre no reveló el país de origen del cargamento, su destino, cómo estaba etiquetado ni qué más contenía.
Estados Unidos no figura entre los principales productores y consumidores de partes de tiburón, pero como facilitador del mercado internacional de aletas de tiburón, es un «centro neurálgico» de su transporte, según explica David Jacoby, investigador de la Sociedad de Zoología de Londres. «Las aletas, ya se obtengan legal o ilegalmente, cuentan con una ruta rápida hasta su último destino, que suele ser el Extremo Oriente», explica. Los estadounidenses «poseen algunos de los aeropuertos más grandes del mundo, con unos de los números más elevados de vuelos y aerolíneas, lo que permite que todo se mueva muy deprisa de un lugar a otro».
Los tiburones llevan existiendo más de 400 millones de años, pero en la actualidad se estima que un cuarto de los tiburones, rayas y quimeras (peces cartilaginosos) se encuentran en peligro de extinción. Algunas poblaciones de tiburones han descendido hasta un 90 por ciento, principalmente por la sobrepesca. Como los tiburones maduran lentamente y producen pocas crías, sus poblaciones tardan en recuperarse. Por ejemplo, es probable que los tiburones de Groenlandia (que según se cree pueden vivir hasta 500 años) no empiecen a aparearse hasta los 156 años.
Codician a estos peces por sus aletas, que se usan para preparar sopa de aleta de tiburón, un plato asiático tradicional que puede valer hasta 600 dólares la unidad, según Lara. Sin embargo, su carne tiene poco valor, lo que significa que algunos pescadores se dedican al cercenamiento, es decir, cortar las aletas de los tiburones vivos y lanzar por la borda a los animales heridos, donde se hunden hasta el fondo y mueren desangrados o son devorados por otros depredadores. Esta práctica ha sido ilegal en aguas estadounidenses desde el año 2000; también hay varios países y acuerdos internacionales que restringen el cercenamiento de las aletas de los tiburones.
En el contexto del tráfico de aletas de tiburón, Arthur Florence Jr., director de las Operaciones de Transporte Aéreo de Carga Agrícola de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, la incautación del aeropuerto de Miami fue «una gota en el océano». Entre 2000 y 2011, se importó legalmente una media de casi 17 000 toneladas de aletas de tiburón al año, según cálculos conservadores de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Los expertos estiman que cada año se matan decenas de millones de tiburones tanto en el mercado legal como en el ilegal, una cifra perturbadora debido a «la baja productividad de las especies más comunes en el mercado de aletas», según un estudio de 2006 que calculó la escala de las capturas internacionales de tiburones.
Las rutas de las aletas de tiburón
En Estados Unidos, 13 estados y tres territorios han prohibido la venta de aletas de tiburón. Pero la ubicación del país a lo largo de rutas de tráfico (entre países de Sudamérica y Centroamérica donde se pescan tiburones y los mercados de aletas de tiburón de Asia) se traduce en que por él pasan cargamentos ilegales considerables por tierra, aire y mar, según un informe de 2019 sobre el papel de Estados Unidos en el comercio de aletas de tiburón llevado a cabo por el Consejo para la Defensa de Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés), una organización sin ánimo de lucro.
El informe del NRDC afirma que entre 2010 y 2017 pasaron por puertos estadounidenses entre 591 y 859 toneladas de aletas de tiburón, equivalentes a unos 900 000 tiburones. Con todo, es probable que esas cifras sean estimaciones conservadoras. Esto se debe a que los investigadores solo se centraron en Hong Kong como destino, basaron sus cifras en una sola base de datos de comercio internacional y contabilizaron los registros de envíos que declaraban explícitamente que su cargamento era aletas de tiburón. Es habitual que las aletas de tiburón se etiqueten de forma incorrecta como «productos del mar congelados» o «productos del mar desecados», o incluso como algo completamente diferente como «zapatillas de deporte» si se trata de «contrabando en toda regla», según cuenta Elizabeth Murdock, directora de la Iniciativa del Océano Pacífico para el NRDC y autora principal del informe.
Tanto CITES (el tratado destinado a garantizar que el comercio transfronterizo no perjudique a las especies silvestres) como el Código de Regulaciones Federales de Estados Unidos obligan al país a supervisar los cargamentos de especies silvestres en tránsito. Las aletas de tiburón que se importan y se reexportan deben procesarse y podrían necesitar permisos de CITES y de Estados Unidos. Deberían vigilarse los cargamentos que simplemente están de paso por los puertos, pero Murdock explica que esto no suele pasar y añade que si el cargamento trasladado de un avión o un barco a otro permanece bajo el control de la misma empresa de transporte, es improbable que lo inspeccionen.
Según Florence, la inspección del aeropuerto de Miami fue una combinación de información de inteligencia y suerte. El Servicio de Pesca y Vida Silvestre había avisado a aduanas de la llegada de un cargamento de aletas de tiburón, pero como el departamento de Operaciones de Transporte Aéreo de Carga Agrícola procesa más de cien vuelos en tránsito a diario en el aeropuerto de Miami, atrapar todos los cargamentos ilegales de aletas de tiburón es imposible. «Es como buscar la aguja en el pajar».
Michelle Zetwo, agente especial de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, afirma que sabía que debía de haber casos en que las aletas de tiburón pasaran por puertos estadounidenses, pero las cifras documentadas por el NRDC le sorprendieron.
En 2017, Zetwo participó en una redada de aletas de tiburón en el puerto de Oakland. El cargamento de más de 23 500 kilogramos de aletas de tiburón, etiquetado como pepinos y pepinillos, se descubrió durante una inspección rutinaria de un buque de portacontenedores que viajaba de Panamá a Hong Kong.
Como en la incautación de Miami de 2020, Zetwo afirma que el descubrimiento fue en gran medida cuestión de suerte. «No supimos nada hasta que llevamos a cabo la inspección y fue simple casualidad».
El informe del NRDC también indica que muchos países exportadores de Latinoamérica son «los principales actores» del comercio internacional de aletas de tiburón y que países como Panamá y Costa Rica exportan de un tercio a la mitad de sus aletas de tiburón por Estados Unidos.
Murdock afirma que es casi seguro que estas aletas proceden de especies protegidas. Los principales exportadores (como México, Costa Rica, Ecuador y Perú) pescan especies que son habituales en el comercio de aletas de tiburón y se prohíbe la comercialización sin permiso de muchas de ellas, según un estudio de 2018.
«Estamos bastante seguros de que es la punta del iceberg. Pero cuesta saber cómo de grande es ese iceberg», afirma Murdock sobre los hallazgos del NRDC.
Murdock afirma que si Estados Unidos quiere seguir siendo el bastión de tiburones que consideran que es, tiene la responsabilidad de actuar como «malla de protección» y detectar más cargamentos ilegales de aletas de tiburón. «Cuando permitimos que estos cargamentos de aletas de tiburón pasen por nuestras fronteras sin supervisión, nos estamos convirtiendo en un eslabón débil de la cadena, cuando en realidad deberíamos ser uno de los eslabones más fuertes en esa cadena de suministro global, porque tenemos un marco legal sólido y los recursos para combatir ese tráfico».
Eva Lara está de acuerdo. «Tenemos que decir: “No si de mí depende, aquí no”. Si las aletas de tiburón pasan por Estados Unidos, entonces tendremos que ser los defensores y hacer que otros países cumplan sus regulaciones para ayudar a los animales a sobrevivir», afirma.
¿Cuál es la solución?
«No creo que ninguna de las agencias de especies silvestres quiera que entren aletas de tiburón ilegales al comercio estadounidense. Pero contar con los recursos y saber cuándo intentarán pasar por nuestros puertos es importante, y no siempre nos llega esa información a tiempo», afirma Michelle Zetwo.
Según Jacoby, como cuesta mucho supervisar este comercio, la mejor forma de abordar el papel involuntario de Estados Unidos en el tráfico de aletas de tiburón es mediante una prohibición general.
En un análisis de las redes comerciales aéreas, Jacoby descubrió que actualmente se necesitan cuatro vuelos para que las aletas de tiburón lleguen desde Latinoamérica a Hong Kong. Determinó que una prohibición de las aletas de tiburón en Estados Unidos aumentaría ligeramente la cantidad de vuelos e incrementaría el coste total del transporte de aletas.
«Si no atraviesas estos centros, es más caro ir de A a B», cuenta. «Creo que conforme crezca esa carga, el incentivo para pescar y enviar [estas aletas] empezará a descender poco a poco, o eso espero».
Arthur Florence cuenta que fue un momento agridulce ver todas aquellas aletas de tiburón en Miami; dulce por haber atrapado un cargamento ilegal; agrio por todos esos tiburones muertos. «Había un montón de aletas cortadas a juveniles. Algunos de esos tiburones tardan casi 20 años en reproducirse», cuenta con aire melancólico.
Por eso urge actuar ahora, porque estos tiburones «no se recuperan rápidamente», afirma Jacoby. «No podremos seguir dándole largas al asunto, o al final tendremos un problema porque ya no quedarán tiburones».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.