Los elefantes cautivos pueden contagiar la tuberculosis a los humanos
Ahora que el coronavirus ha aumentado la conciencia pública sobre la transmisión de enfermedades entre animales y humanos, algunos expertos advierten del peligro de la tuberculosis en elefantes cautivos en Estados Unidos.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, tres de cada cuatro enfermedades infecciosas nuevas o emergentes que afectan a los humanos proceden de los animales. Algunos dicen que por eso la propagación de la tuberculosis entre elefantes cautivos es una cuestión que urge más que nunca.
Poco después de actuar en Circus Vargas, en el sur de California, una elefanta cautiva demacrada llamada Hattie murió en un tráiler de camino a una granja de animales exóticos en Illinois. La causa de su muerte, el 6 de agosto de 1996, fue tuberculosis. Los análisis revelaron que otro elefante del grupo circense de Hattie estaba infectado.
A mediados de los años noventa, tras las muertes de varios elefantes cautivos en los Estados Unidos, los veterinarios se dieron cuenta de que los animales tenían la cepa humana de tuberculosis. Desde entonces, se ha confirmado que más de 60 elefantes cautivos —algunos de los cuales han muerto— padecen la enfermedad, señala Susan Mikota, cofundadora de Elephant Care International, una organización sin ánimo de lucro con sede en Estados Unidos que proporciona atención sanitaria a los elefantes. El año pasado, diagnosticaron tuberculosis a un elefante del Zoo de Point Defiance, en el estado de Washington, y a otro del Zoo de Oregón, en Portland. En la actualidad se estima que entre un cinco y un seis por ciento de los casi 400 elefantes de los zoos, reservas y circos estadounidenses están infectados de tuberculosis.
En 1996, días después de su última actuación en el circo, Hattie murió de tuberculosis. Tras las muertes de varios elefantes cautivos en los Estados Unidos, los veterinarios se dieron cuenta de que los animales tenían la cepa humana de tuberculosis.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés), que impone la Ley de Bienestar Animal, no exige pruebas de tuberculosis.
Tres de cada cuatro enfermedades infecciosas nuevas o emergentes que afectan a los humanos proceden de los animales, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés). Por eso es importante detener la propagación de la tuberculosis entre elefantes cautivos, según Fleur Dawes, directora de comunicaciones de In Defense of Animals, una organización de defensa del bienestar animal que ha organizado campañas en contra de mantener a elefantes en cautividad.
Existen varias cepas de tuberculosis. Es una infección bacteriana que se propaga por el aire y que puede transmitirse entre humanos a través de la tos y los estornudos. Se cree que los elefantes infectados propagan la tuberculosis cuando rocían líquido o aire a través de sus trompas, aunque ningún estudio lo ha confirmado. Los elefantes pueden contraer la cepa humana y bovina. El tratamiento tanto para humanos como para elefantes son meses de farmacoterapia.
Como los humanos pueden contagiar la enfermedad a los elefantes, ellos también pueden transmitírnosla. De hecho, 11 de 22 cuidadores de elefantes de la granja de animales exóticos de Illinois a donde estaban trasladando a Hattie tuvieron reacciones positivas a un test cutáneo de tuberculosis en 1996, los primeros casos conocidos de transmisión de la tuberculosis de elefantes a humanos en Estados Unidos.
Adam Langer, director de supervisión, epidemiología e investigaciones de brotes de los CDC, afirma que las bacterias de la tuberculosis pueden permanecer varias horas en el aire, dependiendo del entorno. El riesgo de exposición depende de factores como la concentración de bacterias en el aire, el tiempo durante el que se ha estado expuesta una persona, el tamaño de la habitación y el sistema de ventilación. Aunque es más probable que el contacto prolongado cause la infección, «es posible infectarse tras una exposición breve», afirma Langer.
Como los elefantes son enormes y «tienen pulmones muy grandes... pueden expulsar una cantidad relativamente elevada de bacterias en el aire que los rodea», afirma Langer. «Por consiguiente, compartir un espacio con un elefante con tuberculosis puede entrañar un mayor riesgo de infección que la misma exposición a una persona». Las personas más vulnerables son quienes pasan «mucho tiempo en un entorno cerrado con un elefante con tuberculosis infecciosa». Los expertos afirman que el peligro de transmisión para los visitantes de los zoológicos o los circos es bajo.
Aunque hoy en día nos preocupa la COVID-19, en 2018 fallecieron 1,5 millones de personas a causa de la tuberculosis, según la Organización Mundial de la Salud. Esto la convierte en la principal causa infecciosa de muerte. (A 3 de septiembre, se habían notificado 860 000 muertes en todo el mundo debido a la COVID-19.)
El riesgo de transmisión de tuberculosis se ha «ignorado durante demasiado tiempo», afirma Dawes. «Por desgracia, creo que hace falta algo como la actual pandemia para poner de manifiesto los posibles riesgos».
El elefante Packy se baña en el Zoo de Oregón, en Portland. Lo sacrificaron en febrero de 2017 tras infectarse con una cepa resistente de tuberculosis.
Más de dos décadas después de esos primeros casos de contagio de tuberculosis de elefantes a humanos, la transmisión continúa. El año pasado, en el Zoo de Point Defiance, en el estado de Washington, ocho trabajadores dieron positivo en un tipo de tuberculosis latente o inactiva. Es probable los contagiaran los dos elefantes del zoo, Hanako y Suki, que dieron positivo dos meses después. En febrero, Hanako (que también padecía cáncer en la pata delantera izquierda y una enfermedad articular avanzada) fue sacrificado. Suki, que ya tiene 55 años, sigue vivo, pero el zoológico anunció el pasado noviembre que no la tratarían porque la medicación podría debilitarle el sistema inmunitario.
No hay un test de tuberculosis perfecto para elefantes
Al igual que ha habido dificultades con los test de COVID-19 en humanos, tampoco es fácil hacer test de tuberculosis a animales tan grandes como los elefantes. Existen varias opiniones sobre cuál es el mejor método.
Para determinar si los humanos padecen tuberculosis hay que hacer análisis de sangre y radiografías de tórax, pero es imposible obtener una imagen de los pulmones de un elefante que puede pesar más de cuatro toneladas. «No tenemos rayos X lo bastante potentes para obtener radiografías de sus pulmones», explica Michele Miller, directora de investigación en tuberculosis animal en la Universidad de Stellenbosch en Sudáfrica.
Miller señala que, como la tuberculosis puede pasar desapercibida en animales (y personas), es posible que un animal aparentemente sano esté infectado sin que nadie lo sepa.
Para hacer la prueba a un elefante, un veterinario cuenta con dos opciones: un análisis de sangre revela anticuerpos para la tuberculosis, pero no confirma necesariamente la presencia de la enfermedad activa; más bien, puede indicar que un elefante ha padecido la infección en el pasado o que tiene tuberculosis latente. El otro método es una prueba de la trompa, que aísla el organismo que provoca la enfermedad y para el que se necesita rociar solución salina dentro de la trompa del elefante y obtener y analizar el líquido exhalado.
Ningún test es perfecto y ambos pueden producir falsos positivos o negativos.
Hay mucho en juego cuando un elefante se contagia. Los veterinarios prestan el juramento hipocrático y prometen proteger la salud humana y animal, así que puede recomendarse la eutanasia como último recurso debido al riesgo que puede plantear un elefante infectado a sus cuidadores humanos, según señala Kay Backues, directora de salud animal en el Zoo de Tulsa, en Oklahoma.
Tratar la tuberculosis en un elefante no solo es caro —hasta 60 000 dólares—, sino que también puede provocar efectos secundarios graves, como daño hepático o pérdida de apetito. Asimismo, si la prueba da un falso positivo, «sometes al animal a un tratamiento que no necesita», apunta Miller.
Dos pruebas son mejor que una
En 2013, en el Zoo de Oregón, en Portland, una muestra de la trompa de un elefante asiático macho de 29 años llamado Rama dio positivo en tuberculosis, aunque el elefante no había mostrado síntomas de la enfermedad.
A los elefantes cautivos se les extrae sangre con regularidad y cuando se analizó una muestra preservada de la sangre de Rama sacada en mayo de 2012, detectaron anticuerpos para la tuberculosis, casi un año antes de su test positivo. Otros dos elefantes del zoo —el padre de Rama, Packy, y su hermano, Tusko— también tenían anticuerpos en la sangre. Resulta que Tusko podría haber tenido anticuerpos ya en 2005.
Más adelante, Packy fue sacrificado porque desarrolló una cepa resistente de tuberculosis (Rama y Tusko también fueron sacrificados, pero por motivos no vinculados a la tuberculosis). En mayo de 2017, cuatro años después del diagnóstico inicial de Rama, una muestra de la trompa de un elefante hembra llamado Shine dio positivo en tuberculosis. El zoológico anunció que recibiría tratamiento. Entonces, en septiembre de 2019, informaron de que empezarían a tratar a otro elefante infectado, Chendra, justo después de haber sufrido un aborto espontáneo. (El zoo aclaró que la tuberculosis y el aborto no estaban relacionados.) Ninguno de los elefantes parecía enfermo.
Siete trabajadores del Zoo de Oregón y un voluntario también dieron positivo en tuberculosis latente. Los trabajadores, a quien ofrecieron tratamiento, habían estado en el recinto de los elefantes o a menos de cinco metros de los animales cada semana durante el año anterior, como mínimo. Sin embargo, el voluntario solo había pasado una hora en el recinto de los elefantes a lo largo del año. (El voluntario había recibido tratamiento para cuando se publicó la noticia del brote.)
Si el zoológico hubiera recurrido más al análisis de la sangre de los elefantes, «¿los habrían diagnosticado antes?», se pregunta Mikota.
Kelly Flaminio, veterinaria del Zoo de Oregón, dice que podría haber sido así «si los análisis disponibles en 2012 y 2013 hubieran sido tan eficaces como los que tenemos ahora». La detección precoz de tuberculosis en elefantes está mejorando, pero «aún es muy difícil diagnosticarla de forma definitiva», afirma.
Pruebas opcionales
Lo que ocurrió en el Zoo de Oregón demuestra por qué tiene sentido utilizar las dos pruebas disponibles, afirma Michele Miller, coautora del estudio sobre el caso de 2013 en el Zoo de Oregón. «Cuando vas al médico y te encuentras mal, te hacen una serie de pruebas», afirma. «La información que se obtiene de las diferentes pruebas te aportará un panorama más completo de la salud del animal o de la persona que una sola prueba».
Pero realizar pruebas de tuberculosis a elefantes cautivos en Estados Unidos no es obligatorio desde 2015. Fue entonces cuando el USDA retiró la norma que exigía pruebas de tuberculosis como parte de la atención veterinaria estándar para elefantes.
Desde entonces, ha quedado en manos de cada centro y de cada veterinario decidir qué pruebas realizar. Las autoridades sanitarias estatales regulan los movimientos de los elefantes entre fronteras estatales y su rigurosidad y requisitos varían en lo que respecta a las pruebas de tuberculosis.
Adam Langer, de los CDC, no quiso hacer comentarios sobre la decisión de los USDA de 2015 y añadió que las regulaciones estatales y federales «exigen que las instalaciones que albergan animales (elefantes incluidos) tomen medidas adecuadas para proteger a los trabajadores y al público de cualquier riesgo para la salud o la seguridad que planteen los animales de los que cuidan». Señala que este requisito también cubre la tuberculosis.
Según Andre Bell, portavoz del USDA, la agencia retiró el requisito de la prueba de tuberculosis después de que la United States Animal Health Association, una organización sin ánimo de lucro nacional de la que forma parte el USDA, «no se pusiera de acuerdo en una versión actualizada» de las pautas para las pruebas de tuberculosis que utilizaba el USDA. Aunque muchas instalaciones siguen utilizando las pautas antiguas, «no se les exige que lo hagan ni que informen de los resultados», afirma. Si se descubre que un elefante padece la enfermedad, el USDA recomienda que no «viaje ni tenga contacto público» hasta haber finalizado el tratamiento.
¿Riesgo para el público?
Nadie puede explicar cómo se infectó el voluntario del Zoo de Oregón, según explica Kay Backues, del Zoo de Tulsa, ya que la tuberculosis «se transmite mediante el contacto de aerosoles cercano y prolongado». Backues explica que, según lo que se conoce sobre la tuberculosis en humanos, observar a un elefante a seis metros de distancia entraña muy pocos riesgos, así como caminar cerca o incluso montar en elefante. «Te subes a su lomo, das una vuelta al círculo y después vuelves, y en un gran estadio o un gran centro de exposiciones no considero que cuente como exposición a la tuberculosis». No es como si estuvieras delante de un elefante «que te sopla en la cara». (La mayoría de los centros estadounidenses han dejado de ofrecer paseos en elefante, pero algunos circos y zoos sin acreditación siguen incluyéndolos.)
Por ahora no existen casos documentados de transmisión de tuberculosis de un elefante de circo, zoológico o reserva a los visitantes.
Pero Mikota indica que un incidente en el Zoo de Taronga en Sídney, Australia, es un cuento con moraleja sobre la facilidad y el misterio con que se puede propagar la tuberculosis. En 2011, diagnosticaron tuberculosis a un chimpancé del zoo, menos de un año después de que una prueba demostrara que un elefante del zoo estaba diseminando tuberculosis. La zona de los chimpancés se encontraba a casi 106 metros del recinto de los elefantes. Eso es «mucha más distancia que la que hay entre algunos elefantes y el público», afirma Mikota.
«Visitar el zoo o visitar el circo no entraña riesgo de tuberculosis», insiste Backues.
Mikota reconoce que no se han documentado transmisiones de tuberculosis de elefantes cautivos a miembros del público. Pero como la transmisión no se comprende ni se estudia mucho, cree que la posibilidad es una cuestión grave. Afirma que solo se ha llevado a cabo un estudio pequeño sobre la transmisión en el Zoo de Oregón, «que apenas cuenta como prueba sólida para determinar que la transmisión de tuberculosis de elefantes a humanos es solo una preocupación relacionada con la salud laboral, no con la salud pública».
«La ausencia de evidencias no es evidencia de ausencia... [Los elefantes] pueden exhalar por la trompa, el viento puede transportarlo».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.