Disminuye la transmisión del cáncer facial que aflige a los demonios de Tasmania

Nuevos análisis genéticos revelan que la enfermedad, que provoca grandes tumores faciales, es menos infecciosa que hace una década.

Por Jason Bittel
Publicado 14 dic 2020, 13:06 CET
Un demonio de Tasmania cautivo

Un demonio de Tasmania cautivo posa sobre un tronco en el refugio de animales Something Wild, en Tasmania, 2008. Muchos de los animales fueron separados de sus progenitores, que sufrían un cáncer facial.

Fotografía de Dave Walsh, Alamy

Durante casi un año, desde que aparecieron los primeros casos de COVID-19 en el mundo, la humanidad ha estado hablando de virus. Pero en las tres últimas décadas, los demonios de Tasmania han sufrido su propia pandemia: un cáncer facial atroz que se propaga a través de las mordeduras.

Los tumores de los marsupiales australianos causan úlceras bucales cavernosas que, finalmente, provocan inanición. Y, a diferencia que casi todos los cánceres, este es contagioso.

La enfermedad de tumores faciales del demonio de Tasmania, su nombre completo, ha diezmado la población de la especie de 140 000 a 20 000 animales. Se propaga con facilidad porque los animales son peleones y se muerden durante la temporada de apareamiento o al alimentarse de cadáveres, su principal fuente de comida.

Muchos expertos temen que, si este patrón continúa, la enfermedad pueda provocar la extinción de esta especie amenazada. Por eso los científicos han criado demonios de Tasmania en cautividad y, a principios de este año, reintrodujeron a 26 animales en Australia continental. En el pasado, estos carnívoros eran abundantes en el medio natural de Australia continental y en el estado insular de Tasmania; hoy en día han quedado reducidos a los ejemplares que viven en Tasmania.

Pero un nuevo estudio sobre la genómica del cáncer, publicado en la revista Science, ofrece un rayo de esperanza: la tasa de incidencia de la enfermedad entre los demonios de Tasmania salvajes ha disminuido mucho desde su aparición, lo que sugiere que los animales podrían coexistir con la enfermedad.

«Esto podría ser muy emocionante, ya que quiere decir que la enfermedad no está arrasando a toda velocidad las poblaciones naturales de la forma en que lo hacía antes», afirma Austin Patton, líder del estudio y biólogo evolutivo de la Universidad de California, Berkeley. «Está desacelerándose».

Una transmisión reducida

Los científicos descubrieron el cáncer en los demonios de Tasmania en 1996, aunque es probable que apareciera en los años setenta u ochenta. En 2015, los investigadores concluyeron que la enfermedad de tumores faciales del demonio de Tasmania es en realidad dos afecciones diferentes, conocidas como DFT1 y DFT2, por sus siglas en inglés. Aunque ambas variedades causan tumores prácticamente indistinguibles y provocan inanición y muerte, los dos cánceres son genéticamente diferentes. También tienen orígenes independientes: el DFT2 surgió en un demonio macho en un punto de la isla opuesto al lugar de origen del DFT1, que apareció en una hembra.

«El hallazgo del DFT2 por nuestro grupo fue una gran sorpresa para nosotros, debido a la rareza de los tumores transmisibles en vertebrados», afirma Bruce Lyons, inmunólogo de la Universidad de Tasmania y coautor de ese estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences.

Solo se han identificado unos pocos cánceres infecciosos en la naturaleza, entre ellos uno que afecta a los perros domésticos y otro que perjudica a las almejas de Nueva Inglaterra.

Para entender mejor cómo se transmite el DFT1 por la población de demonios de Tasmania, Patton y sus colegas emplearon una técnica llamada filodinámica, que suele utilizarse para estudiar virus.

Los métodos de filodinámica reconstruyen la propagación y evolución de un patógeno con el paso del tiempo mediante el análisis de sus genes. Para realizar este análisis, el equipo de Patton empleó muestras de 51 tumores de demonios de Tasmania tomadas desde principios del siglo XXI.

En torno a 2003, cuando comenzó la toma de muestras, el equipo descubrió que el cáncer se propagaba con un factor de casi 3,5, señala Patton. Esto quiere decir que, cada vez que un demonio de Tasmania se infectaba, era probable que contagiara a otros 3,5 animales desafortunados.

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    Un demonio de Tasmania que sufre cáncer facial

    Un demonio de Tasmania que sufre cáncer facial sentado junto a un cadáver en Tasmania en los años noventa.

    Fotografía de Dave Watts, Nature Picture Library

    Sin embargo, en 2018, cuando se tomó la última muestra, Patton y sus colegas descubrieron que el factor de propagación del cáncer se había desplomado a 1, lo que significa que es improbable que el cáncer provoque la extinción de la especie, indica.

    Pero advierte que esta no es necesariamente una buena noticia. El menor coeficiente de transmisión podría deberse a que, como quedan tan pocos demonios, el cáncer no puede contagiarse con tanta eficacia. El estudio tampoco analizó el DFT2, cuya tasa de incidencia se desconoce.

    Un cáncer complicado

    Otro estudio, publicado en PLOS Biology en noviembre, sugiere que la historia del cáncer de los demonios es aún más compleja.

    Elizabeth Murchison, genetista de la Universidad de Cambridge, y sus colegas descubrieron que el DFT1 tiene cinco tipos, o clados, cada uno de los cuales podría infectar al mismo demonio. Podemos considerarlo similar a que el cáncer de mama se extienda al cerebro, los pulmones y el hígado, explica Murchison por correo electrónico. «El DFT1, en cierto modo, se ha metastatizado por la población de los demonios».

    Y estas diferencias genéticas podrían afectar a la recuperación de la especie.

    Por ejemplo, Lyons está trabajando en una vacuna para impedir que los demonios propaguen la enfermedad, pero debe tener en cuenta estas complejidades genéticas, que podrían complicar la situación.

    Del mismo modo, reintroducir a los demonios en la naturaleza podría resultar contraproducente si estos animales criados en cautividad carecen de determinadas adaptaciones evolutivas que los ayuden a combatir la enfermedad.

    Ese es el motivo exacto por el que no se han liberado demonios cautivos en Tasmania desde 2016, señala Carolyn Hogg, bióloga de conservación de la Universidad de Sídney. Por su parte, los demonios liberados en Australia continental nunca han entrado en contacto con el cáncer.

    «Las poblaciones persisten en presencia de la enfermedad», afirma Hogg, así como con otras amenazas para su futuro, como la endogamia, la fragmentación de hábitat y las colisiones con vehículos, entre otras.

    A pesar de todo, dice que los conservacionistas no se rendirán. «Los que trabajan con los demonios en el medio natural son moderadamente optimistas».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
    Fotografía de un lobo gris

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