Aumentan los conflictos entre hipopótamos y humanos en esta zona prístina de Kenia

Las inundaciones y la crisis económica provocada por la COVID-19 están enfrentando a pescadores e hipopótamos hambrientos con resultados letales.

Por Jacob Kushner
fotografías de Brian Otieno
Publicado 4 feb 2021, 13:51 CET, Actualizado 4 feb 2021, 16:52 CET
Los hipopótamos se bañan en el lago Naivasha

Los hipopótamos se bañan en el lago Naivasha en una parte de un área de conservación llamada Sanctuary Farm que antes era terreno seco. Las lluvias intensas han provocado la subida del nivel del lago. Ahora, pescadores e hipopótamos comparten las orillas cenagosas, lo que ha provocado un aumento de los ataques de hipopótamos, que suelen ser mortales. Normalmente, los hipopótamos son dóciles, pero pueden volverse agresivos cuando se sienten amenazados. Cada año matan a unas 500 personas en África, mordiéndolas con unos dientes que pueden llegar a medir más de 30 centímetros de largo.

Fotografía de Brian Otieno

En mayo, George Mwaura fue a pescar con su amigo Babu en las orillas pantanosas del lago Naivasha, en la región central de Kenia. «Babu era un tipo callado, un tipo amable», recordó Mwaura. «Es quien me enseñó a tener paciencia. Y pescar se le daba bastante bien».

No podían permitirse un barco, así que se metieron en el agua hasta el pecho para ver qué peces —tilapias, carpas, siluros— se habían quedado atrapados en sus redes durante la noche. «Aquel día tuvimos una buena captura», me contó Mwaura. «Antes de sacar la captura entera, el hipopótamo volvió».

Lo habían visto aquella mañana, con sus ojos y orejas sobre la superficie. «Golpeamos el agua con un palo para hacer ruido y que el hipopótamo se fuera», dijo.

Los amigos estaban demasiado concentrados en los peces para percatarse de que había vuelto. «Babu siempre me decía que los hipopótamos eran animales peligrosos», explicó Mwaura. Los hipopótamos habían atacado a Babu cuatro veces, pero siempre había logrado escapar. «Pero a la quinta no lo consiguió».

El hipopótamo atacó a Mwaura primero, pero pudo alejarse porque sabía nadar. Después fue a por Babu, que no sabía nadar. La enorme mandíbula del hipopótamo se cerró sobre él. Los dos dientes inferiores le perforaron la espalda una, dos y hasta tres veces. Decenas de pescadores corrieron hasta la orilla, pero cuando un hipopótamo atrapa a un humano, nadie puede hacer nada.

Cuando terminó el ataque, los otros pescadores entraron en el agua para sacar a Babu, pero ya estaba muerto. «Es muy triste ver a tu mejor amigo morir de esa forma», dijo Mwaura. Unos días después, Mwaura volvió al lago para pescar.

El tronco de una acacia Acacia xanthophloea —conocida como árbol de la fiebre— está parcialmente sumergido en el lago Naivasha. El lago ha crecido más de tres metros, alcanzando niveles que no se han visto en casi un siglo.

Fotografía de Brian Otieno

Las casas, cabañas turísticas e invernaderos se construyeron en terrenos ribereños protegidos para actuar como amortiguador y permitir que el nivel del lago subiera y bajara según sus límites naturales. Ahora, muchas de estas estructuras están sumergidas.

Fotografía de Brian Otieno

Según algunas estimaciones, casi 40 personas —la mayoría pescadores— fueron atacadas por hipopótamos en el lago Naivasha en el 2020 y hasta 14 de ellas fallecieron. Se estima que cada año los hipopótamos matan a unas 500 personas en África, lo que los convierte en el animal más letal del mundo después de los humanos y el doble de letales que los leones. Los hipopótamos son herbívoros y rara vez molestan a otros animales. Pero los machos pueden volverse agresivos si detectan un peligro y las madres pueden atacar para proteger a sus crías. Además, casi todos los hipopótamos se ponen nerviosos cuando algo —o alguien— se interpone entre ellos y el agua donde viven.

Los hipopótamos, los segundos mamíferos terrestres más grandes del mundo, suelen parecer dóciles, pero pueden volverse mortales. Aunque pueden pesar hasta cuatro toneladas y correr a 32 kilómetros por hora. Sus mandíbulas pueden abrirse hasta 180 grados, morder con una fuerza 10 veces superior a la de las mandíbulas humanas y sus caninos inferiores pueden medir más de 45 centímetros de largo. Y puede ser difícil verlos, ya que son capaces de aguantar la respiración hasta cinco minutos cuando están bajo el agua.

A pesar de los peligros que plantean los hipopótamos, la magnitud de la tragedia que tuvo lugar en el lago Naivasha es inusual y se debe a dos acontecimientos extraordinarios que cambiaron la forma en que interactúan humanos e hipopótamos.

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    Las lluvias intensas que comenzaron en octubre del 2019 hicieron que el lago Naivasha alcanzara su nivel máximo en casi un siglo e inundara los terrenos donde pastaban cientos de hipopótamos. Como el agua llegó hasta las vallas de las granjas y viviendas que rodean el lago, la gente se ve obligada a vivir en la misma orilla poco profunda donde pescadores como Mwaura y Babu echan las redes.

    Y la cantidad de pescadores —que antes rondaba las decenas o los pocos cientos, como máximo— ascendió a miles tras la crisis económica mundial causada por la pandemia de COVID-19 en la región. Kenia es el cuarto mayor exportador de flores de mundo, pero cuando comenzó la pandemia, los europeos dejaron de comprarlas. Miles de trabajadores florícolas del lago Naivasha fueron despedidos. Ante la escasez de fuentes de ingresos alternativas, muchos recurrieron a la pesca.

    Durante años, Naivasha ha sido un lugar de convergencia entre humanos y animales salvajes. En la orilla oriental del lago se encuentra una península cuyo nombre, Crescent Island, era erróneo hasta que la reciente inundación sumergió la franja estrecha de terreno que la conectaba con el continente.

    En el lago Naivasha, los pescadores sacan sus redes al amanecer mientras las gaviotas y las aves martillo vuelan sobre sus cabezas, esperando alimentarse de las capturas. La industria pesquera de Naivasha comenzó por accidente cuando una lluvia torrencial inundó una piscifactoría del río Malewa y varias carpas comunes escaparon al lago. El lago también alberga tilapias, percas atruchadas y siluros.

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      Tilapias capturadas en el lago Naivasha dispuestas sobre una lona. Una tilapia diminuta puede venderse por solo 20 chelines (15 céntimos de euro), mientras que una perca grande puede valer unos 200 chelines (aproximadamente 1,50 euros). Se envasan y se envían a Nairobi y a otras ciudades, donde se venden al doble o el triple del precio que reciben los pescadores.

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      Los turistas acceden al lugar en barco y después siguen a pie para fotografiar jirafas y búfalos, gacelas e impalas, cercopitecos verdes y, a veces, hienas. Todos estos animales se han quedado atrapados debido a la crecida del lago. Por otra parte, cientos o quizá miles de hipopótamos se bañan cerca de la orilla, junto a las verjas sumergidas de las granjas de floricultura, viviendas y cabañas turísticas inundadas.

      El resultado es una mezcla mortal: humanos e hipopótamos compiten por una franja estrecha de territorio. La naturaleza está reclamando Naivasha y el resultado son mezclas peligrosas en las que los humanos salen perdiendo.

      La mayor parte de los puestos de trabajo de la zona están ligados al lago, así que no hay una solución en el horizonte. Hace cuatro años, Ruth Mumbi perdió a su marido cuando un hipopótamo volcó su barco de pesca. Era el único sostén económico de la familia y dejó atrás a cuatro hijos, uno de los cuales pasa el día reparando redes de pesca. «Si de mí dependiera, no permitiría que mis hijos trabajaran en el lago», me contó Mumbi. «Pero como no tenemos mucho dinero y no hay nada más que hacer, tendré que aceptarlo si es lo que quieren hacer».

      De la sequía a la crecida

      El lago Naivasha es lo que los científicos denominan «lago amplificador», ya que su nivel aumenta y disminuye rápidamente con las lluvias. «Cuando hay un cambio en el clima, cambian el nivel del agua y la salinidad del lago», explica Lydia Olaka, profesora de geología ambiental y climatología en la Universidad de Nairobi.

      La superficie del lago Naivasha es de unos 180 kilómetros cuadrados en épocas normales, pero su profundidad máxima es de solo 18 metros. Lo alimentan tres ríos, así como la escorrentía procedente de las tierras circundantes. El lago no tiene desembocadura. Cada año, se evaporan de su superficie unos dos metros de agua. Hace una década, tras una serie de sequías, los residentes temían que el lago desapareciera, arrastrando con él un ecosistema entero y la industria turística.

      El lago Naivasha está rodeado de granjas de flores. Estos invernaderos —construidos demasiado cerca del lago— se han inundado. Kenia es el cuarto mayor exportador de flores del mundo, pero cuando comenzó la pandemia, los europeos dejaron de comprar flores. Las granjas han despedido a miles de trabajadores y muchos no han tenido otra opción que recurrir a la pesca, el pilar de la economía local.

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        Los pescadores vadean hacia sus barcos por la orilla cenagosa.

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        Pero a finales del 2019, la cuenca del lago Naivasha recibió el triple de las precipitaciones habituales debido a un fenómeno que estaba ocurriendo a miles de kilómetros al este llamado dipolo del océano Índico. Se produce cuando el agua superficial del océano de la costa este de África se calienta, mientras que las aguas cerca de Asia se enfrían.

        Las estaciones lluviosas del 2020 también fueron más húmedas de lo normal. El incremento de las precipitaciones trajo más cobertura nubosa, que redujo la evaporación del lago. Parte de la crecida del lago es artificial, la consecuencia de décadas de deforestación en la cuenca lacustre, que ha incrementado la cantidad de escorrentía que recibe. Naivasha no es el único. A cuatro horas en coche al norte de Naivasha, en el Gran Valle del Rift de Kenia, las inundaciones del lago Bogoria y el lago Baringo han desplazado a miles de personas e innumerables animales.

        La desaparición del terreno seco donde los hipopótamos puedan pastar no solo se debe a la crecida del lago Naivasha, cuyo nivel ha subido 3,6 metros, sino también a la invasión ilegal de la frontera ribereña protegida por parte de los humanos. Se han construido viviendas, cabañas turísticas e incluso invernaderos en este terreno, pero ahora muchas de estas estructuras están bajo el agua. La localidad ribereña de Kihoto, por ejemplo, quedó anegada el año pasado. En la actualidad, unos muros de bloques de hormigón sobresalen entre las aguas turbias. A varios kilómetros al oeste, los techos curvados de los invernaderos inundados marcan los lugares donde estaban las granjas de flores.

        Si el nivel del lago sigue creciendo, sumergirá más edificios. Con todo, recientemente la Autoridad de Recursos Hídricos de Kenia se ha planteado permitir que las personas se asienten aún más cerca.

        «Estamos viviendo una época sin precedentes», dijo Olaka, que señaló que los modelos climáticos prevén que vendrán más lluvias y que el tamaño actual del lago Naivasha «podría ser la nueva normalidad».

        Una pesca insostenible

        La industria de pesca comercial de Naivasha comenzó por accidente hace décadas, cuando las lluvias torrenciales inundaron una piscifactoría del río Malewa. Varias carpas comunes escaparon al lago, donde devoraron a la mayor parte de los cangrejos de río y engulleron los huevos de las tilapias, las percas atruchadas y otras especies preciadas en la pesca deportiva.

        Un hipopótamo atacó a Emmanuel Adinda una tarde de mayo del 2020, cuando vadeaba por el lago Naivasha para colocar sus redes. Este hombre de 40 años, padre de tres hijos, no tiene otra forma de ganarse la vida. «Muchas personas son atacadas», cuenta. «Pero el lago es donde consigues el pan de cada día, así que no podemos hacer nada más».

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        Las carpas se multiplicaron y la pesca se convirtió en una forma de ganarse la vida. Cuando el lago Naivasha se expandió de repente en el 2019, al principio pareció una bendición para la industria pesquera. Los peces se reproducían en el suelo fértil e intacto de los terrenos ribereños inundados y convertían en miles de kilos de comida fresca. Era la mayor cantidad de peces desde tiempos inmemoriales.

        «Todas las actividades —el turismo, el pastoreo, la floricultura— dependen del lago Naivasha», me explicó David Kilo, presidente de la Asociación de Propietarios de Embarcaciones de Naivasha. Antes de la llegada de la COVID-19, había 180 barcos de pesca con licencia en el lago, la cantidad máxima que podía soportar de forma sostenible el ecosistema lacustre. Ahora, en la orilla sudoccidental, el embarcadero de Karagita se llena a rebosar de pescadores que descargan su captura cada mañana.

        En el pueblo, las mujeres tejen redes de pesca con largas hebras, que venden por 1000 chelines (7,5 euros). Los adolescentes reciben unos pocos céntimos a cambio de reparar redes viejas que se han quedado enganchadas o han sido cortadas por las hélices. Cada día, los turistas llegan al embarcadero y contratan a capitanes de barco para que los lleven a observar hipopótamos.

        Una mañana temprano, un capitán llamado Douglas Mokano se acercó a un grupo de hipopótamos. «Ahora están durmiendo», explicó. Señalando un hipopótamo cuya cabeza y espalda sobresalían del agua, dijo: «Aquel es el bebé». Tenía el tamaño de una vaca adulta.

        Los hipopótamos descansan sus enormes cabezas contra la espalda de los demás. A pesar de su corpulencia, consiguen apiñarse hasta tal punto que un grupo de cinco hipopótamos parece una sola masa de carne gris y rosa. Es imposible saber dónde termina un hipopótamo y empieza el siguiente. Mokano acelera el motor para intentar despertarlos y que saquen sus majestuosas cabezas a la superficie. Los hipopótamos ni se inmutan.

        Job Wainana (25) trabajaba como pescador en Kasarani, en la orilla septentrional del lago Naivasha, hasta el 2016, cuando un hipopótamo lo atacó mientras caminaba hacia el lago. Wainana fue trasladado al hospital local, donde los médicos le amputaron la pierna izquierda.

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        Ruth Mumbi (37) perdió a su marido en el 2016 después de que lo atacara un hipopótamo cerca de Karagita Beach. Para remplazar los ingresos de su marido, su hijo de 18 años John Muthee trabaja en el mismo lugar desenredando las redes de pesca de otros pescadores. A Mumbi le gustaría que su hijo no tuviera que trabajar en el lago, pero no hay muchos más empleos.

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          Los pescadores desenredan las redes en Karagita Beach, en el lago Naivasha.

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          «No se puede permitir que pesque todo el mundo. Afectará al ecosistema del lago», dijo Kilo. Con todo, eso es lo que ha ocurrido desde la llegada de la COVID-19.

          El Servicio de Vida Silvestre de Kenia ha sido incapaz o se ha mostrado reacio a detener la pesca ilegal. La agencia no respondió a nuestras varias solicitudes para que hiciera declaraciones al respecto.

          Los voluntarios de la Asociación de Pescadores de Naivasha han ayudado a los guardabosques a realizar patrullas nocturnas con focos para buscar pescadores ilegales. Una noche, cuando trataron de detener a un grupo de pescadores, estos se resistieron. Ataron a los guardabosques, volcaron su barco y le prendieron fuego, dejando a los guardas abandonados hasta que pudieron rescatarlos.

          Últimamente, «apenas salen a patrullar», contó Kilo.

          Hipopótamos hambrientos

          Los científicos estiman que entre el 29 y el 87 por ciento de los ataques de hipopótamos resultan mortales. Uno tendría más probabilidades de sobrevivir al ataque de un tiburón, un cocodrilo o incluso de un oso grizzly. Aunque los hipopótamos son herbívoros, cuando no encuentran hierba se sabe que en raras ocasiones comen otros animales, incluso hipopótamos muertos.

          Kilo ha presenciado o investigado ocho ataques en los que fallecieron pescadores. Tal es la frecuencia de los ataques que ha transformado su coche en un vehículo de rescate, retirando los asientos traseros para subir a las víctimas fácilmente y colocando plástico para la sangre. «Mi vehículo se parece a una ambulancia», contó Kilo. «Si la gente me ve dando marcha atrás con el coche, saben que ha habido un ataque de hipopótamo».

          Los hipopótamos se alimentan por la noche en Sanctuary Farm. En los años noventa, las autoridades kenianas de fauna silvestre estimaban que había 1250 hipopótamos en la zona. Más recientemente, han estimado que la cifra es más próxima a 700, pero los vecinos sospechan que es mucho mayor.

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          Pero Kilo no es paramédico. No sabe cómo poner torniquetes ni taponar heridas, intervenciones que, según George Wabomba, médico del Hospital de referencia del condado de Naivasha, son cruciales para salvar la vida a una víctima. Wabomba trata a una media de una o dos víctimas de ataques de hipopótamos cada semana. «Cuando mencionan que hay una víctima de un hipopótamo, todo el mundo se pone nervioso en el hospital», contó. «Nunca sabes cómo van a llegar».

          Los hipopótamos pueden pisotear o arrastrar a las víctimas. «A veces es solo un mordisco y el hipopótamo la suelta. Pero hay muchas heridas abdominales», me dijo Wabomba, que añade que las laceraciones pueden estar llenas de tierra y hierba. «No sabemos qué hay en la boca del hipopótamo ni en el agua».

          Wabomba advirtió que dichas heridas precisan atención inmediata, pero en muchos casos las víctimas llegan horas después. Los pescadores tienen que esperar a que sea seguro recoger a la víctima —cuando el hipopótamo se aleja— y después transportar a la persona herida al hospital. El hospital más cercano se encuentra a solo ocho kilómetros de Karagita, pero está a 38 kilómetros por carreteras en mal estado desde el lado opuesto del lago.

          Wabomba estima que el 40 por ciento de las víctimas de ataques de hipopótamos a las que atiende acaban falleciendo. Recuerda a un pescador de 35 años al que trató el año pasado que fue atacado antes del amanecer cuando echaba las redes, pero no llegó al hospital hasta mediodía. «Le sobresalía parte de los intestinos», contó Wabomba. «Reparamos lo que podíamos reparar. Esto es lo que llamamos cirugía de control de daños».

          «No pudimos salvarlo», dijo. Murió menos de media hora después de la operación.

          ¿Sacrificar a los hipopótamos?

          La única solución para el impasse de Naivasha es «adaptarse al comportamiento de los hipopótamos», señaló Richard Hartley, que gestiona dos áreas de conservación junto al lago. Una tarde, mientras conducía en su Land Cruiser por una de ellas, se detuvo para observar a un hipopótamo solitario que descansaba en una charca de lodo poco profunda. «Es un macho que está madurando y busca hembras, y los machos mayores no lo quieren cerca», explicó Hartley.

          Un pescador regresa con la captura de la mañana. La subida del nivel del lago ha inundado las acacias junto a la orilla.

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            Tras un día trabajando en el lago, los pescadores descansan en el embarcadero de Tarambeta Beach.

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            Señales de peligro advierten a los turistas que no deben salir a pasear por la noche. Pero si te subes a un Land Cruiser y enciendes los faros, seguramente podrás distinguir las siluetas de los hipopótamos que pastan entre la hierba. A veces se te quedan mirando fijamente, encandilados por los faros. Pero normalmente se alejan trotando, enseñándote sus traseros rosados mientras sus colas suben y bajan frenéticamente.

            Desde la crecida del lago, todos los días caen árboles parcialmente sumergidos, salpicando mientras sus raíces quedan al descubierto. Los pescadores han recurrido a echar las redes desde estos troncos, sentados con las piernas colgando sobre las cabezas de los hipopótamos. Periódicamente, los hipopótamos gruñen y recuerdan a los pescadores que el peligro se encuentra a un mero resbalón.

            «Hay pescadores que no parecen sentir miedo. Se colocan literalmente a metros de distancia y se equivocan», dijo Hartley. «Una madre con una cría o un hipopótamo macho agresivo irán a por ti o a por tu barco. Y no los ves venir porque están sumergidos y vienen rápido».

            Cuando se cree que un hipopótamo ha atacado varias veces, en ocasiones los pescadores piden a los guardabosques que lo maten. «Hay mucha presión por parte de la comunidad para que aniquilen al animal. Sin embargo, casi nunca es culpa del hipopótamo», señaló Hartley. Contó que un guardabosques a quien han encargado esta labor varias veces falla a propósito cuando dispara, salvando la vida del hipopótamo.  A medida que más pescadores salen al lago, algunos han exigido la eliminación selectiva de los hipopótamos para reducir su población.

            Un pescador lava los platos en el lago Naivasha tras haber comido pescado fresco.

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              Un hombre sentado en un barco de pesca en Tarambeta Beach. La vegetación tras él es una isla de jacintos que flota en el lago.

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              El último censo de hipopótamos exhaustivo de Naivasha data de los años noventa y estimó que había 1250 hipopótamos. El año pasado, según Kilo, el Servicio de Vida Silvestre de Kenia estimó que la cifra se aproximaba más a los 700. Es muy difícil contar hipopótamos, ya que pasan el día en grupos bajo el agua y a menudo solo sacan a la superficie los ojos y las orejas. Kilo y Hartley afirman que, aunque hay caza furtiva, no hay motivo para temer que la población de hipopótamos haya menguado drásticamente.

              A veces, se proponen los sacrificios cuando un hábitat ya no puede sustentar al número de animales que viven en él; cuando la población exceda la hierba necesaria para alimentarlos, indicó Hartley. Si el lago sigue engullendo los pastizales, los guardabosques podrían plantearse la eliminación selectiva de los hipopótamos en lugar de permitir que decenas de ellos mueran de hambre. Esto sería una vergüenza internacional para Kenia, una nación conocida por su fauna, advierte Hartley. «Sacrificarlos sería admitir la derrota. Sacrificarlos sería como decir que ya no nos importa la fauna».

              «A veces no me siento yo mismo»

              Junto al lago, Meshack Ogjah fue cojeando hacia la orilla cenagosa. Señaló una pequeña zona de aguas abiertas rodeada de jacintos de agua y árboles caídos. Me contó que un día, al atardecer, estaba faenando en las aguas oscuras cuando un hipopótamo pasó a su izquierda.

              Era consciente de los peligros que conlleva pescar en un lago infestado de hipopótamos. «Un amigo nuestro fue atacado y no sabía nadar», contó Ogjah. El hipopótamo lo mordió dos veces. No sobrevivió. Con todo, Ogjah siguió pescando. «Solo lo comprendes cuando lo sientes por ti mismo», dijo.

              El sol se pone en el lago Naivasha, en el Gran Valle del Rift de Kenia.

              Fotografía de Brian Otieno

              Ogjah estaba buceando en las aguas turbias para colocar una trampa para peces hecha de plástico cuando el hipopótamo lo rozó. «Empezó tocándome, me rozó el muslo con la barriga», recordó. «Salí a la superficie para poder ver sus movimientos. Después empecé a nadar, pero me persiguió».

              Gritó para pedir ayuda, pero los otros pescadores no pudieron hacer nada. Se sumergió esperando que el hipopótamo no lo viera. Cuando llegó a una zona menos profunda, «me vio perfectamente», contó Ogjah. Y el hipopótamo le mordió.

              Los dientes del animal medían «15 centímetros y eran gruesos», dijo. Le atravesaron el muslo derecho y el agua se tiñó con su sangre. «Me sentía como si mi corazón no estuviera ahí».

              Ogjah logró escapar. Otros pescadores lo subieron a una motocicleta y lo llevaron al hospital. Los médicos limpiaron y cosieron la herida. Ogjah tuvo la suerte de sobrevivir. Con todo, dice que una parte de él ha desaparecido. «A veces no me siento yo mismo. Es una tortura», dijo Ogjah, que ahora tiene dificultades para caminar. «Todavía me queda un largo camino».

              Cuando le pregunté si culpa al hipopótamo —si piensa que el gobierno debería iniciar una eliminación selectiva—, el amigo de Ogjah, Wycliffe Injindi, que presenció el ataque desde la orilla, interviene. «¿Quemarías todos los coches solo porque ha habido un accidente?», planteó Injindi. «En Kenia somos afortunados por tener hipopótamos, otros países no tienen hipopótamos».

              La solución, dice, es que los humanos aprendan a convivir con ellos, que pesquen de forma más segura desde un barco en lugar de vadear por las aguas turbias del lago. «Matar a los hipopótamos no es justo».

              Ogjah e Injindi niegan con la cabeza cuando les pregunto si volverán a pescar. «No puedo volver al agua», dijo Injindi. «Aquel fue un día terrible».

              Este artículo ha contado con el apoyo de una subvención del Overseas Press Club of America.
              Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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