Esta fue la última comida de un dinosaurio que vivió hace 110 millones de años

El contenido estomacal fosilizado del Borealopelta markmitchelli revela detalles de la vida cotidiana de esta criatura prehistórica e incluso la estación durante la que murió.

Por Michael Greshko
Publicado 3 jun 2020, 13:18 CEST
Borealopelta markmitchelli

Hace unos 110 millones de años, en el actual noroeste de Alberta, el nodosaurio Borealopelta markmitchelli comió helechos en un paisaje que había ardido recientemente. Un nuevo estudio de los contenidos de su estómago proporciona una imagen detallada de su última comida.

Fotografía de Julius Csotonyi

Un día de verano de hace unos 110 millones de años, un nodosaurio pasó sobre los restos de un incendio forestal en la actual Alberta, Canadá, y engulló unos delicados helechos verdes que sobresalían entre las cenizas. De algún modo, poco después, el dinosaurio acabó muerto en un río de aquel entorno del Cretácico y fue arrastrado hasta el mar. La criatura antigua permaneció sepultada bajo sedimentos marinos hasta 2011, cuando un minero de arena bituminosa se topó con sus restos: el dinosaurio de su tipo mejor preservado que se ha descubierto hasta la fecha.

El fósil ya ha desvelado el aspecto y la función de la armadura externa de este dinosaurio. Ahora, los científicos que estudian este fósil extraordinario han descubierto algo nuevo: una bola de material vegetal en el estómago del animal que no solo revela su dieta, sino que también documenta la estación en la que falleció el dinosaurio.

El contenido estomacal del Borealopelta incluía unas piedras que ingirió el dinosaurio para favorecer la digestión, llamadas gastrolitos.

Fotografía de Royal Tyrrell Museum Of Palaeontology

Al incrustar algunos de los contenidos del estómago en resina, los científicos consiguieron crear secciones lo bastante delgadas para estudiarlas bajo un microscopio y revelaron miles de fósiles vegetales diminutos.

Fotografía de Royal Tyrrell Museum Of Palaeontology

«Se encuentran en tan buen estado que se pueden describir los contenidos estomacales», explica Caleb Brown, primer autor del estudio y conservador de dinosaurios en el Museo de Paleontología Royal Tyrrell de Alberta.

La investigación, publicada en Royal Society Open Science y financiada parcialmente por la National Geographic Society, proporciona una imagen sin precedentes del mundo que habitaba este dinosaurio herbívoro e incluso de los trocitos de carbón vegetal que se tragó.

«Pinta un cuadro muy evocador del entorno por el que habría pasado este dinosaurio», afirma Victoria Arbour, conservadora de dinosaurios del Museo Royal BC de Canadá. «Puedes imaginar el evento específico que ocurrió durante la vida de este dinosaurio y me parece increíble».

Una comida prehistórica

En general, hallar contenidos estomacales fosilizados es raro. Los fósiles que preservan de forma inequívoca las comidas finales de los herbívoros lo son incluso más. Las condiciones químicas que preservan los huesos también suelen descomponer la materia vegetal, una materia que a menudo es arrastrada al interior del cuerpo fosilizado de un animal cuando queda enterrado, lo que dificulta diferenciar la comida del relleno. Solo se ha descubierto otro anquilosauriano, el Kunbarrasaurus australiano, con materia vegetal digerida en el estómago. Con todo, el dinosaurio de Alberta, Borealopelta markmitchelli, era más grande —de unos 5,5 metros de longitud y casi 1300 kilogramos de peso— y los contenidos de su estómago se habían preservado mejor.

El Borealopelta era un nodosaurio, un tipo de dinosaurio anquilosauriano que carecía de la maza de la cola de su pariente el Ankylosaurus. Vivió hace unos 110 millones de años en el actual noroeste de Norteamérica. El dinosaurio se fosilizó en circunstancias increíbles: de algún modo, el animal acabó muerto en un río y fue arrastrado a lo largo de más de 160 kilómetros hasta una vía marítima que antes dividía Norteamérica en dos, del golfo de México al océano Glaciar Ártico.

La improbable sepultura marina del dinosaurio en el actual norte de Alberta preservó su cuerpo con un detalle impecable. Su armadura ósea quedó intacta y las envolturas de queratina que lo cubrían también se fosilizaron. Estas pistas ayudan a comprender el aspecto y la función de las placas del dinosaurio y proporciona posibles pruebas del color de su piel.

El Borealopelta fue liberado de su tumba pétrea en 2011, cuando un excavador de la mina Millennium de Suncor, una explotación de arenas bituminosas en el norte de Alberta, descubrió el fósil mientras trabajaba. Un equipo del Museo de Paleontología Royal Tyrrell de Alberta voló hasta la mina para excavarlo y el preparador del museo Mark Mitchell pasó los seis años siguientes retirando minuciosamente la roca sobrante del fósil con herramientas manuales. El nombre específico de la especie es markmitchelli en su honor.

Cuando se desveló el Borealopelta en 2017, su buen estado maravilló a los científicos. Brown y su colega Don Henderson, conservador de dinosaurios en el Museo Royal Tyrrell, sospechaban que el fósil también conservaba los contenidos del estómago. El lado izquierdo de la cavidad torácica del dinosaurio albergaba una masa curiosa de piedrecitas multicolores justo donde debería haber estado el estómago. Así que Brown y Henderson extrajeron trocitos de la masa que habían caído, los incrustaron en resina y crearon secciones delgadas para examinarlas bajo un microscopio.

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    Horas después de que el Borealopelta disfrutara de su última comida, el dinosaurio fue arrastrado hasta el mar. La sepultura marina del dinosaurio en el actual norte de Alberta preservó su armadura —y su contenido estomacal— con un nivel de detalle exquisito.

    Fotografía de Robert Clark, Nat Geo Image Collection

    Bajo el microscopio, los dos investigadores enseguida reconocieron fragmentos de materia vegetal fosilizada, como trozos de hojas preservadas a nivel celular, hasta los poros que utilizaban para absorber el CO2. Pero Brown y Henderson son expertos en dinosaurios, no en plantas, por eso en 2017 contactaron con Jim Basinger y David Greenwood, dos de los expertos con más experiencia en flora antigua del oeste de Canadá.

    «¿Cómo era el paisaje? Las plantas nos proporcionan esa máquina del tiempo», afirma Greenwood, paleobotánico de la Universidad Brandon. «¿Cuánta humedad había? ¿Había sequía estacional? ¿Helaba en invierno? Y, por supuesto, con este estudio, ¿qué comía este animal?».

    Escudriñar las tripas de un dinosaurio

    Entre mediados de 2017 y finales de 2018, el equipo estudió detenidamente las secciones bajo la dirección de Cathy Greenwood, una técnica de laboratorio que catalogó minuciosamente los miles de fragmentos de plantas fosilizadas. Para entender mejor el ecosistema en el que vivía el Borealopelta, el equipo también analizó los fósiles de plantas de la formación Gates, una serie de capas carboníferas que se formaron en el oeste de Alberta en torno a la época en la que vivió el Borealopelta.

    En el Cretácico medio, el clima del norte de Canadá era mucho más húmedo y cálido que en la actualidad, y el paisaje estaba cubierto de bosques y claros exuberantes con un follaje muy distinto al de los trigales y los bosques de la Alberta moderna. Hace 110 millones de años, las angiospermas solo acababan de empezar a extenderse y todavía eran poco comunes. Los bosques estaban dominados por las coníferas y las cícadas y el sotobosque estaba lleno de helechos y equisetos.

    Al comparar las plantas fosilizadas de la formación Gates con las del Borealopelta, el equipo concluyó que el animal consumía plantas que crecían a poca altura. Pero para sorpresa de los investigadores, la mayor parte de su dieta parece haber estafo compuesta de un tipo específico de helecho que aparentemente buscaba, ignorando otro tipo de vegetación disponible. Además, casi el seis por ciento del contenido del estómago eran trozos de carbón vegetal, un posible indicador de que el Borealopelta se alimentaba de rebrotes en una zona que había ardido recientemente.

    Otras pistas halladas en los anillos de las ramitas que engulló el Borealopelta sugieren que el dinosaurio ingirió las plantas en plena temporada de crecimiento, que transcurre entre finales de primavera y mediados de verano. Asimismo, los helechos que se comió el Borealopelta presentaban esporangios maduros, las estructuras que producen esporas y que se encuentran en el envés de las hojas. En su conjunto, los datos sugieren que el Borealopelta tomó su última comida a principios o mediados del verano y murió pocas horas después.

    Antes, los investigadores suponían que los dinosaurios con armadura consumían helechos y otras plantas de poca altura, y que los de mandíbula estrecha como el Borealopelta rebuscaban entre el follaje de forma selectiva, como los ciervos modernos. Ahora, este nuevo fósil confirma estas ideas pasadas y aporta un modelo para evaluar el contenido estomacal fosilizado en el futuro.

    «Se trata de un espécimen particular y es solo una sección puntual de toda su vida, así que no sabemos si es representativa», afirma Brown. «Pero en teoría, si tuviéramos más especímenes como este, quizá podríamos desentrañar las diferencias entre la dieta estival y la invernal».

    El fósil de Borealopelta de Alberta aún podría albergar más secretos que desvelarnos. El animal fue arrastrado hasta al mar, así que se desconoce dónde vivía exactamente, pero el equipo no solo cuenta con la materia vegetal, sino también con unas piedrecitas llamadas gastrolitos que engulló el dinosaurio para facilitar la digestión, algo parecido a las piedras de molleja de las aves modernas. Se sabe que los dinosaurios como el Borealopelta vivían en la formación Gates gracias a las huellas fosilizadas y los análisis químicos podrían rastrear los gastrolitos hasta afloramientos de roca específicos.

    Aunque no cuenten con esos detalles adicionales, el Borealopelta es una ventana a un día de verano de hace más de 100 millones de años. «Nos hemos acostumbrado a ver [a los dinosaurios] como seres muertos, no vivos», afirma Basinger, paleobotánico de la Universidad de Saskatchewan. «Esta es una forma importantísima de recordar a la gente que son seres que vagaron por el paisaje y comían cosas... no son meros huesos expuestos en un museo».

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